El éxito sin precedentes al que asistió el movimiento feminista en la huelga del 2018 ha marcado un punto de inflexión. En el pasado era un asunto minoritario, cuyas propuestas pasaban inadvertidas a pesar de afectar a la mitad de la población. Hoy su fortaleza política como movimiento ha provocado situaciones imprevistas, y sobre todo inimaginables para muchas de nosotras. La división de este año en dos convocatorias en un día tan señalado como el 8M debe ser un motivo para acercarnos a la reflexión sobre cómo podemos construir juntas no sólo desde la diversidad, sino también desde la pluralidad ideológica.

Independientemente de las luchas partidistas por el control del feminismo ya tratadas en los medios de comunicación, que probablemente expliquen la división de facto en un día clave como es el 8M, hay un debate legítimo y necesario sobre cuál tiene que ser la agenda feminista que no se está produciendo por la tensión creciente a la que asistimos como movimiento. La polarización se ha convertido en una barrera difícil de sortear, pero no puede caer en el olvido que es imprescindible afrontar los debates y las diferencias ideológicas de cualquier espacio político para evitar caer en posiciones paralizantes y cerradas.

La comisión 8M de carácter transinclusiva cuenta entre sus demandas con el acceso al aborto seguro, libre y gratuito o la educación sexo-afectiva en la enseñanza junto a otra serie de reivindicaciones clásicas de la lucha de las mujeres. En todo caso, su incidencia política se debe a que plantea nuevos horizontes deseables para el conjunto de la sociedad desde un enfoque interseccional que genere sinergias poderosas de cara a proponer un cambio sistémico.

Por ello, reivindicaciones como la derogación de la ley de extranjería o la ratificación del convenio 189 de la OIT son centrales en esta propuesta política que conjuga el género, la clase y la raza desde la radicalidad y la transversalidad. Aunque es de justicia reconocer que si la manifestación es de todas, no es exclusivamente por su interseccionalidad, sino por sus procesos asamblearios que la legitiman, así como por erigirse como la punta de lanza de las movilizaciones con vocación transformadora de los últimos años.

A pesar de contar con un papel protagonista dentro del movimiento feminista, no se organiza en estructuras suficientemente articuladas como para canalizar muchos de los debates que llevan anquilosados desde hace demasiado tiempo en los feminismos. Este reto requiere de un abordaje participativo, informado, pausado y con pretensión de alcanzar consensos mínimos que nos permitan tener voz e incidencia política en temáticas feministas que atraviesan los cuerpos de las mujeres en el ámbito reproductivo y en el sexual. La prostitución (motivo de división histórica dentro del movimiento), pero también la explotación reproductiva, la pornografía y la “donación” de óvulos son cuestiones propias del feminismo al guardar una estrecha relación con la opresión sexual que viven las mujeres fruto del significado cultural que se asocia al sexo identificado como el femenino, es decir, con el género.

La falta de estructuras que caracteriza a algunos feminismos cercanos al 8M refuerza la influencia de las redes informales que fomentan la colaboración y la cooperación en el mejor de los casos, al mismo tiempo que generan dinámicas excluyentes dentro de los procesos asamblearios como ya recogió muy acertadamente Jo Freeman por el año 1972.

Por otro lado, la principal demanda que recogía la manifestación minoritaria bajo el lema de “el feminismo es abolicionista” es la abolición del género, pero ¿a qué se refieren con esto? Es la expresión que han utilizado las feministas transexcluyentes para enunciar que el proyecto de Ley Trans del Ministerio de Igualdad que lidera Irene Montero reforzaría los estereotipos de género. El reconocimiento de la autodeterminación de género pondría en grave riesgo el sujeto del feminismo y, por lo tanto, su incidencia política. Existen más diferencias ideológicas entre ambas convocatorias, pero este es el verdadero motivo de la tensión interna de los últimos meses e incluso hace ya algunos años. Pertenecen a una corriente de corte conservador que también se da en otros países por lo que es un fenómeno internacional. En general, sostienen algunas posiciones cercanas a la extrema derecha, y en España llegan a compartir algunos posicionamientos ideológicos de Vox.

