La dominación no necesita para existir sólo el uso de la fuerza, sino que exige también reconocimiento. Dicho de otro modo: para obedecer se requiere coerción y consenso. La forma institucional e íntima que adopta hoy la dominación de las mujeres bajo el capitalismo neoliberal es ilustrativa al respecto. El capitalismo en esta fase está organizado a través de la división sexual del trabajo. Para ello, está orientado a maximizar las tasas de ganancia del capital transformando a las mujeres en seres a las que se expropia trabajo, tiempos y afectos, explota su fuerza de trabajo y hace de sus cuerpos un nicho rentable de negocio. Invisibilizar el conflicto derivado de poner muchas vidas al servicio de la acumulación de capital es el modo de borrar cualquier posibilidad de disidencia. Pero, además, se ha de disponer de mecanismos efectivos de socialización, con sus correspondientes incentivos y castigos, que produzca correctamente identidades femeninas que consientan. No hay capitalismo sin explotación y no hay explotación sin consentimiento. La violencia siempre es el plan B.
La coacción estructural en la que se desarrolla la vida de las mujeres es muy sofisticada y su conversión en sentido común esconde aún más sus rasgos. Por eso resultan comprensibles las dificultades que siguen teniendo muchas mujeres para deslegitimar el mandato recibido. Su desobediencia implica no sólo rechazar la forma patriarcal de organizar la vida bajo el capitalismo neoliberal, sino también rechazar cómo se entienden a sí mismas. De ahí que las estrategias del movimiento feminista siempre hayan estado dirigidas tanto a captar la mente de las mujeres e impulsar su empoderamiento individual y colectivo, como a hacer visible públicamente los intereses ocultos en la sujeción de las mujeres e incidir en el rumbo de los cambios estructurales. Es decir, la desobediencia, sea como fuere que la definamos, es indisoluble del feminismo como movimiento social y propuesta política emancipatoria.
De hecho, la historia de su acción colectiva es la constatación de un cuestionamiento permanente a las reglas establecidas que siempre tuvo como resultado democratizar los consensos previamente establecidos. Desafiantes y enormemente creativas, las acciones desplegadas en los momentos de mayor visibilidad, las olas feministas, constituyen un legado ineludible del que seguimos tirando para redefinir las fronteras de los potenciales nuevos consensos. En ese amplio repertorio hallamos las formas más convencionales de participación y acción como la huelga, el llamado al boicot, las concentraciones o manifestaciones. Pero, también, transgresiones de la legalidad sea por hacer lo prohibido o por no hacer lo ordenado. Este quehacer ilícito forma parte de la cadena genética del feminismo como muestra que fueran las sufragistas del siglo XIX quienes materializaron la desobediencia civil como filosofía y estrategia, o los ejercicios de apología, auto-imputación e inducción al delito practicados por las feministas a finales de los 70, exigiendo el derecho al aborto, la despenalización del adulterio o la legalización de los anticonceptivos, sin olvidar su solidaridad con las mujeres encarceladas por los denominados “delitos específicos” y no amnistiadas. Sus acciones han buscado no sólo activar la dimensión movilizadora, sino también, cuestionar la legitimidad existente, desplegar una vasta red de información, apoyo material y vital, y crear espacios participativos que facilitaran la construcción de identidades colectivas.
Desde esta memoria democrática ¿qué forma adquiere el carácter desobediente de esta cuarta ola feminista del siglo XXI?
En 2011 irrumpían las italianas al grito de “Se non ora quando?” y tras ellas hasta la actualidad, millones de mujeres en decenas de países han desbordado todas las previsiones en manifestaciones multitudinarias que ha utilizado la solidaridad como arma: “Hermana, yo si te creo”, “Juana está en mi casa”, “Ni una menos”, “Vivas nos queremos”. Y también han centrado su cuerpo reivindicativo en las violencias machistas, especialmente la sexual, así como en la justicia reproductiva. Y han utilizado las redes sociales como dispositivo de articulación y como altavoz de unas denuncias que convulsionaban el mundo del espectáculo y los medios en EEUU con el #Me too. Ese sentir se expandía por España, gracias a periodistas valientes y al coraje de tantas mujeres cansadas del silencio, con el #Cuéntalo, en el que más de un millón de mujeres contarían las agresiones sexuales sufridas.
