La Fundación 1ª de Mayo y la Fundación Espacio Público organizaron una jornada especial centrada en la siguiente interrogante:

¿De qué manera se puede transformar un modelo profundamente desigual?

Para abordar esta cuestión, se han organizado diversas mesas de análisis con la participación de profesionales del trabajo doméstico, las residencias y el cuidado infantil, quienes estarán acompañadas por representantes del periodismo, el sindicalismo, la academia y la política.

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A lo largo de las últimas décadas hemos asistido a un intenso debate sobre el futuro de la familia a raíz de las rápidas y profundas transformaciones a las que se ha visto sometida. Existe un amplio consenso alrededor de la idea de que sus características básicas o “tradicionales” se han erosionado en los países ricos del Norte global desde la Segunda Guerra Mundial. Esto es especialmente evidente en los incrementos de las tasas de divorcio y las caídas sin precedentes de los matrimonios y, sobre todo, de las tasas de fecundidad. Sin embargo, este proceso ha estado acompañado por una creciente diversidad en los modelos de organización familiar, con un incremento del número de hogares unipersonales, de la cohabitación y otras formas alternativas de estructuración familiar.

El resultado de todo ello, para lo que aquí nos ocupa, es un desequilibrio demográfico marcado por la caída de las tasas de fecundidad, al estar muy por debajo de la tasa de reemplazo generacional[1], algo insólito cuando se analiza la realidad demográfica desde una perspectiva histórica. Las poblaciones de los países ricos envejecen a un ritmo nunca visto, y emergen voces de alarma que cuestionan la viabilidad de nuestros sistemas de protección social o que lo utilizan para justificar su desmembramiento, apuntando, por ejemplo, a la insostenibilidad de nuestro sistema de pensiones.

Entre los países ricos, estos fenómenos se han dado con especial intensidad entre los del sur de Europa, denominados “familiaristas”, caracterizados por tener Estados del bienestar poco desarrollados[2] y sistemas de cuidados fuertemente apoyados en las redes familiares[3]. Por ejemplo, en España la tasa de fecundidad ha sufrido una rápida y aguda caída, hasta situarse, en pocos años, a la cola de la UE (Figura 1).

Figura 1. Evolución de las tasas de fecundidad de los países de la UE-15, 1970-2020.

Fuente: elaboración propia a partir de datos de Eurostat.

Todos estos procesos han estimulado un largo e intenso debate para tratar de explicar sus causas y, con suerte, tratar de revertir o mitigar algunos de sus efectos, tal y como veremos a continuación.

Teorías sobre la “erosión” familiar y la crisis demográfica

Hasta recientemente, en las ciencias sociales han destacado dos tesis principales para explicar este proceso de “erosión” familiar. De forma muy sintética, el economista neoliberal y premio Nobel Gary Becker[4] señaló que el cambio en los roles de las mujeres, sobre todo por su incorporación masiva al mercado laboral en el marco de una organización familiar basada en la especialización conyugal, conllevaba una devaluación de la utilidad del emparejamiento en términos de eficiencia y bienestar, lo que, en última instancia, derivaría en una erosión de la familia en su sentido tradicional.

Sus análisis, en definitiva, apuntan a la materialización de las aspiraciones de igualdad de género en el plano laboral, con el consecuente declive de la división sexual del trabajo (“productivo” reservado a los hombres y “reproductivo” reservado a las mujeres), como causa del debilitamiento de la familia y de la caída de las tasas de fecundidad[5]. Por otro lado, la tesis de la segunda transición demográfica (SDT, por sus siglas en inglés) apunta a la difusión de valores “posmodernos” o “postmaterialistas” (utilizando los términos de Inglehart [6], [7]) como desincentivos para los emparejamientos y el compromiso con el otro.

Según esta teoría, basada en la pirámide de necesidades de Maslow, los valores posmodernos se convierten en el motor de la transformación familiar al “elevar” las aspiraciones de los individuos que, una vez cubiertas sus necesidades básicas, desarrollan proyectos vitales influidos por valores como el individualismo, la autorrealización, la emancipación y el empoderamiento[8], [9]. De esta forma, se vincula el progreso material con la difusión de valores conflictivos con los que han sustentado el modelo familiar tradicional (por ejemplo, con el compromiso conyugal o la crianza)[10].

Sin embargo, algunas aproximaciones inspiradas por el marxismo feminista apuntan que esta crisis familiar y demográfica, más que un destino inevitable, es el resultado de los desequilibrios derivados del modelo de organización social basado en la familia tradicional en un contexto de expansión –con notables limitaciones– de los valores igualitarios en clave de género. Según estas, la familia es considerada uno de los pilares de la organización capitalista al ser la institución que, mediante la reproducción física de los/as trabajadores/as y la provisión del trabajo doméstico y de cuidados, hace posible la producción de la plusvalía[11], [12]. Es decir, la división sexual del trabajo en el marco de las sociedades capitalistas (mucho mayor que en sistemas de organización social anteriores) sería una condición necesaria para la explotación o la “esclavitud asalariada”[13].

En este contexto, el acceso al mercado de trabajo remunerado, sin ser el destino final de la emancipación de las mujeres, es el primer paso para su autonomía en una economía ampliamente basada en el empleo asalariado[14]. De ahí que, en tanto que la división sexual del trabajo –una de las características fundamentales del modelo familiar tradicional– ha mantenido a las mujeres apartadas del trabajo asalariado, estas hayan tendido a posponer o renunciar a la familia.

La crisis demográfica es reversible

Afortunadamente, en los últimos años, estudios comparados a nivel europeo han mostrado que la división sexual del trabajo no es inseparable de la familia, y que, en aquellos contextos en los que se han impulsado nuevos “contratos de género más igualitarios”, se produce un “resurgir” familiar (more family, en palabras del sociólogo danés Esping-Andersen), con más matrimonios, emparejamientos más estables y mayores tasas de fecundidad[15]. Es decir, cuando se adoptan medidas que, desde un punto de vista estructural, favorecen la igualdad de género, se suaviza el trade-off entre maternidad y realización del proyecto vital y/o profesional, lo que, al mismo tiempo favorece la independencia económica de las mujeres, una mayor protección ante la pobreza infantil, el acceso a empleos de mayor calidad, entre otros. Llegados a este punto, es fundamental constatar que, según datos del European Fertility Surveys, el número de hijos/as deseados en buena parte de los países de la UE se ha mantenido bastante estable durante más de medio siglo, por encima de los dos hijos/as.

La tesis que estas investigaciones parecen confirmar es que el motor de la transformación en la dinámica familiar es la revolución de los roles femeninos. Si bien, como hemos observado, en un primer momento la inestabilidad conyugal se incrementa y las tasas de fecundidad se reducen, este no es un destino inexorable, sino más bien una señal de que la sociedad en su conjunto no está dando respuesta a las necesidades derivadas de los nuevos roles adoptados por las mujeres en sus aspiraciones de una mayor igualdad.

Lo que hemos podido observar empíricamente es que, cuando, como resultado de esta respuesta, avanzamos hacia un nuevo equilibrio familiar, es decir, cuando las condiciones materiales y normativas se ajustan al nuevo modelo basado en una mucho menor división sexual del trabajo y una mayor autonomía de la mujer, la familia puede resurgir (la disposición al emparejamiento y al matrimonio se incrementan, las relaciones son más estables y las tasas de fecundidad tienden a reflejar mejor los deseos de las personas).

