Nuestra Enhorabuena a Andrés Lima

Equipo Espacio Público

Nuestro compañero, el dramaturgo Andrés Lima, miembro del Consejo Científico de la Fundación Espacio Público, ha sido galardonado con el Premio Nacional de Teatro 2019. Desde aquí nuestras felicitaciones.

Reproducimos con este motivo, la entrevista que mantuvo con el periodista de Público Juan Losa.

Andrés Lima: ‘El franquismo ha calado en nuestros huesos y copa las instituciones’

JUAN LOSA @jotalosa

Galardonado con el Premio Nacional de Teatro, el dramaturgo nos recibe en su casa de Carabanchel desde donde reflexiona sobre la importancia de la memoria histórica, la capacidad de la ficción para abordar la realidad y la situación política actual.

Andrés Lima (Madrid, 1961) no rehúye una sola pregunta, incluso cuando estas rebasan su labor como dramaturgo. De larga trayectoria, ha llevado a cabo casi una veintena de trabajos para el Centro Dramático Nacional, el Teatro de la Abadía o el Teatro de la Zarzuela. Su capacidad para entender el tiempo presente con sus contradicciones y ansiedades, le ha ido convirtiendo en un referente de nuestras tablas y le ha valido el Premio Nacional de Teatro 2019

¿Qué preguntas busca a través de su teatro?

Hay algo en el teatro que te obliga a estar en contacto con el mundo en el que vives. Suelo atender primero a mi propia curiosidad sobre lo que me rodea y a partir de ahí empiezo a preguntar a los que conviven con esa realidad que quiero entender. Al final es como trazar una cosmogonía del tema que pretendes abordar, si quieres reflejar el mundo en el que vives e interpelar al público tienes que hacerlo a través de las preguntas que la gente se hace.

Si la realidad es cada día más compleja, ¿será el teatro cada vez más complejo?

No estoy muy seguro de que la realidad sea más compleja hoy día. La realidad lleva siendo jodida desde hace miles de años. Diría incluso que se ha simplificado, no en vano el capitalismo ha reducido a la idea de compra-venta casi todo, incluso el amor, el deseo o las aspiraciones. Hemos llegado, por ejemplo, a la aceptación de que la guerra es una manera natural de entendernos entre los pueblos, o de desentendernos. La democracia capitalista es cada vez más simplona, tiende a satisfacer los deseos más inmediatos sin apenas reflexión.

La tendencia nos dice que el teatro busca indagar en la realidad inmediata. ¿Por qué esa necesidad de contarnos en lugar de evadirnos?

Creo que hay mucha desazón en el ser humano, vivimos con una celeridad impuesta y hay una gran desigualdad entre clases y entre nuestras aspiraciones y la realidad que nos ha tocado. De un tiempo a esta parte, trabajando con los actores me he ido dando cuenta de que la palabra angustia está cada vez más presente, como si se tratara de un resorte provocado por el propio sistema.

Parece también que se ha renovado el público del teatro, ¿a qué cree que se debe?

Nuestra generación ha invertido mucho tiempo en hacer un teatro que fuera accesible a todo el mundo, y que además tratara con seriedad los temas que preocupan a la gente. Pero sobre todo yo creo que la clave es que el país se ha ido teatralizando, algo que va parejo al proceso culturización que ha experimentado esta sociedad en las últimas décadas.

El teatro ha hecho frente a la crisis mejor que otras disciplinas, ¿cuál es su secreto?

Los espectáculos en vivo siempre se van a mantener. La gente los necesita incluso en tiempos de crisis. Si te fijas en los últimos años la gente se ha apartado mucho de las salas de cine, prefieren ver las pelis en el ordenador. Algo parecido le ha pasado a la televisión; las plataformas se han ido llevando la tostada progresivamente. Pero el teatro, como los conciertos en directo, experimentan cierto auge. Digamos que se ha producido un repliegue hacia un consumo cultural más casero, pero el teatro y la música en vivo no se han resentido. 

