¿Por qué hay que ir más allá del crecimiento y de la noción usual de sistema económico?
El pasado mes de mayo tuvimos la ocasión de presentar un Informe elaborado desde el Área de Ecología Política de ATTAC que, con el título “Más Allá del Crecimiento: Por un nuevo enfoque ecosocial del Futuro”, analiza las bases de partida para orientar ese futuro basado en la integración de la economía en la ecología (y no al contrario) que pasa inevitablemente por una reducción del metabolismo del proceso económico.
El Informe de ATTAC parte de una constatación cual es que los límites de la naturaleza implican a los de la sociedad y que estos límites arrastran los del crecimiento económico que de ella dependen. Este hecho hace ver que no estamos resolviendo adecuadamente el dilema o la dialéctica entre lo posible y lo necesario en materia ecosocial y más en una época como la actual de crisis de civilización, con dimensiones económicas, ecológicas y sociales
No obstante, el Informe huye de aportar un recetario único de propuestas para el cambio e intenta profundizar en la búsqueda de puntos de encuentro, de denominadores comunes para la construcción de consensos entre las diferentes perspectivas para este cambio, huyendo pues de estériles o incluso contraproducentes polémicas, que actualmente se están dando dentro de los movimientos que apuestan por una transformación ecosocial del modelo económico. Es obvio que este cambio posee un calado de tal envergadura que puede conllevar distintas hojas de ruta; el objetivo primordial es conseguir que esta confluencia sirva para superar las trampas de la ideología dominante que, con su red conceptual y su lenguaje, vienen desactivando los movimientos de protesta y esterilizando la crítica social. Para lograr este objetivo se hace imprescindible la construcción de un espacio común de integración (Plataforma, Alianza, etc…) de la sociedad civil, donde estén representados los distintos ámbitos e intereses en juego.
¿Qué cambio se precisa?
Para precisar la magnitud del cambio necesario se hace imprescindible establecer las claves del cómo y porqué hemos llegado a la crítica situación actual pues el origen de este pernicioso camino está en la errónea idea de que apartarnos de la naturaleza es “lo civilizado” lo cual ha derivado que en términos evolutivos el ser humano, como especie, esté viviendo a costa del deterioro de su entorno planetario. Así, desde una concepción de una naturaleza competitiva (el hombre es un lobo para el hombre) se ha ido construyendo el relato de la necesidad de permanente crecimiento que ha estado basado en un comportamiento depredador y un “productivismo” extractivista (revender con beneficio no es producir ni tiene por qué ser socialmente recomendable) .
La realidad es que los actuales problemas no pueden ser solucionados por ese mismo productivismo que los creó. Es preciso revisar muchos paradigmas culturales ligados al relato del permanente crecimiento de esa hipotética “producción“ como indicador de calidad de vida y a la idea usual de sistema económico que se construye sobre ella.
En efecto, a partir de finales el Siglo XVIII la extracción y uso de los combustibles fósiles potenció la automatización industrial y el abaratamiento de los transportes que posibilitaron un incremento sin precedentes de la fabricación y el comercio de mercancías. Este crecimiento aceleró el proceso de explotación de la naturaleza esquilmando sus recursos a un ritmo creciente y utilizándola como depositaria de los residuos generados por el proceso urbano-industrial, catalizando su degradación. En paralelo se incrementó también la explotación laboral y la desigualdad entre países y entre clases sociales en un contexto además de fuerte incremento poblacional y urbano que segregaba el territorio en núcleos atractores de población, capitales y recursos y áreas de apropiación y vertido.
Pero este modelo económico es de una enorme fragilidad (es decir inseguridad) pues choca con la realidad del carácter finito de los recursos naturales que utiliza y de los ecosistemas que deteriora, en una dinámica que exige a la biosfera unos ritmos de renovabilidad de materiales y energía que esta no puede dar.
