Ya son tres años, tres años de poner en práctica el acto revolucionario que supone el nombrarnos a nosotras mismas como primer paso para construir una sociedad para todas. Tres años de unir diferentes voces, comunidades, estrategias, orígenes, organizaciones, situaciones socio-económicas, administrativas y de vulnerabilidad. Tres años de asumir la complejidad de aunar sensibilidades políticas diversas que, en algunas ocasiones, chocan pero convergen en la necesidad de articular un discurso y una práctica política que ponga en el centro la vida de las negras, de las moras, de las gitanas, de las de Abya Yala, de las asiáticas, de las musulmanas, las vidas de todas aquellas personas y comunidades que no importan.
Gracias a la labor de diferentes organizaciones y personas se va comprendiendo que la lucha contra el racismo no es una cuestión ligada a sólo dialogar con la moralidad de la sociedad a la que pertenecemos. Además, ese diálogo, no se podía seguir produciendo desde los marcos en los que estaban/están mayoritariamente aceptados. Mientras desde la extrema derecha, derecha y centro-izquierda se construyen relatos que criminalizan, exotizan, deshumanizan a las comunidades migrantes y racializadas, desde sectores de la izquierda casi siempre se ha querido responder desde planteamientos que buscan hablar solamente del rendimiento económico que podemos dar a la sociedad. En definitiva, ambas posturas son profundamente colonialistas y racistas porque el sujeto migrante y racializado se construye sin que se salga del sentimiento de superioridad racial y civilizatoria y sin abordar esta cuestión desde un prisma histórico y estructural. Y, por supuesto, sin la presencia corpórea del sujeto migrante y racializado o cuando está presente es un sujeto sin conciencia antirracista, conciencia que siempre es radicalmente colectiva.
Este es sólo uno de los motivos por el que diferentes comunidades y personas migrantes y racializadas marchamos el pasado domingo. Nos hemos dado cuenta que si nosotras no impulsamos imaginarios desde los cuales construir la sociedad a la que pertenecemos, nadie lo va a hacer por nosotras. Que si nosotras no desenmascaramos las maneras en las que está presente el colonialismo interno y externo, nadie lo va a hacer por nosotras porque esta sociedad tiene una profunda amnesia colonial y no ha querido tener un debate serio sobre el carácter histórico y estructural de la hija del racismo: la raza.
La manifestación, una vez más, fue profundamente pedagógica. Desde nuestros cánticos hasta la forma en la que estábamos distribuidos era un reforzamiento de nuestras identidades desde algo tan revolucionario como es el derecho a tener memoria. Nuestros planteamientos políticos están reconfigurando absolutamente todo porque no sólo estamos abriendo nuevas vías de diálogo con la sociedad a la que pertenecemos, esto es algo más, estamos creando conciencia antirracista entre nosotras mismas para poder construir un sujeto político con personalidad autónoma que exija a este Estado: verdad, justicia y reparación para nuestras comunidades. Como dirían en Chile, estamos haciendo de la dignidad costumbre, nos estamos reconociendo fuera de la mirada colonial y racista.
Estamos imaginando una sociedad desde nosotras para confrontar aquella que se construye contra nosotras. Porque hemos entendido que no podemos hablar de democracia si hay más de cuatro millones de personas que no pueden votar, que las personas encerradas en los Centros de Internamiento de Extranjeros son presos políticos, que la Memoria Histórica son aquellas personas de nuestras comunidades que lucharon por la libertad, que no se puede llamar acoso a la violencia racista en colegios, institutos y universidades, que no son MENAS son niños y niñas de origen migrante, hemos entendido que cuando se presenta una mesa de negociación nuestras reivindicaciones migrantes y antirracistas son las primeras en quedarse fuera.
Sólo continuamos un proceso político que se abrió hace siglos. Quizás, nuestra especificidad, además del tiempo histórico y el territorio que habitamos, sea que estamos intentando impulsar un relato inter-comunitario para no dejar a nadie fuera, relato que tenga en cuenta la interrelación que se da entre la raza, el género, la clase, las disidencias sexuales, situaciones administrativas, lenguas, orígenes… Estamos asumiendo la complejidad de crear una identidad colectiva amplia que realice el conflictivo ejercicio de dialogar y desmantelar la ficción política que se creó a costa de la persecución, encarcelamiento, deshumanización, esclavización, intentos de genocidios y racialización desde la inferioridad de otros pueblos; esa ficción política que ha hecho que la extrema-derecha tenga 52 diputados, esa ficción política que en muy pocas ocasiones ha sido cuestionada, desde un marco anti-colonial y antirracista, por aquellos que dicen disputársela a la derecha. Esa ficción política llamada España.
Nombramos bajo la lluvia el origen de muchas de nuestras cicatrices para poder percibir la tierna y poderosa compañía de otras que luchan como nosotras. Otras que son las nuestras, las indígenas y afrodescendientes que llevan luchando siglos contra las elites criollas que se hicieron con los Estado-Nación para excluirlas de todo relato comunitario. La lucha en Chile, Algeria, Sudán, Bolivia, Guinea Conakry, Ecuador, Senegal, Colombia, Haití; todas las batallas que se están produciendo a lo largo y ancho del mundo y que responden a la impugnación del orden colonialista, racista y machista, están rotundamente unidas a la lucha contra el racismo y en defensa de los derechos de las personas migrantes que llevamos a cabo nosotras en el contexto español.
Nos queda un largo camino por recorrer, noto la fatiga en muchas de nosotras, sin embargo, dejemos que nos atraviese el aliento de las que están llegando y el vetusto viento de los pasos que vienen de lejos, viva la lucha antirracista, por nuestras memorias antirracistas.