Miles de personas se acercaban cada día ahora hace veinte años a un recinto de casi 40 hectáreas en el cual, a partir del 9 de mayo y durante cinco meses, debía tener lugar un gran acontecimiento internacional. Preparaban un encuentro que tenía que «mover el mundo». Esto decían los padres de aquella idea. Se trataba de abrir un espacio de diálogo permanente entre culturas diversas, de encontrar formas de «desarrollo sostenible», de crear condiciones para la paz y de dar continuidad indefinidamente a la nueva iniciativa con convocatorias similares en todo el planeta. Ambición no faltaba y consiguieron una cantidad de dinero más que considerable para sustanciar el proyecto.
Barcelona era la ciudad en la que debía tener lugar el inicio grandioso de este «acontecimiento histórico» y, más en concreto, como escenario, los promotores eligieron una gran zona adyacente a la desembocadura del río Besòs, en la que hasta los años ochenta habían vivido miles de personas, en las barracas del Camp de la Bota, y en dónde el régimen franquista hizo fusilar a más de 1700 presos durante la larga posguerra. Un enclave totalmente transformado durante tres años con toneladas y toneladas de cemento. Una obra faraónica construida de espaldas a los vecinos del barrio de la Mina, que no se pudieron beneficiar ni siquiera de las migas de la gran fiesta que se celebró junto a sus viviendas a lo largo de 141 días.
Durante las semanas anteriores a la inauguración del Fòrum Universal de les Cultures la actividad en la zona era intensa. Las medidas de seguridad complicaban el acceso a cada área. Las tarjetas de acreditación eran diversas y restrictivas. Muchas visitas eran de carácter institucional, pero la mayor parte de la gente iba para trabajar en la instalación de equipos, en la ornamentación y en los preparativos finales de nuevos inmuebles… Había que hacer visitable todo el espacio que se había querido «rehabilitar», poner a punto las herramientas que tenían que hacer posible la conectividad interior y exterior, instalar pantallas, cámaras y servidores informáticos, preparar exposiciones, espectáculos de todo tipo, ceremonias, entretenimientos para los niños, conferencias, proyecciones, coloquios, debates, ferias, tiendas, chiringuitos para beber y comer… Y era preciso asistir a reuniones y más reuniones, muchas de las cuales dedicadas a tomar posiciones y a ver quién podía y quería hacerse responsable de cada cosa. Esto no siempre quedaba claro. Se había despertado una gran ansiedad para ocupar despachos y no dejar ninguna silla vacía. La asignación de cargos, encargos y responsabilidades había mutado unas cuántas veces y el organigrama se fue haciendo más y más complejo.
La gran pregunta para la gente normal era siempre la misma: ¿Qué es eso del Fòrum? Su naturaleza era cambiante. Los periodistas que tenían que seguir la actualidad generada por el proyecto se encontraban a menudo con dificultades por saber dónde y de qué manera podían obtener información fiable. Los canales de comunicación se multiplicaron y a menudo sus responsables competían entre ellos en vez de coordinarse y colaborar. Las dos principales cadenas de televisión públicas, CCRTV y RTVE, se disputaron los derechos sobre las imágenes desde mucho antes de la inauguración y sin saber siquiera en que consistiría la programación. Nueve semanas antes de la apertura de puertas firmaron un acuerdo para la creación de Canal Fòrum, que en realidad no sería un nuevo canal con frecuencia propia, sino el nombre de un compromiso para la emisión de programas sobre el Fòrum desde las emisoras ya existentes y para compartir los derechos de difusión en directo de los actos principales. Barcelona Televisió también firmó un convenio para la coproducción de un programa diario, Fòrum Directe.
La falta de coordinación se asumía como un hecho inevitable en no pocos ámbitos. La selección de actividades se llevaba a cabo a menudo desde instancias separadas de la organización logística. Así se reconoció desde altas instancias del propio Fòrum.
Las instituciones sufren a menudo enfermedades como esta, que empobrecen su operatividad. Parece una fatalidad. Con el paso del tiempo, quién las gestiona pone en segundo plano los objetivos para los cuales fueron creados los organismos y toma como prioridad la satisfacción de ambiciones personales, pero en el caso del Fòrum la metamorfosis fue espectacular. Su estructura organizativa se tornó obesa en poco tiempo y la degeneración burocrática se extendió a una velocidad más que notable.
Se contaba con el apoyo de la Administración del Estado, de la Generalitat de Catalunya y del Ajuntament de Barcelona, que en el momento en que se empezó a pensar en obras, recursos y contratos se encontraban bajo control respectivo de PP, CiU y PSC. Hipotéticamente mantenían el consenso en torno al Fòrum, pero el precio era la reserva de cuotas en la designación de cargos. Los despropósitos estaban garantizados.