Esencialmente, este nuevo equilibrio requiere poner en práctica cambios de gran importancia: la adaptación del mercado de trabajo, el desarrollo del Estado del bienestar con servicios de cuidados suficientes, asequibles y de calidad y una mayor corresponsabilidad masculina en el trabajo doméstico y de cuidados[16]. Desde esta perspectiva, el objetivo sería alcanzar un régimen de políticas de género de “personas sustentadoras/cuidadoras en igualdad”, en contraposición a los regímenes tradicionales de “hombre sustentador y esposa dependiente” (ver Figura 2)[17]. Pese a que ningún país “desarrollado” se ajusta perfectamente a ninguno de los dos regímenes, encontrándose todos en el heterogéneo repertorio de “regímenes mixtos”, el ejemplo que suele utilizarse como más próximo al ideal de igualdad de género, es el de los países nórdicos, encabezados por Suecia. En ese país, incluso antes de la Segunda Guerra Mundial, pero especialmente después con la consolidación de los gobiernos socialdemócratas y la influencia de la socióloga Alva Myrdal y el economista Gunnar Myrdal[18], [19], [20] fueron pioneros en el desarrollo de estas políticas y, pese a sus limitaciones, tienen las tasas de ocupación femenina más altas de la UE, así como unas tasas de fecundidad muy próximas a la de reemplazo generacional.

Figura 2. Regímenes de políticas de género

Fuente: elaboración propia a partir de Diane Sainsbury, 1999, op. cit.; y María Pazos, 2018, op. cit.

No obstante, cuando el mercado de trabajo asalariado y el Estado del bienestar no ofrecen las condiciones adecuadas para suavizar (o, idealmente, erradicar) el trade-off entre maternidad y realización del proyecto vital de las mujeres, se favorece la desintegración de la familia y la externalización masiva y precaria del trabajo reproductivo[21]. El caso de España (aunque también el de Italia) es especialmente ilustrativo a este respecto. En España, por ejemplo, entre 550.000[22] y 700.000[23] trabajadoras (el 88% son mujeres) del servicio del hogar –contratadas directamente por las familias– cubren las necesidades que las propias familias y los sistemas de protección social no están siendo capaces de atender adecuadamente[24].

Esto representa entre el 3,3% y el 4,2% del conjunto de la población activa española (frente al 0,9% del conjunto de la UE), y el 28% de todas estas trabajadoras en la UE. Y, aun así, según la Encuesta Nacional de Condiciones de Trabajo de 2015, «entre las personas ocupadas que vivían con una pareja con trabajo remunerado e hijos/as, las mujeres dedicaban 37,5 horas semanales al trabajo no remunerado y los hombres 20,8». Todo ello con enormes desigualdades por clase social. Por poner un ejemplo ilustrativo, el 20% de los hogares más ricos con personas dependientes recibe ayuda a domicilio 2,5 veces más que el 20% de hogares más pobres[25].

Por todo ello, y a la luz de las investigaciones que han demostrado que la crisis demográfica (o, más bien, de cuidados) es reversible, es imprescindible crear las condiciones sociales necesarias para que las personas puedan desarrollar su proyecto vital de forma libre, igualitaria y erradicando todo rastro de precariedad laboral y social en un sector esencial para la vida de los individuos.

La respuesta es siempre “más derechos”

Más allá de los efectos macro de la actual crisis demográfica, tales como el incremento en la tasa de dependencia o el decrecimiento demográfico (obviando el saldo migratorio), este proceso conlleva la frustración de muchísimas personas que, como hemos visto, querrían tener hijos/as, pero se ven obligadas a posponer sus deseos o a renunciar a ellos. Esta brecha entre el número de hijos/as deseado y la tasa de fecundidad ha sido denominada “brecha de bienestar[26],” y es, por cierto, un elemento que prácticamente no se tiene en cuenta en los debates sobre esta cuestión.

Con todas sus limitaciones y el retroceso en materia de derechos y bienestar debido a las sucesivas oleadas de políticas neoliberales durante las últimas décadas, los países nórdicos han demostrado que alcanzar sociedades mucho más igualitarias que las actuales no es una utopía irrealizable, sino una alternativa posible y necesaria[27]. De ahí que, la fórmula para países familiaristas como España consiste en la eliminación de las políticas públicas que están perpetuando la división sexual del trabajo y la desigualdad de género, y el despliegue de aquellas que establecen las condiciones normativas y materiales para que la igualdad sea posible.

Entre las medidas principales, destacan: la universalización de los servicios de atención y educación de la primera infancia (0-3 años) en términos de suficiencia, gratuidad y calidad, con un empleo enteramente público que revierta las privatizaciones; la universalización de los servicios de atención a la dependencia en los mismos términos; y el fomento de la corresponsabilidad en el trabajo doméstico y de cuidados mediante la eliminación de las actuales limitaciones en los permisos de paternidad y maternidad[28], la eliminación de los permisos que no están remunerados al 100% y con reserva del puesto de trabajo, la reducción de la jornada laboral a 35 horas semanales (en cinco días, y no en cuatro) y el impulso de campañas de sensibilización y promoción del ejercicio de derechos de conciliación por parte de los trabajadores hombres.

Estas y otras medidas conforman lo que ha sido denominado el “cuarto pilar del Estado del bienestar”, al complementar los otros tres pilares actuales (sanidad, educación y sistema de pensiones). Algunas investigaciones recientes han demostrado que su implementación en España es perfectamente viable en un horizonte de tiempo relativamente corto (5-10 años)[29], [30] y que puede tener efectos muy positivos en términos de autonomía e igualdad de género, protección ante la pobreza infantil y, sobre todo, en términos de calidad en los cuidados.

Adicionalmente, se estima que el desarrollo de estos servicios podría crear alrededor de 500.000 puestos de trabajo directos a tiempo completo y de calidad; además, difícilmente deslocalizables (arraigados al territorio) y de escaso impacto ambiental, lo que contribuiría a la transición hacia un modelo productivo más racional, ecológicamente menos destructivo y más centrado en las necesidades básicas de las personas[31]. Esta es la agenda que hay que defender, especialmente en momentos de ruptura como los actuales en los que la creciente inseguridad y precarización de las condiciones de trabajo y de vida alimentan el auge de movimientos reaccionarios y/o neofascistas que demandan la reversión de los avances del feminismo y el blindaje de los privilegios patriarcales[32].

Reconocer y articular la interdependencia

Por último, cabe destacar que, contrariamente a lo que todavía muchas personas creen, los cuidados no son una cuestión meramente individual. Esta idea deriva de la negativa a reconocer nuestras vulnerabilidades compartidas y nuestra interdependencia como seres humanos[33]. Como en todos los momentos clave de la historia de la humanidad, la cooperación es un valor fundamental. Dicho sea de forma sintética: sin cuidados, en un sentido amplio, nada funciona.

Todos hemos necesitado cuidados durante las primeras etapas de nuestra vida y con gran probabilidad los volveremos a necesitar, por ejemplo, durante la vejez o por encontrarnos en una situación de enfermedad o dependencia. El trabajo de cuidar es extremadamente intensivo en tiempo, y no todo el mundo lo tiene o lo quiere dedicar al cuidado. Tampoco todo el mundo puede contratar servicios de cuidado de la calidad o con la intensidad necesaria (de hecho, solo puede hacerlo una minoría). Esto genera lógicas extremadamente perversas, que deberían avergonzar a cualquier país que se considere a sí mismo “desarrollado”.

Durante demasiado tiempo y de forma negligente hemos banalizado algo tan básico como la falta de cuidados. Hemos priorizado el desarrollo de “ciudades inteligentes” (smart cities), en lugar del desarrollo de ciudades justas y verdaderamente sostenibles; hemos visto a los hombres más ricos de la historia de la humanidad viajar por placer al espacio con cohetes milmillonarios, mientras tenemos a millones de personas ancianas y/o dependientes desatendidas en sus casas o hacinadas en residencias precarizadas (la gran mayoría privadas) que han sido un foco de enfermedad y muerte durante la pandemia[34], [35] y hemos socializado las pérdidas de los bancos que construyeron el castillo de naipes financiero que desencadenó la Gran Recesión de 2008, mientras hemos dejado a las familias y al mercado la provisión de algo tan básico para la vida como son los cuidados, con los perniciosos efectos que ello supone tanto para las personas cuidadas como para las que cuidan. La rueda que destroza las vidas de las personas y de los ecosistemas para quienes tratan por todos los medios de perpetuar el crecimiento y la acumulación de capital y privilegios es la misma.

