Amazonas versus devastación

Almudena Hernando Gonzalo

Arqueóloga y catedrática de Prehistoria en la Universidad Complutense de Madrid. Autora de 'La fantasía de la individualidad' (Traficantes de sueños)

Foto de Nareeta Martin en Unsplash

En primavera de 2024 había llegado a mis manos un libro de más de 700 páginas, La caída del cielo. Memorias de un chamán yanomami (Capitán Swing), que tuve que poner en la cola de mis lecturas hasta que el verano me permitiera encontrar el tiempo y el reposo que no puedo encontrar durante el curso académico. Mientras tanto, una recensión me había llevado a comprar Amazonía. Viaje al centro del mundo (Salamandra) de la periodista y activista brasileña Eliane Brum, que decidí comenzar a leer (terminándolo antes de regresar a España) en el viaje de avión que me llevaría, en mayo de 2024, al Congreso Nacional de Arqueología de Colombia, celebrado en la Universidad del Magdalena, en Santa Marta, centrado en el análisis de la pertinencia (o no) de la arqueología en territorios indígenas.

El destino parecía estar tejiendo para mí un manto de hilos de diversos colores para seguir cobijando el deseo, siempre presente en mi vida, de conocer el complejísimo y bellísimo mundo de la Amazonía, al que por fin había llegado con un proyecto de investigación entre los Awá-Guajá desarrollado en el Estado de Maranhão (Brasil) entre 2005 y 2009.

Dejándome guiar por recomendaciones confiables y por una búsqueda que iba más allá de la intelectual, abordé también La vida no es útil, de Ailton Krenak (Eterna Cadencia), y sólo muy recientemente el que, sin embargo, se había publicado primero, Una trenza de hierba sagrada, de Robin Wall Kimmerer (Capitán Swing).

Todos estos libros reivindican la necesidad de recuperar el pensamiento indígena, que defiende nuestra pertenencia a la Tierra, y no al revés, y que ve a los otros seres también como “personas” (Robin W. Kimmerer) o incluso como “más que humanos” (Eliane Brum, siguiendo el concepto de David Abram de los años ‘90), haciendo depender nuestra supervivencia de su cuidado, y aventurando el colapso y la destrucción si no tomamos conciencia de ello.

Tanto Kimmerer como Krenak lo hacen desde un pensamiento más convencional a pesar de sus ideas transformadoras (Kimmerer es profesora en la Universidad Estatal de Nueva York (SUNY-ESF) y los indígenas krenak fueron expropiados de sus tierras en los años 60, sometidos a trabajos forzados y torturas por la dictadura militar brasileña). Pero tanto Davi Kopenawa (el chamán yanomami cuyas palabras recoge La caída del cielo) como Eliane Brum añaden perspectivas o formas de contar que les hacen particularmente originales en la defensa del mismo empeño. Debido al breve espacio del que dispongo, limitaré por ello mi comentario a los dos últimos.

Comenzaré diciendo que la originalidad de la propuesta de La caída del cielo radica en darnos a conocer la lucidez, complejidad y aplastante coherencia del pensamiento oral, tan inferiorizado y despreciado por el regido por la escritura que ha caracterizado el pensamiento ilustrado del mundo occidental. A través de la lucidísima mirada de un chamán y líder nato yanomami, Davi Kopenawa, y del esfuerzo de traducción (no solo de palabras, sino sobre todo conceptual y de estructura del relato) que hace Bruce Albert, antropólogo francés, comprometido vitalmente con la defensa de los yanomamis, el libro consigue transmitirnos, de forma comprensible para nuestra rígida y científica mente occidental, la manera de entender la realidad de una sociedad oral de caza-recolección.

Davi Kopenawa propone a Bruce Albert que registre sus palabras (grabadas en cientos de horas de conversación) para avisar al mundo del riesgo inminente de una nueva caída del cielo, que volvería a destruir al mundo (ya ocurrió una vez) si mueren los chamanes que lo pueden evitar. Se trata de un ejercicio excepcional de “autoetnografía anticolonial”, en la que el sujeto observado (Davi Kopenawa) aparece como primer autor, relatando el contacto colonial desde el punto de vista y la experiencia de los yanomamis, en un ejercicio de memoria histórica que no deja nada en el olvido (los primeros contactos, la llegada de los misioneros, de la FUNAI, de las invasiones mineras, de las epidemias y la muerte…).

La caída del cielo debería bastar para desmontar las arrogancias evolucionistas que suelen caracterizar las pretensiones de superioridad de la ciencia y de un pensamiento ilustrado que separa radicalmente la cultura de la “naturaleza”, convirtiendo a ésta en una esfera apropiable y expropiable, en pura mercancía, sin entender el vínculo profundo que nos conecta. Davi Kopenawa no habla en términos metafóricos sino literales cuando relata sus visiones chamánicas y el mundo de los xapiri que siempre le acompañan, o el acto de “volverse “otro”” con el polvo de la yakõana.

Con la intermediación conceptual de Albert, el relato de Kopenawa nos permite asomarnos (desde muy lejos, y muy superficialmente, pero con el asombro de estar en presencia de la “otredad”) a un relato construido desde los parámetros de la identidad relacional propia de la oralidad. Se trata de un texto completo, complejo, tan profundamente anticolonial que termina con una “contraantropología” del mundo blanco, en la que Davi Kopenawa critica los principales dominios culturales que, en su opinión, constituyen un escollo entre su mundo y el nuestro: mercancía, guerra, escritura y “naturaleza”.  Y no cabe otra cosa que darle la razón.

