Jornada ‘Transición digital y cambios en el mundo del trabajo’ en la que distintas voces del mundo laboral, como la ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, que inauguró la jornada, el secretario general de CCOO, Unai Sordo, el presidente del CES, Antón Costas o el presidente de AMETIC, Pedro Mier, abordaron los retos y desafíos a los que se enfrenta el mercado de trabajo en España.

Gabriel Flores, economista; Bruno Estrada, economista e Irene Bassanezi Tosi. Coordinadores del debate en Espacio Público.

El pasado 10 de noviembre se inició en Espacio Público el debate sobre “Cambios en el mundo del trabajo y modernización de las relaciones laborales”, que finalizó hace pocos días, tres meses y una veintena de interesantes intervenciones después, con un estupendo y esclarecedor coloquio on line entre representantes cualificados del Gobierno y de los sindicatos mayoritarios que conocen de primera mano los obstáculos que dificultan la negociación sobre la reforma laboral, las fuerzas que intentan que el diálogo social descarrile y los temas que generan mayor disenso entre los agentes sociales.

Aunque han surgido algunas dudas durante los últimos meses, cabe esperar que muy pronto comenzará la negociación tripartita que determinará el alcance y la profundidad de las reformas; aunque no convendría despreciar la posibilidad de que el diálogo y la negociación no desemboquen en un acuerdo.

Los cambios y la modernización de las relaciones laborales son elementos centrales del programa y las tareas del Gobierno de coalición progresista y de las reformas a emprender para recuperar los derechos laborales perdidos y restablecer los equilibrios que son básicos en la negociación colectiva. Si las reformas laborales realizadas tras el estallido de la Gran Recesión en 2008 se produjeron para favorecer las políticas de austeridad y devaluación salarial impuestas a España y el resto de países del sur de la eurozona, ahora se trata de revertir con urgencia los aspectos más lesivos de esas reformas y tratar de acomodar las relaciones laborales a las imprescindibles transformaciones de estructuras y especializaciones productivas guiadas por los objetivos de las transiciones digital y verde propuestas por la Unión Europea. La modernización productiva por hacer exige una modernización de las relaciones laborales que facilite e impulse una renovación del aparato productivo y una mejora de gama de la oferta productiva que multipliquen los empleos decentes y los salarios dignos, pongan coto a la temporalidad y la precarización del empleo y promuevan una distribución de la renta menos desigual entre capital y trabajo.

Aunque el debate sobre la reforma laboral se sustanciará en el diálogo social y la negociación propiciada y dirigida por el Gobierno entre los agentes sociales más representativos de la patronal y los sindicatos, la proyección y la incidencia de esa reforma son también componentes centrales del proyecto progresista de un país inclusivo, sustentado en empleos decentes y bien remunerados que respondan a los intereses y necesidades de la mayoría social.

El debate en Espacio Público lo abrieron dos excelentes ponencias que establecían el marco y los principales acentos que a juicio de sus autores conforman los ejes de la reflexión sobre la reforma y modernización del mercado laboral y alentar el debate público y la reflexión compartida. Queremos saludar y agradecer, en primer lugar, la calidad de las intervenciones suscitadas por este debate y la generosidad de sus autores y autoras al compartir sus conocimientos y exponer sus opiniones a la crítica pública. Y en segundo lugar, animar a la lectura de las intervenciones publicadas a todas aquellas personas interesadas en conocer en profundidad las claves de un debate esencial para el futuro de la economía y del país.

Tal como ponían de manifiesto Ignacio Muro y Antonio González en una de las dos ponencias iniciales, lo que está en juego en el debate de la reforma laboral es en esencia “la pervivencia de una negociación colectiva debilitada o su actualización para que sirva como impulso a las nuevas dinámicas productivas”.

La reforma laboral aprobada unilateralmente en 2012 por el PP, que despreció cualquier tipo de diálogo y negociación con los sindicatos, esgrimía como justificación diversas excusas: reducir el enorme apalancamiento de las empresas, facilitar su saneamiento o liberalizar el mercado laboral, confundiendo a propósito desregulación con flexibilidad. Pero sus objetivos reales eran bien diferentes: reducir el poder de negociación de los trabajadores, devaluar los salarios, alterar la distribución de la renta en contra de los salarios y transferir los costes y riesgos provocados por la Gran Recesión (y por futuras crisis económicas) sobre las plantillas de las empresas, a través del abaratamiento y la descausalización de los despidos y la creación de empleos temporales, precarios, peor remunerados y con menos derechos.

Esas reformas del mercado laboral y la negociación colectiva incrementaron las transferencias de renta a favor de los beneficios empresariales y otras rentas del capital y la propiedad, a costa de los salarios reales, y lograron que los grandes grupos empresariales aumentaran sus tasas de ganancia, que se situaron entre las más altas de Europa. Como contrapartida, el mercado de trabajo se polarizó y la sociedad española sufrió un fuerte aumento de la desigualdad de rentas y patrimonios y mayores tasas de pobreza y riesgos de exclusión social.

Como ponían de manifiesto las dos ponencias iniciales, la antes mencionada de Ignacio Muro y Antonio González y la de Belén Cardona y Jaime Cabeza, los aspectos más lesivos de la actual legislación laboral, fruto de la reforma laboral de 2012 son los siguientes:

  • La ultractividad, o pérdida de vigencia del convenio (sea sectorial o de empresa) un año después de su fecha de finalización, si no se ha sustituido por uno nuevo. Lo que ha tenido consecuencias desastrosas para la negociación colectiva al debilitar enormemente la capacidad de negociación de los trabajadores, ya que facilita la supresión de las mejoras salariales y de condiciones de trabajo conseguidas al calor de las luchas de convenios anteriores.
  • La actual formulación del artículo 41 del Estatuto de los Trabajadores sobre la ‘modificación sustancial de condiciones de trabajo’, que se ha convertido también en un eficaz mecanismo de vaciamiento de la capacidad y eficacia de la negociación colectiva. Ya que permite empeorar las condiciones de trabajo existentes, tanto de forma individual como colectiva, mediante una decisión unilateral de la empresa, situando los límites de ese deterioro en el nivel mínimo legal cuando no existe un convenio de ámbito superior.
  • La prevalencia del convenio de empresa, rompiendo la jerarquía de los convenios al establecer que un convenio de empresa podrá descolgarse de cualquier convenio de ámbito superior de su sector y tendrá la facultad de declarar inaplicable aquello que se considere que perjudica a la empresa sin tener que probar ninguna causa que lo justifique.
  • Por último, pero no menos importante, hay que sumar la proliferación de fenómenos como la subcontratación desregulada y la precarización contractual. Ya que se permite que la responsabilidad y las normas acordadas en las empresas principales no se extiendan a las empresas auxiliares que no sean de la misma actividad; por ejemplo, las tareas de limpieza, seguridad, catering o mantenimiento en las que se ubican los principales nichos de precariedad, y que no solo afectan a las responsabilidades salariales, sino también a las indemnizatorias. Es asimismo básico eliminar el uso del contrato de obra y servicio para atender contratos mercantiles o administrativos de las empresas auxiliares, en línea con una reciente sentencia del Tribunal Supremo.

El último eslabón del debate sobre la reforma laboral promovido por Espacio Público fue el coloquio on line del pasado 4 de febrero, moderado por la directora de Público, Virginia Pérez Alonso, y que contó con la participación de la ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, los secretarios generales de CCOO, Unai Sordo, y UGT, Pepe Álvarez, y el secretario de Empleo de la Comisión Ejecutiva Federal del PSOE, Toni Ferrer. A los que agradecemos su intervención en el debate en un momento especialmente delicado del proceso de diálogo social.

Modificar la reforma laboral impuesta por el PP, tan lesiva para los trabajadores y la acción sindical, forma parte del Acuerdo de gobierno progresista entre PSOE y Unidas Podemos y de los programas electorales con el que ambas formaciones políticas se presentaron a las últimas elecciones. Por ello, resultan plenamente justificadas las críticas realizadas por los secretarios generales de los sindicatos mayoritarios al retraso de más de un año en la convocatoria de la mesa de diálogo social que debe abordar esta reforma, a pesar de que la ministra Díaz anunció hace varios meses su intención de convocarla, sin que hasta la fecha hayan fructificado esas intenciones.   

La ministra de Trabajo aclaró en el coloquio que la apuesta del Gobierno de coalición progresista a favor del diálogo social y la negociación entre los actores sociales es inequívoca, al igual que su voluntad de cumplir a lo largo de esta legislatura con el programa de Gobierno que logró hace un año el apoyo de una mayoría parlamentaria legítima y suficiente a la investidura de Sánchez.

Las declaraciones realizadas a principios de diciembre por el presidente del Gobierno Pedro Sánchez parecían condicionar la modificación de la reforma laboral: “Siempre y cuando los actores sociales quieran esa reforma laboral, el Gobierno está dispuesto a acompañarla”. En el mismo sentido se expresó la ministra de Economía, Nadia Calviño, añadiendo incertidumbre sobre el recorrido de la reforma laboral y la voluntad o capacidad del Ejecutivo o de parte del Ejecutivo de llevar a cabo dicha reforma

No obstante, Yolanda Diaz manifestó que la falta de acuerdo en el proceso de diálogo social entre sindicatos y patronales no eximiría al gobierno de legislar sobre estos aspectos en los términos planteados en la sesión de investidura. Asunto sobre el que también insistió Toni Ferrer, secretario de Empleo de la Comisión Ejecutiva Federal del PSOE. Una de las más interesantes conclusiones del coloquio fue la de mostrar que todos los participantes compartían buena parte de los análisis, referencias y objetivos de avance en torno a la reforma laboral y el diálogo social y las negociaciones que confiaban en comenzar cuanto antes. La otra conclusión, también muy remarcable, fue la coincidencia en señalar la complejidad y dificultades de la negociación y la importancia de distinguir entre los aspectos más lesivos que requieren de una reforma urgente y aquellos que requieren esfuerzos más prolongados en el tiempo para cambiarlos.

La amenaza de vetos o imposiciones no es la herramienta adecuada para promover el diálogo, la negociación y los acuerdos en torno a las indispensables reforma laboral y modernización de las relaciones laborales. Pero la inacción, la falta de empeño para impulsar el acuerdo entre los agentes sociales o la dejación de responsabilidades en la tarea de promover y dirigir los cambios que son necesarios tampoco son admisibles. Con el agravante que supondría en este segundo escenario de dejación en la tarea de impulsar la necesaria reforma laboral el desánimo y desafección de millones de votantes progresistas, como ya ocurrió en las elecciones generales de noviembre de 2011, cuando el PSOE perdió más de 4 millones votos y el PP obtuvo la mayoría absoluta en el Congreso.

Modificar la reforma laboral del PP de 2012 va a ser un tema crucial de esta legislatura que no puede demorarse mucho más tiempo. Y será una prueba decisiva para valorar la utilidad del Gobierno de coalición progresista y su compromiso con los millones votantes que le dieron respaldo y con los partidos que votaron en el Parlamento a favor de la investidura de Sánchez y el programa de gobierno acordado por la coalición gubernamental.

Para la propia credibilidad del gobierno es urgente poner en marcha el diálogo social que modifique la reforma laboral del PP. Y es muy importante que el conjunto de la sociedad esté pendiente del ritmo y los contenidos de la negociación.

La ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, se compromete a buscar el acuerdo en el marco del diálogo social, pero advierte de que no puede existir un derecho a veto para ninguna de las partes. «El diálogo social es un proceso, no un resultado», recuerda.

El Gobierno buscará el acuerdo con los agentes sociales sobre la derogación de la reforma laboral hasta el final, pero si no se produce, asumirá su obligación de legislar para garantizar que ninguna de las partes tiene derecho a veto. Así lo ha apuntado la ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, durante un coloquio celebrado este jueves por la fundación Espacio Público.

Preguntada sobre qué pasará si no hay acuerdo en esta materia (está previsto que las negociaciones comiencen en un breve periodo de tiempo, después de que la próxima semana se cierre la mesa de diálogo que aborda la regulación de las plataformas digitales), Díaz ha insistido en la importancia del diálogo social y ha puesto en valor las negociaciones que se han producido en esta legislatura con los sindicatos y la patronal respecto a medidas como los ERTE.

Sin embargo, ha advertido de que «el diálogo social es un proceso, no un resultado» y ha recordado que algunas medidas se han sacado adelante a través de acuerdos «bipartitos», sin el concurso de la patronal. «Lo que tiene que garantizar el Gobierno es que exista diálogo social, pero sin derecho de veto, porque el veto no es diálogo», ha insistido. La ministra ha puesto el ejemplo de la negociación acerca de las plataformas digitales, que incluye la regulación de los denominados riders: «Si una de las partes no está de acuerdo, se va a legislar».

También se ha referido a que tanto el contexto en el que se va a abordar la derogación de la reforma laboral como los diferentes compromisos suscritos son cruciales para que el Gobierno legisle aunque no haya un acuerdo de todas las partes en la mesa de diálogo: «El acuerdo de Gobierno es muy claro y nos hemos presentado a una investidura con este acuerdo de gobierno, por lo que hay una mayoría en la Cámara; además, estas propuestas las hemos remitido a Europa y tenemos un compromiso«.https://www.dailymotion.com/embed/video/x7z4cg3

Díaz se ha mostrado «muy optimista» con la posibilidad de alcanzar un acuerdo y ha destacado que «nuestro país está siendo ejemplar» en diálogo social: «Lo estamos haciendo de libro por primera vez en muchos años. Ellos (los agentes sociales) se sientan a trabajar y precepto a precepto van constituyendo las normas».

En el coloquio organizado por Espacio Público también han participado los líderes de UGT, Pepe Álvarez, y Comisiones Obreras, Unai Sordo, además del secretario de Empleo de la Comisión Ejecutiva Federal del PSOE, Toni Ferrer. Ha moderado el debate la directora de PúblicoVirginia Pérez Alonso.

Los sindicatos recuerdan al Gobierno que debe legislar

Los líderes sindicales se han mostrado de acuerdo con que no puede existir un derecho a veto en el diálogo social y han instado al Ejecutivo a cumplir con su «obligación de legislar» en caso de que las negociaciones se queden en un punto muerto. «En caso de que no hubiera acuerdos o fueran parciales, el Gobierno tiene la responsabilidad de gobernar, y para eso tiene un acuerdo de gobierno y unas directrices enviadas a Europa. Preferencia por el acuerdo, toda, pero si no lo hay, el Gobierno tiene que ejecutar, que para eso es el Poder Ejecutivo», ha dicho Sordo.

«La negociación no va a ser nada fácil, porque con unas declaraciones o con otras vemos que cada día surgen nuevos inconvenientes, que se ponen palos en las ruedas; y las organizaciones sindicales, mas allá de las políticas del Gobierno, lo que tenemos claro es que esta es una situación insoportable para una gran parte de los trabajadores de nuestro país», ha explicado Álvarez.

Respecto a los plazos, ni la ministra ni los secretarios generales de UGT y Comisiones Obreras han avanzado una fecha expresa sobre el comienzo de las negociaciones, más allá de que la intención, ya anunciada, de Trabajo es que la mesa de diálogo se retomara tras cerrar la que aborda la regulación de las plataformas digitales.

Díaz sí que ha explicado que antes de retomar la mesa habrá una reunión bilateral entre sindicatos y patronal para acordar el ritmo y el plan de trabajo que seguirán posteriormente en el diálogo social. En materia de reforma laboral ya se habían producido importantes avances antes de la pandemia, tanto durante el mandato de Yolanda Díaz como en el de la anterior ministra de Trabajo, Magdalena Valerio, actual presidenta de la Comisión del Pacto de Toledo en el Congreso.Díaz: «Estas son las medidas que enviamos a la UE y tenemos que cumplirlas»

En concreto se había avanzado sobremanera en el denominado primer bloque, que aborda cuestiones como la negociación colectiva, las cláusulas de descuelgue y la subcontratación empresarial. «Este primer bloque está discutido y escrito en la mesa de diálogo. Espero que la resuelvan lo antes posible. Estas medidas están en lo que enviamos a la UE y tenemos que cumplirlas», ha afirmado la ministra.