Si bien es cierto que la pandemia ha provocado un cierto giro en la percepción social de los cuidados, y sin desmerecer los avances impulsados por algunos gobiernos, este ha sido más retórico que real. Por ejemplo, en España se acaban de mejorar las condiciones de empleo de las cuidadoras al servicio del hogar familiar mediante la aprobación del Real Decreto-ley 16/2022[36], algo imprescindible y largamente reivindicado para combatir la precariedad laboral en el sector. Sin embargo, de no acompañar medidas como esta con el desarrollo de un sistema público de cuidados de calidad, existe el riesgo de consolidación de un modelo de prestación de servicios domésticos y de cuidados atomizado y mercantilizado que seguirá generando enormes desigualdades sociales y de salud.

Hoy seguimos sin reconocer el carácter imprescindible del trabajo reproductivo, lo que nos mantiene en una larga transición o limbo normativo en el que, por no dar una respuesta adecuada a las aspiraciones de emancipación e igualdad impulsadas por los movimientos feministas, hemos convertido a la familia en un espacio de opresión y dominio insoportable. La reproducción basada en el sacrificio vital de las mujeres es algo insostenible y los datos demográficos así lo demuestran. Así, la que ha sido denominada “crisis demográfica” es más bien una crisis de cuidados. Resistirse a comprender y aceptar esta realidad no es solamente algo inmoral, sino también, a la vista de los resultados, el resultado de políticas ineficientes e inequitativas. Es por ello por lo que es imprescindible ponerlos de una vez por todas en el centro y dedicar nuestra capacidad individual y comunitaria a crear las condiciones políticas, sociales, materiales, culturales e incluso emocionales y afectivas que permitan prosperar a todas las personas y emprender una transición rápida y profunda hacia un modelo productivo (y reproductivo) verdaderamente justo y sostenible.

Notas:

*Este texto forma parte de la colaboración entre ESPACIO PUBLICO y FUHEM ECOSOCIAL. Fue publicado en la revista Papeles de relaciones ecosociales y cambio global, núm. 160, invierno 2022/2023, pp. pp. pp. 59-68.

[1] La tasa de reemplazo generacional es el número de hijos/as por mujer necesarios/as para mantener demográficamente una población sin tener en cuenta el saldo migratorio.

[2] Vicenç Navarro, El subdesarrollo social de España. Causas y consecuencias, Anagrama, Barcelona, 2006.

[3] María Pazos, Contra el patriarcado: economía feminista para una sociedad justa y sostenible, Katakrak, Pamplona, 2018.

[4] Gary Becker, A Treatise on the Family, Harvard University Press, Cambridge, 1981.

[5] Véase también: Charles F. Westoff, «Perspective on nuptiality and fertility», Population and Development Review, 12(supplement), 1986, pp. 155-170; Steven L. Nock, «A comparison of marriage and cohabiting relationships», Journal of Family Issues, 16(1), 1995, pp. 53-76; y Steven L. Nock, «The marriages of equally dependent spouses», Journal of Family Issues, 22(6), 2001, pp. 755-775.

[6] Ronald Inglehart, The silent Revolution, Princeton University Press, Princeton, 1977

[7] Ronald Inglehart, Culture Shift in Advanced Industrial Society, Princeton University Press, Princeton, 1990.

[8] Dirk J. Van de Kaa, «Postmodern fertility preferences. From changing value orientation to new behavior», Population and Development Review, 27(supplement), 2001, 290-331.

[9] Ron Lesthaeghe, «The unfolding story of the second demographic transition», Population and development Review, 36(2), 2010, 211-251.

[10] Puede encontrarse abundante literatura que constata la correlación existente entre el enriquecimiento de los países y la caída de las tasas de fecundidad. Por ejemplo, ver: Timothy Guinnane, The historical fertility. Transition, Yale University Economics Dept. Working Papers, 2010, 84; y Larry Jones y Michèlle Tertilt, «An economic history of fertility in the United States: 1826-1960», en Peter Rupert, Frontiers of Family Economics, Emerald Publishing, Bingley, 2008.

[11] Angela Davis, Women, Race and Class. Chapter 3: The Approaching Obsolescence of Housework: A Working-Class Perspective, The Women’s Press Ltd, Londres, 1981.

[12] Silvia Federicci, Caliban and the Witch. Women, The Body and Primitive Accumulation, Autonomedia, Nueva York, 2004. [N. de la e.] Hay traducción española: Calibán y la bruja. Mujeres cuerpo y acumulación originaria, Traficantes de Sueños, Madrid, 2010.

[13] Mariarosa Dalla Costa, «Capitalism and reproduction», artículo presentado en el seminario Women’s Unpaid Labour and the World System, organizado por la Japan Foundation, el 8 de abril de 1994, en Tokio, como parte del «European Women’s Study Tour for Environmental Issues».

[14] Mariarosa Dalla Costa y Selma James, The power of women and the subversion of the community, Falling Wall Press, Bristol, 1972.

[15] Gosta Esping-Andersen, Families in the 21st century, SNS Förlag, Stockholm, 2016.

[16] María Pazos, 2018, op. cit.

[17] Diane Sainsbury, Gender and Welfare State Regimes, Oxford University Press, Oxford/Nueva York, 1999.

[18] Alva Myrdal y Gunnar Myrdal, Kris i befolkningsfrågan, Albert Boniers Förlag, Estocolmo, 1934.

[19] Alva Myrdal, Nation and Family, Harper and Brothers, Nueva York, 1941.

[20] Alva Myrdal, Jämlikhet, Prisma, Estocolmo, 1969.

[21] Joan Benach (coord.), Precariedad laboral y salud mental: conocimientos y evidencias (Informe PRESME), Comisión de Personas Expertas sobre el Impacto de la Precariedad Laboral en la Salud Mental, Ministerio de Trabajo y Economía Social, Madrid, 2023 (en prensa).

[22] Oxfam Intermón, Esenciales y sin derechos. O cómo implementar el Convenio 189 de la OIT para las trabajadoras del hogar, Oxfam Intermón, Madrid, 2021.

[23] Philip Alsthon, Informe del Relator Especial sobre la extrema pobreza y los derechos humanos (A/HRC/444/40/Add.2), Naciones Unidas, 2020.

[24] El 56% de estas trabajadoras son migrantes, de las cuales una de cada cuatro está en situación irregular. Además, 40.000 son internas, el 92% de las cuales son migrantes, según datos de la Encuesta de Población Activa (EPA) de 2019.

[25] Oxfam Intermón, 2021, op. cit.

[26] Gosta Esping-Andersen, 2016, op. cit.

[27] María Pazos, 2018, op. cit.

[28] Concretamente, algunos elementos del RD 6/2019 impiden a los progenitores turnarse para cubrir a tiempo completo los primeros 8-10 meses de vida, como la obligación de que las primeras seis semanas se tomen simultáneamente y, sobre todo, la necesidad de acuerdo entre el/la trabajador/a y la empresa para tomarse todo el permiso a tiempo completo en las fechas elegidas.

[29] Cristina Castellanos, Ana Carolina Perondi, «Diagnóstico sobre el primer ciclo de educación infantil en España (0 a 3 años). Propuesta de implantación de un sistema de educación infantil de calidad y cobertura universal. Estudio de viabilidad económica de la reforma propuesta y de sus impactos socio-económicos», Papeles de trabajo del Instituto de Estudios Fiscales, 2018, 3, pp. 1-140.