En esta coyuntura política, dicha cuestión ha sido el motivo, pero sobre todo la excusa de los dos partidos del gobierno de coalición, para disputar la hegemonía del feminismo en el plano electoral. Además, una reivindicación como “abolir el género” que por sí sola carece de relevancia ha sido apoyada por una parte del movimiento al vincularse a demandas legítimas como son el cuestionamiento de la prostitución como institución patriarcal, la construcción de un imaginario machista y misógino mediante la pornografía mayoritaria, o la explotación reproductiva de las mujeres a lo ancho del globo como la actual guerra de Ucrania ha vuelto a poner de manifiesto. Temáticas que no son abordadas por el argumentario, ni por el comunicado del 8M, pero que sí plantean retos para aquellas que nos consideramos feministas y que con demasiada frecuencia no se tratan para no reforzar las divisiones internas.

El uso del significante “abolicionismo” con legitimidad dentro de una parte importante del movimiento, que hace alusión a posiciones críticas con la prostitución como práctica social, ha sido instrumentalizado para vincular una reivindicación, que es histórica desde el sufragismo, con posicionamientos que deberían hacer cuestionar su asistencia a esa manifestación a toda persona que se considere comprometida con los derechos humanos. Por no mencionar que el manido lema “el feminismo es abolicionista” no es cierto, ya que es un movimiento plural hasta el punto de que muchas veces hablamos de feminismos. De hecho, en su seno hay corrientes muy críticas con la prostitución (incluso entre las abolicionistas tenemos disensos sobre cómo debería enfocarse), así como posturas “regulacionistas” que también tienen diferencias significativas entre ellas.

En un momento en que desde la izquierda movimientista hasta la izquierda institucional pasando por el sindicalismo de clase mayoritario no llenan las calles, el 8M cobra un protagonismo que lo sitúa como una de las fechas señaladas del año. La pregunta, por lo tanto, es cómo mantener una agenda propia cuando su capacidad movilizadora coloca a las feministas en un lugar estratégico que desborda con mucho lo que podrían ser sus demandas clásicas. Estamos asistiendo al momento en que el feminismo es el espacio transversal en el que incidir políticamente, y no la izquierda mixta en la que estábamos acostumbradas a intervenir en calidad de feministas “pesadas” que siempre tenían que colocar sus demandas ante las resistencias patriarcales. Esto puede llevar incluso a que nuestras reivindicaciones sean relegadas en nuestros propios espacios con el fin último de llegar a consensos más amplios o incluso a que pasen al olvido dado el carácter altruista y sacrificial que se espera de nosotras. Esos roles de género que nos acaban pesando inexorablemente en todas las facetas de nuestra vida; la personal, la laboral e incluso la militancia política.

Ahora que parece que todo el mundo es feminista, que todas las mujeres de izquierda parecen no renegar de las demandas propias de las mujeres, tenemos que asegurar que nuestros espacios no pierdan su especifidad, ni su apuesta crítica por colocar los derechos de todas en el centro, también aquellos que tienen su origen en la opresión de género. La omisión de algunas cuestiones centrales que nos atraviesan en cuanto mujeres pueden ser un arma de doble filo y servir de excusa para aquellas que en nombre del feminismo excluyen a las mujeres trans.

De hecho, este año asistimos a como la convocatoria transexcluyente canalizó la indignación generada por una serie de debates sin resolver que tienen que ver con cómo afrontar las diferencias ideológicas relacionadas con nuestra sexualidad y la delimitación del acceso a nuestros cuerpos por parte del mercado. El hecho de que sea precisamente este sector el que ocupe el lugar de la irreverencia cooptando la bandera feminista es un motivo de preocupación. No hay que olvidar que en la actualidad la apariencia de radicalidad, aunque sea falsa, la búsqueda de identidad grupal, y los movimientos políticos construidos en torno a la exclusión en clave reaccionaria cobran fuerza.

La unidad en torno a determinados días señalados como el 8M tiene que ser un objetivo del feminismo no por mera romantización, sino porque se carece de estructuras que permita gestionar las diferencias sin que eso reste voz, e impacto a nuestras reivindicaciones a nivel mediático. Para ello alcanzar una agenda feminista que recoja los derechos de las trabajadoras domésticas, de las trabajadoras del Servicio de Ayuda a Domicilio y de las limpiadoras junto con la crítica a la prostitución, o la pornografía como realidades que ahondan en la desigualdad de género es inaplazable.