En la parte socialista, Toni Ferrer ha coincidido con la ministra en que «el acuerdo de gobierno es claro. Hay medidas de carácter urgente, como restablecer el equilibrio de la negociación colectiva,  y que se estructure en el ámbito del convenio sectorial y no de la empresa. También mejorar la regulación de las contratas y subcontratas».

El secretario general de UGT ha insistido en la importancia de avanzar en estas reformas de cara al proceso de recuperación económica que se afrontará en el segundo semestre de 2021, de la mano de los fondos europeos y de la vacunación contra el coronavirus: «Es fundamental que este diálogo se aborde en una situación de equilibrio que dé lugar a unas relaciones laborales actualizadas que sirvan para el modelo productivo que queremos poner en marcha. La mejor manera es derogar las reformas laborales y a partir de una situación de equilibrio ver qué reformas ponemos en marcha».

En esta misma línea, el secretario general de Comisiones Obreras ha advertido de que «corremos el riesgo de que la recuperación económica venga de la mano de una rebaja salarial» si no se aborda la derogación de la reforma laboral en un breve periodo de tiempo. Todos han coincidido en que el siguiente punto de inflexión (que forma parte de la reforma laboral) será la redacción de un «Estatuto de los Trabajadores del siglo XXI», que la ministra ha calificado como «la gran obra legislativa de este ministerio y del Gobierno de España».

La Fundación Espacio Público aconseja a quienes no lo pudieron ver en directo que lo hagan en diferido a través de este enlace:

*Artículo publicado en Público

Seis escritoras y trece escritores escriben en este libro, coordinado por Bruno Estrada, sobre historias relacionadas con las Comisiones Obreras, un sindicato que se autodefine como reivindicativo, de clase, unitario, democrático, independiente, participativo, de masas, de hombres y mujeres, sociopolítico, internacionalista, pluriétnico y multicultural, y que tiene en su horizonte la construcción de una sociedad socialista.

Desde la década de 1960, las Comisiones Obreras han sido referencia de las movilizaciones de la clase trabajadora en España, tanto durante la dictadura, cuando sufrieron persecución, detenciones, encarcelamientos y torturas, como en las décadas posteriores.

Comienza el libro con el Prólogo del escritor y periodista Joaquín Estefanía, para dar paso a “Petra”, la contribución de Elvira Lindo: “Petra solía decir: ‘Si luchas puedes perder, si no luchas estás perdida’. Hay algo que mi memoria no pudo ni quiso borrar: el ejemplo de la mujer que luchó sin dejar que la amargura la venciera. A eso se le llama valentía”.

“Mi propia infancia como pastor de vacas, con hambre de ir a la escuela y aprender. No me sentía triste, pero sí rebelde. Fue la rebeldía lo que me liberó de la tristeza”, escribe Manuel Rivas en “El aprendiz”.

“Ganamos perdiendo. O perdimos ganando, lo que prefieras. No pudieron con nosotros más que usando la fuerza, las amenazas, el chantaje. Desnudamos al régimen, y eso lo entendieron los que vinieron después”, dice Isaac Rosa en “O todos o ninguno: memoria de la huelga más larga del franquismo”.

“Para matar un monstruo hacen falta muchos valientes”es el relato de Benjamín Prado: “Eran seres indomables, las protestas se sucedían desde mediados de la década de los sesenta. Desafiaban a un Estado totalitario cuyo único argumento era el uso de la fuerza”.

“María la Perraquilla”, de Pedro A. Jiménez Manzorro, “El último héroe de la Camocha”, de José Babiano y Ana Fernández Asperilla. “Milán, 1972: Amnistía. Que trata de Spagna”, de Susana Alba Monteserín y Ana Abelaira Huertos; “El proceso 1001: el principio del fin del régimen franquista”, de Mayka Muñoz Ruiz; “Monos azules: clase y comunidad en la huelga de Laforsa», de Javier Tébar Hurtado; “Sangre de marzo”, de Miguel Ángel Sánchez Sebastián. “Palíndromo”, de Pedro García Ríos; “Gloria y la Rok”, de Amaya Olivas Díaz; “Muerte de un albañil”, de Antonio Campos, “Ataque al corazón de la clase obrera: la matanza de los abogados de Atocha”, de Rafael Fraguas y Fundido a negro”, de Jesús Montero, completan los 15 relatos del libro, que finaliza con “El sindicato en tiempos de pandemia. Una misma lucha en cinco entremeses”, el Epílogo de Unai Sordo y Bruno Estrada:

 “El gerente se ha encerrado en su despacho. No recibe a nadie. No hace más que llamar por teléfono, pero es incapaz de resolver nada. No tenemos equipos de protección, ni material sanitario, ni respiradores, ni camas. No tenemos nada de nada”.

Conciencia de clase. Historias de las Comisiones Obreras está publicado por  la Fundación 1º de Mayo y la editorial Catarata.

El secretario general de Comisiones Obreras responde con rotundidad y sin dudar cuando se le pregunta si efectivamente su sindicato mantiene la exigencia de derogación de las reformas laborales aprobadas por gobiernos del PSOE y del PP. Explica la voluntad de corregir la normativa que “precarizó la contratación, facilitó el despido, cuestionó la negociación colectiva y otorgó un poder mucho más fuerte al empresariado para poder modificar de forma unilateral o casi-unilateral las condiciones de trabajo”, pero advierte que no pretenden un retorno a la regulación del año 2009. A lo largo de esta entrevista sobre la realidad actual del sindicalismo, desgrana argumentos sobre los cambios en el mundo del trabajo en tiempos de pandemia y responde a un buen número de cuestiones planteadas en el debate abierto por Espacio Público.

¿Cómo se plantean la derogación de las reformas laborales? ¿Cómo la pretenden conseguir? ¿Qué dificultades encuentran?

Lo que le estamos planteando al Gobierno es:

Derogar los aspectos centrales de la reforma laboral con los que atacaron contra la negociación colectiva; recuperar la capacidad de la negociación colectiva de auto-regularse, y eso implica que los convenios de empresa no puedan reducir los salarios de los convenios sectoriales, porque han abierto focos de precariedad extrema, por ejemplo en el sector de las camareras de piso; evitar la desaparición de los convenios colectivos; regular mejor la subcontratación y la externalización productiva, porque ha significado el gran impulso de la precarización general del empleo, y limitar la capacidad del empresariado para modificar las condiciones laborales. Yo creo que este es el paquete de medidas que en el mes de marzo teníamos muy avanzado y que le vamos a exigir al Gobierno que, en cuanto acabemos la regulación del trabajo en plataforma, lo abordemos en el marco del diálogo social, pero sin otorgar derecho de veto a nadie. Es decir, diálogo sí, pero si no hay acuerdo el Gobierno tiene que mover piezas.

“Diálogo sí, pero si no hay acuerdo el Gobierno tiene que mover piezas”

Y a partir de esta primera fase de cambio en la regulación laboral, creo que ha de venir una segunda que tiene que ver con el aprovechamiento del gran salto de legitimidad que creo que los ERTE han dado a fórmulas de regulación distinta de la precariedad en la contratación y la facilidad en el despido. Se trata de cambiar esa inercia, que es muy vieja y que viene desde los años 80 en España.

Es decir, hay que buscar fórmulas para que, ante los ciclos y los problemas económicos, la última opción para una empresa sea el despido, y buscar fórmulas alternativas. Y sobre esa nueva fórmula de gestión de los problemas en la empresa, limitar seriamente la contratación temporal y establecer trabas al despido como fórmula ordinaria de ajuste de las empresas. Si tocáramos todos estos palos, en la práctica habríamos derogado todas las líneas básicas de las últimas reformas laborales y creo que mejoraríamos y modernizaríamos de forma clara nuestro modelo laboral.

¿Pretenden la aprobación de un nuevo Estatuto de los Trabajadores?

Sobre la base de esto, yo creo que le damos un viaje importante al Estatuto de los Trabajadores, porque lo que requiere es una adaptación. El concepto que maneja mucho el Gobierno sobre el “nuevo Estatuto de los Trabajadores” a veces me parece un poco grandilocuente. Yo creo que lo que hace falta en el Estatuto es corregir procedimientos y fórmulas que han quedado bastante obsoletas, porque están pensadas para empresas antiguas. El Estatuto actual da un poder de organización muy unilateral al empresariado, incluso antes de la reforma laboral. Se supone que toda la organización del trabajo es potestad empresarial y creo que tenemos que ir a un modelo laboral que fomente más la participación y la organización de los trabajadores, también como una forma de democratización de las relaciones laborales, porque las empresas del futuro no se van a mover en las viejas claves fordistas tayloristas, sino que la aportación del trabajo y del talento de los trabajadores va a cobrar muchísima importancia. Esto tiene que verse reconocido y normalizado, con niveles consolidados de participación de los trabajadores en decisiones estratégicas de las empresas y que hoy están ausentes de la regulación laboral en nuestro país. Por ahí creo yo que debería ir la modernización del modelo laboral español.

Para conseguir esos objetivos han de tratar con el Gobierno y en el actual conviven sensibilidades opuestas en torno a lo que hay que cambiar en el mercado laboral. ¿Qué percepción tiene usted de ese escenario de confrontación?

Esas sensibilidades siempre han existido en los gobiernos, aunque fueran solo de un partido. Siempre ha habido sensibilidades más pro-laborales, en los ámbitos del Ministerio de Trabajo, y que han sido bastante contrarrestadas desde los ministerios de Economía. Lo que pasa es que en un gobierno de coalición se supone que estas cosas emergen más. Pero nosotros, más que ese tipo de valoraciones sobre lo que piensan unos ministros, una u otra ministra, nos remitimos en primer lugar a un programa de Gobierno y, en segundo lugar, a lo que nosotros ya estábamos hablando con ese Gobierno. Cuando hablamos con el Gobierno no lo hacemos con un ministerio. Hablamos con el Gobierno. En el mes de marzo ya teníamos bastante avanzada la negociación sobre este tipo de materias. Soy consciente de que en este momento hay dos palancas de presión que se van a manejar para que nada se mueva. Una es la situación de crisis, provocada por la pandemia, con el discurso ese de que ‘en tiempo de zozobra no hay que hacer mudanza’. En un año tan complicado como el 2020 se lanza el mensaje de que no se puede tocar el mercado laboral ni generar inseguridad jurídica, ya lo sabemos. Y otro mensaje que también se quiere vender es el de que la condicionalidad de los fondos de reconstrucción europeos para España tiene que ver con la no corrección de la reforma laboral. Nosotros no vamos a comprar ninguno de esos dos mensajes. El de la condicionalidad europea porque no es cierto, y el de la situación de crisis porque creemos precisamente que la crisis requiere que en el año 2021 la economía española se active de forma muy intensa, la demanda interna y la inversión pública jueguen un papel fundamental en la recuperación de la economía, una reforma pensada para devaluar los salarios no solo es injusta sino que va a ser económicamente ineficaz.

Sabemos que hay tensiones y que las habrá pero desde luego la posición de CCOO va a ser taxativa. Queremos que se cumplan los compromisos, queremos negociar en el marco del diálogo social lo que ya veníamos negociando, estamos por la labor del diálogo y no vamos a aceptar vetos de nadie.

Si se impusiera el criterio de los ministerios de Economía entiendo que eso comportaría conflictividad. Y no sería la primera vez que los sindicatos se enfrentan radicalmente con un gobierno de izquierdas. ¿Hasta dónde creen que pueden presionar ahora para contrarrestar esas dos palancas que citaba?

Si nosotros vemos que el Gobierno no cumple con sus compromisos iremos a un proceso de denuncia en primer lugar, y posteriormente de movilización. Es verdad que estamos en un momento absolutamente inédito en la sociedad española, y hablar de movilización cuando tienes medio país con restricción de movilidad es complicado de prever. Ante la típica pregunta, ¿llegaríais a una huelga? Ya veremos, pero desde luego si el Gobierno no mueve piezas en materia de reforma laboral va a tener un conflicto con los sindicatos esto es más que evidente. Y que pondría una piedra inmensa en el camino del diálogo social que tan buenos rendimientos está dando es también más que evidente.

A mí no me gusta estar con amenazas cotidianamente. Prefiero ir cubriendo las fases y nadie en el Gobierno me ha dicho que no esté por la labor de cumplir con los compromisos que ha adquirido.

Por lo tanto ¿es verosímil que la actual normativa que permite la rebaja unilateral de las condiciones de trabajo por parte de las empresas se pueda revertir?

Evidentemente ese tipo de normativas hay que revertirlas. Los sistemas de inaplicación de convenios o de descuelgue han existido en España siempre y van a seguir existiendo, pero han de tener procedimientos de negociación equilibrados y ha de haber posibilidades de demostración de causa. Es decir que el hecho de modificar a la baja lo pactado en un convenio colectivo sirva para salvar los empleos o para salvar la empresa.

La actual legislación permite que sin ninguna causa económica se puedan reducir los salarios prácticamente hasta el Salario Mínimo Interprofesional (SMI), y ahí está la prueba de las camareras de piso, ahí está la preferencia de aplicación en salarios de los convenios de empresa respecto a los sectoriales y ahí están las llamadas comisiones de trabajadores designados, que en la práctica permiten que sin ninguna intervención sindical y sin ningún proceso de negociación con una representación democrática real de los trabajadores, se pueda dejar de aplicar un convenio colectivo. Esto viene, por cierto, de la reforma del año 2010, no del 2012. Y todos esos elementos nosotros nos los queremos cargar de la legislación. No puedo ser más claro y queremos, taxativamente, que eso se mueva cuanto antes.

¿Es verosímil también que cuando existan convenios de empresa y convenios de sector los trabajadores se puedan acoger a los que les resulten más favorables?

Los sindicatos defendemos los convenios de empresa. Son muy útiles para adecuar a la realidad de las empresas lo que son normas colectivas que, al ser de sector, afectan necesariamente a empresas que no tienen nada que ver unas con otras. Claro que tiene que haber convenios de empresa y pactos de empresa. Nosotros lo que decimos es que esos convenios no pueden ser una excusa para reducir las condiciones salariales y laborales básicas. Eso es lo que no puede ser. El convenio de sector tiene que ser una especie de red y no puede ser que, sin ninguna causa económica, un trabajo que se externaliza, en el caso de las camareras de piso se ve de forma más obvia, cómo a través de la preferencia de aplicación del convenio de empresa y la existencia de empresas multiservicios, sectores como las grandes cadenas de hoteles, que en los últimos años han ido como un tiro, han batido récords de facturación en España, a la vez se externalizaba una actividad para reducir hasta el extremo los salarios y hacer que las personas que trabajaban allí tuvieran que hacer 23 habitaciones al día para poder llevarse un salario un poco por encima del SMI y tener enfermedades profesionales la gran mayoría. Esto es lo que hay que romper radicalmente.

Las externalizaciones y la subcontratación van a seguir existiendo y entiendo que los sindicatos no se van a oponer, porque están muy relacionadas a veces con la industria auxiliar, pero significan a menudo una cesión ilegal de trabajadores ¿Cómo trazar líneas divisorias?

Se trazan porque aquellas empresas que trabajan con subcontratas han de tener una estructura de empresa. Un empresario no puede ser un tratante de mano de obra, que se dedique únicamente a reclutar trabajadores para ponerlos a disposición de otra empresa sin contraer mayor responsabilidad y sin tener una mínima estructura. La subcontratación tiene toda la lógica del mundo, la externalización productiva de hecho puede ser una buena fórmula de especialización productiva. Yo puedo tener una empresa que se dedique a la producción de un bien determinado, pero que tenga actividades aparejadas y que tienen poco que ver con el objeto social de mi empresa. El mantenimiento, por ejemplo, de los equipos informáticos, pintar la nave, reparar el techo cuando se rompe. No voy a tener 10 trabajadores para reparar techos porque normalmente el techo está bien, pero a veces se rompe.

“Un empresario no puede ser un tratante de mano de obra, que se dedique únicamente a reclutar trabajadores para ponerlos a disposición de otra empresa”

La economía hoy en día no está integrada por inmensas empresas que cubren todo el proceso productivo. Esto es un absurdo a estas alturas. Pero que tú tengas una parte de tu producción externalizada no quiere decir que las responsabilidades se diluyan. Si yo externalizo una parte de la producción y pago a otra empresa una parte, he de tener algún tipo de responsabilidad si esa empresa finalmente impaga a sus trabajadores.

