1917

Guillem Santacruz Gómez

Hay momentos sublimes, noches de fuego, campos inmensos, la confirmación de que para transmitir el miedo y la nada a la que debían enfrentarse los soldados basta con un espacio devastado en que abundan el silencio y el vacío.

1918 marca un punto de ruptura en Europa, es la fecha del comienzo de la decadencia moral y espiritual de una cultura entera que desde entonces tratará de reconstruirse en una operación casi de cirugía estética similar a las que se realizaban a algunos soldados después de esa fecha, a los que se reconstruía el rostro y se colocaban prótesis en el lugar de los miembros amputados. Es también el final de lo que Eric Hobsbawm llamó siglo largo, que culminó en una guerra que partió en pedazos nuestra cultura.

Un año antes de esta fecha, en 1917, que es también el título de la película, dos soldados británicos reciben la misión de alcanzar a un destacamento de 1600 hombres que está a punto de caer en una trampa planeada por los alemanes y que acabará en masacre y carnicería. En abril de ese año, es plena primavera, las flores de los cerezos cubren el suelo como si se tratara de una nieve suave y colorida, y los soldados continúan esperando “La Gran Ofensiva”, ese momento de ruptura que les permita ganar la guerra y volver a tiempo a casa para celebrar la Navidad.

El triunfo de la película en los Globos de Oro ha sido notable, y viendo la película se comprende la razón de este éxito. Las interpretaciones son admirables, así como los escenarios. Más allá del rigor histórico y una historia que mantiene en vilo al espectador hasta el final, hay momentos sublimes, noches de fuego, campos inmensos, la confirmación de que para transmitir el miedo y la nada a la que debían enfrentarse los soldados basta con un espacio devastado en que abundan el silencio y el vacío. Como la imagen que tomó Roger Fenton en la guerra de Crimea (1853-1855) en que, para resumir una batalla, y debido a lo trabajoso de transportar todo el equipo fotográfico de la época, decide fotografiar un cráter que había abierto la artillería.                  

El argumento está bien trenzado, pero los diálogos a veces caen en una épica un tanto fingida que complementa el mensaje patriótico anglosajón al que estamos acostumbrados en este tipo de películas. Sin embargo, hay también momentos en los que los personajes dialogan sobre aspectos que, en un primer momento, parecen no tener importancia, incluso poéticos, pero que acaban siendo los que mejor explican la naturaleza de su aventura y del conflicto. Este efecto es completo en lo que atañe a los escenarios y las imágenes más potentes. No se ve ninguna bandera, pero la recreación del paisaje bélico y humano es perfecta. A esto se suma el uso del punto de vista, que consigue que el espectador descubra el espacio que lo rodea al mismo tiempo que los personajes.

Por último, hay que poner el foco de atención en el doblaje de la película, francamente deficiente. Hay ocasiones en los que los dos protagonistas están de espaldas y no se sabe quien habla, ya que las voces son tan impersonales que cualquiera de ellas valdría para cualquiera de los actores. Se recomienda, por lo tanto, ver la película en versión original. Persiste la sensación, después de verla doblada, en que te has perdido algo y que no has disfrutado de las interpretaciones tanto como lo podrías haber hecho.

En cualquier caso, 1917 consigue recrear excelentemente el horror y el sinsentido de una guerra que cambiaría para siempre la sociedad europea. La película permanecerá en la memoria del espectador como un enorme cráter del que no se puede ver el fondo.