No nos vamos a poner de acuerdo en qué pensamos sobre la prostitución, pero sí podemos encontrar consensos en defender bolsas de empleo en condiciones dignas con ayudas específicas para mujeres que independientemente de la modalidad de prostitución en la que se encuentren quieran abandonarla. Esta medida implicaría garantizar una mayor agencia para ellas, ampliar su libertad y su posibilidad de elección. Un ejemplo de una política pública en esta dirección es Barcelona Fem Tech, una propuesta que pretende acercar a mujeres precarias a trabajos relacionados con la tecnología a través de la formación.

Por otro lado, la guerra de Ucrania ha puesto a la vista de todas la deshumanización de las mujeres cuya capacidad reproductiva se mercantiliza en beneficio de parejas del norte global, ¿por qué no exigimos que se prohíba inscribir a esos niños y niñas estableciendo una moratoria que permita disminuir paulatinamente esta situación de explotación? Estos son dos ejemplos que deberían ser fruto de debate y reflexión conjunta que reflejan la dirección que nos debe guiar; construir una agenda feminista que articule las demandas cruzadas por el género fruto de la crisis de la reproducción social con consensos sobre los debates históricos del feminismo sobre la sexualidad y la reproducción sin temores.

Lo anterior no implica renunciar a nuestros posicionamientos, sino valorar que no podemos dedicar energías a enfrentarnos las unas a las otras cuando la ultraderecha cuenta con recursos para poner anuncios en el metro cuestionando nuestro derecho al aborto. Y para todo lo anterior, es necesario construir estructuras democráticas feministas acordes con el cada vez creciente número de mujeres politizadas en el feminismo, para que la reacción patriarcal que ya llevamos sufriendo varios años no nos arrastre con la resaca de la ola. Sólo así podremos construir pensamiento y praxis colectiva para pasar a la ofensiva, parar los pies a la ultraderecha y construir alternativas a la crisis climática que nos acecha.

Notas:

*Inés Morales Perrín es politóloga especializada en género.

La dominación no necesita para existir sólo el uso de la fuerza, sino que exige también reconocimiento. Dicho de otro modo: para obedecer se requiere coerción y consenso. La forma institucional e íntima que adopta hoy la dominación de las mujeres bajo el capitalismo neoliberal es ilustrativa al respecto. El capitalismo en esta fase está organizado a través de la división sexual del trabajo. Para ello, está orientado a maximizar las tasas de ganancia del capital transformando a las mujeres en seres a las que se expropia trabajo, tiempos y afectos, explota su fuerza de trabajo y hace de sus cuerpos un nicho rentable de negocio. Invisibilizar el conflicto derivado de poner muchas vidas al servicio de la acumulación de capital es el modo de borrar cualquier posibilidad de disidencia. Pero, además, se ha de disponer de mecanismos efectivos de socialización, con sus correspondientes incentivos y castigos, que produzca correctamente identidades femeninas que consientan. No hay capitalismo sin explotación y no hay explotación sin consentimiento. La violencia siempre es el plan B.

La coacción estructural en la que se desarrolla la vida de las mujeres es muy sofisticada y su conversión en sentido común esconde aún más sus rasgos. Por eso resultan comprensibles las dificultades que siguen teniendo muchas mujeres para deslegitimar el mandato recibido. Su desobediencia implica no sólo rechazar la forma patriarcal de organizar la vida bajo el capitalismo neoliberal, sino también rechazar cómo se entienden a sí mismas. De ahí que las estrategias del movimiento feminista siempre hayan estado dirigidas tanto a captar la mente de las mujeres e impulsar su empoderamiento individual y colectivo, como a hacer visible públicamente los intereses ocultos en la sujeción de las mujeres e incidir en el rumbo de los cambios estructurales. Es decir, la desobediencia, sea como fuere que la definamos, es indisoluble del feminismo como movimiento social y propuesta política emancipatoria.