Expresiones como clase trabajadora o movimiento obrero parece que han desaparecido de nuestro lenguaje. Ni siquiera en las publicaciones de los sindicatos se utilizan. ¿No hay que recuperar estos conceptos?

El concepto de clase trabajadora está vigente en mi opinión, ya que sigue habiendo una parte muy importante de la población cuya forma de vivir depende directamente de su trabajo, y no tiene otros recursos fiables para poder desarrollar un proyecto de vida autónomo. Ocurre que el concepto de clase trabajadora tiene un componente objetivo. Se trata de gente que en cierto modo depende de su trabajo para vivir, pero también tiene una cierta subjetividad ese concepto. Clase trabajadora es aquella que se siente parte de una misma situación social, marcada por la dependencia de su fuerza de trabajo para poder llevar a cabo su vida. Esta subjetividad es la que de algún modo ha quebrado en las últimas décadas, porque las personas se sienten involucradas con sentimientos de pertenencia y de identidad que no están directamente ligados con el hecho de ser trabajador, sino con un estatus relacionado con la capacidad de consumo y, a veces, se ha interpretado erróneamente que trabajadores con acceso a crédito, en los años de la expansión inmobiliaria y crediticia, era algo así como una clase media.

Creo que en los últimos años eso se ha vuelto a poner en valor y la pandemia ha hecho emerger mucho el valor del trabajo, pero ese factor de subjetividad colectiva es verdad que en cierto modo se ha volatilizado en la sociedad.

“La pandemia ha hecho emerger mucho el valor del trabajo”

Su sindicato edita ahora un libro, ‘Conciencia de clase e historias de CCOO’, y realiza con ello un cierto ejercicio de recuperación de la memoria del sindicato, con relatos de gente ya mayor. ¿Pudo ver usted la puntuación que le dieron los jóvenes a los sindicatos en la encuesta realizada hace poco por la Plataforma de Medios Independientes? Les valoran mejor que las personas mayores. ¿A qué cree que se puede atribuir?

En el libro, una serie de personas escriben sobre el pasado de Comisiones Obreras mediante historias concretas.

Cuando leí la encuesta, que lo hice con cierto detenimiento, tengo que reconocer que el dato me sorprendió, porque no era un estudio menor y creo que rompe algún estereotipo, según el cual las personas que tienen en su imaginario colectivo las viejas Comisiones Obreras daban una puntuación menor que la de las generaciones que se supone que ni tienen conciencia de clase ni se vinculan en sus entornos por el hecho de ser trabajadoras y trabajadores. Puede tener algo que ver con el momento en el que se realiza la encuesta. Creo que en estos últimos meses la sensación de reforzamiento del papel sociopolítico se ha reforzado con la pandemia y desde luego a nosotros es una encuesta que nos motiva. Si te soy sincero, no tengo muy clara la razón por la cual entre la gente más joven los sindicatos se encuentren entre lo más valorado, después de sanitarios y un par de colectivos más. Rompe estereotipos, sin ninguna duda.

La clase obrera industrial ha perdido visibilidad, eso parece claro, pero también hace ya tiempo que perdieron peso los puestos de trabajo para toda la vida en grandes centros. La pandemia ha destrozado más todavía la estabilidad ¿Qué cree que han de hacer organizativamente los sindicatos para responder a esta realidad?

Primero hay que ser conscientes de esa realidad. Los sindicatos se gestan en el espacio de las grandes concentraciones de trabajadores industriales, entre plantillas muy masculinizadas, y hoy en día la mayor parte de la clase trabajadora no es de hombres, y trabaja de forma reticular, externalizada, en empresas de dimensión mucho menor, en el sector servicios. Esto hay que tenerlo claro para hacer el diagnóstico de forma correcta.

En segundo lugar hay que tener en cuenta que la capacidad de generación del sindicato, de forma autónoma, en los centros de trabajo, en esas empresas diseminadas, atomizadas, más pequeñas y del sector servicios, es más difícil. Esos trabajadores, en esos centros de trabajo, requieren de la presencia del sindicato, incluso de la presencia externa. Se trata de que el sindicato vaya a los centros de trabajo y que no piense que la gente se autoorganizará y que a partir de ahí ya vendrá al sindicato. En nuestro último Congreso llegamos a conclusiones de carácter organizativo que sintetizábamos con una frase: “El sindicato tiene que integrar lo que la empresa desintegró”. Hemos de poner en relación las partes más fuertes de la organización sindical, allí donde tenemos secciones sindicales, donde somos capaces de generar masa crítica, con ese mundo precarizado, atomizado, externalizado, subcontratado y mercantilizado. Ese es el gran salto organizativo que hay que dar. Hemos de poner en relación las partes más fuertes con las más débiles.

Organizativamente hemos de ser conscientes de que hay que acudir a la empresa. El sindicato tiene que aparecer como un agente organizativo en el centro de trabajo y hemos de mejorar la cualidad de la acción sindical. Esta sería la tercera pata. Hay muchas cosas que hacer hoy para representar a la clase trabajadora. Ya no es solo la reivindicación salarial, es la de la igualdad, la formación permanente, la salud laboral, la ordenación del tiempo de trabajo… Hay que mejorar el nivel de cualificación para poder hacer acción sindical.

“Hay que mejorar el nivel de cualificación para poder hacer acción sindical”

Lo que ha ganado visibilidad es la movilización de las mujeres en favor de la igualdad salarial. El feminismo ha hecho últimamente llamamientos a la huelga general. ¿Qué opinión le merecen?

El movimiento de las mujeres es el movimiento social de mayor potencialidad e interés que hemos vivido en los últimos años. Es así porque sintetiza esas dos vertientes que decía sobre la evolución de la clase trabajadora que se habían desgajado. La situación de desigualdad objetiva en la sociedad se conjuga con la capacidad de identificación subjetiva colectiva de las mujeres. Y eso tiene que ver con elementos de la vida profesional, la laboral, la doméstica, porque se siguen ocupando mayormente de los cuidados, y con elementos que creo que aglutinan mucho a las mujeres, como todo lo que tiene que ver con el acoso sexual, el laboral y con la violencia de género. En el movimiento de mujeres creo que se refleja muy bien como esos elementos de desigualdad objetiva y de autorreconocimiento subjetivo crean o agregan un sujeto colectivo de una potencialidad enorme, como hemos vivido en los últimos años.

“El movimiento de las mujeres es el movimiento social de mayor potencialidad e interés que hemos vivido en los últimos años”

Por tanto, desde el sindicalismo, más allá de analizar sobre si hay que convocar huelgas o no, creo que hay que tratar de aprender y de aprehender este tipo de experiencias para recomponer esa idea de clase trabajadora en un momento en el que está muy disperso, diluido y atomizado. Tratar de vincular esas situaciones de precariedad, de explotación o de desigualdad que siguen perviviendo en la clase trabajadora con una cierta identidad colectiva de trabajadores y trabajadoras con intereses en común. Me parece que es el movimiento más interesante que hemos vivido en los últimos tiempos.

La negociación colectiva de condiciones de trabajo en las empresas se ha complicado mucho durante las últimas décadas, pero desde CCOO se reivindica esa práctica y se vive con una cierta nostalgia de la realidad laboral de otro tiempo ¿cierto?

No creo que sea una cuestión de nostalgia. Lo que creo es que se ha vuelto más compleja. Antes el sindicalismo más masculinizado, más industrial y más de centros de trabajo daba una respuesta organizada a realidades bastante homogéneas, y por tanto la respuesta, no digo que fuera fácil, porque el sindicalismo nunca ha sido fácil y a veces se ha dado en situaciones de muchísima más dificultad por la ausencia de libertades, pero por decirlo de alguna manera era más simple. Ahora el ejercicio del sindicalismo es mucho más complejo, porque tienes que dar respuesta a realidades diversas, a prioridades reivindicativas diversas, porque no es la misma reivindicación la que pueda tener una persona con un salario medio alto pero en una empresa que dispone de todo su tiempo, porque lo tiene prácticamente colonizado a través de las nuevas formas de trabajo digital, que la de un trabajador que a lo mejor tiene una jornada absolutamente concentrada en ocho horas pero que tiene un salario que está poco por encima del SMI. Uno te va a exigir una subida salarial y otro que intentes interlocutar con la empresa para poder coorganizar el tiempo de trabajo y su distribución. El sindicato tiene que ser capaz, a través de la negociación colectiva, de agregar esos intereses para que ambas situaciones se vean reflejadas en la organización de los trabajadores. Comisiones Obreras es un sindicato de clase y eso, que parece una frase hecha, quiere decir que no aspiramos solo a representar legítimos intereses corporativos distintos y adyacentes, sino que aspiramos a agregar intereses. Es decir, que no se siga por la vía de la corporativización, que en la función pública se ha dado en las últimas décadas, pero que amenaza un poco con ser la forma de expresión de conflicto en las sociedades modernas o postmodernas. Hay organizaciones parasindicales que representan, por ejemplo, a los técnicos de laboratorio de no sé qué hospital y que únicamente defienden los intereses de esos técnicos. Esto rompe la unidad de clase y tiene muchas contraindicaciones a la hora de defender, por ejemplo, la sanidad pública.

La uberización de la economía parece irreversible, a pesar de que ocurren cosas como la reciente sentencia del Supremo, que obligó a dar de alta a 14.000 trabajadores. También se ha conseguido algo en el sector de la mensajería, pero ¿de qué manera se puede neutralizar la conversión de contratos de trabajo en relaciones aparentemente mercantiles?

La uberización y la utilización de nuevas plataformas digitales han dado carta de naturaleza a dos dinámicas. La mercantilización del trabajo, es decir la confusión entre la figura de la relación laboral entre trabajador y empresa con un sucedáneo de emprendedor, de autónomo dependiente o casi de miniempresa. Considerar que una persona que pedalea es poco menos que una empresa individual, es una práctica que se da desde hace mucho tiempo, con la ruptura del proceso productivo. Estas fórmulas de creciente ruptura de las cadenas de valor, de creación de las empresas en red, de la empresas reticulares, de las empresas de subcontratación, precarizan el empleo, cuestionan ideológicamente también que la relación de dependencia entre una empresa y un trabajador se conduzca por la vía de la mercantilización y luego aparece la nueva tecnología que acaba constituyendo una especie de fetiche tecnológico, con el que da la impresión de que si tú te vinculas a la prestación de un servicio, no a través de una oficina de desempleo sino a través de una plataforma, deja de haber una relación de dependencia entre quien marca un tiempo de trabajo, una forma y un precio del trabajo, es decir una empresa, y el trabajador al que se acaba considerando, y a veces se acaba considerando a sí mismo, como una especie de pequeño emprendedor que va pedaleando, por referirnos al ejemplo de las plataformas más conocidas de reparto de comida.

¿Cómo hay que contrarrestar esto? Pues creo que recomponiendo la necesaria responsabilidad de la empresa respecto a las condiciones con las que se prestan los servicios, bien sean trabajadores individuales bien sean otras empresas que trabajan dentro de esas cadenas de valor.

El teletrabajo complica todavía más la negociación colectiva, ¿no?

El teletrabajo ha venido para quedarse, pero convenía regularlo rápidamente, porque ha tenido un impulso muy fuerte con la pandemia y porque tiene sus potencialidades, sus virtudes pero también tiene muchos riesgos. El trabajo en remoto, a distancia, permite desempeñar el puesto de trabajo desde fuera del centro de trabajo. Lo permiten las nuevas tecnologías y las nuevas formas de comunicación y desde este punto de vista puede ser incluso una forma que facilite a las personas cierta conciliación entre la vida laboral y la personal, pero si no tiene una regulación colectiva adecuada puede acabar rompiendo cualquier tipo de sujeto colectivo de trabajadores y trabajadoras, y puede permitir además que la empresa prácticamente prescinda de conceptos tan importantes como es el tiempo de trabajo y su distribución. El potencial colonizador que tienen los nuevos modos de conectividad para que una empresa poco menos que te invada las 24 horas de tu día son inmensos.

“Si el teletrabajo no tiene una regulación colectiva adecuada puede acabar rompiendo cualquier tipo de sujeto colectivo de trabajadores y trabajadoras”

El deterioro de las condiciones de trabajo provoca, según ustedes, un descenso de la productividad. ¿Los aumentos de productividad mejoran las condiciones de vida de los asalariados, cree?

La productividad es como el colesterol. Hay buena y mala productividad. En realidad es un ratio que tiene que ver con lo que se invierte para conseguir un bien a un servicio y el precio y la venta y la rentabilidad que proporciona ese bien. Si la productividad se logra por la vía de mejorar la eficiencia en el trabajo, porque las máquinas son mejores o porque la formación del trabajador es mejor, porque la empresa produce mejor, pues es una productividad positiva. Pero si se mejora la productividad por la vía de reducir los salarios y de empeorar las condiciones de trabajo entonces es absolutamente negativa. Es un concepto que normalmente tiene una mala venta porque normalmente se vincula la mejora de la productividad por la vía del deterioro de las condiciones laborales, pero esto no tiene que ser necesariamente así.

Nos encontramos en una situación de emergencia ecológica. A menudo las organizaciones sindicales se ven obligadas a defender el crecimiento económico indefinido, incluso la permanencia de industria contaminante. ¿Cómo resolver esta contradicción?

Creo que esta es una contradicción que ha existido dentro del movimiento sindical y obrero y es absolutamente lógico que haya sido así, porque ha habido sectores que es verdad que tenían un impacto ecológico importante pero que eran casi de monocultivo productivo en comarcas y territorios que o tenían esas formas de vida o directamente iban a la ruina, y el más paradigmático es indiscutiblemente la minería, pero hay otros, Creo que estamos en un momento en el que ese cambio de paradigma y de relación entre la sostenibilidad medioambiental y el discurso más productivista creo que nos va a permitir sintetizar mejor la posición sindical. Creo que el reto que tenemos de que la producción limpia en el futuro vaya cobrando más papel es cada vez más indiscutido e indiscutible, porque es también un nicho de puestos de trabajo inmenso, y creo que aquí la clave se encuentra en organizar bien las transiciones ecológicas, para que los sectores que ya no van a desaparecer radicalmente -ya no queda mucha minería en España, ya no hay tantas centrales térmicas- se van a adaptar bien.

El ejemplo más claro es el del automóvil. A veces se plantean debates puntuales sobre impuestos al diesel y este tipo de cosas, pero más allá de estas cuestiones concretas, que vamos hacia un cambio en el modelo de movilidad es evidente. Eso ocurrirá. Que vamos a un cambio del coche del futuro, y cuando hablo del futuro no digo el 2050, porque habrá un cambio dentro de unos pocos años, que habrá coches que se van a tener que mover con combustibles alternativos a los que hoy en día existen es ya indiscutible. La cuestión es cuándo y cómo organizamos estas transiciones para que en la producción de coches, en la que se van a cambiar las formas de trabajar, los materiales… cómo afrontamos en tiempo y forma esos cambios productivos y la adaptación de los trabajadores para poder hacer frente a esa nueva realidad. Pero yo creo que en este momento tenemos una capacidad mayor de hacer una síntesis entre el discurso del cambio energético, de la sostenibilidad, con el discurso sindical.

“En este momento tenemos una capacidad mayor de hacer una síntesis entre el discurso del cambio energético, de la sostenibilidad, con el discurso sindical”

¿Porqué ha habido en general una relación de fricción? Porque siempre que llegaban las fricciones era cuando las cosas estaban ya muy mal. Todos los conflictos en las térmicas, en las nucleares, en la minería… se han planteado cuando las cosas se venían abajo, y ahí es imposible que no se diera en clave de conflicto, porque nunca se han planteado en tiempo y manera transiciones productivas con el tiempo suficiente para buscar alternativas. El problema no era que dejara de haber minas. El problema es que además de no haber minas es que no iba a haber más, es que se arruinaban comarcas enteras, con lo cual el conflicto con los trabajadores era evidente. No es lo mismo que tu cambies de una forma de producir energía A a una forma de producir energía B, en la que España además tiene muchas potencialidades, con la eólica, la solar, la mareomotriz. España tiene ahí un potencial enorme de desarrollar empleos que han de ser de calidad.

moderado por:

  • Irene Bassanezi Tosi

    Doctoranda en Estudios Avanzados en Derechos Humanos en UC3M

Conclusión del debate

Gabriel Flores, economista; Bruno Estrada, economista e Irene Bassanezi Tosi. Coordinadores del debate en Espacio Público.