[30] Rosa Martínez, Susana Roldán, Mercedes Sastre, «La atención a la dependencia en España. Evaluación del sistema actual y propuesta de implantación de un sistema basado en el derecho universal de atención suficiente por parte de los servicios públicos. Estudio de su viabilidad económica y de sus impactos económicos y sociales», Papeles de trabajo del Instituto de Estudios Fiscales, 2018, 5, pp. 1-175.

[31] Vicenç Navarro et al., El cuarto pilar del estado del bienestar. Una propuesta para cubrir necesidades esenciales de cuidado, crear empleo y avanzar hacia la igualdad de género, Grupo de Trabajo de Políticas Sociales y Sistema de Cuidados de la Comisión para la Reconstrucción Social y Económica del Congreso de los Diputados, 2020.

[32] Más allá de los múltiples ejemplos cotidianos que pueden citarse, es especialmente relevante el trabajo del canadiense Jordan Peterson, un psicólogo canadiense y profesor de la Universidad de Toronto, autor de algunos best-sellers y famoso por sus polémicas opiniones tradicionalistas y misóginas que le han convertido en uno de los referentes intelectuales del conservadurismo anglosajón.

[33] The Care Collective, El manifest de les cures. La política de la interdependencia, Tigre de Paper, Manresa, 2022.

[34] Public Services International, La crisis del cuidado de larga duración: las consecuencias de la prestación, PSI, 2022.

[35] Joan Benach, «Las muertes en residencias y la mercantilización de los cuidados», El País, 27 de abril de 2020.

[36] Real Decreto-ley 16/2022, de 6 de septiembre, para la mejora de las condiciones de trabajo y de seguridad social de las personas trabajadoras al servicio del hogar.

Sevillano de nacimiento y fotógrafo profesional con una amplia obra artística que ha sido expuesta en numerosas entidades (Instituto Cervantes y el Museo de América entre otras), Juan Zarza se echó a la calle en 2011 siguiendo al 15M. Desde entonces las movilizaciones sociales son parte fundamental de su obra fotográfica, plasmada en su primer libro “Sombras Blandas” (2019). También, las noticias sociales a través de la agencia de noticias DISO Press, de la que es cofundador.

En 2019 viajó a Grecia y plasmó en un largometraje “Salida de Emergencia” la terrible situación que viven las personas que buscan refugio en Europa.

En 2020, ante el confinamiento provocado por el Covid-19, decide aprovechar “la potencia visual de las imágenes distópicas que el virus fue dejando en Madrid durante el primer estado de alarma” para fotografiar a una ciudad aparentemente fantasmal. Esas imágenes han dado origen al libro “Los cuidados en tiempos de COVID-19”, que contiene un centenar de fotografías, algunas de las cuales publicamos hoy en este Espacio por cortesía y con la valiosa colaboración de su autor.

Calles vacías, comercios desbastecidos, morgues saturadas han sido algunas de las escenas cotidianas que se vivieron en Madrid durante varios meses. Y a la vez se ha creado una red ciudadana de solidaridad vecinal; y trabajadores y trabajadoras, que hasta ahora no lo habían obtenido, han visto reconocido el justo reconocimiento a su importante labor profesional.

EC: Decía Roland Barthes: “En el fondo la Fotografía es subversiva, y no cuando asusta, trastorna o incluso estigmatiza, sino cuando es pensativa”. Al hilo de esta reflexión te agradeceríamos que comentes esta fotografía en la que has captado magníficamente la solidaridad.

JZ: Hay algo que me parece obvio y es que la solidaridad, al igual que cualquier forma de humanidad, aflora con más fuerza en situaciones desesperadas. Me gusta cuando ocurre, pero al mismo tiempo me inquieta que no nos relacionemos del mismo modo entre nosotros en circunstancias normales. Es un asunto que traté en un libro anterior a este y que he debatido en más de una ocasión con amigos. Pero sí, en cualquier caso me siento privilegiado por haber podido documentar tantas iniciativas solidarias durante aquellos días de confinamiento estricto. Iniciativas que se organizaban colectivamente pero que, parece obvio, procedían de una voluntad individual de cada uno de sus componentes. Tal vez eso sea lo que viene a mostrar esta fotografía; personas que, incluso sin haberse involucrado en grupos vecinales, buscaban la forma de tender la mano a la gente que tenía alrededor.

Desde un punto de vista semiótico, Barthes sabía que eso de entrar en éxtasis a través de una mirada contemplativa no va mucho con la fotografía periodística. Creo que una buena imagen, ya sea fotográfica o de otra disciplina, gana mucho cuando encierra un contenido político que pueda ser descifrado por el espectador. Eso es lo que la vuelve útil y comprometida. Todo lo demás son bodegones de frutas.

Pero mucha gente piensa que este contenido –vamos a llamarlo subversivo– se puede leer como un texto, y en eso no estoy muy de acuerdo. Creo que el lenguaje fotográfico es menos lineal, interpela a tus propias sensaciones y el autor pierde ahí todo el control. Me encanta oír a otras personas hablando de alguna de mis fotos porque perciben cosas que a mí ni se me habían pasado por la cabeza. Creo que Barthes se refería a eso cuando usaba el término “punctum”. No me ha gustado cuando en alguna ocasión he visto una de mis fotografías (por ejemplo la pancarta de cabecera de una manifestación) acompañando a un artículo cuyo titular era al mismo texto que contenía la pancarta. Creo que la imagen debe sumar contenidos propios de su lenguaje y no ser una mera certificación de lo que se haya escrito.

EC: La soledad ha sido otra de las constantes del confinamiento. 

JZ: Dicen que la soledad es buena cuando es deseada, ¿no? Pues creo que en este complicado periodo mucha gente no lo deseaba ni de lejos, sobre todo gente cuyas circunstancias no eran las más propicias para ello: mujeres maltratadas que tuvieron que convivir con sus agresores, familias hacinadas en infraviviendas muy pequeñas, personas que viven solas y que no pudieron tener contacto con nadie… Yo, gracias a mi trabajo, pude mantenerme activo, pero presencié conflictos familiares, gente saliendo al balcón a pedir ayuda y parejas rotas por no poder soportar una convivencia tan intensa.

Esta fotografía la tomé en la plaza de Colón, al inicio del estado de alarma. En algún momento la chica miró hacia atrás, como tratando de averiguar a quién estaba yo fotografiando y claro, se dio cuenta de que ella era la única persona allí hasta donde alcanzaba la vista. Luego me sonrió sin más.

Ahora ya nos hemos habituado más a ciertas imágenes (mascarillas, trajes EPI, calles vacías, etc.) pero en aquellos días tenía constantemente la sensación de estar viendo una película y pienso que las fotos que hicimos formarán parte de la historia. Albert Camus dice en su libro La Peste: “Todo lo que el hombre puede ganar al juego de la peste y de la vida es el conocimiento y el recuerdo”. Pues eso.

EC: En esta fotografía aparece una enfermera en la UCI de un hospital público. ¿Cómo ha sido tu contacto con el personal de la sanidad pública?

Sí, qué puedo decirte, hacían y hacen una labor importantísima. Lo que yo vi fue un trato muy profesional y los testimonios que obtuve de los pacientes así lo ratificaban. Algo que se repetía frecuentemente era la frase: “Si la sanidad no fuese pública, yo no habría podido pagarme este tratamiento”.

Estuve en contacto con los profesionales en muchas ocasiones: En el hospital de IFEMA, en las UCI del Puerta de Hierro, en manifestaciones, con los conductores de ambulancia… Te cuentan las historias que han vivido, sobre todo durante aquellos días en los que todo se descontroló con camas por los pasillos y sin material médico suficiente.