De hecho, la historia de su acción colectiva es la constatación de un cuestionamiento permanente a las reglas establecidas que siempre tuvo como resultado democratizar los consensos previamente establecidos. Desafiantes y enormemente creativas, las acciones desplegadas en los momentos de mayor visibilidad, las olas feministas, constituyen un legado ineludible del que seguimos tirando para redefinir las fronteras de los potenciales nuevos consensos. En ese amplio repertorio hallamos las formas más convencionales de participación y acción como la huelga, el llamado al boicot, las concentraciones o manifestaciones. Pero, también, transgresiones de la legalidad sea por hacer lo prohibido o por no hacer lo ordenado. Este quehacer ilícito forma parte de la cadena genética del feminismo como muestra que fueran las sufragistas del siglo XIX quienes materializaron la desobediencia civil como filosofía y estrategia, o los ejercicios de apología, auto-imputación e inducción al delito practicados por las feministas a finales de los 70, exigiendo el derecho al aborto, la despenalización del adulterio o la legalización de los anticonceptivos, sin olvidar su solidaridad con las mujeres encarceladas por los denominados “delitos específicos” y no amnistiadas. Sus acciones han buscado no sólo activar la dimensión movilizadora, sino también, cuestionar la legitimidad existente, desplegar una vasta red de información, apoyo material y vital, y crear espacios participativos que facilitaran la construcción de identidades colectivas.

Desde esta memoria democrática ¿qué forma adquiere el carácter desobediente de esta cuarta ola feminista del siglo XXI?

En 2011 irrumpían las italianas al grito de “Se non ora quando?” y tras ellas hasta la actualidad, millones de mujeres en decenas de países han desbordado todas las previsiones en manifestaciones multitudinarias que ha utilizado la solidaridad como arma: “Hermana, yo si te creo”, “Juana está en mi casa”, “Ni una menos”, “Vivas nos queremos”. Y también han centrado su cuerpo reivindicativo en las violencias machistas, especialmente la sexual, así como en la justicia reproductiva. Y han utilizado las redes sociales como dispositivo de articulación y como altavoz de unas denuncias que convulsionaban el mundo del espectáculo y los medios en EEUU con el #Me too. Ese sentir se expandía por España, gracias a periodistas valientes y al coraje de tantas mujeres cansadas del silencio, con el #Cuéntalo, en el que más de un millón de mujeres contarían las agresiones sexuales sufridas.

A partir de 2017 estas movilizaciones empiezan a articularse coordinadamente a escala planetaria en torno al 8 de marzo. La gran herramienta canalizadora de la movilización, y al tiempo punto de ruptura, será la huelga, que visibilizará el diálogo y la alianza transversal que el feminismo ha sabido articular con las protestas de la época. Esto es lo que la última gran huelga feminista en la España de 2019 reivindicaba: “la vida en el centro” y explicitaba: que “la rebeldía y la lucha contra la alianza entre el patriarcado y el capitalismo que nos quiere obedientes, sumisas y calladas”, muestra la conexión con todos los movimientos que surgen como respuesta a las políticas de ajuste que se ponen en marcha a partir del estallido financiero del 2008. Una respuesta que ya había sorprendido, como señala Susan Watkins, por el resurgir de un feminismo militante. Porque este feminismo capilar ya se había dejado oír con fuerza en las acampadas que ocuparon espacios públicos emblemáticos como la Puerta del Sol en Madrid y Occupy Wall Street en New York en 2011, de la misma manera que venía desde el sur reclamando una crítica al colonialismo desde las primaveras árabes con el epicentro simbólico en la Plaza Tahir de El Cairo. No debemos olvidar que tiene razón Boaventura de Sousa Santos cuando recuerda que, al otro lado de la línea abismal, la apropiación y la violencia son la respuesta a las reclamaciones, que en muchos lugares incorporan a la represión, las violaciones como una forma sistemática de castigo.

La agenda feminista se amplía y se conecta con todas las luchas que se están dando en la esfera de la reproducción social: con las mareas sanitarias y educativas, con las y los pensionistas, con la plataforma anti-desahucios, con las mareas de estudiantes contra el cambio climático, etc. De ahí que las autoras del “Manifiesto de un feminismo para el 99%” planteen que las huelgas feministas forman parte de una nueva lucha de clases que, por primera vez, incluye las luchas por la reproducción social. La clase ya no serían solo las relaciones que explotan directamente “el trabajo”, sino también las relaciones que lo posibilitan y lo sostienen. Ni la clase ni tampoco la huelga volverán a ser nunca más igual. Se reinventa tanto conceptualmente con en las nuevas formas de hacerla: durante 24 horas como un paro laboral, de cuidados, de consumo y estudiantil.