El pasado 10 de noviembre se inició en Espacio Público el debate sobre “Cambios en el mundo del trabajo y modernización de las relaciones laborales”, que finalizó hace pocos días, tres meses y una veintena de interesantes intervenciones después, con un estupendo y esclarecedor coloquio on line entre representantes cualificados del Gobierno y de los sindicatos mayoritarios que conocen de primera mano los obstáculos que dificultan la negociación sobre la reforma laboral, las fuerzas que intentan que el diálogo social descarrile y los temas que generan mayor disenso entre los agentes sociales.

Aunque han surgido algunas dudas durante los últimos meses, cabe esperar que muy pronto comenzará la negociación tripartita que determinará el alcance y la profundidad de las reformas; aunque no convendría despreciar la posibilidad de que el diálogo y la negociación no desemboquen en un acuerdo.

Los cambios y la modernización de las relaciones laborales son elementos centrales del programa y las tareas del Gobierno de coalición progresista y de las reformas a emprender para recuperar los derechos laborales perdidos y restablecer los equilibrios que son básicos en la negociación colectiva. Si las reformas laborales realizadas tras el estallido de la Gran Recesión en 2008 se produjeron para favorecer las políticas de austeridad y devaluación salarial impuestas a España y el resto de países del sur de la eurozona, ahora se trata de revertir con urgencia los aspectos más lesivos de esas reformas y tratar de acomodar las relaciones laborales a las imprescindibles transformaciones de estructuras y especializaciones productivas guiadas por los objetivos de las transiciones digital y verde propuestas por la Unión Europea. La modernización productiva por hacer exige una modernización de las relaciones laborales que facilite e impulse una renovación del aparato productivo y una mejora de gama de la oferta productiva que multipliquen los empleos decentes y los salarios dignos, pongan coto a la temporalidad y la precarización del empleo y promuevan una distribución de la renta menos desigual entre capital y trabajo.

Aunque el debate sobre la reforma laboral se sustanciará en el diálogo social y la negociación propiciada y dirigida por el Gobierno entre los agentes sociales más representativos de la patronal y los sindicatos, la proyección y la incidencia de esa reforma son también componentes centrales del proyecto progresista de un país inclusivo, sustentado en empleos decentes y bien remunerados que respondan a los intereses y necesidades de la mayoría social.

El debate en Espacio Público lo abrieron dos excelentes ponencias que establecían el marco y los principales acentos que a juicio de sus autores conforman los ejes de la reflexión sobre la reforma y modernización del mercado laboral y alentar el debate público y la reflexión compartida. Queremos saludar y agradecer, en primer lugar, la calidad de las intervenciones suscitadas por este debate y la generosidad de sus autores y autoras al compartir sus conocimientos y exponer sus opiniones a la crítica pública. Y en segundo lugar, animar a la lectura de las intervenciones publicadas a todas aquellas personas interesadas en conocer en profundidad las claves de un debate esencial para el futuro de la economía y del país.

Tal como ponían de manifiesto Ignacio Muro y Antonio González en una de las dos ponencias iniciales, lo que está en juego en el debate de la reforma laboral es en esencia “la pervivencia de una negociación colectiva debilitada o su actualización para que sirva como impulso a las nuevas dinámicas productivas”.

La reforma laboral aprobada unilateralmente en 2012 por el PP, que despreció cualquier tipo de diálogo y negociación con los sindicatos, esgrimía como justificación diversas excusas: reducir el enorme apalancamiento de las empresas, facilitar su saneamiento o liberalizar el mercado laboral, confundiendo a propósito desregulación con flexibilidad. Pero sus objetivos reales eran bien diferentes: reducir el poder de negociación de los trabajadores, devaluar los salarios, alterar la distribución de la renta en contra de los salarios y transferir los costes y riesgos provocados por la Gran Recesión (y por futuras crisis económicas) sobre las plantillas de las empresas, a través del abaratamiento y la descausalización de los despidos y la creación de empleos temporales, precarios, peor remunerados y con menos derechos.

Esas reformas del mercado laboral y la negociación colectiva incrementaron las transferencias de renta a favor de los beneficios empresariales y otras rentas del capital y la propiedad, a costa de los salarios reales, y lograron que los grandes grupos empresariales aumentaran sus tasas de ganancia, que se situaron entre las más altas de Europa. Como contrapartida, el mercado de trabajo se polarizó y la sociedad española sufrió un fuerte aumento de la desigualdad de rentas y patrimonios y mayores tasas de pobreza y riesgos de exclusión social.

Como ponían de manifiesto las dos ponencias iniciales, la antes mencionada de Ignacio Muro y Antonio González y la de Belén Cardona y Jaime Cabeza, los aspectos más lesivos de la actual legislación laboral, fruto de la reforma laboral de 2012 son los siguientes:

  • La ultractividad, o pérdida de vigencia del convenio (sea sectorial o de empresa) un año después de su fecha de finalización, si no se ha sustituido por uno nuevo. Lo que ha tenido consecuencias desastrosas para la negociación colectiva al debilitar enormemente la capacidad de negociación de los trabajadores, ya que facilita la supresión de las mejoras salariales y de condiciones de trabajo conseguidas al calor de las luchas de convenios anteriores.
  • La actual formulación del artículo 41 del Estatuto de los Trabajadores sobre la ‘modificación sustancial de condiciones de trabajo’, que se ha convertido también en un eficaz mecanismo de vaciamiento de la capacidad y eficacia de la negociación colectiva. Ya que permite empeorar las condiciones de trabajo existentes, tanto de forma individual como colectiva, mediante una decisión unilateral de la empresa, situando los límites de ese deterioro en el nivel mínimo legal cuando no existe un convenio de ámbito superior.
  • La prevalencia del convenio de empresa, rompiendo la jerarquía de los convenios al establecer que un convenio de empresa podrá descolgarse de cualquier convenio de ámbito superior de su sector y tendrá la facultad de declarar inaplicable aquello que se considere que perjudica a la empresa sin tener que probar ninguna causa que lo justifique.
  • Por último, pero no menos importante, hay que sumar la proliferación de fenómenos como la subcontratación desregulada y la precarización contractual. Ya que se permite que la responsabilidad y las normas acordadas en las empresas principales no se extiendan a las empresas auxiliares que no sean de la misma actividad; por ejemplo, las tareas de limpieza, seguridad, catering o mantenimiento en las que se ubican los principales nichos de precariedad, y que no solo afectan a las responsabilidades salariales, sino también a las indemnizatorias. Es asimismo básico eliminar el uso del contrato de obra y servicio para atender contratos mercantiles o administrativos de las empresas auxiliares, en línea con una reciente sentencia del Tribunal Supremo.

El último eslabón del debate sobre la reforma laboral promovido por Espacio Público fue el coloquio on line del pasado 4 de febrero, moderado por la directora de Público, Virginia Pérez Alonso, y que contó con la participación de la ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, los secretarios generales de CCOO, Unai Sordo, y UGT, Pepe Álvarez, y el secretario de Empleo de la Comisión Ejecutiva Federal del PSOE, Toni Ferrer. A los que agradecemos su intervención en el debate en un momento especialmente delicado del proceso de diálogo social.

Modificar la reforma laboral impuesta por el PP, tan lesiva para los trabajadores y la acción sindical, forma parte del Acuerdo de gobierno progresista entre PSOE y Unidas Podemos y de los programas electorales con el que ambas formaciones políticas se presentaron a las últimas elecciones. Por ello, resultan plenamente justificadas las críticas realizadas por los secretarios generales de los sindicatos mayoritarios al retraso de más de un año en la convocatoria de la mesa de diálogo social que debe abordar esta reforma, a pesar de que la ministra Díaz anunció hace varios meses su intención de convocarla, sin que hasta la fecha hayan fructificado esas intenciones.

La ministra de Trabajo aclaró en el coloquio que la apuesta del Gobierno de coalición progresista a favor del diálogo social y la negociación entre los actores sociales es inequívoca, al igual que su voluntad de cumplir a lo largo de esta legislatura con el programa de Gobierno que logró hace un año el apoyo de una mayoría parlamentaria legítima y suficiente a la investidura de Sánchez.

Las declaraciones realizadas a principios de diciembre por el presidente del Gobierno Pedro Sánchez parecían condicionar la modificación de la reforma laboral: “Siempre y cuando los actores sociales quieran esa reforma laboral, el Gobierno está dispuesto a acompañarla”. En el mismo sentido se expresó la ministra de Economía, Nadia Calviño, añadiendo incertidumbre sobre el recorrido de la reforma laboral y la voluntad o capacidad del Ejecutivo o de parte del Ejecutivo de llevar a cabo dicha reforma

No obstante, Yolanda Diaz manifestó que la falta de acuerdo en el proceso de diálogo social entre sindicatos y patronales no eximiría al gobierno de legislar sobre estos aspectos en los términos planteados en la sesión de investidura. Asunto sobre el que también insistió Toni Ferrer, secretario de Empleo de la Comisión Ejecutiva Federal del PSOE. Una de las más interesantes conclusiones del coloquio fue la de mostrar que todos los participantes compartían buena parte de los análisis, referencias y objetivos de avance en torno a la reforma laboral y el diálogo social y las negociaciones que confiaban en comenzar cuanto antes. La otra conclusión, también muy remarcable, fue la coincidencia en señalar la complejidad y dificultades de la negociación y la importancia de distinguir entre los aspectos más lesivos que requieren de una reforma urgente y aquellos que requieren esfuerzos más prolongados en el tiempo para cambiarlos.

La amenaza de vetos o imposiciones no es la herramienta adecuada para promover el diálogo, la negociación y los acuerdos en torno a las indispensables reforma laboral y modernización de las relaciones laborales. Pero la inacción, la falta de empeño para impulsar el acuerdo entre los agentes sociales o la dejación de responsabilidades en la tarea de promover y dirigir los cambios que son necesarios tampoco son admisibles. Con el agravante que supondría en este segundo escenario de dejación en la tarea de impulsar la necesaria reforma laboral el desánimo y desafección de millones de votantes progresistas, como ya ocurrió en las elecciones generales de noviembre de 2011, cuando el PSOE perdió más de 4 millones votos y el PP obtuvo la mayoría absoluta en el Congreso.

Modificar la reforma laboral del PP de 2012 va a ser un tema crucial de esta legislatura que no puede demorarse mucho más tiempo. Y será una prueba decisiva para valorar la utilidad del Gobierno de coalición progresista y su compromiso con los millones votantes que le dieron respaldo y con los partidos que votaron en el Parlamento a favor de la investidura de Sánchez y el programa de gobierno acordado por la coalición gubernamental.

Para la propia credibilidad del gobierno es urgente poner en marcha el diálogo social que modifique la reforma laboral del PP. Y es muy importante que el conjunto de la sociedad esté pendiente del ritmo y los contenidos de la negociación.

Ponencia inicial

Cambios en el mundo del trabajo y modernización de las relaciones laborales

Cambios en el mundo del trabajo y modernización de las relaciones laborales

El actual marco de relaciones laborales impide dinamizar el modelo productivo

  • Antonio González

    Economista, Vicepresidente Segundo de Economistas Frente a la Crisis.

  • Ignacio Muro Benayas

    Director Fundación Espacio Público

La pervivencia de una negociación colectiva debilitada o su actualización, para que sirva como impulso a las nuevas dinámicas productivas, es lo que está en juego en estos momentos.

Recordemos que la negociación colectiva surgió como soporte del Derecho del Trabajo y como mecanismo de defensa ante el desequilibrio en las relaciones entre el empresario y el trabajador individual, que daban lugar a unos resultados de enorme precariedad vital de los asalariados.

Tras un periodo de entreguerras, en los que la confrontación social fue especialmente dura y violenta, la negociación colectiva pasó a formar parte del estatus de institución básica del Estado de Bienestar, continuación imprescindible de la organización de la Democracia y el Estado de Derecho.  Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, la negociación colectiva se convirtió, además, en el factor determinante del reparto primario de la renta entre empresarios y trabajadores.

El debilitamiento continuado de la negociación colectiva

El neoliberalismo tuvo desde sus orígenes la obsesión no disimulada de alterar esos equilibrios mediante procesos generalizados de desregulación del mercado de trabajo.

Si nos centramos en España, a lo largo de las últimas décadas, dos han sido los grandes vectores que han inspirado las 18 reformas laborales desarrolladas y, especialmente, las últimas puestas en marcha después de la crisis de 2008.

Por un lado, la reducción drástica y constante de la protección del empleo, facilitando los despidos mediante la descausalización y reduciendo su coste, hasta situar la regulación española, según datos OCDE, entre los niveles más bajos de los países de nuestro entorno europeo.

El segundo de esos vectores trataba de debilitar directamente la negociación colectiva. Después de la crisis del 93, con la excusa de potenciar la autonomía de los agentes sociales, el foco de las reformas se puso en la desregulación normativa, suprimiendo o rebajando los mínimos legales cuya defensa pasaba a descargarse en los convenios colectivos. Después de la crisis del 2008 las reformas cambiaron su objetivo: ahora sí interesaba volver a implantar normas pero con el propósito, apenas disimulado, de limitar directamente la eficacia y capacidad de actuación de a negociación colectiva a través de un conjunto de cambios legales perfectamente estudiados.

Los efectos más lesivos de la actual legislación laboral

La ultractividad o pérdida de vigencia del convenio (sea sectorial o de empresa) un año después de su fecha de finalización, sin necesidad de ser sustituido por uno nuevo, es el primero de esos mecanismos con consecuencias desastrosas para la negociación colectiva. Era fácil suponer que cualquier nuevo acuerdo solo resultará aceptable para la parte empresarial si se rebajan suficientemente las condiciones del anterior:  un propósito claro que persigue desmontar, gota a gota, las mejoras conseguidas en el calor de las luchas de convenios anteriores hasta llegar a un punto cero del que se obligaba a ascender, una y otra vez, las mismas pendientes para volver a conquistar las mismas posiciones.

La reformulación del artículo 41 del ET (referido a la ‘modificación sustancial de condiciones de trabajo’) es el segundo mecanismo de vaciamiento de la capacidad y eficacia de la negociación colectiva. Permite la rebaja de esas condiciones mediante decisión unilateral del empresario, tanto de forma individual como colectiva, y hasta los límites del convenio superior que sea de aplicación. En el caso de no existir tal convenio, los límites de esa disminución podrán desplomarse hasta el nivel mínimo legal.

El tercero de los mecanismos es el que rompe la jerarquía sectorial de los convenios, estableciendo que todo convenio de empresa podrá descolgarse de cualquier convenio de ámbito superior de su sector, y tendrá la facultad de declarar inaplicable aquello que considere le perjudica. Conviene aclarar que anteriormente solo primaba el convenio de empresa si sus condiciones mejoraban, precisaban o aplicaban las del sectorial. Esta sustracción de la capacidad reguladora en el ámbito sectorial constituye otro elemento claramente dirigido a desarbolar la negociación colectiva.

A todo ello, hay que sumar la aparición de fenómenos previos de debilitamiento de los convenios colectivos como la subcontratación desregulada y la precarización contractual.

Unos cambios unilaterales “perfectamente diseñados”

Esos cambios fueron la culminación de un propósito permanente y estructural que utilizó diversos pretextos construidos alrededor de las supuestas rigideces del mercado de trabajo o de un funcionamiento deficiente de la negociación colectiva en España. Las verdaderas razones eran más sencillas: seguir las “recomendaciones” de los círculos empresariales y aprovechar las crisis y el shock causado por el derrumbe del empleo para presentar reformas que iban siempre en la misma dirección: reducir el poder de negociación de los trabajadores y alterar el reparto de los excedentes empresariales.

En la última crisis, el objetivo que lo justificaba era reducir el enorme apalancamiento de las empresas y facilitar su saneamiento, pero el mecanismo seguía siendo el aumentar la transferencia continua de salarios a beneficios y conseguir que las compañías españolas, pese a su inferior nivel tecnológico, alcanzaran unos niveles de ganancias situados entre los mayores de Europa.

Así fue. Mientras en el conjunto de la UE la participación de los beneficios en el Valor Añadido Bruto de las empresas -sociedades no financieras- se redujo entre 2008 y 2019, en España registraba el segundo crecimiento más elevado: los beneficios de las empresas crecieron en prácticamente 40.000 m€, pero los salarios solo lo hicieron en 13.400 m€. El margen de beneficios (en % del valor añadido) de las empresas españolas, es en 2019 superior al promedio de la zona euro, y al de Francia y Alemania.

