Dice nuestro compañero Juan Tortosa en uno de sus últimos artículos que ahora todo el mundo asegura que lo que ha hecho el trumpismo “se veía venir”. “¿Allí sí y aquí no?”, pregunta, para advertir a continuación que aquí “no estamos blindados”.

Tiene razón. Estamos desprotegidos. Lo estamos desde hace tiempo, como lo hemos estado en otros momentos a lo largo de la historia.

Para defender la democracia hay que hacer algo más que escandalizarse ante las manifestaciones de la ultraderecha. Lo que pasó en Washington el pasado día 7 es una expresión espectacular pero también dramática del crecimiento del autoritarismo.

La ultraderecha crece y se crece en Estados Unidos, pero también en América Latina, en países de Europa y en otros continentes. A menudo parece delirante. Incluso hay quién le ríe las gracias, pero se hace fuerte internacionalmente y avanza con todas sus amenazas.

Más allá de la voluntad de resistencia y de decir muchas veces que “no pasarán” hay que saber el motivo por el cual pasan y entran con fuerza dentro de instituciones formalmente democráticas. Crecen, entre otros motivos, porque la izquierda es débil, se adapta a la derecha y hoy no presenta un proyecto propio socialmente alentador o esperanzador.

“Sólo se vencerá al fascismo con la defensa de las conquistas democráticas, pero con una política social que corte las raíces de las que se alimenta, ya sea en los países capitalistas desarrollados como en otros sectores del planeta”, dejó dicho el profesor de filosofía Daniel Bensaïd en un libro, Una mirada crítica al siglo XX[1], que recoge la transcripción de doce respuestas relativamente breves a preguntas sobre momentos clave del siglo XX. Doce textos especialmente útiles para pensar sobre el tiempo que nos toca vivir con la perspectiva que ofrece el análisis histórico.

Bensaïd murió hace ahora exactamente 11 años, y estas reflexiones suyas fueron recogidas entre 2007 y 2008. En Francia la extrema derecha ya había demostrado su capacidad de crecimiento, pero faltaban 10 años para que Jair Bolsonaro se convirtiera en presidente del Brasil, Donald Trump no había entrado en política, nada se sabía por ejemplo en aquellos años sobre Qanon. La oleada reaccionaria global todavía no se percibía con tanta claridad como ahora, pero Bensaïd hacía tiempo que advertía sobre la deriva del autoritarismo neoliberal y sobre la necesidad de plantar cara con la articulación de políticas sociales.

“Nuestra humanidad, encaramada a un polvorín sin precedentes, hace frente a la inminencia de un nuevo episodio -cada vez más grave que el anterior- de una crisis económica de larga duración del capitalismo contemporáneo, un episodio que no conduce por sí mismo a un sobresalto político emancipador, sino a las peores regresiones y al fascismo”, advierte en la introducción del libro la filósofa marxista Isabelle Garo, que hace hincapié en la actual inexistencia “de una voluntad transformadora”, para poder “iniciar la larga y difícil tarea de abolición democrática y concertada del capitalismo”.

Abolición del capitalismo”. En otro tiempo no muy lejano era una perspectiva compartida por un número más que significativo de intelectuales y militantes de organizaciones políticas y sociales de todo el mundo. Hoy no se encuentra más que en boca de grupos relativamente restringidos.

Daniel Bensaïd

Bensaïd se daba cuenta de las consecuencias del fracaso de los “primeros intentos de avanzar hacia una sociedad socialista” y las explicaba sin tapujos. “Hay que decir que aquello terminó con una derrota, sí”. “Eso hipotecaría cualquier nuevo intento de hacer algo diferente a una sociedad capitalista, que obviamente se estrellará”. “Se estrellará”. Parecía casi una premonición de los efectos catastróficos de la actual pandemia.

Hablaba para este libro sobre lo que ocurrió después de la revolución de octubre, sobre “lo que habría podido suceder pero no sucedió”. Dice [dejó dicho] que “entramos en una nueva etapa” y, para caracterizarla con cierta dosis de optimismo, recupera una expresión de Gilles Deleuze: “vuelve a comenzar por la mitad”, porque “nunca se vuelve a empezar desde cero”.

Responde en este libro a la pregunta sobre lo que significó el asesinato de Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht en 1919 por parte de fuerzas que el gobierno socialdemócrata llamó para liquidar el movimiento revolucionario de los trabajadores alemanes. Aquella derrota representó el inicio de la frustración de la esperanza de extensión de la revolución social hacia Europa. “En política las consecuencias son acumulativas y cada ocasión perdida compromete la siguiente”, argumenta el filósofo revolucionario. “A menudo se evalúan e incluso se contabiliza el coste de las revoluciones y de las guerras civiles, pero en general se olvida el coste de las revoluciones perdidas y el de las no realizadas. En el siglo XX la humanidad ha pagado un precio desorbitante por el fracaso de la revolución alemana a través de la victoria del nazismo y de la Segunda Guerra Mundial”. Un ejemplo más que evidente de lo que ocurre cuando la izquierda se niega a sí misma, busca el apoyo de la derecha, utiliza la represión contra su gente y demasiado a menudo desprecia o ridiculiza el ascenso de la ultraderecha.