Sin duda, la huelga es la principal herramienta que está movilizando y guiando las propuestas de transformación social en esta cuarta ola feminista. Acompañándola antes y después de estas, un sinfín de acciones militantes continúan cotidianamente logrando impactar sobre la realidad social con éxito. La elección de la estrategia depende de la correlación de fuerzas en la que se desarrolla el conflicto, o de la relevancia de las alianzas para lograr un impacto capaz de abrir grietas en la legitimidad del orden. Ahí está un sindicalismo de nuevo tipo, el bio-sindicalismo como lo llama Yayo Herrero, de las cuidadoras profesionales de residencias de Gipuzkoa y Bizkaia, que está logrando en alianza con las familias de las personas cuidadas no sólo mejorar sus condiciones laborales, sino, también, visibilizar la relevancia social de un trabajo emergente que sostiene las vidas cuando ésta ya está llegando a su fin.

También sabemos que no obedecer es abrir las puertas al sacrificio y las personas tenemos un fuerte instinto de supervivencia. Quizá, por eso, no es fortuito que la desobediencia civil de la época la estén protagonizando quienes ya han perdido un techo bajo el que cobijarse: la Plataforma de afectados por la hipoteca (PAH), impulsando la ocupación individual y colectiva de viviendas vacías y preferiblemente de entidades financieras.

En definitiva, hoy existe un potencial bloque histórico desobediente, articulado a escala planetaria, con enorme capacidad para abrir paso a profundas transformaciones del capitalismo neoliberal, de la institucionalidad y de la legalidad que lo sostiene. Un potencial bloque histórico que, camino de su consolidación, está reinventando las estrategias de acción colectiva. El movimiento feminista está haciendo de faro y se coloca a la vanguardia de un bloque que articula proyectos capaces de cambiar las sociedades de arriba abajo. Cuando esto pasa, el poder puede bien tratar de solventar las demandas, bien incrementar la criminalización, la represión y la propaganda, o bien prepararse para salir de la posición de mando. En España, todas estas posibilidades están encima de la mesa. Sólo los gobiernos que tras este ciclo electoral incorporen las voces de las fuerzas políticas que se están haciendo eco de una desobediencia feminista histórica con un fuerte carácter anticapitalista y son garantía de articular un programa de transición centrado en la garantía de la reproducción social, van a poder sacarnos del atolladero en el que la vida futura ha dejado de ser una distopía ficcionada.

moderado por:

  • Lourdes Lucía

    Abogada y editora

  • Ana Barba

    Edafóloga, activista social y política por la democracia participativa, el feminismo y la ecología.

  • Paloma Bravo

    Graduada en Ciencias Politicas (UCM), activista social y estudiantil

Un fantasma recorre Europa, y nosotras le llamamos camarada. El leve aleteo de las alas de una mariposa se siente ya en cualquier parte del mundo y se multiplica como un eco.

I

13 de febrero de 2011: “Se non ora quando?”. Todas las ciudades italianas acogieron una masiva movilización de mujeres que luchaban por su reconocimiento y su dignidad, y contra su cosificación como objetos de intercambio sexual.

21 de enero de 2017: Women´s March. La movilización más multitudinaria en Estados Unidos desde la guerra de Vietnam comenzó en Washington y tuvo una auténtica “hermanada”, casi 700 marchas hermanas en todo el mundo. Con esta Marcha se quiso rememorar la Marcha de un Millón de Mujeres celebrada en 1997 en Filadelfia, en la que participaron centenares de miles de mujeres afroamericanas. Hoy se ha articulado alrededor de la Women´s March Global y mueve una gran marea de reivindicaciones feministas.

3 de junio de 2015. “Ni una menos” #Niunamenos. La movilización de las mujeres ocupa 80 ciudades argentinas contra las violencias machistas y el feminicidio. En 1995, la mexicana Susana Chávez utilizó el lema “Ni una mujer menos, ni una muerta más” para protestar por los feminicidios en Ciudad Juárez. Chávez fue después una víctima de feminicidio (2011). Su lema fue propuesto por la argentina Vanina Escales para la maratón de lectura del 26 de marzo de 2015, dando nombre, finalmente, a la movilización del 3 de junio de ese mismo año. El impulso no perdió fuerza y se repitió en años sucesivos: el 3 de junio de 2016 #Vivasnosqueremos y el 3 de junio de 2017 Basta de violencia machista y complicidad estatal. Hoy se ha extendido como una gran mancha de aceite en otros países latinoamericanos como Chile, Uruguay, Perú y México.