Un marco de relaciones laborales caro, disfuncional, ineficiente, antiguo y desincentivador del cambio tecnológico.

Las recurrentes reformas laborales han tenido la intención de construir un modelo económico y social “coherente” cuyas consecuencias están visibles en las huellas que han dejado en el sistema productivo y en el conjunto de la sociedad. Cualquier análisis comparado deja patente que sus resultados no han mejorado la productividad y competitividad de nuestra estructura empresarial y que los elevados márgenes de beneficios han servido de dopaje para una gestión rutinaria, sin estímulo alguno para realizar esfuerzos de modernización tecnológica, comercial, organizativa que otros entornos empresariales han debido realizar para sobrevivir.  Un modelo de crecimiento insistentemente basado en niveles de productividad y de salarios muy inferiores han dejado un país destrozado por la precariedad y la desigualdad.

¿Cómo podemos calificar sus rasgos?

1. En primer lugar, se debe resaltar que, en contra de todas las proclamas, se trata de un modelo CARO porque externaliza al Estado y a la sociedad costes brutales de ajuste social que tienen tal dimensión que acentúan los efectos públicos y privados de las crisis.

Es evidente que las reformas laborales de esta década y las anteriores han inducido a las empresas que ajusten preferentemente a través de la destrucción del empleo multiplicando los efectos de las recesiones. Esta evidencia la reconoce un informe del Banco de España de 2012 cuando afirma que “esta reacción del empleo más que proporcional al descenso de la actividad (…), de hecho, generó un efecto amplificador sobre la propia crisis”.

Es caro también porque es un modelo general que no se limita a sectores concretos ni está destinado a corregir desequilibrios con circunstancias concretas (al sector de la construcción ni a la burbuja inmobiliaria) sino que se extiende para todas las ramas de actividad y se agudiza con cada nueva crisis (los efectos de la crisis del 2008 fueron sustancialmente superiores al de la anterior recesión de 1992-1993).

2. Es además un modelo DISFUNCIONAL porque desacopla a nuestra economía con las pautas europeas y nos margina de las nuevas oportunidades surgidas en cada ciclo económico.

Tanto los costes del propio ajuste laboral como su efecto presupuestario son muchos más elevados y costosos que los de nuestros socios. El resultado es que España necesita muchos más años que el resto de los países europeos para estabilizar sus cuentas públicas y los índices de desempleo, un objetivo que puede volverse imposible si las crisis se presentan con una frecuencia de ocho años que es los que viene ocurriendo en las últimas décadas. Volver al 8% de paro cuando se viene de haber superado irresponsablemente un 26%, es mucho más costoso que no haber pasado del 12-14%, como máximo, siguiendo el ejemplo de todos nuestros vecinos.

El desacople en el ciclo productivo se nota también en la evolución de la productividad durante el ciclo. Mientras en la UE la productividad crece con las fases expansivas de la economía y cae durante las recesiones en España ocurre lo contrario. En nuestro patológico sistema la productividad apenas aumenta en los periodos de auge mientras crece fuertemente durante las crisis debido a que la destrucción de empleo es (ilógicamente) mucho más fuerte que la caída de la producción.

3. Es INEFICIENTE porque dificulta la distribución adecuada de los recursos y DESINCENTIVA la adaptación del cambio tecnológico en un momento en que es la variable fundamental que determina la competitividad futura.

Un reciente informe de OCDE titulado «Compendio de indicadores de productividad 2019» ha puesto en evidencia que España es el país desarrollado que mayor cantidad de empleo ha destruido en los sectores de alta productividad entre 2010 y 2017 (483.000, un 2,5% del total).

Nuestro sistema ha intentado convertir la inestabilidad, la precariedad y los bajos salarios, en los únicos incentivos para atraer inversiones y bajar los umbrales de rentabilidad… pero ese camino ha acabado reasignando más y más recursos hacia actividades cada vez más ineficientes, que solo surgen al amparo de los bajos costes laborales, despreciando cambios que favorezcan una organización eficiente de los negocios y una mayor productividad.

La creación, en ese mismo periodo, de 354.000 empleos en sectores de baja productividad, lo que hace es insistir en el mismo círculo vicioso de “bajos salarios / baja productividad” que alimenta un tipo de empleos que volverán a ser fácilmente prescindibles al primer signo de debilitamiento económico.

4. El modelo de relaciones laborales implantado es, por último, VICIADO Y ANTIGUO porque fomenta unos comportamientos empresariales lastrados por la informalidad de la economía sumergida o, lo que es lo mismo, por la ausencia de control público en el incumplimiento de las normas sobre empleo temporal / a tiempo parcial.

El Estado se ha limitado a “legislar”, pero consintiendo y sosteniendo, al mismo tiempo, un esquema de utilización de los contratos temporales basado en una aplicación laxa de las normas (es decir, consintiendo en el fraude) como sinónimo de flexibilidad.

Con ello, el sistema ha educado a una clase empresarial perezosa y omnipotente, reforzada por la unilateralidad absoluta como principio de funcionamiento que ha sacralizado fórmulas, como el despido individual y sin justificación, (o sea, improcedente) para provocar despidos sin la revisión judicial dominante en Europa.

Una oportunidad para el cambio

Es evidente que el desarrollo de nuevas fuerzas productivas identificadas con la economía digital y el cambio tecnológico están reclamando cambios profundos en las relaciones de producción y de trabajo. El teletrabajo, el trabajo de plataformas, la aparición de algoritmos en cada vez más espacios de las relaciones laborales, la regulación de los TRADE y un estatuto de autónomos…

Los cambios reclaman un nuevo paso en el equilibrio entre flexibilidad y seguridad y hay que saber encontrar ese equilibrio en la mejor dirección. Han transcurrido ya 12 años desde el inicio de la anterior crisis, un periodo en el que la sociedad y las leyes, aun actuando con retraso, se han mostrado capaces de apuntar ya soluciones sobre nuevas líneas reguladoras que recogen la mejor tradición democrática.

Probablemente todo ello configure un nuevo texto del Estatuto de los Trabajadores adecuado a los tiempos. Pero difícilmente se podrá construir el futuro sin librarse de las argollas que el actual marco de relaciones laborales impone a la economía española.

 

Reflexiones sobre el mercado de trabajo: problemas, medidas correctoras y cambios legales

  • Belén Cardona

    Catedrática Derecho del Trabajo. Universitat de València

  • Jaime Cabeza

    Catedrático Seguridad Social y Derecho del Trabajo. Universidad de Vigo

1. Precariedad (Temporalidad, parcialidad, límites relaciones laborales)

Se trata, sin lugar a dudas, del haz de problemas sobre el que el mercado de trabajo interno ha tenido un comportamiento más patológico. Como era esperable, el porcentaje de temporalidad había caído por debajo del 21 por 100 al final del segundo semestre de 2020, en tanto que el de parcialidad hasta el 13,4 por ciento. Lo cual es muy característico de épocas de contracción en el empleo, pues el trabajo precario siempre ha actuado de amortiguador, antes de que se destruya empleo indefinido. Pero, a poco que la situación económica mejore, puede pronosticarse un crecimiento nuevo de los contratos temporales y a tiempo parcial, como reflejo habitual de una incipiente recuperación. Es decir, o se acomete con seriedad el reto de eliminar la dualidad del mercado de trabajo, o éste seguirá siendo extremadamente sensible a los cambios de ciclo, con las consecuencias destructivas que se aparejan de este fenómeno.

La temporalidad es necesaria, pero los esfuerzos por controlar el fraude y reconducirla a sus justos términos pasan por medidas contundentes que impliquen a los actores públicos y privados y centralicen la contratación en organismos especializados sometidos a supervisión pública. Asimismo, por reformas legales que solo admitan, además de contratos formativos, dos grandes modalidades: una de sustitución de personas con el contrato en suspenso y otra para afrontar necesidades temporales muy delimitadas de las empresas. Las competencias de los convenios colectivos deben precisarse mejor y restringirse en exclusiva a los de ámbito sectorial. En cuanto a la contratación a tiempo parcial, se ha disparado a partir de 2014 cuando las garantías legales se han relajado, lo que sugiere que el crecimiento obedece a la involuntariedad y al fraude de ley. Urgen medidas correctoras en favor de la voluntariedad y del control del tiempo de trabajo.

Asimismo, es necesaria una redefinición de los límites entre trabajo autónomo y subordinado que debería centrarse en dos aspectos: la posición de dependencia material –como quiera que se adjetive- de la persona que presta servicios ante la beneficiaria de los mismos y la posición material de la misma de poder negociar en el mercado.

2. Autónomos y microempresas.

El colectivo de personas que trabajan autónomamente debe ser protegido eficazmente, pero sin animar proyectos de emprendimiento insuficientemente sólidos. El emprendimiento no puede ser objeto de fomento indiscriminado en un marco plagado de microempresas, que adolece de una sobredimensión numérica de profesionales sin personas empleadas a su cargo. Así pues, las medidas de fomento del autoempleo deben ser muy selectivas, para no abocar a muchos autónomos y autónomas al estrato más vulnerable de la población activa.

No obstante, las obligaciones laborales de los pequeños empleadores deben adaptarse a su situación comparativamente distinta a la mediana y gran empresa, mediante un retorno a la idea clásica de adaptar, en alguna medida, sus obligaciones laborales a la realidad específica en la que desarrollan su actividad profesional, sin que esta línea de actuación tenga que disminuir los derechos de las personas empleadas por ellos.

3. Rentas salariales. Productividad y subida salarial. Cotización. Economía sumergida.

El asunto de los salarios y de las rentas para-salariales es un tema que merece particular atención. La subida del SMI hasta los 950 euros acerca a España al cumplimiento de la Carta Social Europea –SMI no inferior al 60 por 100 del salario promedio-. Sin embargo, este importante incremento ha corrido paralelo al estancamiento absoluto del IPREM, indicador a partir del cual se calculan muchos de los subsidios ligados a la lucha contra la pobreza. Lo cual debe ser corregido cuanto antes.

Por otra parte, dicha subida del SMI ha producido una consecuencia muy destacable: que ha absorbido muchos salarios de convenio y que, en general, las cuantías de la mayoría de las tablas retributivas que afectan a personas trabajadoras razonablemente cualificadas apenas se sitúan ligeramente por encima del SMI. Lo cual se debe a una negociación colectiva que hasta ahora ha congelado cualquier posibilidad de incremento generalizado. Sin duda, las reglas legales de estructura de la negociación colectiva han tenido mucho que ver. En cualquier caso, debe promoverse una revisión al alza de los salarios de convenio, aunque en el contexto de una necesaria moderación salarial, imprescindible hasta que el PIB no vuelva a crecer sostenidamente. Sin esa subida, es muy poco razonable plantear que pueda operarse un incremento de la productividad, que requiere, un mínimo de motivación entre los trabajadores. Que los complementos variables ganen importancia, por lo demás, exige un incremento de la transparencia en su cálculo y devengo, que debe promoverse a través de normas legales que orienten a la negociación colectiva.

4. Contratación y subcontratación. Empresas multiservicio.

Las garantías de los trabajadores de las empresas auxiliares constituyen un asunto central, en un modelo como el español demasiado proclive a la descentralización productiva y a las cadenas de subcontratación. Probablemente, apostar por una equiparación salarial general entre los trabajadores de las empresas subcontratistas y los de las empresas principales sería erróneo, pues produciría una imposibilidad real de sostenimiento de muchas pequeñas empresas. Pero también es cierto que la descentralización productiva no debe basarse casi en exclusiva en el objetivo de reducción de costes, muy principalmente los laborales.

Con estas ideas guía, sí que debe aproximarse la regulación de las empresas multiservicio a las de las empresas de trabajo temporal, quizá con un mayor protagonismo de la negociación colectiva. Al margen de lo cual, la responsabilidad de las empresas principales debe extenderse a los casos de empresas auxiliares que no sean de la propia actividad –vg., limpieza, seguridad, catering, mantenimiento…, donde se ubican los principales nichos de precariedad- y alcanzar no solo las responsabilidades salariales, sino también las indemnizatorias. Es asimismo básico eliminar o poner coto a la utilidad del contrato de obra y servicio para atender contratos mercantiles o administrativos de las empresas auxiliares.

5. Empleo y protección por desempleo. Formación

Las políticas de empleo deben sufrir una auténtica revolución en España, pues se encuentran enquistadas en una lógica propia de hace más de veinte años. La empleabilidad de las personas debe dotarse de instrumentos más eficaces y coherentes. Los servicios públicos de empleo necesitan redimensionarse para atender con eficacia y dedicación a cada persona demandante de empleo. Las Administraciones territoriales tienen que estar más articuladas y coordinadas. El sector privado de la intermediación tiene que ser mucho más colaborativo con el ámbito público y probar su eficacia y eficiencia en el desempeño de su labor, mediante procedimientos verificables. Las políticas de empleo deben ligarse a las políticas demográficas y ser coherentes entre ellas, el reto demográfico de la España vaciada obliga a diseñar y articular estrategias de creación de empleo vinculadas a la promoción del repoblamiento de entornos rurales deshabitados.

España necesita un plan estratégico hacia el pleno empleo que trascienda de la planificación propia de la Estrategia Europea de Empleo. Es crucial dotarse de profesionales del empleo, en número y cualificación suficiente para afrontar uno de los principales retos que tenemos como país.

Por lo que respecta a la protección frente al desempleo y a las políticas pasivas de empleo, hay que reformar profundamente la normativa para conseguir un sistema más equilibrado que ofrezca cobertura armónica, y no sobreprotección a quien no la necesita e infraprotección a las personas vulnerables. El sistema público de prestación y subsidio de desempleo debe dotar de un mínimo de seguridad a las personas, para que puedan emplearse sin incurrir en una espiral de des-profesionalización. Deben eliminarse muchas trampas que disuaden a las personas de aceptar empleos. Los itinerarios individualizados deben existir para todas las personas demandantes de empleo.

Con el objetivo de terminar con la precariedad laboral, la desigualdad y avanzar en los derechos de los trabajadores, desde los sindicatos apelan a la redistribución de la riqueza con la derogación de la reforma laboral y una nueva reforma fiscal. Es una de las conclusiones que se extraen del debate ‘Repensar la economía con las trabajadoras y trabajadores’ organizado por la Fundación 1 de Mayo de CC.OO.

moderado por:

  • Gabriel Flores

    Economista

  • Paloma López Bermejo

    Educadora, sindicalista y política

Conclusión del debate

El modelo neoliberal capitalista y el orden mundial desregulado y cargado de incertidumbres que se sustenta en ese modelo acumulan ineficiencias y desórdenes que se manifiestan en un sinfín de tensiones políticas, étnicas y culturales, pulsiones nacionalistas, crispación social, desajustes económicos y climáticos o conflictos militares en los extrarradios del sistema. La crisis del capitalismo neoliberal se entrecruza, desde hace una década al menos, con una crisis de la democracia y los derechos humanos y con una amenaza climática y ecológica que requiere con urgencia tomar medidas globales, nacionales y locales para empezar a afrontarla de forma inmediata y poder superarla en las próximas décadas, cuando aún es posible.

La tarea de proponer y acordar reformas destinadas a corregir esos desórdenes y disolver esas amenazas debe estar situada en un lugar prioritario de la agenda de la opinión pública y del conjunto de las fuerzas progresistas. Parece aconsejable, si no obligado, intentar definir con más precisión las medidas a aplicar y exigir ritmos más rápidos en su aplicación. Al tiempo, hay que remover los obstáculos que levantan poderes económicos elitistas que no parecen tener ninguna prisa en reducir esos desórdenes mientras puedan aprovecharlos como nuevas fuentes de ganancia y mecanismos para conseguir un mayor sometimiento de la economía, la sociedad y la naturaleza a sus particulares y estrechos intereses a corto plazo.