Y a propósito de las revoluciones perdidas, este pensador internacionalista no deja de referirse al triunfo del fascismo en el Estado español. Además de recordar que Andreu Nin, dirigente del POUM, no fue asesinado por las tropas de Franco, sino por los estalinistas, como está más que probado, señala como uno de los “grandes crímenes” de las democracias europeas, incluyendo en ellas a sus componentes socialistas o socialdemócratas, el de “la no intervención” en el conflicto generado por los militares que se levantaron contra la República. Los nazis alemanes y los fascistas italianos intervinieron abiertamente, hace notar.

Daniel Bensaïd evoca también lo que significaron los movimientos de emancipación nacional, como el que consiguió la independencia argelina, que durante los años 60 y 70, constituyó para muchos jóvenes “una referencia casi tan importante como la experiencia cubana o la vietnamita”. O la relevancia de la figura de Patrice Lumumba para las independencias africanas. Y reflexiona con todo tipo de detalles sobre lo que representa Salvador Allende y su partido de entonces, socialista, que se encontraba a la izquierda del PC y alimentó la idea según la cual “las elecciones podían ser el inicio de un proceso social de radicalización que desembocara o transitara hacia una revolución social radical”. Señala, sin embargo, la fatal “extensión de las alianzas gubernamentales hacia la derecha” y las “garantías suplementarias dadas al Ejército, con los nombramientos de puestos ministeriales que incluían el de Augusto Pinochet”.

Resultan también especialmente interesantes sus reflexiones sobre la revolución cubana y el guevarismo. Dice que en América Latina existen miradas críticas hacia Cuba “sobre cuestiones democráticas, y con toda razón”, pero sobre la figura del Che explica que es “uno de los pocos símbolos del siglo XX que ha escapado a la corrupción, desmarcado voluntariamente de una lógica de burocratización”. “Su gesto quizás fracasó”, admite, “pero lleva consigo en sí mismo el simbolismo de revolución permanente que no puede detenerse en Cuba desde el momento en que hay una oportunidad… ¡La única oportunidad para una isla como Cuba, todavía más que para la URSS, es abrir ventanas!”, proclama.

Bensaïd fue uno de los dirigentes más reconocidos de Mayo del 68. En este libro hace una serie de precisiones remarcables para los historiadores y se podría decir que imprescindibles para quienes quieran hacer cavilaciones sobre lo que se puede hacer en el futuro.

Si el movimiento de mayo del 68 fue simbólico en todo el mundo es, en primer lugar, porque se produjo “la huelga general más larga y más masiva de la historia de Francia”. “¿Fue la prefiguración de los movimientos sociales del siglo XXI?, se pregunta. Y también representa un hito porque entró en “resonancia con una serie de acontecimientos acumulados en aquel mismo año”, desde la Primavera de Praga hasta la ofensiva del Tet en Vietnam, además de con movilizaciones juveniles en diferentes países de América Latina, Europa y Asia. Fue un movimiento “efímero”, reconoce, “pero mostraba un ánimo anticapitalista, antiburocrático y antiimperialista”. El más importante, según él, es el de “poner el acento en lo que se podría haber hecho para ir más lejos”.

Deja clara la necesidad de estimar las correlaciones de fuerzas, pero no para observarlas como circunstancias inamovibles: “En mi opinión, la política no funciona por pronóstico… Hay que decir lo que sería deseable o necesario e intentar actuar de forma que se vuelva real y posible”.

Daniel Bensaïd también rescata de la memoria de aquellos años 60 y 70 la ruptura del orden moral y familiar, respetado también hasta entonces por buena parte de la militancia del comunismo tradicional, el establecimiento “de una relación relativamente estrecha” entre el ascenso potencial del movimiento social, del movimiento obrero y el de las mujeres. Expresa cierta nostalgia por las publicaciones feministas desaparecidas, que vinculaban las reivindicaciones específicas de las mujeres con lo que en aquel tiempo se conocía como movimiento obrero. Algo queda según él de todo aquello. “Digamos que existe una herencia, una cultura y también una memoria del movimiento de mujeres” que se ha difundido en la sociedad. Aun así no deja de diferenciar la existencia de opresiones diferentes: la explotación social y la dominación de género. “Nada indica que poner fin al capitalismo implique, de manera mecánica, automática, acabar con la opresión de las mujeres”.

Bensaïd responde finalmente sobre lo que representó la caída del muro de Berlín y explica que le gustaba hablar de una imagen impactante de una película de Margarethe van Trotta sobre Rosa Luxemburgo, en la cual se ve a “todas las figuras históricas de la socialdemocracia alemana… en la fiesta del primero de mayo del año 1900, festejando el nuevo siglo que anunciaría el final de las guerras y de la explotación”. “Hay que decir que aquello acabó con una derrota”, afirma de forma bien explícita. “Hay que afrontar el enigma para encontrar elementos que nos permitan comprender lo que nos ha ocurrido, a nosotros, a todos los soñamos finalmente con otro mundo”.

En este libro aporta no pocas claves para entender lo que se podía ver a venir, pero tal como señala Michael Löwy en su prólogo, Bensaïd “denuncia sin piedad la miserable concepción fatalista de la historia”, que “está hecha de bifurcaciones”. “El estalinismo, el nazismo, nada estaba decidido por adelantado. El futuro no se puede prever, depende de nuestras propias acciones”.

Notas:
1. Daniel Bensaïd Una mirada crítica al siglo XX. Fragmentos radiofónicos. Editorial Sylone y Viento Sur. Barcelona, octubre 2020. (Original en francés: Daniel Bensaïd FragmentsRadiophoniques12 entretiens pour interroger le vingtième siècle. Du Croquant, febrero 2020).