8 de marzo de 2017. El desborde feminista en España “Ni una menos, nos queremos vivas”, “Ni un paso atrás”, es la traducción ibérica de una alianza mundial. A partir de ese 8 de marzo, las promotoras de la Asamblea Feminista se reúnen el 8 de cada mes para generar las condiciones que este año nos llevarán, sin ninguna duda, a una movilización sin precedentes: #HaciaLaHuelgaFeminista, “Si nosotras paramos todo se para”, “Paramos para cambiarlo todo”, “Juntas somos más”. Las mujeres, unidas, combativas y rebeldes, no son solo una agregación o una suma de mujeres.

II

En España las mujeres sufren más paro, más jornadas parciales, una abultada brecha salarial (aunque su nivel formativo es superior al de los varones), una vejez más depauperada, mayor discriminación en el empleo, y un trabajo de cuidados no remunerado que nuestro sistema productivo ni siquiera podría pagar (Pérez Orozco, Carrasco, Pazos, Gálvez); sufren la falta de paridad en los órganos de poder y una escasa representación en los puestos de responsabilidad y dirección (Valcárcel, Amorós); ven mermados sus derechos sexuales y reproductivos, ahora en riesgo de regresividad, gracias, entre otras cosas, al recurso de inconstitucionalidad que el PP presentó contra la vigente ley del aborto y cuya ponencia ha recaído sobre un magistrado afín; y son víctimas de una violencia física, sexual y económica, tan cruel como pertinaz, con la que no ha logrado acabar nuestra estrechísima Ley de Violencia de Género (Bodelón, Montero, Gimeno).

La Ley se ha topado en estos años con recortes brutales, con trabas en la asistencia letrada a las mujeres, con turnos judiciales infradotados y desiguales en función de la residencia de la víctima, con la falta de especialización y de formación del personal de justicia, y con un sistema probatorio dantesco que obliga a las mujeres a demostrar no sólo que han sufrido una agresión, sino que tal agresión es el fruto de una dominación machista y reiterada. De hecho, en España, el problema no ha sido nunca el de las denuncias falsas de la popular mitología machista sino más bien que se ha denunciado poco, que cada vez hay más renuncias a las denuncias, y que, cuando se ha denunciado, ni las víctimas, ni sus hijos/as, han recibido suficiente protección.

La Ley de Violencia de Género ha sido la Ley más resistida de España en el ámbito judicial, y no ha podido evitar que casi 1000 mujeres hayan sido asesinadas desde 2002-2003, ni que un 1.4 millones de mujeres y niñas hayan sido víctimas de violencia sexual. Los casos de Diana Quer, Nagore Lafagge o de “la manada”, han demostrado, además, que esa resistencia es compartida por una buena parte de la sociedad. La parte que desplaza la responsabilidad de ellos a ellas, las culpabiliza por lo que les sucede, y pone en duda la credibilidad de sus testimonios. Lamentablemente, y a pesar del Convenio de Estambul, el Pacto de Estado contra la Violencia de Género, aprobado hace unos meses en el Congreso, no ha contemplado ni los derechos ni la reparación de estas víctimas, pero ni en España, ni en el resto del mundo, se han podido acallar sus voces.

El movimiento #MeToo, como otros antes, ha roto bruscamente el silencio cómplice y encubridor que se había instalado alrededor de las agresiones sexuales y la cultura de la violación (Despentes), generando una onda imparable de sororidad digital; las movilizaciones en lugares tan alejados como Chile, Polonia o Turquía, han puesto el acento en las dimensiones pandémicas de la violencia machista. En 2014, solo en la UE se contabilizaban 13 millones de mujeres entre las víctimas de violencia física, y 3.7 millones, entre las de violencia sexual (una de cada 20 mujeres declaraba haber sido violada antes de los 15 años de edad).

III

La emergencia global feminista frente a todas las violencias machistas (física, psíquica, sexual, social, cultural y/o simbólica), con las que se intenta continuamente laminarnos, ha sido también la respuesta de las mujeres a las opciones políticas que han colonizado las instituciones con planteamientos agresivos y excluyentes, en los que el machismo y la misoginia han jugado un papel decisivo: frente a Trump y sus agresiones verbales, frente a Macri, Erdogan o la Rusia de Putin. Si en 2008 eclosionó la movilización mundial contra los recortes y la ideología de la austeridad; contra la depauperación, la precarización y la desposesión a la que tal ideología nos condujo, y contra la ausencia de una respuesta institucional que pudiera contenerla, no hay duda de que estos últimos años han sido los años de las mujeres.