Pienso que –y comparten esta opinión muchos de mis compañeros fotógrafos- si los hospitales nos hubiesen permitido antes la entrada a los profesionales de la prensa para poder mostrar lo que estaba pasando, no habrían proliferado tanto los negacionistas, pero primó el no dar una imagen de caos en los hospitales, supongo que esto es lo que ocurre cuando se delega la gestión de muchos de estos centros a empresas privadas.

EC: En esta fotografía vemos a una integrante del colectivo Cuidados centro llevando la compra a un vecino. El 50% de los beneficios de este libro van a los colectivos activistas que realizan acciones solidarias. ¿Por qué?

JZ: Bueno, el libro pretende ser un archivo para que no olvidemos lo sucedido, una especie de documento para la memoria que recoge un amplio abanico de temas, no todos ellos relacionados con la solidaridad, así que no es un “manual del activista”. Sin embargo, sí que creo que tanto las fotografías como los textos que contiene, visto en conjunto, poseen una clara orientación social.

Si los protagonistas de muchas de estas imágenes son quienes han estado ayudando a los que han sido más golpeados por esta crisis sanitaria y económica, ¿por qué no aportar ahora yo mi granito de arena? En otras ocasiones mi labor como fotógrafo se ha limitado a realizar un trabajo documental, creo que esa es ya una aportación en sí misma, si no creyera en la utilidad de la fotografía no lo haría, pero en este caso, y teniendo también en cuenta que la financiación procede de Oxfam Intermón, que es otra entidad social, pensé que sería buena idea donar la mitad de los ejemplares a los proyectos que pudiesen destinar los beneficios a los afectados.

La idea está teniendo muy buena acogida y ya hay varios colectivos involucrados como el Banco de Alimentos del Barrio, en Lavapiés, Somos Tribu, en Vallecas, o la Red de Cuidados Chamberí. Fueron muchos días de curro y me alegro de que esté siendo útil.

EC: ¿Sufriste una agresión en la manifestación que hubo en 2020 en Núñez de Balboa, en el acomodado barrio de Salamanca. ¿Qué pasó?

JZ: Je, je, je. Bueno, se quedó en intento de agresión.

En una etapa más avanzada del estado de alarma, cuando el confinamiento ya no era tan estricto, comenzaron a producirse manifestaciones de diferentes colectivos –no todos del ámbito de lo social–. En la calle Nuñez de Balboa, que pertenece a uno de los barrios más acomodados de Madrid, comenzaron a juntarse unos pocos de vecinos para protestar contra las medidas impuestas por el Gobierno. Inicialmente, no eran más que unas decenas de individuos, yo fui a fotografiarlos porque sabía que en acciones más pequeñas se han llegado a producir acontecimientos de interés pero en ningún momento se me pasó por la cabeza publicar ninguna de las fotos que hice porque aquello no tenía ni pies ni cabeza.

La Policía les permitía estar manifestándose con el único requisito de que debían estar circulando sin detenerse mucho –como si por ese motivo ya no se tratase de una protesta o el virus fuese a ser menos contagioso–. Al mismo tiempo que un manifestante, muy indignado, gritaba desde una acera de la calle “¡Policía, mercenarios del Estado!”, desde la acera de enfrente podía oírse a otro de los manifestantes: “¡Viva la Policía nacional!”. Era bastante ridículo y todo indicaba que esos ciudadanos, ataviados con banderas carlistas y nacionales, no tenían la solidez de un verdadero movimiento social. El problema es que muchos medios de comunicación sí proporcionaron cobertura mediática a lo que inicialmente no debió pasar de una columna en la sección de sucesos y claro, las pocas decenas de ultraderechistas que salían cada día a protestar pudieron atraer una cantidad algo más significativa de personas.

En una de esas protestas, una señora se dio cuenta de que la estaba fotografiando y se abalanzó sobre mí tratando de golpearme con el mástil de su bandera. Yo me limité a dar pasos hacia atrás mientras continuaba apretando el botón de mi cámara. El ataque de la señora se desvaneció al ver que yo no salía corriendo y todo quedó en una anécdota.

EC: Mención especial ha merecido la sanidad pública. Han sido generalizados los aplausos que se han dedicado a quienes trabajan en ella.

JZ: Sí, aunque otros funcionarios públicos han tratado de colarse en la foto, eran los sanitarios a quienes verdaderamente iban dirigidos los aplausos desde un inicio. A pesar de la presión que soportaban por la saturación de enfermos, siempre salían unas cuantas a las fachadas de los hospitales, en representación de sus compañeros, para devolver el aplauso a los vecinos.

Esta fotografía que has elegido corresponde a la primera de esas salidas en la que los sanitarios convocaron a la ciudadanía para acudir a reivindicar la Sanidad Pública y para protestar por la situación de precariedad en la que se encuentran estos trabajadores.

Estaban quemados después de tantos días trabajando a destajo y viendo que la gente se les moría sin que pudieran hacer nada. Guillén del Barrio, portavoz del Sindicato MATS, dio un dato que me pareció muy esclarecedor: después de todos los esfuerzos que los políticos madrileños decían haber hecho para aumentar las plantillas de los hospitales y hacer frente así a la pandemia, no se había alcanzado ni siquiera el número de sanitarios que hubiese habido un día normal antes de los recortes en sanidad.

EC: El texto es bilingüe, español/inglés ¿por qué?

JZ: Cuando uno se siente cómodo con el trabajo que ha hecho, pues quiere que todo el mundo tenga la posibilidad de leerlo. No sólo en los países angloparlantes, también hay en el Estado español colectivos de migrantes –senegaleses, bangladesíes…– que no dominan nuestro idioma y el texto en inglés puede facilitarles la lectura.

EC: Por último, hace dos años estrenaste tu largometraje “Salida de emergencia” sobre las personas que buscan refugio en Europa. Grabado en Grecia, cuéntanos esta experiencia.

JZ: Pues también fue la solidaridad de la ciudadanía lo que vertebró aquél documental. La guerra de Siria empeoró notablemente la situación en nuestras fronteras puesto que mucha gente se vio obligada a dejar sus casas, en ciudades literalmente arrasadas, para solicitar refugio en Europa. No imaginaban que nosotros fuésemos a darles la espalda.

Mientras los gobernantes europeos cerraban las fronteras exteriores, contravenían el derecho internacional y avocaban a cientos de miles de personas a una más que probable muerte en el Mediterráneo, muchos ciudadanos de toda Europa viajaron hasta Grecia, uno de los países que estaba recibiendo más migrantes, para dejar claro que no se sentían representados por sus gobernantes. Se crearon muchos grupos que trabajaban duro para ayudar en lo posible a esas personas y yo traté de plasmar todo eso. Menores encerrados en prisiones europeas, cementerios de personas que naufragaron, duros testimonios, pero también el mensaje de todos esos activistas que fueron a ayudar.

Si no puede bailar, no es la revolución de Miranda July

La ansiedad de esta era seriéfila hace difícil ojear la cartelera de cine. La calidad e ingente cantidad de productos online nos ha vuelto más exigentes con los largometrajes y el covid más perezosos/as para dejar el sofá. Pero hay ocasiones que realmente vale la pena hacer el esfuerzo, cuando te encuentras con un rareza que sí o sí hay que disfrutar en pantalla grande, aunque no vaya de godzillas o aventuras interestelares.

Kajillionaire, la última película escrita y dirigida por Miranda July, no necesita efectos especiales para volverte del revés porque July te lleva a sus peculiares microcosmos habitados por personajes aparentemente muy frikis pero que hablan de las mismas inseguridades que sentimos tú y yo. Te vas del cine pensando un buen rato en lo que acabas de ver.

