Tres truenos (Marina Closs)

Guillem Santacruz Gómez

Quizás, una de las máximas dificultades para un escritor sea la de adentrarse en la dificultad, que concentra en cada palabra su espesura, sin perder de vista cuestiones de la novela que aluden a su todo como son la estructura o la trama. Es esta dificultad (dificultad poética, expresiva, de ideas) lo que hace que el libro de Marina Closs brille de forma especial.

Dificultad, por lo tanto, entendida como la complejidad que todo gran libro debe poseer: la complejidad encubre un misterio que el lector debe desentrañar. Esto, en el fondo, no es más que la proyección de un concepto tan básico como clave de los textos literarios: hay un texto y un subtexto, algo que se ve y parece evidente y otra cosa que debe descubrirse. Esto explica el arte de la literatura, pero también es una de las razones por la cual la lectura es, sobre todo, una diversión.

Resulta estimulante leer libros como Tres truenos. Para empezar, Closs consigue expresiones de gran intensidad que obligan a detenerse en el texto y releer (“yo trataba de morderme el grito que me saltaba de los labios”, “escribir, escribía con letras muy grandes, como si estuviese siempre gritando”). Esta expresividad la consigue, además, acudiendo a un gran repertorio de figuras que pasan desapercibidos a los ojos del lector por la intensidad con que consiguen enunciarse y construirse. Metáforas, adjetivos, comparaciones… Repeticiones (tanto en la misma frase para producir efectos de extrañamiento y misterio como más repartidas en el texto para apuntalar la estructura de los monólogos) o el uso sorprendente de los infinitivos, las comas y las conjugaciones verbales.

Marina Closs

El título describe plásticamente lo que son las tres historias. Tres mujeres. Vera Pepa, la primera, pertenece a la comunidad mbyá guaraní, donde parir gemelos es símbolo de adulterio y maldición. La segunda es Demut, una alemana que, a principios del siglo XX llega a la provincia argentina de Misiones con su hermano, con el que mantiene una relación incestuosa. La tercera mujer, Adriana, es una estudiante que descubre el amor y la sexualidad en la época presente.

Las historias de Marina Closs están atravesadas por el sacrilegio, la moral fronteriza, la violencia y el placer culpable. Resulta muy interesante, también, la forma en que estas tres mujeres parecen tener que traducir en palabras sus experiencias. Esto es importante y parece caracterizar nuestra cultura: para expresar un sentimiento o una experiencia, hay que hacer el esfuerzo de verbalizarlas. La palabra no surge de forma natural y hasta se intuye que podría prescindirse de ella y substituirse por un mordisco o una canción si lo que tuviéramos entre las manos no fuera una novela. Esto, por supuesto, puede ser un gesto irónico: recurrir a las palabras al mismo tiempo que se nos transporta a un territorio que las excluye.

Pero, y esta sería la tercera opción y la que creo que más se ajusta a Tres truenos, el espacio que existe entre lo verbal y lo no verbal podría ser también el espacio donde crece lo poético: palabras en que el significado se extiende, por composición, a la interioridad invadiéndola por completo, de forma que lo dicho (¿más que lo escrito?) no podría haberse dicho de ninguna otra forma. Un camino a lo esencial. Así, llegamos a alumbrar otra característica muy llamativa de muchos creadores contemporáneos: la mezcla de géneros y lenguajes, una novela que es más narración que novela. Narración, incluso, oral, con lo que se toca otro elemento del genio estilístico de Closs: convertir un texto en un pedazo de oralidad mediante el ornamento y la figura, igual que Lope de Vega o Góngora conseguían hacer pasar por literatura oral sus estilizadas imitaciones del romancero.

Notas:

Tres truenos, Marina Closs, editorial Tránsito, 2021

Guillem Santacruz es escritor y ensayista. Ha ganado el Premio Ateneo de novela joven 2021 con La conjetura de Reiner.