El feminismo ha desmontado las falacias meritocráticas que han alimentado un sinfín de gobiernos conservadores y neoliberales; se ha alzado contra el desmantelamiento de las políticas sociales, el abierto desdén por las acciones afirmativas, la tajante división público-privado, la exclusiva protección de la familia heteropatriarcal, la conservación de la cultura en su versión más reaccionaria, la alianza con las Iglesias y los poderes establecidos, la protección de las élites o el clasismo racializado, todas ellas marcas indelebles de unas propuestas políticas que, o bien niegan las estructuras patriarcales de dominación, o bien no encuentran nada de malo en ellas.

IV

El feminismo universalizado en esta última década ha girado, además, alrededor de la centralidad del cuerpo de las mujeres, un campo de batalla violentado y agredido por la barbarie capitalista y patriarcal (Segato), pero también la última frontera en la conformación/deconstrucción de sus identidades y la reivindicación de sus derechos (Wittig, De Lauretis, Serano). Y ha sido esta centralidad del cuerpo la que ha llevado a algunas feministas a poner en valor la experiencia del inacabamiento, la finitud y la fragilidad (Nussbaum); la de vivir inmersas en un nudo de relaciones concretas que visibiliza nuestra inter/ecodependencia.

Este feminismo ha reivindicado, entre otras cosas, el cuidado como una virtud cívica y un deber público de civilidad, colocando en primer plano las prácticas feministas, la experiencia y el aprendizaje de las mujeres (Del Olmo).

Desde la ética del cuidado (Gilligan), la autonomía no se concibe como inmunidad o autosuficiencia, fruto de experiencias psicológicas estrictamente subjetivas, estrictamente solipsistas, sino como el resultado de sinergias relacionales, en permanente estado de regeneración, reflexión, revisión y diálogo (L. Gil, Béjar). La diferenciación no se entiende como separación o fragmentación sino como un modo particular de estar conectada con las otras. La autonomía es, aquí, sinónima de capacidad distintiva; la capacidad de crear y transformar las condiciones de la existencia y la vida propia en un mundo común. Y el cuidado no se percibe solo en su dimensión material sino también inmaterial, de ahí que se haya hablado de una política de los afectos. Por supuesto, no se trata aquí de apelar a las relaciones de cuidado generadas en la desigualdad, sino de pensar en los cuidados como una palanca de transformación social. Y aunque no faltan quienes han conectado este discurso con la trascendencia de la maternidad (también en su dimensión normativa), esta conexión no ha de verse necesariamente en un código reaccionario. La relevancia de la “madre” como sujeto político se ha articulado desde posiciones constructivistas, materialistas y deconstructivistas, entre otras, y ha estimulado un largo debate que, por fortuna, no acaba de cerrarse (Chodorow, Muraro, Merino, Llopis).

Lo cierto es que si hoy el norte no percibe la grave crisis de cuidados que le devora, es porque esta responsabilidad social ha recaído sobre un contingente de mujeres migrantes. Mujeres que cuidan a nuestrxs hijxs, nuestros dependientes, nuestrxs mayores, y que dejan a lxs suyxs al cuidado de otras mujeres. Mujeres que suplen la ausencia de las instituciones y la irresponsabilidad de los varones, nutriendo nuestros vínculos, mientras debilitan los suyos, y que generan una plusvalía afectiva y emocional que no podemos siquiera calcular. Estas mujeres precarizadas, explotadas, invisibilizadas, revictimizadas una y mil veces, viven conectando dos espacios territorialmente discontinuos, uno aquí y uno allí, tejiendo redes materiales y cultivando un imaginario de cariño en la distancia. Gracias a ellas podemos nosotras acceder a un trabajo remunerado en mejores condiciones, tener hijxs, criarlxs, educarlxs, “conciliar”, habilitar un mundo en el que la dependencia no sea un estigma invalidante, y hasta disfrutar de una casa ordenada, limpia y apacible; gracias a ellas podemos comprar el tiempo que nos roba un sistema patriarcal y depredador, y hacerlo a un coste bajo o accesible.

La crisis de los cuidados que sufrimos en el norte se amortigua con las crisis endémicas del sur, con contingente de mujeres que llegan trabajosamente desde otros lugares, enfrentando graves dificultades para arraigarse y regularizarse, y que son tratadas como infraciudadanas y como inframujeres. Este trasvase del cuidado de unas manos femeninas a otras, está estructurado por la clase social, la etnicidad y la raza, genera desigualdad intragénero, refuerza el rol pasivo del varón, y apuntala el sistema capitalista y misógino que acaba con todas nosotras (Sassen, Benhabib, Anzaldúa, Lugones).