La inauguración, sin embargo, se pudo llevar a cabo pocos meses después de la llegada de Pasqual Maragall a la Presidència de la Generalitat y a pocas semanas de que el candidato del PSOE, José Luis Rodríguez Zapatero, fuera elegido presidente del Gobierno y frustrara de este modo las expectativas de quienes confiaban en la continuidad del PP en la Moncloa. Aun así PP y CiU siguieron en el Consejo de Administración del Fòrum.
La idea inicial, lanzada desde el Ajuntament de Barcelona en 1997, resultaba alentadora para una parte de la ciudadanía e insultante para otra, pero entre la mayor parte de la sociedad lo que despertaba era una mezcla de indiferencia y curiosidad.
Se trataba, decían en la abundante propaganda difundida con un descomunal gasto de papel impreso a todo color, de promover, «de una manera sustancial», «a través del diálogo entre las culturas, el estudio, la reflexión y la innovación», «la construcción de una cultura de la paz y una ética de la globalidad». Dicho así parecía que la filantropía predominaba por encima de cualquier otro criterio o interés. ¿Quién podía decir que estaba en contra de la cultura y de la paz al mundo?
Se daba la circunstancia, no obstante, de que más allá de las disputas entre partidos por sus cuotas de influencia, existían poderosos intereses económicos de compañías que querían presentar su actividad como algo coherente con la defensa de la paz, de los derechos humanos y del medio ambiente, y que casualmente obtendrían provecho de su «inversión» con importantes beneficios fiscales.
Empresas como ENDESA o La Caixa, reiteradamente denunciadas por su implicación en actividades contaminantes o en inversiones en la industria armamentista, figuraban como socios del propio Fòrum. Otros como Aguas de Barcelona, INDRA, Randstat o Nestlé, interesadas en negocios en todo el mundo que cuestionan derechos elementales, aparecían como patrocinadoras del «gran encuentro internacional», con el cual se justificaba además una macro-operación urbanística acorde con la transformación de la capital de Catalunya en una ciudad económicamente condicionada por la especulación inmobiliaria y enfocada hacia el turismo.
La zona costera que comparten Barcelona y Sant Adrià de Besòs necesitaba (y necesita todavía) la acción de las administraciones para atender las necesidades de la población de barrios degradados, para incrementar y mejorar equipamientos y para resolver problemas medioambientales. Hacía falta una intervención cuidadosa, decidida y respetuosa con el entorno.
La conclusión de unos trabajos necesarios para mejorar las condiciones de vida en la ciudad se podía haber celebrado, con una fiesta muy sonada, pero el Fòrum cambió esta lógica y sus impulsores decidieron hacerlo a la inversa. Se imaginó un acontecimiento hipotéticamente cultural y humanístico de proporciones gigantescas, y ello exigiría una obra descomunal. Para complementar el discurso filantrópico se buscó y se obtuvo la complicidad de organismos internacionales, como UNESCO y ACNUR, la colaboración de instituciones universitarias, de entidades dedicadas a la cooperación y de los principales sindicatos, que aparecieron en rara armonía con grandes consorcios empresariales.
Una parte de la sociedad civil barcelonesa, sin embargo, denunció los intereses privados camuflados bajo objetivos altruistas y conformaron una ‘Assemblea de Resistències al Fòrum’, integrada por unas cincuenta entidades, entre las cuales estaba la Federació d’Associaciones de Veïns y Veïnes de Barcelona.
El legado del Fòrum
El Fòrum de Barcelona aspiraba a «dejar un legado para el futuro». Quería ser la primera de una serie de convocatorias similares «con vocación universal», desarrolladas «bajo los auspicios de la UNESCO». Y aspiraba a «convertirse en un modelo de acontecimiento internacional para el siglo XXI». Los Juegos Olímpicos del 92 habían dejado buen sabor de boca entre no pocos sectores de la ciudadanía. No todos, ni de lejos, pero eran suficientes para que sonara bien la música de acompañamiento de un largo festival que consolidaría la marca ‘Barcelona’, con una ambiciosa aventura cultural y política de nuevo formato. Veinte años después, ¿quién la recuerda?
Se gastaron miles de millones, pero las cuentas nunca estuvieron bastante claras.
Se calcula que en las obras de infraestructura se invirtieron 2.300 millones de euros, pero el repaso de las cifras publicadas no permite hacerse una idea clara sobre el coste de todo lo que hicieron unos y otros.
Para algunas actividades se habían asignado cantidades de centenares de millones antes de saber para que tenían que servir.