La pandemia ha puesto sobre la mesa reflexiones existenciales acerca del capitalismo, los cuidados y la familia. Kajillionaire trata proféticamente estas cuestiones a través de un clan de outsiders que no encaja en este nuestro ecosistema pervertido y, por no encajar, no encajan ni como familia.

Old Dolio, la protagonista, vive pirateando una sociedad de consumo salvaje con la que no se identifica en varios sentidos. A través de ella, July revienta estereotipos de género y nos hace pensar sobre roles familiares y el discurso hegemónico de la maternidad. Old Dolio y sus padres (atención a la vuelta al cine de la estrella ochentera Debra Winger) son los espigadores de Agnès Varda trasladados a la cosmopolita L.A. y aderezados con pequeñas dosis de delincuencia absurda.

Te ríes y te entristeces con ese peculiar juego de malabares emocionales que July ya desplegó en sus películas anteriores, The future (2011) y Me and you and everyone we know (2005). Y aunque todo se retuerza al máximo, la catarsis final aparece en forma de baile y amor… Eso no nos lo puede quitar ni una pandemia. 

Notas:

*Ilustración de @lafemme_agitee

moderado por:

  • Gabriel Flores

    Economista

Conclusión del debate

El coronavirus acabó atropellando al mundo y lo dejó maltrecho. La pandemia y el confinamiento han trastocado en los dos últimos meses nuestras vidas y todos nuestros planes. Hemos tenido que acomodarnos a una nueva, incómoda y, en muchos casos, terrible situación.

La catástrofe humanitaria ha supuesto hasta ahora, según los datos a 19 de mayo de 2020 del Coronavirus Resource Center (John Hopskin University), más de 300 mil muertos y cerca de 5 millones de personas contagiadas en todo el mundo. Un macabro recuento provisional de víctimas que nadie sabe cuándo acabará ni qué techo alcanzará. Una auténtica catástrofe que en España ha sido particularmente grave, con 27.709 muertos y 231.606 personas contagiadas hasta el 18 de mayo. Entre las causas que explican la mayor incidencia de la pandemia en nuestro país se pueden apuntar, sin temor a equivocarse, el desbordamiento sufrido por una debilitada y recortada sanidad pública y el mercantilismo rampante en el que quedaron atrapadas las residencias de mayores en muchas Comunidades Autónomas, tras ser entregadas como objeto de negocio a la gestión privada de empresas bien relacionadas con el poder político.

La crisis sanitaria y el confinamiento obligado para impedir el contagio masivo provocaron una parálisis de la actividad económica y modificaron nuestros hábitos y algunos de nuestros miedos, ideas y prioridades. Pueden ser cambios duraderos o un paréntesis temporal, desconocemos la solidez y capacidad de prolongarse en el tiempo de los cambios producidos; nadie puede saber si en las nuevas condiciones de desescalada progresiva en las que desarrollaremos nuestras vidas y trabajos en las próximas semanas, quizás meses, se recuperará la vieja normalidad perdida o primará la emergencia de otra normalidad.

Cuando comenzó el confinamiento, a mediados del pasado mes de marzo, entramos en territorios desconocidos. Espacio Público afrontó esa situación excepcional tomando dos decisiones: aplazar temporalmente la sesión presencial que pretendía dar por concluido el interesante debate que en defensa del derecho a la salud mental se desarrollaba en aquel momento (se intentará reanudar el próximo otoño, antes de celebrar el acto presencial de cierre) y abrir un nuevo debate, “¿Qué nos estamos jugando en esta crisis?”, con el que pretendíamos mantener abierto un canal de comunicación que permitiera alentar la reflexión colectiva y darnos la posibilidad de expresar las preocupaciones, experiencias, temores o sueños de futuro ante la nueva situación.

El artículo inicial de Orencio Osuna, “Ahora y después de la pandemia”, era una invitación a compartir los primeros análisis y percepciones sobre lo que estaba pasando, los retos que planteaba la pandemia y el futuro cargado de incertidumbres en el que nos adentrábamos. En el terreno de las opciones político-estratégicas se señalaban dos posibles derivas a evitar, una “solución asiática”, que combinaría nuevas tecnologías y dominio totalitario, y una “solución neoliberal”, en la que la mano invisible de unos mercados globales sin límites, regulaciones o instituciones multilaterales de arbitraje ofrecerían nuevas y mayores oportunidades a los más aptos o adaptables a los indicadores e incentivos mercantiles, mientras profundizaba el malestar, el desconcierto y nuevas restricciones en los derechos y libertades de la mayoría social. El futuro no está encerrado en esas dos opciones, hay otras alternativas. Hay otros mundos y opciones posibles por explorar y hacer, múltiples formas de encarar la crisis y muy distintas políticas y soluciones que permitirían dar una respuesta progresista y democrática a los desastres ya ocasionados y por venir. Y de eso era de lo que queríamos hablar.

Un mes y medio después de aquel artículo inicial, 37 amigas y amigos de Espacio Público han tenido a bien poner por escrito sus inquietudes, conocimientos o experiencias y hacernos partícipes de sus opiniones y conjeturas sobre la nueva situación, los interrogantes abiertos por las crisis desatadas por el coronavirus y contarnos cómo querían, imaginaban o temían que fuera el futuro que aguarda al final de la pandemia. Ese alto número de intervenciones supone una muestra más del grado de responsabilidad con el que la ciudadanía ha vivido el confinamiento y la importancia que le damos a poder compartir sus reflexiones, debatirlas colectivamente y someter al examen crítico de los lectores nuestras ideas y percepciones sobre la situación.

Gracias a la generosidad de las personas que han intervenido en este debate escrito y nos han hecho partícipes de sus reflexiones, hemos podido conocer y contrastar diferentes opiniones y argumentos sobre lo que nos estamos jugando en esta crisis, tanto en el ámbito de los espacios sociales y los asuntos más cercanos como en aquellos hechos, tendencias o interrogantes más globales y abstractos que trascienden los límites de la ciudad, el país o el proyecto de unidad europea del que formamos parte.

El amplio abanico de temas que nos afectan y preocupan

Todas las intervenciones que nos han llegado han sido publicadas tal cual, sin ningún tipo de cortapisa o restricción, lo que muestra la voluntad de Espacio Público de servir de canal de comunicación libre de toda injerencia y al servicio de la libertad de expresión. Una reflexión colectiva y un debate público que se quieren argumentados, respetuosos y capaces de entender las diferencias y los disensos como componentes naturales y esenciales de los procesos de conocimiento, en lugar de considerarlos un lastre, descortesía o intencionada agresión.

Los temas abordados, como era de esperar, han sido muchos y con miradas muy variadas. En realidad, una panoplia de ideas y propuestas tan heterogéneas como las prioridades o los centros de atención y preocupación de los sectores progresistas y de izquierdas de una sociedad compleja, diversa y abierta a múltiples influencias y condicionantes como la nuestra.

No se me ocurre ningún asunto significativo que haya quedado fuera de esta mirada colectiva que han ido tejiendo y ofreciendo las intervenciones. Imposible resumirlas sin caer en una simplificación excesiva de la riqueza de voces, análisis y matices que expresaban. Quedan ahí, en la web de Espacio Público, a la espera de nuevos lectores que quieran conocer una buena selección de los asuntos que preocupaban a la ciudadanía durante el confinamiento y de las reflexiones a que han dado lugar.

Con la única intención de despertar el interés por su lectura cabe decir que las intervenciones tratan un amplio número de cuestiones que van desde las más globales, como los potenciales cambios geopolíticos que puede favorecer la pandemia, la importancia de las respuestas de la UE en la resolución de los problemas o las similitudes y diferencias en los impactos y evolución de la crisis en Italia y España, hasta experiencias concretas de construcción de redes de solidaridad y autoayuda en Sevilla, en torno a los sectores más vulnerables (jornaleras, inmigrantes, prostitutas), la convivencia en un barrio de Madrid o la llegada del agua y el sostenimiento de un pequeño centro de salud para contener la pandemia en un pueblo de la República de Mali.