V

La misma violencia que nos desposee a todas de nuestras relaciones, que nos fragmenta, nos divide y nos disocia, hasta de nosotras mismas, es también la que acaba con nuestros territorios y con los recursos naturales a los que debemos nuestra subsistencia (Shiva, Herrero, Puleo). El colapso civilizatorio que hoy padecemos, y que se muestra en el cambio climático, el fin de la biodiversidad, la tortura animal, la crisis alimentaria, el expolio de los territorios y sus cultivos, entre otras cosas, muestra también los efectos devastadores de esos valores masculinos asociados al crecimiento desenfrenado, el egoísmo como presupuesto racional, el individualismo, el narcisismo, la competitividad como motor del “bienestar”, el “progreso”, la visión lineal del tiempo. Y en todas partes del mundo, las mujeres resisten a diario frente al expolio de los comunes (Federici), defendiendo la reproducción de la vida, con todos los nudos materiales e inmateriales de los que depende nuestra misma posibilidad de ser.

VI

En fin, en el cuidado se asume nuestra radical vulnerabilidad y la normalidad de la dependencia, intentando eliminar su estigma negativo para concebirla como un rasgo necesario y universal de las relaciones humanas, por eso, en esta construcción, las necesidades no puedan desligarse de los bienes relacionales, ni de las deudas de vínculo que hemos contraído con las otras. Esta epistemología arraigada en las vivencias y en los saberes situados que hemos extraído de ellas (Haraway), ha sido una fuente indudable de cambio, porque entiende que la única manera coherente de hacer acotaciones teóricas generales consiste en tomar conciencia de que estamos realmente localizadxs en algún lugar específico (Spivak, Braidotti, Rich). De hecho, como se ha dicho en muchas ocasiones, ha sido el discurso experto el que ha contribuido al sometimiento de las mujeres, eliminando los instrumentos que tenía a su alcance para canalizar sus protestas.

VII

De manera que los derechos que reivindican las mujeres y su resistencia frente a la violencia sistémica están fuertemente enraizados en su experiencia relacional y en una construcción que apela más a las vivencias concretas y colectivas, que a la abstracción y la formalidad propias del androcentrismo jurídico (Mackinnon) y el discurso clásico de los derechos (Facio, Held). Las mujeres hemos comprendido que la lucha por acceder al poder y a la riqueza en condiciones de igualdad, no podía desvincularse de nuestra diferencia (Young) ni de un horizonte de emancipación en el que tuviera cabida un nosotras plural (Fraser, Butler). Y este discurso anclado en la subjetividad, nos ha permitido subvertir los códigos culturales dominantes, situándonos más cómodamente en un universo posthegemónico que en el de las rígidas ideologías y los grandes relatos. Si hay algo que el feminismo ha dejado claro es que no son los macrorrelatos los que hoy motivan, movilizan y socializan.

VIII

La revolución feminista que está en marcha será el origen de una larga noche para muchos, pero nuestra fortaleza consiste en haber respondido a la exclusión simplificadora y homogeneizante del unipoder, con dosis cada vez más ricas de complejidad e interseccionalidad (Vasallo); en sabernos diferentes y sentirnos cómodas compartiendo un horizonte común de transformación social, cultural y de sensibilidad. Las mujeres hemos logrado construir una narrativa cultural propia partiendo de una polifonía de voces y de una arqueología de lo común; asumiendo las contradicciones y la contingencia con ese pensamiento contextual y enraizado que tan bien representó bell hooks y en el que se conjugaba sin problemas la realidad relacional y el desafío al canon de la semántica hegemónica.

La clave de nuestra resistencia es la de no haber simplificado nuestros ecosistemas, la de haber logrado caminar, paso a paso, la inconclusa senda de nuestra propia construcción, contrastando, releyendo y superando nuestras diferentes identidades, y disputando sin descanso el relato y el imaginario colectivo (Woolf, Millett, Lorde, Freixas). Frente a lo uno, las muchas. Mientras no pueda hablarse de un feminismo en singular, la victoria será nuestra.

IX- inacabado

Venceremos, porque en cada jardín habrá un rumor de bosque.