Cuando concluyó el evento algunos medios optaron por el balance triunfalista. «Final feliz», «Brillante final», titularon a toda página.
No mucho tiempo después, el consejero delegado y el director general del Fòrum reconocían públicamente que la cifra de visitas al recinto, para las cuales había que pagar entrada, había sido muy inferior a la prevista: 3,3 millones en vez de los 5 que habían anunciado inicialmente. Hay que recordar que cuando se lanzó la idea se situó la expectativa de asistentes en 11 millones.
Hipotéticamente las cuentas del Fòrum Universal de les Cultures Barcelona 2004 se cerraron con un déficit de 400.000 euros, según explicó el alcalde de Barcelona. Las cifras variaban según las fuentes. Diez años más tarde, la Sindicatura de Comptes hizo público un informe según el cual Ajuntament, Generalitat y Estado habrían aportado fondos públicos por valor de 240 millones. En el mismo documento este organismo denunció un montón de irregularidades en la realización de las obras, en las licitaciones y en la adjudicación de contratos, en la utilización de empresas de trabajo temporal, en las gratificaciones y sobresueldos para los directivos y en el pago a los miembros del Consejo de Administración del Fòrum de dietas sin justificar.
El legado dejado para la capital catalana es básicamente de carácter inmobiliario: Una plaza dura enorme, el acceso a una zona de baños también de hormigón, una marina para embarcaciones de lujo, un edificio triangular habilitado como museo encima de un salón de actos grandioso y un Centro Internacional de Convenciones.
Y además de textos, imágenes y de lo que se haya podido guardar en archivos y discos duros, el legado inmaterial que quedó fue sobre todo una idea, un proyecto que murió unos años más tarde, porque no hay en perspectiva ninguna entidad dispuesta a reivindicar el propósito del Fòrum.
Las mismas entidades que promovieron la convocatoria del 2004, Ajuntament, Generalitat y Administración del Estado, constituyeron una Fundación, que tenía que hacer posible la continuidad de la iniciativa barcelonesa en otras ciudades del mundo. Y así lo consiguió durante unos cuántos años. Monterrey (México), Valparaíso (Chile) y Nápoles (Italia) tomaron sucesivamente el relevo a Barcelona 2004. Lo hicieron de manera menos y menos ambiciosa, con encuentros de duración cada vez menor en 2007, 2010 y 2013, hasta que la idea quedó sin defensores. Quebec (Canadá) y Ammán (Jordania) dimitieron de la responsabilidad de hacerse cargo conjuntamente de hacer posible la edición de 2016.
Al año siguiente, la Fundació Fòrum Universal de les Cultures quedó inactiva. Se disolvió muy discretamente. Hoy se diría que no quedan personas interesadas en recordar la exaltada actividad que agitó la capital de Catalunya durante 141 días. O quizás sí. En cualquier caso convendría hacer balance.
El Fòrum quería «mover el mundo». Y el mundo, no cabe duda, se ha movido una barbaridad a lo largo de estos veinte años, pero el Fòrum no ha tenido nada que ver en ello. Últimamente se mueve a una velocidad más que preocupante. Lo hace en sentido absolutamente contrario a las ideas proclamadas en la declaración final de la edición del Fòrum de Barcelona, en la cual se autoafirmó como «nueva oportunidad para conocer y participar en la resolución de los problemas del mundo». Los discursos de odio, los muros, las vallas y la negación de derechos a las personas migrantes han frustrado progresivamente durante estos veinte años las posibilidades de diálogo entre culturas. El planeta se calienta a una velocidad incluso superior a la que preveían los científicos y ecologistas a principios de siglo y la biodiversidad decrece de manera más que alarmante, el crecimiento económico indefinido que ambicionan gobiernos y entidades financieras se demuestra cada vez más irracional e incompatible con la idea de «sostenibilidad».
Y lejos «de establecer las bases para emprender un camino efectivo hacia un mundo más justo, más seguro, más rico, más diverso…», como se dijo en ‘El Compromiso de Barcelona’, lo que se ha ratificado a lo largo de estos últimos veinte años es que la organización social con capacidad y voluntad de revertir la deriva hacia la barbarie está por construir. Bajo el actual sistema capitalista no puede prosperar de ninguna forma la cultura de la paz. Hoy vemos como los progresistas defensores de los valores occidentales anuncian que nos hemos de preparar para una gran conflagración, votan a favor del crecimiento de los presupuestos militares y suministran munición y armas más modernas y destructivas a los países en conflicto. La autoproclamación del Fòrum Universal como instancia adecuada para «establecer las bases» de un «camino efectivo hacia un mundo en paz» fue algo más grave que una manifestación de ingenuidad.