En nuestro país, mientras tanto, el mucho ruido político y mediático sobre algunos problemas pendientes de solución (el bloqueo político, el encaje territorial de Catalunya, el avance de la extrema derecha posfranquista o los restos de corrupción política institucional) deja fuera del centro de la agenda política cuatro graves problemas:

1) lograr un reparto más equitativo y razonable de la renta para reducir la desigualdad, impedir que se consoliden bolsas de pobreza y exclusión social y facilitar la actividad económica sostenible y la creación de empleos decentes;

2) modificar pautas de consumo y estructuras productivas, a la vez que se propician compromisos nacionales e internacionales efectivos para descarbonizar la economía, reducir las emisiones de CO2 y establecer planes de financiación e inversión que aseguren una transición energética lo más rápida y justa posible, sin que este nuevo ámbito de actividad económica se convierta en pasto del marketing empresarial ni en un nuevo e injusto mecanismo de reparto de los costes que conllevará dicha transición, cargándolos sobre la mayoría social;

3) afianzar la democracia y extender el diálogo y el acuerdo a todas las manifestaciones de las relaciones y la toma de decisiones en ámbitos, como el de las empresas y la gestión y dirección empresarial, que hasta ahora se habían resistido a abrir sus puertas a la democracia;

4) hacer compatible el libre comercio y la libertad de movimientos de las personas con la existencia de mecanismos de regulación y control multilateral que impulsen una globalización inclusiva que evite el dumping social.

La simple enumeración de esos objetivos y tareas nos permiten hacernos una idea de su envergadura y dificultad, de las resistencias que va a generar su puesta en marcha y de la necesidad de un renovado consenso social y amplios acuerdos políticos que permitan empezar a dar pasos en un camino de reformas que será largo y difícil. Se trata, ni más ni menos, que de rehacer un nuevo contrato social capaz de disputar la hegemonía a las elites económicas mundiales y a las fuerzas populistas y neosoberanistas reaccionarias; se trata, en suma, de conseguir que las grandes transformaciones que ya han comenzado se hagan de forma ordenada y no disruptiva, no vayan en detrimento de las grandes mayorías sociales ni contribuyan a reconstruir privilegios basados en identidades nacionales o a dar prioridad a los intereses particulares de elites o sectores que multiplican sus ganancias y su poder gracias a los cambios desordenados que se están produciendo.

Una economía y un orden mundial en transformación que requieren de amplios acuerdos y capacidad para gestionar los cambios en curso y sus ritmos.

Una de las consecuencias políticas más recientes y significativas de la situación de reconfiguración en la que está inmerso el modelo capitalista neoliberal que ha imperado en el mundo durante las últimas décadas, tras su consolidación en los años 80 del pasado siglo, ha sido el giro a la izquierda que parte de la socialdemocracia ha llevado a cabo en los últimos tiempos, con diferente alcance y por distintas vías. Procesos de revisión de su actuación que siguen su curso, adoptando formas más o menos incipientes o desarrolladas, y que han alumbrado programas y propuestas claramente identificables con los valores de izquierdas. Un giro a la izquierda que cuestiona la Tercera Vía, esto es, su anterior colaboración con las derechas en la expansión y gestión del modelo capitalista neoliberal y, tras el estallido de la crisis global de 2008, su apoyo a una estrategia conservadora de austeridad para superar la Gran Recesión que ha sido ineficaz en la consecución de los objetivos que pretendía alcanzar y ha acabado multiplicando desigualdades y precariedad, eliminando derechos laborales y sociales, recortando protección social, deteriorando la oferta de bienes públicos y, en definitiva, haciendo más difícil la vida y el futuro de millones de personas.

Repensar la economía incluye recapacitar sobre las políticas económicas y las llamadas reformas estructurales de desregulación de los mercados impuestas en los últimos años y tratar de integrar y aprender de todas las experiencias y propuestas que cuestionan las políticas de austeridad y devaluación salarial y evidencian su pérdida de apoyos sociales y su ineficacia económica.

Es innegable que se está  produciendo una evolución hacia la izquierda de los programas de partidos socialdemócratas, en el Reino Unido y más recientemente de Alemania, asimismo están adquiriendo un peso creciente otros partidos cercanos a los planteamientos más de izquierda de la socialdemocracia, y en EEUU están ganando espacio las corrientes más progresistas del Partido Demócrata. Al igual que la cooperación de los socialistas portugueses con fuerzas situadas a su izquierda durante la pasada legislatura o la apertura de los socialistas españoles a la negociación de un Gobierno de coalición progresista con UP son algunas de las más importantes expresiones que pueden encontrarse de ese giro a la izquierda que forma parte y evidencia las tensiones generadas por el capitalismo neoliberal.

En el giro progresista de la socialdemocracia y el fortalecimiento político de otras opciones situadas más a la izquierda existen causas y razones similares: aumento de las desigualdades y la pobreza, deformación de la distribución de la renta nacional en detrimento de los salarios, pérdida de poder de negociación de los sindicatos, rápido crecimiento de las emisiones de CO2 e incapacidad o desinterés por reducirlas, extensión de los falsos autónomos y de trabajadores autónomos sin ningún tipo de protección social, retroceso del gasto público social, debilidad de la inversión pública modernizadora, inacción de los Estados y las instituciones comunitarias en la gestión de los cambios productivos, tecnológicos y energéticos o en defensa de los bienes públicos y de los equilibrios ecológicos básicos que son necesarios para sostener nuestro planeta y la propia vida… Tendencias que provocan millones de perdedores desplazados a los márgenes de la sociedad, debilitan la convivencia, fragmentan y convierten en ineficaz el mercado único en Europa o aumentan las divergencias productivas y de rentas entre los socios de la UE y entre los territorios y sectores sociales de cada Estado miembro. Y que, por ser tan negativas, terminan por ser inaceptables en democracia y generan rechazos, malestar y energías que intentan y acabarán consiguiendo cambiar las prioridades y las políticas predominantes desde hace décadas porque no se pueden perpetuar cuando son tan evidentes y destacados sus negativos impactos. El avance del euroescepticismo y de las críticas y resistencias de la ciudadanía al capitalismo neoliberal, tanto a la izquierda como a la derecha del escenario político, son claros indicadores de la crisis en la que seguimos inmersos y de la necesidad de grandes transformaciones que permitan para superarla.

También forman parte de esas tensiones, sobre la misma base de indignación o resignación de la ciudadanía pero desde el otro lado del espectro político, el avance de las derechas populistas y neosoberanistas que representan Trump o Johnson y el cuestionamiento que realizan del orden mundial neoliberal o globalista, del que critican un afán uniformador cosmopolita poco o nada respetuoso con las identidades nacionales y al que denuncian como un peligroso enemigo de sus maneras de entender y reivindicar la soberanía nacional y, sobre todo, como un instrumento de los grandes grupos empresariales transnacionales para imponer sus intereses a la mayoría de las naciones.

Todos los temas mencionados antes y algunos más han formado parte, con mayor o menor fortuna y atención, de las ponencias desarrolladas en el III Congreso de la Fundación 1º de Mayo “Repensar la economía con las trabajadoras y trabajadores” y de las intervenciones que se han sucedido en este Espacio Público que ha acogido las valiosas reflexiones que han permitido esclarecer y profundizar un debate necesario. Forman parte de las preocupaciones de CCOO y del resto de sindicatos de clase porque revelan al mismo tiempo la incapacidad del modelo capitalista neoliberal para responder a las preocupaciones de la sociedad y la existencia de un tiempo nuevo, propicio para que las instituciones públicas nacionales y supranacionales impulsen y gestionen cambios de política económica, legislativos, tecnológicos y sociales en un sentido que suponga la mejora de la situación de las clases trabajadoras y la mayoría social, además de un reparto más equitativo que hasta ahora de los costes y beneficios que supondrán dichos cambios.

Que este proceso de gestión de las transformaciones en curso no va a ser sencillo lo indica claramente el desastre electoral sufrido por el Partido Laborista en las recientes elecciones generales del Reino Unido celebradas el 12 de diciembre. No basta con presentar un programa nítido de izquierdas, claramente diferenciado del de las derechas conservadoras o liberales, para recolectar en forma de votos el descontento de la mayoría social. No es posible superar en una campaña electoral años y décadas de retroceso y pérdida de legitimidad del Estado de Bienestar, el diálogo social y la acción de las instituciones públicas en defensa de la igualdad de oportunidades y de los sectores más desprotegidos y marginados o de la necesidad de impulsar una inversión pública capaz de gestionar los cambios productivos y educativos en beneficio de la mayoría social; menos aun cuando esa pérdida de legitimidad fue interiorizada por los laboristas británicos durante los liderazgos de Blair y Brown y la acción política institucional y los desarrollos teóricos asociados a su tercera vía entre la socialdemocracia y el neoliberalismo. No se puede revertir en una campaña electoral o con un programa de izquierdas una derrota, la pérdida de legitimidad del Estado de bienestar y de la cultura, los valores y las fuerzas que lo hicieron posible, que se fraguó durante décadas. Sobre todo si la agenda política está centrada desde hace varios años en una cuestión identitaria que ha simplificado el debate, polarizado a la ciudadanía y dificultado la búsqueda de un acuerdo político que pudiera recabar un apoyo más amplio que el que se puede construir en torno a un referéndum que sólo admite una respuesta binaria: Brexit sí o no.

El giro a la izquierda de la socialdemocracia, pese a su trascendencia política y las justificadas esperanzas que suscita, no es suficiente para acometer y gestionar las grandes transformaciones en curso y hacerlas compatibles con las necesidades de bienestar, seguridad y futuro de la mayoría social. Tampoco, para construir una alternativa a las derechas populistas, conservadoras o de extrema derecha, embarcadas en un inquietante objetivo de deconstrucción parcial del modelo capitalista neoliberal que pretende reafirmar sus rasgos más antisociales, insolidarios, xenófobos y competitivos al tiempo que intenta reafirmar identidades y soberanías nacionales formales, mientras deja todas las puertas abiertas a las imposiciones de las grandes potencias sobre la mayoría de los Estados nación.

Tampoco una amplia cooperación política, como la que en España intentan fraguar el PSOE y UP para sostener un Gobierno progresista, que suscita con razón tan amplios apoyos y simpatías es suficiente para impulsar el cambio. Hace falta completar y complementar esa cooperación política con el fortalecimiento del papel de los sindicatos de clase y una mayor presencia de un denso entramado de organizaciones y movimientos sociales enraizados en una ciudadanía viva, activa y consciente de la importancia de la acción colectiva en defensa de los intereses y necesidades que comparte la mayoría social. En este terreno de la organización y movilización social es obligado resaltar, por su decisivo impacto sobre las rentas y las condiciones de vida y trabajo de la mayoría social trabajadora, la importancia de ensanchar, mediante cambios legislativos adecuados y ejemplos prácticos que se puedan replicar y extender, los marcos del diálogo social entre sindicatos y organizaciones empresariales que es esencial para afianzar la negociación colectiva y revertir las pasadas reformas del mercado laboral que la traban o dificultan. Este es el momento. Ahora es posible construir una nueva voluntad política progresista y rehacer un nuevo contrato social desde la izquierda, contando con las instituciones del Estado para impulsar el cambio posible y hacerlo de una manera ordenada, al servicio de la mayoría social y contando con el concurso de la ciudadanía y las organizaciones que la conforman, defienden y representan.

Una reflexión, un debate y una acción necesarios.

Hay ganas de debatir sobre la sociedad en la que convivimos y trabajamos y sus conexiones con la situación europea y mundial, su mal estado, las no demasiado buenas perspectivas de evolución y las formas en las que repensamos la acción sindical y sociopolítica para abrir nuevas posibilidades a la mejora de las condiciones de vida y trabajo de la mayoría social. Dicho de otra forma, existe una clara conciencia de la necesidad de actuar y un profundo interés por contribuir a rehacer el contrato social que la crisis económica y las políticas reaccionarias aplicadas para superarla han hecho estallar.

Los debates, ponencias e intervenciones en este Espacio Público y en el III Congreso sobre la democracia económica que organizó la Fundación 1º de Mayo han puesto en evidencia la necesidad y la importancia de llevar a cabo esa reflexión y repensar la acción sindical y sociopolítica para construir un nuevo acuerdo social que ponga la economía al servicio de la mayoría social, refuerce y amplíe los ámbitos de diálogo social y la negociación colectiva y coloque a las instituciones públicas ante su responsabilidad de llevar a cabo las reformas necesarias para que el complejo proceso de transformación en marcha del modelo capitalista y el orden mundial neoliberales se desarrolle de manera ordenada, pacífica y democrática.

Queremos terminar agradeciendo a la Fundación 1º de Mayo el haber planteado y organizado este debate y a todas las personas e instituciones que han intervenido o colaborado en su realización o difusión y lo han hecho posible. Tanto durante el Congreso realizado los pasados días 14 y 15 de noviembre de 2019, que contó con una veintena de ponentes, alrededor de dos centenares de asistentes y el respaldo y la difusión brindados por Espacio Público, Le Monde Diplomatique en español, Madrid Sindical, Público y CTXT, como a través de los artículos y el debate que durante dos meses ha discurrido en este Espacio Público y en el que ha habido más de cuarenta intervenciones.

Muchas gracias a todas las personas y entidades que han hecho posible este espacio público de reflexión, análisis y encuentro que valoramos como muy provechoso y que necesitará de continuidad para alentar propuestas y reformas que puedan ser llevadas a cabo por un Gobierno progresista. Y muchos ánimos para el camino que tenemos por delante, en el que será imprescindible aunar de nuevo esfuerzos de reflexión y acción para impulsar y apoyar el cambio posible.

Ponencia inicial

Repensar la economía con las trabajadoras y trabajadores

Repensar la economía con las trabajadoras y trabajadores

Repensar la economía con las trabajadoras y trabajadores, conectar la democracia con la economía

  • Gabriel Flores

    Economista

  • Bruno Estrada

    Economista, adjunto al Secretario General de CCOO

Este debate se enmarca en la actividad desarrollada por la Fundación 1 de mayo de CCOO, el III Congreso ‘Repensar la economía con las trabajadoras y trabajadores’. Más información en: http://www.1mayo.ccoo.es/noticia:393539–Repensar_la_economia_con_los_trabajadores

Vivimos tiempos difíciles para la democracia en todo el mundo. No es algo nuevo, ya se han vivido antes, varias veces a lo largo del siglo XX –que no olvidemos es el siglo de la democracia en la larga Historia de la Humanidad- y siempre, hasta ahora, la democracia ha salido fortalecida frente a sus enemigos, las castas privilegiadas, las élites económicas, los latifundistas de capital. ¿Será también así en el siglo XXI? ¿Es el momento de que la democracia entre en territorios, como el de la economía y la empresa, que le estaban vedados? Creemos que sí. Cuando las fuerzas progresistas se han situado en posiciones meramente resistencialistas, el resultado ha sido el retroceso de los derechos sociales y laborales y, como consecuencia, una creciente desigualdad, como ha ocurrido en las últimas décadas.

¿De qué hablamos cuando señalamos que la democracia económica permitirá ampliar y fortalecer sistemas democráticos capaces de proteger la convivencia y el bienestar de la ciudadanía? Este amplio terreno de juego, el de la lucha por consolidar derechos y ampliar la democracia, es el que acota el nuevo debate que acoge Espacio Público en colaboración con la Fundación 1º de Mayo de CCOO.

La Gran Recesión iniciada en 2008 y las políticas de austeridad fiscal y devaluación salarial impuestas por las instituciones europeas a partir de 2010, siguiendo las recetas neoliberales, han generado como reacción que gran parte de la ciudadanía haya retomado la consciencia de la importancia de contar con libertades, derechos e instituciones que nos permitan defendernos de los depredadores mercados financieros. Aunque, a la vez, también hay que reconocer que algunos sectores sociales han perdido la confianza en las bondades de un sistema democrático que cada vez les ofrece menor protección.

La recurrente explosión de burbujas financieras, fruto de una paulatina pero constante desregulación de los mercados de capitales, ha fragilizado la protección de las relaciones laborales y el derecho del trabajo, acelerando su mercantilización y el ritmo de sustitución de empleos decentes con salarios dignos por trabajos precarios de baja remuneración. La consecuencia de esos procesos, además del paulatino deterioro del Estado de Bienestar, ha sido el aumento de los riesgos de pobreza y exclusión social de una parte importante de la población, sobre todo entre las generaciones más jóvenes, lo que ha incrementado su desafección hacia los partidos políticos y las instituciones representativas.