A partir de 2017 estas movilizaciones empiezan a articularse coordinadamente a escala planetaria en torno al 8 de marzo. La gran herramienta canalizadora de la movilización, y al tiempo punto de ruptura, será la huelga, que visibilizará el diálogo y la alianza transversal que el feminismo ha sabido articular con las protestas de la época. Esto es lo que la última gran huelga feminista en la España de 2019 reivindicaba: “la vida en el centro” y explicitaba: que “la rebeldía y la lucha contra la alianza entre el patriarcado y el capitalismo que nos quiere obedientes, sumisas y calladas”, muestra la conexión con todos los movimientos que surgen como respuesta a las políticas de ajuste que se ponen en marcha a partir del estallido financiero del 2008. Una respuesta que ya había sorprendido, como señala Susan Watkins, por el resurgir de un feminismo militante. Porque este feminismo capilar ya se había dejado oír con fuerza en las acampadas que ocuparon espacios públicos emblemáticos como la Puerta del Sol en Madrid y Occupy Wall Street en New York en 2011, de la misma manera que venía desde el sur reclamando una crítica al colonialismo desde las primaveras árabes con el epicentro simbólico en la Plaza Tahir de El Cairo. No debemos olvidar que tiene razón Boaventura de Sousa Santos cuando recuerda que, al otro lado de la línea abismal, la apropiación y la violencia son la respuesta a las reclamaciones, que en muchos lugares incorporan a la represión, las violaciones como una forma sistemática de castigo.
La agenda feminista se amplía y se conecta con todas las luchas que se están dando en la esfera de la reproducción social: con las mareas sanitarias y educativas, con las y los pensionistas, con la plataforma anti-desahucios, con las mareas de estudiantes contra el cambio climático, etc. De ahí que las autoras del “Manifiesto de un feminismo para el 99%” planteen que las huelgas feministas forman parte de una nueva lucha de clases que, por primera vez, incluye las luchas por la reproducción social. La clase ya no serían solo las relaciones que explotan directamente “el trabajo”, sino también las relaciones que lo posibilitan y lo sostienen. Ni la clase ni tampoco la huelga volverán a ser nunca más igual. Se reinventa tanto conceptualmente con en las nuevas formas de hacerla: durante 24 horas como un paro laboral, de cuidados, de consumo y estudiantil.
Sin duda, la huelga es la principal herramienta que está movilizando y guiando las propuestas de transformación social en esta cuarta ola feminista. Acompañándola antes y después de estas, un sinfín de acciones militantes continúan cotidianamente logrando impactar sobre la realidad social con éxito. La elección de la estrategia depende de la correlación de fuerzas en la que se desarrolla el conflicto, o de la relevancia de las alianzas para lograr un impacto capaz de abrir grietas en la legitimidad del orden. Ahí está un sindicalismo de nuevo tipo, el bio-sindicalismo como lo llama Yayo Herrero, de las cuidadoras profesionales de residencias de Gipuzkoa y Bizkaia, que está logrando en alianza con las familias de las personas cuidadas no sólo mejorar sus condiciones laborales, sino, también, visibilizar la relevancia social de un trabajo emergente que sostiene las vidas cuando ésta ya está llegando a su fin.
También sabemos que no obedecer es abrir las puertas al sacrificio y las personas tenemos un fuerte instinto de supervivencia. Quizá, por eso, no es fortuito que la desobediencia civil de la época la estén protagonizando quienes ya han perdido un techo bajo el que cobijarse: la Plataforma de afectados por la hipoteca (PAH), impulsando la ocupación individual y colectiva de viviendas vacías y preferiblemente de entidades financieras.
En definitiva, hoy existe un potencial bloque histórico desobediente, articulado a escala planetaria, con enorme capacidad para abrir paso a profundas transformaciones del capitalismo neoliberal, de la institucionalidad y de la legalidad que lo sostiene. Un potencial bloque histórico que, camino de su consolidación, está reinventando las estrategias de acción colectiva. El movimiento feminista está haciendo de faro y se coloca a la vanguardia de un bloque que articula proyectos capaces de cambiar las sociedades de arriba abajo. Cuando esto pasa, el poder puede bien tratar de solventar las demandas, bien incrementar la criminalización, la represión y la propaganda, o bien prepararse para salir de la posición de mando. En España, todas estas posibilidades están encima de la mesa. Sólo los gobiernos que tras este ciclo electoral incorporen las voces de las fuerzas políticas que se están haciendo eco de una desobediencia feminista histórica con un fuerte carácter anticapitalista y son garantía de articular un programa de transición centrado en la garantía de la reproducción social, van a poder sacarnos del atolladero en el que la vida futura ha dejado de ser una distopía ficcionada.