El amor y el paso del tiempo son dos de las experiencias más narradas en la cultura que consumimos y sin embargo es difícil encontrar un relato con el que sentir cierta identificación. Vemos, leemos y escuchamos el amor polarizado: idealizado o espantoso, fábula o verdad. My Mexican Bretzel es diferente. La narración de su protagonista, Vivian Barrett, fluye entre los términos variables y las incógnitas de la ecuación sentimental. En las líneas de su diario, Barrett nos descubre una honestidad a la que no estamos acostumbrados/as, ya no para compartirla sino para mirarnos al espejo. Las ruinas posbélicas de la vieja Europa son la metáfora perfecta de un amor antaño dorado que se resquebraja y muestra sin pudor sus vigas derruidas. Y entonces aparece Leo, el mexican bretzel que insufla color, risas, amaneceres, olas y flores. Y Vivian quiere volver a ser joven.
Los sentimientos sin filtrar de Barrett y las imágenes caseras de 16mm y Super 8 que graba su marido (a veces ella) son un lienzo extraordinario del que no puedes apartar la mirada pese a que la pantalla es silente gran parte del tiempo. Ese silencio te atrapa porque solo así puedes acompañar a Viviane en sus reflexiones. Barrett es ‘la abuela’ de la directora de la película, Nuria Giménez Lorang, quien encontró decenas de latas con filmaciones olvidadas, un archivo familiar y cultural que regala imágenes peculiares: postales de una vida lujosa en un continente en ruinas, los primeros neones de Las Vegas o el hacinamiento de inmigrantes inquietos/as en el Queen Mary.
Las comillas sobre la abuela se entenderán con el visionado pero tampoco hay que hacerse muchas preguntas siempre que aceptemos que la ficción puede ser el mejor retrato de la realidad.
Vean y disfruten.
Notas: Ilustración de portada de @lafemme_agitee