También se han tratado diferentes tipos de controversias teóricas, como las nuevas formas que reviste el viejo debate entre seguridad y libertad, las consecuencias del uso depredador que hacemos de los ecosistemas o el contrapeso que debe ejercer una mayor presencia de la sociedad como comunidad a la previsible tendencia al fortalecimiento del Estado.

La iniciativa del Gobierno de coalición progresista de impulsar el diálogo y promover amplios acuerdos entre fuerzas políticas, agentes sociales (como el que ha concluido en el Acuerdo Social en Defensa del Empleo firmado el pasado 8 de mayo por sindicatos, patronales y gobierno de España) o mayores grados de cogobernanza entre administraciones públicas, ha recibido la atención de varios intervinientes que la han valorado con división de opiniones en cuanto a su eficacia, oportunidad o viabilidad.

También han sido objeto de reflexión los impactos de la crisis sobre las desigualdades de renta o de género y la necesidad de reforzar el modelo de protección social, los servicios sociales y los cuidados para conseguir una distribución equitativa del trabajo doméstico y los cuidados entre hombres y mujeres e impedir que la economía de los cuidados sirva como amortiguador de las crisis del sistema a costa del trabajo no remunerado ni valorado y el aislamiento y la subordinación de las mujeres.

Pero, sin duda, el tema que más atención ha concitado es el de las políticas de Salud, el examen del mediocre estado del Sistema Nacional de Salud al que habían conducido las políticas de recorte y privatización, la indefensión en la que se han encontrado los profesionales sanitarios en la lucha contra la pandemia, la necesidad de reforzar la Atención Primaria para tener una mejor sanidad pública, la importancia de los aplausos al personal sanitario como reconocimiento a su entrega y profesionalidad o la necesidad de un fortalecimiento de la sanidad pública y los sistemas nacionales de salud en el que participen instituciones comunitarias y mundiales.

Una nueva fase política y un nuevo debate

Nada está escrito de antemano y mucho de lo por venir dependerá del curso que siga la acción de la ciudadanía. Las clases y grupos sociales o los diferentes centros de poder seguirán manteniendo su pugna en defensa de sus múltiples y contradictorios intereses y objetivos, al tiempo que las fuerzas políticas que los representan intentarán construir una voluntad parlamentaria mayoritaria que permita a las instituciones del Estado traducirla en políticas practicables. En todo caso, se haces necesarias unas condiciones mínimas de estabilidad política y social que den soporte a un proyecto de país que pueda suscitar unos apoyos sociales y parlamentarios más firmes y amplios que los actuales y una gobernabilidad suficiente que permitan llevarlo a cabo.

Comienza una nueva fase de la crisis, en las que las tareas institucionales serán más arduas y de gestión más compleja que las que se han llevado a cabo en los últimos dos meses. Y no solo porque no sabemos si habrá rebrotes y marchas atrás en el control de la pandemia o si se logrará superar la confrontación, el ruido y la crispación reinantes, sino porque las tareas de reactivación de la economía son mucho más complejas que las realizadas hasta ahora para minimizar la pérdida de empleos, rentas y actividades económicas, que dependían fundamentalmente de las posibilidades de contar con la financiación suficiente o endeudarse. En las futuras tareas de reactivación de la economía se necesitarán mucha más financiación y un potente programa de inversiones capaz de dar vida e impulso a los empleos, actividades, industrias y especializaciones de futuro, tanto en la economía española como en la comunitaria.

Hay que definir una hoja de ruta colectiva para la reactivación económica que pasa necesariamente por más gasto público y, por tanto, más déficit y más deuda, porque no solo implicará una gran inversión a largo plazo en la que los retornos irán con retraso respecto a los desembolsos, sino porque implicará también más gastos para asegurar las rentas de más personas desempleadas, acogidas a expedientes de regulación (ERTE) y hogares en situación de pobreza, más préstamos con garantías públicas y más moratorias en el pago de impuestos o cotizaciones a la seguridad social de autónomos en cese de actividad y pequeñas empresas.

Y esos mayores requerimientos de financiación y desequilibrios en las cuentas públicas requieren acuerdo social, cooperación, reducción de la crispación política y social y apoyo y fondos comunitarios. No va a ser una tarea fácil. Y ese es el nuevo tema a debate que os proponemos y que comenzará en los próximos días.

Termino trascribiendo un diálogo a través del tiempo que inició en el siglo V a.C. el dramaturgo griego Eurípides: “Lo esperado no sucede, es lo inesperado lo que acontece”. Lo matizó 25 siglos después el economista inglés Keynes: “Lo inevitable nunca ocurre, siempre sucede lo inesperado”. Y apenas pasó medio siglo para que, en 2012, el novelista italiano Tabucchi añadiera una dosis de escepticismo: “Keynes decía que lo inevitable no sucede nunca y otros piensan que lo inesperado tampoco”.

Sería conveniente mantener la alerta en los próximos meses, no dejarse encerrar por ideas o teorías del pasado y observar con atención los nuevos datos y tendencias que nos proporcione el movimiento real de los acontecimientos. Por si llega otra vez lo inesperado, al menos poder reconocerlo.

Cerramos este debate e iniciamos uno nuevo, más acotado y centrado en la búsqueda, valoración y análisis de las respuestas y medidas políticas que permitan mantener bajo control la pandemia, organizar democráticamente nuestra convivencia e impulsar la reactivación económica a favor de la mayoría social y con la voluntad manifestada reiteradamente por el Gobierno de coalición progresista de que ninguna persona, hogar o sector social se quede atrás. Esperamos contar de nuevo con vuestra participación, apoyo e intervenciones.

Ponencia inicial

¿Qué nos estamos jugando en esta crisis?

¿Qué nos estamos jugando en esta crisis?

Ahora y después de la pandemia

  • Orencio Osuna

    Director de la Fundación Espacio Público

Nos damos una pausa

Y nos disponemos a reflexionar colectivamente sobre qué nos estamos jugando ahora

Covid-19 nos obliga a un replanteamiento de casi todo. Los impulsores de la fundación Espacio Público teníamos previsto dar por concluido el debate sobre el derecho a la salud mental con una sesión presencial, como hemos hecho con todas las cuestiones que hemos sometido a discusión durante los últimos años.

Previmos la convocatoria de un coloquio sobre ese gran tema de nuestra época el pasado día 25 de marzo, con la participación de personas muy cualificadas. Las medidas que se dieron a conocer al conocerse los primeros casos de coronavirus en el Estado español nos obligaron a un cambio de planes. Decidimos aplazar este acto y otro que ya habíamos convocado para el día 12 sobre Catalunya. No nos dimos nuevas fechas, obviamente, a la espera de la evolución de la crisis.

Pensamos en la posibilidad de mantener la discusión por escrito sobre el derecho a la salud mental, teniendo en cuenta el impacto de Covid-19, pero el consejo de gobierno de Espacio Público, reunido en teleconferencia con la asistencia del profesor Joseba Achotegui, autor de la ponencia con la que abrimos la reflexión, decidió “poner en pausa” tal debate. Pensamos que en este momento, en el cual la crisis del coronavirus lo ocupa todo, necesitábamos darnos un tiempo para pensar, para que los propios especialistas e interesados en la materia tengan tiempo para el análisis y la reflexión.

Achotegui y otros miembros del equipo nos hicieron ver que es mejor no favorecer la improvisación y propiciar el tratamiento sobre el impacto del coronavirus en la salud mental con una cierta perspectiva. Volveremos sobre el tema pues, y lo pondremos en conocimiento de todas las personas interesadas en este debate.