Para estos sectores de la sociedad, las distopías han ganado espacio a las utopías cercanas, de forma que la democracia se ha estrechado y ha dejado de ser apreciada, al reducirse drásticamente las alternativas políticas que apuestan por la recuperación, en un futuro previsible, de los empleos, salarios, derechos y bienestar que se han perdido en los últimos años. Muy pocos partidos con posibilidades reales de alcanzar posiciones institucionales tienen la voluntad de gobernar de otra manera para mejorar las condiciones de vida de las trabajadoras y trabajadores poniendo coto a los privilegios de las élites económicas.

Es evidente que las generaciones más jóvenes son las que han sufrido en mayor medida la precariedad laboral y las que tienen un futuro con mayores incertidumbres. Jóvenes que no se sienten interpelados por la experiencia histórica que supuso la era de las tiranías europeas, o la dictadura franquista en España, ni disponen, en muchos casos, de una memoria histórica que les ayude a comprender la ineficacia, inmoralidad e injusticia que suponen los regímenes autoritarios.

En la mayoría de los países capitalistas desarrollados cuyas instituciones democráticas no son capaces de ofrecer suficientes empleos y salarios decentes, se está generando una robusta tendencia hacía una menor identificación de la ciudadanía con los valores democráticos. Los datos de la “Encuesta Mundial de Valores” atestiguan dicha tendencia.

La democracia es una construcción frágil y reciente en términos históricos, una conquista reversible que en los últimos años está sufriendo en Europa y en todo el mundo una campaña de descrédito organizada por poderosos enemigos. Ya no buscan su demolición, su objetivo es más inteligente, es erosionarla hasta reducirla a un cascarón de ceremonias formales que les permitan seguir protegiendo sus egoístas y elitistas intereses.

Repensar la economía con las trabajadoras y trabajadores implica proteger lo social frente a unos mercados que reparten de forma tan desigual, como injusta, rentas y riqueza. Supone considerar que el destino de la inversión pública, y de una parte sustancial de la inversión privada, tiene que decidirse teniendo en cuenta los intereses de la mayoría de la población. Esto es, que el poder democrático de la sociedad debe prevalecer sobre el poder económico de las elites en beneficio de la mayoría social, las clases trabajadoras y el planeta que nos acoge. Ello implica movilizar todas las energías existentes y la financiación pública y privada necesarias para apostar por alcanzar el pleno empleo con trabajos y salarios decentes para todas las personas que deseen trabajar, como sucedió en Europa Occidental y EEUU durante los treinta años dorados, tras la Segunda Guerra Mundial, cuando la desigualdad social se redujo de forma importante.

Las elites económicas, el capital financiero y los grandes conglomerados empresariales globales actúan en sentido contrario, concentrando cada vez más poder, riqueza y rentas y utilizándolos para impedir que la sociedad les imponga límites, elimine sus posiciones de monopolio y oligopolio y regule la actividad económica en beneficio de la mayoría social y del planeta, cuya preservación es la condición previa a cualquier tipo de economía y vida. O democratizamos la economía o nos privatizan la política.

¿Cuándo hablamos de democracia económica de qué estamos hablando?

Al referirnos a la democracia económica evocamos dos amplios espacios de intervención que están interrelacionados: el primero se refiere a la participación en la dirección y el control de la gestión de las empresas de las trabajadoras y trabajadores, de los sindicatos que les representan y de las organizaciones sociales vinculadas a su actividad; el segundo, a la participación de los sindicatos representativos y del resto de agentes sociales en la definición y gestión de la política económica, en la identificación de las mejores herramientas disponibles para lograr los objetivos propuestos y en el control y evaluación de sus resultados.

Introducir la dimensión democrática en la gestión de la economía y de la empresa, resituando el papel de las clases trabajadoras en el control de los procesos económicos, más allá del alcance y la práctica de una negociación colectiva que debe ser reforzada, obedece a dos lógicas plenamente interrelacionadas: una colectiva, la de una sociedad interesada en construir sistemas económicos y políticos de pleno empleo, más justos y equitativos; otra individual, la de incrementar la cantidad y calidad de la libertad individual, permitiendo que el desarrollo de la autonomía y libre elección de los individuos sea compatible con los intereses compartidos, la solidaridad y la cohesión social o la preservación del clima y la biodiversidad, que son un patrimonio común de la humanidad.

Impulsar el avance de la democracia económica, también en el ámbito de la igualdad de género, ofrece un horizonte de nuevos derechos, de reformas, a las fuerzas progresistas que permite recuperar la hegemonía cultural, incorporando a la agenda política propuestas de modernización y cambio estructural del sistema económico y de la empresa.

Democratizar las empresas no se reduce a ampliar el ámbito del cooperativismo o la economía social y solidaria, debe extenderse también a las empresas privadas y, en particular, a los grandes grupos empresariales. Esta tarea democratizadora de la economía y la empresa, lejos de desviar la atención sobre la imprescindible democratización de los Estados nación y la propia globalización, la complementan. Difícilmente se puede aspirar a democratizar lo que está más lejano, lo macro, si no somos capaces de abrir caminos para democratizar la actividad empresarial, lo micro, en la que estamos directamente involucrados o forma parte de nuestra vida cotidiana.

La democratización de la economía no se reduce tampoco a incrementar el papel o el peso del capital público y las empresas de participación o propiedad pública, incluida la banca, debe extender su acción a las empresas privadas y, a través de un sistema fiscal más progresivo, a la mayor contribución de las rentas del capital y los grandes patrimonios privados a la modernización económica y el bienestar social.

Disponemos de múltiples experiencias locales, nacionales e internacionales de impulso de la democracia económica. Buenas prácticas de las que aprender y aplicar para que la gestión de las empresas y la economía acaben impregnadas de los mismos valores, normas y prácticas de carácter democrático que rigen en el resto de ámbitos e instituciones de la sociedad. Se trata de identificar esas experiencias, promover su conocimiento y recabar el apoyo social que requiere la experimentación de nuevas formas de democracia en la economía.

Son los consejos de administración de las empresas los que tiene que aprender del funcionamiento de las instituciones democráticas de la sociedad, ya que gracias a ellas hemos construido las sociedades más productivas, igualitarias, incluyentes y libres de la Historia de la Humanidad.

¿Es necesario un Gobierno progresista para abrir el campo de aplicación de la democracia a la economía?

Se ha planteado en Espacio Público este debate sobre la democracia en la empresa y la economía en momentos electorales y políticos especialmente complejos y crispados a los que acompaña una creciente incertidumbre sobre el futuro económico mundial que ya se ha concretado en una desaceleración del crecimiento de la actividad económica y el comercio mundial.

No obstante, el debate sobre la democracia económica rebasa con mucho el cortoplacismo de una campaña electoral en la que los partidos políticos tratan de diferenciarse. No sería apropiado para la reflexión sobre la democracia económica que este debate quedara atrapado en una maraña de argumentos, justificaciones y simplismos de carácter electoral. Pero es ineludible afirmar la conveniencia de un resultado electoral que facilite el próximo 10 de noviembre la formación de un Gobierno progresista abierto a la consideración de las reformas legales, institucionales o estructurales que convienen al avance de la democracia en las empresas y en la economía.

Por eso, es tan importante la voluntad y la experiencia del acuerdo programático y la cooperación de las fuerzas progresistas y de izquierdas portuguesas en la última legislatura (2015-2019) que analiza Francisco Louça en la ponencia que abre este debate en Espacio Público. Una cooperación no exenta de diferencias y disputas que, junto a las innegables mejoras que ha supuesto para el pueblo portugués, nos permite entender algunos de los límites e insuficiencias de la acción gubernamental como único vector de la transformación social. Siendo imprescindible, la acción de un Gobierno progresista no es suficiente para impulsar con éxito el proceso de democratización de la economía y la empresa, ya que este éste tiene que estar acompañado de un largo y complejo desarrollo de la organización y movilización política, sindical, social y cultural.

Entendemos la modernización de una sociedad como su capacidad de actuar de forma conjunta, a través de mecanismos democráticos, en una dirección y, una vez obtenidos los resultados esperados, reorientar su acción hacia otros objetivos.

Por ello, creemos que la democracia económica, en todos los rasgos que la constituyen y que son el objeto de reflexión y análisis de este debate que se ha abierto en Espacio Público, forma parte del núcleo del ilusionante proyecto de modernización del país que las fuerzas progresistas deben ofrecer a la sociedad para renovar estructuras y especializaciones productivas, reforzar la convivencia y ampliar los derechos, libertades y bienestar del conjunto de la ciudadanía.

Después de las elecciones de octubre y del fin de la “geringonça”

  • Francisco Louça

    Político y economista

Hay en Portugal un viejo dicho popular, muy viejo, que dice “de España, ni buen viento, ni buen casamiento”. Las lectoras y lectores de estas notas que viven en España captarán, así lo espero, la existencia de alguna prevención inscrita en la historia y en las percepciones populares de la única nacionalidad ibérica que no ha estado sometida al poder de Madrid a lo largo de la historia del último milenio. Y también lo que este dicho manifiesta. Literalmente, quiere decir que los vientos venidos de España (del este) son raros, pero perjudiciales para la agricultura. Asimismo, recuerda que las bodas entre las casas reales de los dos Estados se tradujeron en problemas dinásticos, diplomáticos y militares. Cuestiones que, de hecho, condujeron al único periodo en el que Portugal estuvo integrado en el reino de Castilla, entre 1580 y 1640. De ahí el “ni buen viento, ni buen casamiento”.

Claro que sobre esto los contemporáneos no tendrán nada más que una divertida curiosidad. Pero el consejo puede ser interpretado de forma moderna, sugiriendo que cada historia tiene su tiempo y su modo, lo cual sirve a ambos lados de la frontera. Y, si me permiten un consejo, tal vez sea mejor que en el debate político español tampoco se imponga alguna simplificación sobre el “ejemplo” o “modelo portugués”, tal y como lo usa de forma interesada en su estrategia el presidente en funciones Pedro Sánchez.

Sería conveniente que en España no se fíen demasiado de los vientos portugueses y tal vez menos aún de las bodas fortuitas que puedan atravesar la frontera. El riesgo de lecturas instrumentales de los acontecimientos específicos de cada país o de estrategias políticas diversas es demasiado grande, sobre todo en tiempos de emociones fuertes y conflictos duros como los que se han vivido o pueden volver a darse en las Cortes en las votaciones sobre el futuro gobierno. Lean por eso estas notas como una simple información o interpretación acerca de lo que han sido estos cuatro años, de las diferencias entre Portugal y España, y también sobre la evolución política tras las recientes elecciones parlamentarias.

Dos países diferentes, dos historias distintas

Comienzo por lo que es obvio para quien lee estas líneas. Hay varias diferencias que imponen modos de realización de la política y de expresión electoral o de las opiniones públicas que son distintas entre Portugal y España. Creo que son, sobre todo, tres.

Primero, Portugal vivió una transición postdictadura marcada por una crisis revolucionaria (de abril de 1974 a noviembre de 1975). La consecuencia más importante, para lo que nos interesa aquí, fue la forma de reconfiguración del sistema político: el principal partido de la derecha en Portugal –el Partido Popular Democrático/Partido Social Demócrata (PSD)– nace de un ala disidente del partido de la dictadura, que estaba en conflicto abierto con el gobierno sobre cuestiones democráticas, y separada de él, a todos los efectos, cuando se llega a 1974. Así, cuando cae la dictadura, la burguesía se reorganizó en torno a este nuevo partido y a otra fuerza reaccionaria, pero con mucho menor peso, el Partido del Centro Democrático Social-Partido Popular (CDS). El aparato político de la dictadura fue destruido en gran parte. Esto permitió imponer una Constitución que reconocía amplios derechos populares, leyes electorales democráticas y otras reglas. En España, por el contrario, el PP constituye una prolongación tardíamente adaptada del aparato franquista. Como consecuencia de todo esto, el sistema partidario portugués es más abierto. Y, tal vez por eso, el Bloco de Esquerda (BE) fue el primer partido europeo de convergencia de la nueva izquierda, nació en 1999 por razones políticas más que por la fuerza de los movimientos sociales. En España fue necesario, sin embargo, un poderoso movimiento social, años después, para dar origen a Podemos. Así, fue entonces cuestionada en España la alternancia entre la derecha y el centro socialdemócrata. Y fue de repente, mientras que en Portugal este bipartidismo ha sido lentamente desgastado desde la emergencia del Bloco hace veinte años. Hay que señalar, además, que el movimiento social ha sido y es más fuerte en España que en Portugal, con un protagonismo de las luchas sociales (el movimiento feminista o por la vivienda, por ejemplo) que no son comparables con las de mi país.

Segundo, Portugal es un país homogéneo, mientras que España es un mapa de nacionalidades. Eso determina en España múltiples formas de expresión política, bajo la forma de varios partidos y de gobiernos autonómicos o regionales. Éstas, además, formatean al mismo tiempo la amenazadora rigidez del poder central –y hasta el papel de la monarquía y de las Fuerzas Armadas– y una maleabilidad de negociación, que los gobiernos del PSOE y los del PP aprovecharon, con el PNV o con CiU y otras fuerzas. O sea, España tiene un poder central más violento y, en muchas ocasiones, sustentado en negociaciones regionales.

Cómo se acordó la “geringonça”

La tercera particularidad de Portugal es que fuimos más castigados por el programa de austeridad y por la humillación de la presencia gobernante de la troika durante los años del ‘ajuste’, de 2011 a 2014. En España se aplicó la misma orientación –de hecho, está genéticamente inscrita en las reglas del euro–, pero en un contexto de mayor margen de maniobra y preservando el halo de la autoridad política nacional. España es una economía mayor, más desarrollada e integrada, y tiene más poder político en la UE. Para quien lea estas líneas en España, le recordaría que el primer ministro de derechas en Portugal llegó a afirmar después de la firma del Memorándum de la troika en 2011, explícita y valientemente, que su objetivo era “empobrecer Portugal” y que era necesario tomar “medidas más allá del programa de la troika” para demostrar la conformidad nacional con la austeridad y el poder de los acreedores.

Ya se darán cuenta de a dónde quiero llegar con estas tres anotaciones. Si la población portuguesa tenía en 2015 la sensación y la experiencia de un programa de austeridad económicamente destructor, que se asociaba el gobierno de las derechas (PSD-CDS), y se esperaba una solución política, esta solo podía depender de los partidos de izquierda –Bloco y Partido Comunista de Portugal (PCP)– y del de centro –Partido Socialista (PS)–, como resultado de las elecciones parlamentarias de octubre de 2015. Dado que estas condiciones hacían inviable la alternancia tradicional entre la derecha y el centro, que había estado vigente hasta entonces, el “modelo portugués” de acuerdo sobre puntos concretos programáticos para permitir el gobierno de António Costa se impuso entonces por la voluntad aplastantemente mayoritaria de las bases de estos tres partidos.

Ese modelo fue preparado por una osada iniciativa de Catarina Martins, la coordinadora del Bloco, en su debate televisivo, durante la campaña de 2015, con el secretario general del PS, a quien desafió a aceptar condiciones elementales para abrir la puerta a un acuerdo. Eran condiciones básicas: no continuar congelando el valor de las pensiones, renunciar a leyes que facilitaran el despido y no reducir las contribuciones patronales a la seguridad social. O sea, anular tres medidas que entonces constaban en el programa del PS. Por resumir una larga historia, el mismo domingo del recuento electoral ya comenzaron reuniones informales entre los dos partidos para coordinar estas condiciones y otras, como el aumento del salario mínimo, manuales escolares gratuitos o bonos de transporte público a precios bajos, por ejemplo.

En ese proceso, estos partidos no tenían en frente ni una derecha unificada, ni difíciles cuestiones de orden constitucional (como las nacionalidades en España), ni alternativas de acuerdos políticos con otros partidos. En base a los resultados electorales, el PS en 2015 solo tenía dos opciones: o dejaba la derecha (con el 38%) gobernar o, con su 32%, se entendía con los partidos de izquierda (el Bloco, 10%, y el PCP, 8%)[1].  Escogió la “solución portuguesa”.