Por su parte, Eliane Brum toma también algunos aspectos de su propia vida como eje narrativo: su profesión de periodista de reconocido prestigio en São Paulo, sus viajes cada vez más frecuentes al Amazonas para luchar (y dar a conocer la lucha) contra la central hidroeléctrica de Belo Horizonte, en el río Xingú, territorio del pueblo kayapó, y contra el despojo de los pueblos ribereños, hasta decidir finalmente vivir en Altamira, una remota localidad del estado de Pará (Brasil), comprometida definitivamente con los pueblos-selva, con la selva-ser, con los seres más-que-humanos que la componen.

Si el relato de Davi Kopenawa nos permite asomarnos a la complejidad y coherencia de un pensamiento oral, el de Eliane Brum aporta reflexiones y tomas de postura (desde lo que el feminismo llamaría “pensamiento situado”) que a algunas personas les pueden parecer marginales al tema tratado, y que, sin embargo, en mi opinión, constituyen la clave más profunda de la deriva autodestructiva en la que nos encontramos. Y es que Eliane Brum habla de patriarcado. Permítaseme justificar mínimamente por qué me parece que esta aportación diferencia la lucha y el relato de esta periodista de casi todos los demás relacionados con el Amazonas.

Cuanto menor es la complejidad socioeconómica de un grupo humano, más importancia da la persona a la pertenencia y a los vínculos que la sostienen y le permiten sobrevivir. La consecuencia es el desarrollo de la empatía y los cuidados hacia todos los seres, humanos o no (o humanos o más que humanos, en términos de Eliane Brum). Se trata de un tipo de identidad que he llamado “relacional”. Esta identidad no consiste en una manera particular de estar en el mundo, sino el reconocimiento de la condición de supervivencia de todos los seres humanos. Somos seres impotentes e interdependientes, y esto no es una opinión, sino un hecho.

El problema es que, al ir aumentando la división de funciones y la especialización del trabajo y, sobre todo, a partir de la aparición de la escritura alfabética, los hombres del mundo occidental fueron diferenciándose entre sí, individualizándose, y a medida que lo hacían construían un discurso político, un régimen de verdad, que pretendía que eran seres autónomos, y que lo que daba seguridad al grupo era su capacidad racional para la tecnología y la ciencia que poco a poco iban desarrollando. Y elevaron esta fantasiosa pretensión al nivel de la “verdad” que rige nuestra sociedad, la verdad del pensamiento ilustrado, eje de lo que Edgardo Lander llamó “patrón civilizatorio de Occidente”. La trampa consistió en garantizarse, a través de relaciones heterosexuales normativas, esos vínculos, cuidados y pertenencia que les eran necesarios a través de mujeres a las que no permitieron individualizarse (limitándoles la movilidad primero y el acceso a la escritura alfabética después). Es a ese régimen de verdad (que está basado en una fantasía) al que llamamos patriarcado.

Esto significa que las mujeres han mantenido a lo largo de la historia esa identidad que caracteriza a las sociedades orales, y que reconoce la interdependencia esencial de todo lo vivo, y han pasado a combinarlo, al acceder a la escritura alfabética (en la Modernidad) con la capacidad de agencia y liderazgo que se asocia a la individualidad. De ahí la enorme potencia de las mujeres individualizadas, que combinan ambas identidades, relacional e individual, encarnando la identidad más potente que existe. Ahora bien, debe señalarse una diferencia entre las mujeres que han accedido a la escritura y a la formación superior en el mundo occidental y en los grupos indígenas del Amazonas: porque mientras las primeras tienen (tenemos) una subjetividad más individualizada que relacional por haber sido socializadas en un régimen de verdad ilustrado, entre las segundas la identidad relacional tiene más peso que la individualizada, por haber sido socializadas en el régimen de verdad del que nos hablaba Kopenawa. Y es este régimen el que se ajusta a la realidad de lo que somos, el que reconoce la interdependencia que nos permite sobrevivir. De ahí la enorme potencia de estas mujeres del mundo indígena.

Aunque sin teorizarlo, Eliane Brum escribe un libro para reclamar la necesidad de estar en el mundo de esta segunda manera si queremos evitar la catástrofe a la que el pensamiento ilustrado (necesariamente patriarcal) nos está abocando. Sin renunciar a su propio protagonismo en el relato, a su individualidad de mujer blanca privilegiada o a su capacidad de decisión y de autonomía, defiende (y consigue transmitir emocionalmente) la interdependencia ontológica de todos los seres vivos, reclamando una lucha colectiva que integre esfuerzos, construya redes, desvele (y ponga en práctica) lo que el discurso occidental (patriarcal) oculta.

Lo que Eliane Brum persigue es, nada más y nada menos, que ayudar a cambiar el régimen de verdad del mundo occidental. Y lo hace en un relato vibrante y apasionado en defensa del Amazonas, fuente de vida de todo el planeta, un relato tan documentado como comprometido, honesto y profundamente vital. El libro de Eliane Brum ayuda a encontrar un camino en la “rexistencia”, en la resistencia a través de la existencia y la lucha colectiva, en ese “corazonar” de Silvia Rivera Cusicanqui, única manera de sentir alguna fuerza frente a la devastación que se nos está viniendo encima.

Ojalá se entienda que estos libros no hablan de ideologías partidistas, ni se anclan en sesgos epistemológicos, sino que, por el contrario, intentan sacar a la luz lo que el discurso político occidental esconde, la condición que nos permitirá sobrevivir.