Al margen de ello, los impulsores de Espacio Público consideramos que convenía abrir una ventana en nuestra web, un apartado para la reflexión sobre los grandes interrogantes abiertos con la pandemia. Por ese motivo, nos proponemos la publicación de textos breves en torno a las implicaciones del Covid-19 en nuestras sociedades, sobre los efectos de esta devastadora enfermedad en la vida de las personas, en el trabajo, la economía, el medio ambiente, la propia salud, la convivencia, las instituciones, la política…

¿Qué nos estamos jugando en esta crisis?

Ahora y después de la pandemia

«Cuando José Arcadio Buendía se dio cuenta de que la peste había invadido el pueblo, reunió a los jefes de familia para explicarles lo que sabía de la enfermedad del insomnio, y se acordaron medidas para impedir que el flagelo se propagara a otras poblaciones de la ciénaga. Fue así como les quitaron a los chivos las campanitas que los árabes cambiaban por guacamayas, y se pusieron a la entrada del pueblo a disposición de quienes desatendían los consejos y súplicas de los centinelas e insistían en visitar la población. Todos los forasteros que por aquel tiempo recorrían las calles de Macondo tenían que hacer sonar su campanita para que los enfermos supieran que estaban sanos. No se les permitía comer ni beber nada durante su estancia, pues no había duda de que la enfermedad sólo se transmitía por la boca, y todas las cosas de comer y de beber estaban contaminadas por el insomnio. En esa forma se mantuvo la peste circunscrita al perímetro de la población. Tan eficaz fue la cuarentena, que llegó el día en que la situación de emergencia se tuvo por cosa natural, y se organizó la vida de tal modo que el trabajo recobró su ritmo y nadie volvió a preocuparse por la inútil costumbre de dormir«. Gabriel García Márquez, Cien años de soledad.

Aún no hemos podido metabolizar -como dice el profesor Joseba Achotegui- el shock terrible del coronavirus en todos los ámbitos sociales, políticos y económicos. Aunque tememos y podemos intuir, que la catástrofe va a afectar a muchos de los modelos y valores sobre los que se asienta nuestra vida personal y social. La angustia, el miedo y la incertidumbre sobre el futuro que nos aguarda, individualmente y como país, pesa como una losa insoportable a la hora de identificar qué nos está pasando y que nos pasará cuando esta pesadilla acabe. Quizás esta siniestra distopía que sufrimos hoy, abra paso mañana a un tiempo de cambios y transformaciones que impida que el feroz capitalismo neoliberal -que domina el sistema mundo sin contrapesos, ni piedad- continúe sometiendo al planeta a una veloz carrera hacia su destrucción, reduciendo a los ciudadanos a meros generadores de plusvalía y figurantes inermes de la codicia de las oligarquías transnacionales. O, por el contrario, que esta crisis facilite la consolidación de un modelo aún más destructivo, en el que la preservación del planeta, los derechos humanos y la democracia, la libertad, la fraternidad y la justicia acaben siendo antiguallas arqueológicas para estudio de hermeneutas y nostálgicos.

Pero a pesar de la negra y espesa niebla de la pandemia, emerge ya una auténtica tormenta de ideas, perspectivas y reflexiones, que como los ciegos del “Ensayo sobre la ceguera” de Saramago, nos pueden ir sirviendo de guías que nos ayuden a desentrañar algunas claves para comprender qué está pasando y qué puede pasar.

Es el caso del coreano Byung Chul Han, en este artículo señala la profundidad del cambio civilizatorio que anuncia la doble utilización de la tecnología, por un lado, como instrumento de dominio totalitario y, por otro, como escudo benefactor ante los males de nuestro tiempo. La utilización del big data, los móviles, las aplicaciones informáticas y las redes sociales en la “solución asiática” de la pandemia -que está resultando probablemente eficiente- nos adentra en un mundo manejado por poderes cada vez más inaccesibles e incontrolables para los ciudadanos. Un arquetipo de sociedad que puede devenir en una horripilante distopía que combine una especie de irrealidad virtual tipo Matrix, con sus añadidos de reino de las fake news totalitarias imaginadas por Orwell en su “1984” y el dominio de los machos alfa y el consumo masivo del “soma” de la felicidad del “Mundo feliz” de Huxley.

Claro que la alternativa de la “solución neoliberal” que propugna el grotesco trío Boris/Trump/Bolsonaro -con su correlato de secuaces- es aún más espantosa: un mundo en el que impere con mano de hierro la milagrosa “mano invisible” del libre mercado sin límites, ni regulaciones, que favorece una suerte de darwinismo social en el que sólo pueden sobrevivir los más aptos. Ante una catástrofe humana como la del covid-19, les trae sin cuidado condenar a muerte a millones de viejos, pobres y enfermos, porque lo más importante no es la vida humana, si no la sagrada “economía”, es decir los intereses del sistema capitalista. Pero a pesar de utilizar los mismos o análogos instrumentos tecnológicos y autoritarios, existe una diferencia entre la “solución neoliberal” de lucha contra el coronavirus y la “solución asiática”: al menos ésta última antepone salvar vidas humanas.

Por supuesto, en toda época la tecnología ha tenido la doble función de fuerza liberadora y de opresión. Se trata de una interacción en la que la sociedad participa y decanta, con revoluciones, reformas o evoluciones. Ahora en España, en la lucha contra la pandemia, lo que debe hacer, a mi juicio, el gobierno de coalición es ganarse a la mayoría de la sociedad con medidas concretas y eficientes, esencialmente que se fortalezca el sistema sanitario y se cree un potente escudo social que proteja realmente a todos los sectores golpeados por la profunda crisis que va a producir inexorablemente.

Para que ello sea posible habrá que liquidar ya el dañino ciclo austericida y tejer las alianzas que empujen a la UE a una política de reconstrucción, caiga quien caiga y cueste lo que cueste. Si no fuese posible ese cambio en la UE, su futuro será una progresiva y muy tensa descomposición y un paso hacia la irrelevancia geopolítica de Europa en la nueva correlación de fuerzas mundial. Sólo así -defendiendo la salud de la población y apoyando a los trabajadores y los sectores más golpeados por la nueva crisis- el gobierno progresista encontrará el apoyo de una ‘respuesta popular’ democrática. De fracasar en esa estrategia, es muy probable que se vaya construyendo una mayoría social y política contraria, que acabe confiando el gobierno a un bloque de fuerzas compuesta por una extrema derecha populista ultra nacionalista y xenófoba, el conservadurismo nacional católico y el catecismo neoliberal. Para ello las derechas usarán todos los recursos, trampas y demagogia a su alcance, pero su fuerza radicará esencialmente en los errores y debilidades de la coalición de gobierno. La batalla no se dirimirá en internet, ni tampoco en las políticas de comunicación y la fabricación de storytelling por parte de los spin doctors de turno.

Esas batallas se ganarán si realmente se apoyan en la realidad de los hechos y en que los compromisos programáticos se gestionen y ejecuten con pericia y determinación. El compromiso de luchar contra el cambio climático; las medidas concretas por una transición energética; la prioridad de financiación para los programas de igualdad de la mujer; el fortalecimiento de los servicios y de las políticas públicas, especialmente la sanidad, la enseñanza, las pensiones, la dependencia, las residencias y la vivienda; una distribución más igualitaria de las rentas y la progresividad fiscal.

Todo ello no ha de ser palabrería, ni postureo, sino decisiones y compromisos concretos. Sin maximalismos, ni retóricas vacuas, sin gesticulaciones estériles, ni pequeñas políticas de campanario. Pero siempre sabiendo cual es la correlación de fuerzas realmente existente y que ésta siempre es cambiante.