Íbamos en la furgoneta de producción, camino a la localización, cuando Pastora me contestó: «El problema no es que los guionistas no piensen en mujeres de mi edad para papeles protagonistas. El problema es que seguimos viviendo en una sociedad donde impera el heteropatriarcado». Pastora Vega que tiene 61 años y ha intervenido en un gran número de series y películas de la gran pantalla (Delirios de amor, Bandolera, Amar en tiempos revueltos, El sueño de Tánger, Casas de fuego, Todos los hombres sois iguales, La sonámbula, Un crisantemo estalla en cinco esquinas, El chevrolé o Un asunto privado) me estaba denunciando la invisibilidad que sufren las actrices a ciertas edades. Era la primera vez que hablábamos. Recuerdo que estaba justo en el asiento de atrás, que no podíamos acercarnos, ni podíamos mirarnos las caras; y que aun así, nos reconocimos comulgando en el mismo dolor. Los estereotipos de género afectan a las mujeres de todas las edades. Yo, que soy una mujer de 33 años, sabía perfectamente desde qué lugar me estaba hablando: el dolor ha sido para nosotras un espacio común en toda la historia. Estuve unos días pensando en aquella conversación que tuvimos que dejar a medias, así que decidí invitarla a comer unas semanas después para poder seguir escuchándola. En el fondo, su denuncia también era esa: quería ser escuchada.
«He transitado el desierto profesional desde los 45 años. Y lo he llevado mal, con paciencia, dejando que pasara el tiempo y dedicándome a hacer otras cosas. Ahora vuelvo a trabajar, pero los papeles que estoy interpretando son los de la madre, de la abuela, de la tía, del o de la protagonista. Acompaño a contar la historia, pero nunca se cuenta desde mi voz, desde mi mirada, desde mi forma de estar en el mundo», siguió contándome. «Las mujeres mayores estamos infrarrepresentadas en el cine y cuando por fin aparecemos, ¿qué roles estamos ocupando? ¿Se refleja realmente nuestra realidad como personas mayores o son estereotipos acerca de nuestros rasgos, de nuestras capacidades?» Hay un largo etcétera de películas en las que la vejez femenina se interpreta desde roles secundarios y con representaciones negativas que apelan a estereotipos de viudas vividoras, de mujeres desamparadas y convertidas en víctimas, de marujas, de dependientes; como una carga social, pasivas, con una función doméstica central, pidiendo permiso para volver a enamorarse o para poder sentirse deseadas.
«No sé qué mensaje les estamos transmitiendo a la gente joven desde esas representaciones, pero desde luego no me extraña que en mis últimos trabajos haya percibido otro respeto y otra manera de actuar frente a los mayores. Cuando a mí me tocaba rodar con Paco Rabal u otras personas mayores de mi generación, nos poníamos a comer alrededor de ellos y les llenábamos de preguntas. Queríamos saberlo todo. Ahora parece que se haya perdido esa admiración por el que ya ha vivido más. Hay una cierta soberbia, hay un no mirar hacia atrás, como si todo estuviera por hacerse y no hicieran falta los referentes. Nosotras ya hemos sido hippies, veganas y feministas», recordaba con un poco de nostalgia. Las espectadoras necesitamos escuchar todas las voces, reconocernos en la pantalla, tener mujeres-faro. Es relevante quiénes nos narran la historia para que vayamos aprendiendo, nosotras, todas, a transitar por caminos no convencionales.
En el ideario colectivo, el valor social de la mujer ha estado ligado a nuestra belleza. La mirada masculina es la que sigue gobernando, es la que nos pone en la posición de ser observadas y en consecuencia la que nos exige estar perfectas para poder levantarles el ánimo. Por eso nuestra vejez no interesa: porque desde su mirada ya no somos una femme fatale. Ya no somos su entretenimiento. Por contra, ellos siguen siendo héroes a los cincuenta y Richard Gere es interesante, no viejo. El cine puede sostener muchos de estos estereotipos y prejuicios sociales. Usémoslo como antídoto contra ellos y no como un transmisor. Que la reyerta a pie de calle no sea sólo por hacer películas sobre mujeres mayores, sino porque su presencia en ellas sea igual de digna como la de cualquier otra persona.
Pastora Vega tiene entre manos un proyecto audiovisual junto a un grupo de actrices argentinas donde ella es la más joven. El principal objetivo de esta iniciativa es luchar contra el edadismo y contar por fin la historia desde sus propias voces.
Notas:
*Cristina Abelló es productora audiovisual y gestora cultural.
**La foto destacada es de Luis Malibrán.