El modelo portugués

Hubo así un entendimiento, registrado en acuerdos por escrito. No voy a resumirlos, están publicados y fácilmente disponibles. Su peculiaridad más importante era incluir, por un lado, una lista de medidas a cumplir: parar las privatizaciones y revertir las que ya se habían hecho en el sistema de transportes públicos; incrementar en un 20% el salario mínimo; aumentar salarios y pensiones y reducir los impuestos directos sobre trabajo; mejorar la cobertura en la lucha contra la pobreza. Y por otro, dejar a cada partido libertad de posición sobre el resto de temas, como cuestiones europeas y financieras, por ejemplo.

Ni el PS lo propuso ni los partidos de izquierda plantearon su participación en el gobierno. Sé que a partir de aquí tengo que escribir con todo el cuidado del mundo, pues no quiero que ninguna lectora o lector interprete mi testimonio como una sugerencia sobre lo que debería suceder en España. En el nivel de acción política en que me sitúo, y se sitúa quien toma decisiones y participa en el debate público que se quiere determinante, es preciso conocer y vivir los detalles, tener el corazón experimentado y un conocimiento profundo de cada contexto para comprender las dinámicas y las relaciones de fuerzas. Y yo no pretendo ni proponer ni ser leído como alguien que insinúa algún tipo de conclusión para las elecciones políticas españolas. Lo que escribo se refiere únicamente a Portugal: no quisimos entonces formar parte del gobierno y sabíamos, de hecho, que, dada la historia de una convergencia inédita, ese camino era impracticable.

Para ambas partes, la solución encontrada fue la más conveniente. Para el PS, ciertamente, pues podía presentar en la Unión Europea a su gobierno como una continuidad de sus compromisos políticos esenciales. Era solo parcialmente verdad, dado que el PS podía asegurar que cumpliría los objetivos macroeconómicos de reducción del déficit, pero algunas de las medidas más importantes que la UE continuaba intentando concretar quedaron bloqueadas por el acuerdo con la izquierda, como las nuevas leyes para facilitar los despidos o la reducción de los costes de seguridad social a cargo de las empresas. En el momento en que el nuevo gobierno fue amenazado con sanciones europeas –paradójicamente, porque las cuentas del anterior gobierno se habían desviado un 0,3% del PIB en relación con el objetivo de déficit–, esa relación positiva del PS con Bruselas fue utilizada para argumentar en contra de un nuevo enfrentamiento a la griega. Pero era también ventajoso para los partidos de izquierda, que mantuvieron su independencia y pudieron oponerse al gobierno en cuestiones fundamentales, ganando en algunos casos, como cuando el ejecutivo intentó alterar las condiciones de financiación de la seguridad social, y perdiendo en otros, como la financiación de la banca comercial tras una crisis o las modificaciones de la ley laboral para aumentar el periodo de prueba en un empleo.

Pienso que todos hicieron la elección correcta. La izquierda y el PS no tenían un nivel de entendimiento programático y de experiencia de trabajo en común que permitiera una cooperación gubernamental. De hecho, si esta hubiera ocurrido, el gobierno se habría deshecho en pocas semanas: el ejecutivo tomó posesión en noviembre de 2015, e inmediatamente, en diciembre, presionado por la Comisión Europea, vendió un pequeño banco, el BANIF, al Santander, gastando en la operación tres mil millones de euros, lo que la izquierda no aceptó. Si en ese momento hubiera habido ministros de los partidos de izquierda, éstos habrían salido del gobierno y el acuerdo no habría durado un mes. La presencia en el ejecutivo exige una relación de fuerzas determinante, además de capacidad social de movilización inmediata, preparación técnica y una estrategia política coherente. Pero no puede ser un juego de corto plazo, tiene que ser una disputa consistente por la hegemonía social.

Los resultados de la “solución portuguesa”

No me detendré mucho sobre los resultados de la “solución portuguesa”, que son suficientemente conocidos. Ésta se benefició de tres condiciones favorables: petróleo barato, intereses bajos debido a las inyecciones de liquidez del programa de quantitative easing (compra de títulos de deuda pública y privada) del BCE y, además, un cierto aumento de la expansión de la demanda europea en la tímida recuperación que hemos vivido. Esta evolución permitió, por primera vez en los veinte años del euro, una convergencia real con la media europea, una balanza comercial positiva y la reducción de los gastos en la balanza de rentas, gracias a emisiones de deuda de corto y medio plazo con intereses negativos. En consecuencia, la tasa oficial de desempleo se redujo a la mitad (6%); y la subida de los ingresos fiscales y de la seguridad social, la reducción de los gastos del desempleo, más un inadecuado ajuste de la inversión pública permitieron un déficit cercano al 0% en 2019. Todas las valoraciones coinciden en considerar estos resultados como positivos: para las reglas presupuestarias ortodoxas, es un caso notable; para trabajadores y pensionistas, fue un alivio importante; para la presión de los intereses de la deuda soberana, es un éxito, al menos a corto plazo; para la gestión macroeconómica, tiene el beneficio de una expansión, aunque sea limitada.

La audacia de los partidos de izquierda, ante el carácter tan restrictivo de los acuerdos escritos, permitió ir más lejos de estos. En cada presupuesto anual, fueron aprobadas otras medidas que no estaban inicialmente previstas. Ese proceso de presión y negociación fue esencial para extender algunos derechos y para crear nuevas soluciones. Fue así como se definió una tarifa social de la energía a precios bajos para una décima parte de la población nacional; se creó un programa especial para garantizar contratos de trabajo estables a decenas de miles de trabajadores precarios en la Función Pública; hubo aumentos anuales extraordinarios para las pensiones más bajas, se redujo el precio de las matrículas en la universidad pública o se crearon bonos mensuales de transporte público en las grandes ciudades a precios más reducidos (30 euros).

En otras cuestiones, se agravaron los conflictos entre la izquierda y el gobierno. En particular, en la recuperación de la antigüedad laboral congelada de los profesores, en los salarios de los funcionarios públicos o en la gestión público-privada de los hospitales públicos. En algunos casos, estos conflictos y las soluciones alternativas fueron cuidadosamente preparadas para que la izquierda obtuviera resultados. El mejor ejemplo es el de la Ley de Bases de la Salud. Un antiguo coordinador del Bloco de Esquerda, que desempeñó esa función tras mi último mandato, João Semedo[2], elaboró con un fundador del Partido Socialista y su presidente honorario, António Arnaut[3], una ley para reorganizar la estructura y las políticas de salud. Publicaron su propuesta en un libro que obtuvo un notable impacto, orientando el debate en el país. Ese trabajo de confluencia marcó la política portuguesa. El gobierno inicialmente apoyó la propuesta –el primer ministro y varios miembros del gobierno participaron en su presentación–, después decidió presentar una alternativa y le encargó la tarea a una exministra que representaba a la derecha del PS. Después, abandonó esa propuesta y buscó un acuerdo con la izquierda. Luego, presionado por los grupos financieros con intereses en este ámbito, buscó un acuerdo con el principal partido de la derecha. Finalmente, fracasadas todas estas maniobras, acabó por aceptar un acuerdo de última hora con los partidos de izquierda. El resultado es una ley progresista y la existencia de un debate fuerte sobre la experiencia de la gestión privada de los hospitales públicos –hay aun tres hospitales con ese modelo, pero el proyecto era que llegaran a ser diez–. Para el Bloco de Esquerda, este proceso es una demostración política interesante, ya que nunca había sucedido en la política portuguesa. En primer lugar, el que se diese una propuesta común de dirigentes históricos del PS y del Bloco. Y en segundo lugar, el que el Bloco condujese un debate intenso que condicionó al gobierno; mantuviese siempre su coherencia; consiguiese resistir a la presión de las grandes finanzas; y, ante el fracaso del gobierno, impulsase las reglas para un acuerdo que alcanzó la mayoría del parlamento. Toda la política es disputa.

Nunca simplifiquemos lo que es complicado: este era un gobierno minoritario de un partido de centro, el PS; no era un gobierno de izquierdas; tenía una base parlamentaria mayoritaria con acuerdos y compromisos importantes para la población y que fueran cumplidos; respondía a una exigencia inmediata de viraje político y fue, por eso, un camino para responder a la austeridad.

Las tensiones entre el PS y la izquierda

Este proceso ha estado marcado por tensiones y acuerdos y por la aprobación mayoritaria de presupuestos anuales, que consagraban estos difíciles equilibrios. Pero el mapa político de la “solución portuguesa” evolucionó y se complicó, como no podía dejar de suceder.

En esos cuatro años, a pesar de que los dos partidos de izquierdas hayan estado muy alineados en cuestiones presupuestarias, fiscales, económicas y laborales –divergen en cuestiones sociales, el PCP se opone a las propuestas del Bloco a favor de la paridad entre hombres y mujeres o de la legalización de la muerte asistida– y hayan conseguido en conjunto importantes concesiones del gobierno, el PS ha definido respuestas diferentes a los desafíos propuestos por los dos partidos de izquierdas. La estrategia del primer ministro socialista se ha basado en una distinción entre los dos partidos: favorecer al PCP (cuyo electorado se considera muy estanco en relación al del PS) y ser agresivo con el Bloco (que aparecía como un partido con más posibilidades de establecer puentes y diálogo con los electores del PS). Esta decisión política se volvió más agresiva durante la campaña electoral de 2019, en la que el principal enfrentamiento del PS no fue con sus opositores de derechas, sino contra el Bloco, presentado como un obstáculo para alcanzar la mayoría absoluta, lo que podría acarrear una situación de “ingobernabilidad”. El primer ministro usó insistentemente el ejemplo del caso español, argumentando que si el “Podemos portugués” obtuviera un respaldo electoral elevado, se podría dar un impasse en la formación del Gobierno, como en las Cortes españolas.  El Bloco respondió con una campaña firme en contra de la mayoría absoluta y defendió un programa concreto de medidas sociales y económicas para los próximos cuatro años que incluía el aumento del salario mínimo, la recuperación de derechos laborales, medidas para incrementar la oferta de viviendas sociales, propuestas para desarrollar el servicio nacional de salud y de respuesta a la emergencia climática, la nacionalización de empresas de energía y correos y el control público de la banca.

En todo caso, esa política ofensiva del PS durante este periodo ha perjudicado al PCP y favorecido al Bloco: en las elecciones presidenciales de 2016, la candidata del Bloco obtuvo el triple de votos que el candidato del PCP; y en las europeas –en las que en 2014 el PCP consiguió tres escaños y el Bloco solo uno– de 2019 el Bloco volvió a rebasar al PCP, como ya había sucedido en las legislativas de 2015. En las últimas elecciones parlamentarias del pasado 6 de octubre, el PS subió hasta el 37%, pero quedó lejos de su objetivo de mayoría absoluta, el PCP bajó al 6%, perdiendo 5 diputados y obteniendo el peor resultado de su historia, y el Bloque, mantuvo su presencia parlamentaria, con 19 diputados y cerca del 10% de los votos.

¿Por qué no hay una nueva “geringonça”?

La noche que se cerraron las urnas, el 6 de octubre, António Costa, el primer ministro, se felicitó por los resultados y reafirmó que mantendría su compromiso previo, sugiriendo una Geringonça 2.0. En ese sentido presionaba una buena parte de sus electores, además de los del PCP y el Bloco e, incluso, otros sectores de izquierdas (fue elegida también una diputada de un pequeño partido de izquierdas, Livre, y cuatro más de un partido ecologista y animalista, el PAN). Por eso, el PS, que está en minoría en el parlamento, se sintió obligado a negociar con todos esos partidos para la aprobación de un nuevo acuerdo.

Sin embargo, después de estas elecciones se producen dos diferencias esenciales respecto al contexto de 2015. La primera y más importante es que, esta vez, el PS es el partido más votado y no el segundo. Tiene, por tanto, una legitimidad formal diferente y un margen de maniobra mayor, dada la crisis de los dos partidos de la derecha, que cosecharon los peores resultados en varias décadas. La segunda diferencia es que el PCP, en parte presionado por su mal resultado electoral (fue superado por el Bloco incluso en los bastiones históricos de implantación comunista), rehusó alcanzar un acuerdo escrito para la nueva legislatura y anunció su disposición a llevar a cabo negociaciones puntuales sobre leyes y presupuestos, sin ningún tipo de compromiso sobre objetivos a cuatro años. Por el contrario, el Bloco propuso un acuerdo por escrito sobre un plan de inversión pública durante la legislatura, que incluía un programa de vivienda a bajo coste (cien mil casas con alquileres medios de 300 euros), un plan de emergencia para contratar médicos y enfermeras para el Servicio Nacional de Salud, la nacionalización de Correos, la recuperación de derechos laborales recortados por la troika, el aumento de los salarios y medidas para la reducción del tráfico de automóviles o para responder a la emergencia climática.

En respuesta, el PS, que inicialmente aceptó el principio de un acuerdo escrito y negociaciones diferenciadas con los diversos partidos, decidió retractarse cuatro días después de las elecciones, dando por cerradas las conversaciones sobre un acuerdo de legislatura. Significativamente, anunció su rechazo a las propuestas del Bloco a la salida de un encuentro con la principal asociación patronal, que había insistido en la continuidad de las normas laborales de la troika.

La idea de una Geringonça 2.0 duró, de este modo, menos de una semana y fue rechazada por el PS. Habrá, por tanto, un gobierno minoritario que buscará acuerdos puntuales con la izquierda y la derecha, beneficiándose de la crisis de los partidos de la derecha y esperando que las restricciones provocadas por la desaceleración de la economía europea y por los riesgos de la inestabilidad financiera no generen nuevas perturbaciones. Se trata, por consiguiente, de un deslizamiento del gobierno hacia el centro y la derecha en un contexto de mayor tensión con el Bloque de Izquierda y con los movimientos populares y sindicales.

Aún es pronto, en todo caso, para anticipar cuál será la percepción y la respuesta popular a este nuevo contexto. Dependerá en gran medida de movimientos dinámicos como la huelga climática o la huelga feminista, de las nuevas expresiones de la lucha sindical, así como de la relación de fuerzas que resulte de la evolución económica y de las presiones de las instituciones europeas.

Conclusión

Como siempre, nadie tiene la última palabra. Para la izquierda portuguesa, habrá victorias y derrotas y nunca hay victorias fáciles. Es la vida. La política es un ajedrez con muchas variables y muchas de ellas dependen de fuerzas que no controlamos ni anticipamos. Pero cuanto mejor conocemos a nuestra gente y a nuestros adversarios, mejor preparados estamos para responder a las responsabilidades inmensas de los tiempos presentes: garantizar seguridad a quien teme por el empleo y por el salario, disputar la sostenibilidad de la seguridad y de la protección social frente a las finanzas, impedir la uberización y precarización del trabajo, rechazar el individualismo extremo que afirma el programa neoliberal en la vida cotidiana, construir una cultura de movimiento colectivo, intensificar el aprendizaje democrático contra el autoritarismo. Y, si una cosa aprendí con la experiencia de la izquierda en España y sus nacionalidades, fue que es preciso vivir y mostrar una política inclusiva, alegre, movilizadora y sin rencor. Somos gente normal luchando por los nuestros, codo con codo entre todas. Esa es la fuerza de la izquierda.

Notas

*Este texto es una adaptación del artículo publicado en Ctxt en agosto de 2019, actualizado después de las elecciones parlamentarias del 6 de octubre de 2019. 

  1. Al contrario de la convergencia en la izquierda española en una lista unificada entre Podemos e IU, Unidas Podemos, en Portugal los dos partidos, Bloco y PCP, han mantenidos identidades muy distanciadas y poca cooperación entre sí. La propuesta del Bloco de que las reuniones de trabajo de la mayoría parlamentaria incluyeran a los tres partidos fue siempre rechazada por el PCP, que prefirió negociar por separado con el PS y se negaba a cualquier reunión que incluyera el Bloco, dando por lo tanto al PS un espacio más amplio de negociación paralela con los dos partidos de izquierdas.
  2. João Semedo fue miembro del Comité Central del PCP. Tras abandonar el partido en 1991, volvió a su actividad profesional como médico y fue director de un hospital en Oporto. Más tarde se unió al Bloco y fue su coordinador entre 2012 y 2014. Murió en 2018.
  3. António Arnaut fue fundador del PS. Como miembro del gobierno en 1979, fue el ministro responsable de la creación del Servicio Nacional de Salud. Siempre ha sido considerado y venerado como el “padre del Servicio de Salud”. Tanto Semedo como Arnaut fallecieron algunos meses antes de la conclusión del debate legislativo iniciado por la ley que propusieron.