A veces, aunque resulte paradójico, la ficción puede aportarnos más verdad que la realidad, ¿no cree?

Sin duda. Cuando lees un texto, hay algo en las palabras que carece de emoción, de tal modo que si un buen actor da con la emoción acertada, genera una situación que supera al texto. Alcanzar la verdad siempre ha sido una especie de obsesión dentro del mundo del arte, y es algo que va más allá de la mera representación de la realidad. Una determinada mirada sobre esa realidad, puede –aunque parezca paradójico– dotarle de una comprensión más profunda.

Foto: Jairo Vargas

En ‘El pan y la sal’ reflexionaba sobre la dignidad de las víctimas y la importancia de la memoria histórica. ¿Qué opinión le merece la inminente exhumación de los restos del dictador? 

Pienso que ya era hora. Pienso también que esta situación evidencia hasta qué punto el franquismo ha calado en nuestros huesos, creo que nuestro comportamiento tiene restos de franquismo todavía en la actualidad. Cuando eres niño, convives con la memoria de tus padres y abuelos, y esa memoria España todavía no la tiene solucionada. Te hablo de una brecha cultural, de la imposición de una moral determinada, de un nacional catolicismo que sigue haciendo mucho daño. Aunque fueras franquista, creo que sería de sanidad democrática apoyar que estuviera enterrado en un lugar privado.

¿Qué será lo próximo?, ¿terminaremos quemando parroquias?

Ese tipo de declaraciones me parecen un signo lamentable de cómo el franquismo no sólo están en nuestros huesos, sino que también copa las instituciones. Por no hablar del alcalde prefiriendo donar dinero a Notre-Dame en lugar de al Amazonas. Creo que comentarios así son propios de gente que no piensa, ni siquiera de gente malévola, simplemente es una cuestión de no pensar demasiado, lo que me parece bastante grave.

En cualquier caso, he de decir que la política cada vez me decepciona más. Ya no hay políticos de altura; gente que defienda unos ideales y luche por ellos aunque después los traicione. Ahora son meros altavoces de un partido, una contradicción democrática en toda regla. Dicen lo que dice el jefe, se han convertido en voceros de un líder, algo muy propio de la derecha pero que ya empieza a pasar también en la izquierda. 

Usted ha trabajado mucho en Catalunya, ¿qué puede hacer el teatro para estrechar lazos?

El teatro lo único que puede hacer es teatro, que no es poco. Siempre ha habido una cierta separación entre Madrid y Barcelona, pero de un tiempo a esta parte la situación ha mejorado. Yo he trabajado mucho allí, tengo grandes compañeros catalanistas que no han rehuido hacer teatro castellano.

La polarización actual me parece absurda. Yo particularmente no soy nacionalista, pero pienso que un pueblo tiene derecho a decidir por sí mismo y que es un a barbaridad que haya tanta gente en la cárcel tras el 1-O. No querer reconocer desde el nacionalismo español que allí hay un deseo y una voluntad cada vez más creciente de ser un pueblo independiente me parece absurdo. También es verdad que la clase que ha comandado este proceso es una clase privilegiada. Creo que con el tiempo se acabarán independizando, y lo cierto es que me da bastante pena, pero si la voluntad es creciente se hará.

¿Le ha pasado factura el procés?

A mí como dramaturgo no. Pero el teatro siempre se ha resentido de las fronteras. La creación de las Comunidades Autónomas, por ejemplo, no favoreció a las giras de las compañías teatrales. Los presupuestos, que antes eran más generales, pasaron como es normal a favorecer las lenguas propias de cada nación, y esto se notó mucho. 

¿Cómo representaría la situación política actual?

La tragedia contemporánea es de risa, creo que Valle-Inclán se adelantó mucho a su tiempo y que la representación patética de la política es una manera acertada de aproximarse a ella. Quizá por ello tienen tanto éxito los programas que abordan la actualidad política desde el humor, es difícil poder dar razones a algo tan descabellado como la política. Toda esta farsa tiene que ser representada a través de la sátira.