Caballo sea la noche, Alejandro Morellón, Barcelona, Candaya, 2019
El título del libro hace referencia a unos versos de Roy Sigüenza que ya aparecen en la novela de Mónica Ojeda, Mandíbula (Candaya, 2018) y que parecen querer expresar el desbocamiento de los personajes, su deseo por fundirse con una realidad absoluta, en que lo sensual y lo nocturno sirven de montura. Los personajes de Alejandro Morellón (como también los de Ojeda) acarician la frontera entre lo innombrable y lo que puede ser dicho, una caricia que va desde la experiencia del lenguaje hasta la experiencia más carnal y mundana.
Caballo sea la noche cuenta la historia de una familia que una vez fue feliz, pero que ahora sufre, irreconocible y desfigurada. Allí donde antes brillaba el Sol y los dos hijos disfrutaban junto a sus padres, en la actualidad ya solo queda una bruma y un silencio pesado que únicamente rompen las voces de los personajes. Una voz que podría pertenecer a otro o que podría no existir, ser eliminada y de la que, por lo tanto, dudan. Una voz que es su conciencia, un torrente de frases, imágenes y comas en las que, por acumulación de recuerdos, sensaciones y reflexiones, la madre y Alan, el hijo pequeño, van narrando su pasado y su presente. Hay algo que permanece oculto entre ellos, eso que provocó una fisura terrible en la familia, aquello que la destruyó y ha convertido a sus supervivientes en fantasmas silenciosos, fantasmas que no logran comunicarse y que permanecen inmóviles. Ese hecho que quiebra la vida familiar y cotidiana también consigue enmudecer al lector durante las páginas finales.
Tiene la novela una gran riqueza de imágenes que, junto a oportunas reflexiones sobre la palabra y el lenguaje configuran una novela o un poema o un cuento intenso y fulgurante. La historia, además, tomada desde el punto de vista argumental, consigue mantener al lector pendiente del próximo capítulo, no satisfecho su apetito por saber hasta que llega al final, que resulta de lo más satisfactorio.
La novela (o poema o cuento) se constituye como un magnífico ejemplo de lo que Robert Walser llamó literatura enferma en El bandido. Morellón, a pesar del desconsuelo, el silencio y el terror que animan el texto, reserva unas gotas de esperanza para el final, un futuro en el que un caballo blanco nos aguarda para que lo montemos, para simbolizarnos y fundirnos en su imagen como jinetes extraviados pero felices. Esa literatura enferma, que no es sana, que los lectores sanos que solo leen libros sanos parecen ignorar, nos aporta consuelo vital, y esto ya es bastante. Como también hace Walser, hay que pedir a los lectores sanos que se acerquen a los libros enfermos. Quizás puedan llegar a disfrutarlos, a descubrir un continente inmenso en el que la literatura adopta otro sentido. El mismo que el nuevo libro de Morellón tiene y a cuya lectura debemos invitar. Caballo sea la noche y que lo lectores se adentren en sus páginas….