Es por esto por lo que incluso deberíamos replantearnos la propia revisión del significado del Progreso como paradigma social y económico, para visibilizar y diagnosticar bien la Degradación o Regresión ecológica y social en curso como primer paso para evitarla pues empeñarse en seguir avanzando por un camino equivocado no es lo más recomendable.
¿Hemos dado las respuestas adecuadas?
A medida que ha ido avanzando el siglo se ha ido consolidando ciertamente el que “no hay economía sin ecología”, lo cual es cierto si bien nos llevaría a preguntarnos sobre el tipo de economía que realmente es compatible con la ecología. Esta duda se dirime clarificando quién integra a quién, pues solo entendiendo a la Economía como un subsistema de la Ecología podrá darse la armonización necesaria entre ambas para generar la menor entropía posible en términos termodinámicos y por tanto la menor degradación o desequilibrios en términos ecosistémicos. Para ello hay que tener bien presente que las reglas actuales del juego económico hacen que el metabolismo de la sociedad industrial sea claramente Entrópico no Circular.
Porque la realidad es que en los últimos 100 años de civilización industrial la entropía planetaria no ha parado de crecer, y ello a pesar de las alertas dadas (“Los Límites del Crecimiento” en 1972, Informe Meadows del Club de Roma… o el Plan “Cambiar o desaparecer” propuesto en ese mismo año por autores de The Ecologist). Ante esta entropía, el sistema va creando sus “anticuerpos” para contrarrestar posibles influencias para él inconvenientes y más ante las crisis concatenadas que van sacudiendo el proceso económico. Se crea así la idea/metáfora del Ecodesarrollo, del Crecimiento Verde, de la Responsabilidad Social Corporativa (hoy reconvertida en Diligencia Debida), los ODM, la Agenda 2030 y sus ODS, la Economía Circular, la Transición Ecológica, … todos en la lógica del Desarrollo Sostenible como paradigma; un paradigma al que nos agarramos como oportunidad aunque ya sabíamos que tenía mucho de oxímoron diseñado para reconducir las críticas al redil de la ideología económica dominante. En cualquier caso todas estas acciones podrían ser válidas si se integraran en una lógica más amplia que no permitiera confundir lo que se hace con lo posible y olvidar lo necesario.
Pero hay un hecho invalida todas estas iniciativas de supuesta integración y hace de ellas más retóricas “lampedusianas” que políticas efectivas, y es que todas aportan soluciones desde una escala de valores que es la que ha provocado las crisis. Hay dos ejemplos muy claros:
- Una transición energética que se hace identificar como gran transición ecológica, cuando se trata de forzar un cambio tecnológico orientado sobre todo a ofrecer nuevos nichos de negocio a las grandes corporaciones, pero no a promover una verdadera reconversión del metabolismo de la civilización industrial, necesariamente asociada a cambio de valores, de paradigmas, de comportamientos y de patrones de vida.
- La mercantilización y financierización del territorio y los recursos y de las soluciones (bonos verde, bonos “catástrofe”, Bancos de Biodiversidad… y los mercados de emisiones de CO2).
Ambos ejemplos han generado un cocktail perverso que ha llevado el extractivismo y el consumo de energía a niveles sin precedentes a escala planetaria con las consiguientes secuelas de deterioro ecológico y territorial. Pues al decretar programas la obsolescencia precipitada en aras de las nuevas tecnologías y la transición energética, el tonelaje de minerales extraídos ha crecido exponencialmente en los últimos veinte años sin que declinara la de combustibles fósiles, que continuó creciendo al ritmo que marca el pulso de la coyuntura económica (siendo la extracción de carbón la más ha crecido en abierta contradicción con la meta de “la descarbonización”).
La realidad es que las políticas de Desarrollo Sostenible y por tanto de integración entre economía y ecología no han dado el resultado que debe considerarse como adecuado. Sólo basta con ver los datos que ofrece el seguimiento del cumplimiento de Objetivos de la Agenda 2030 para darnos cuenta que los actuales indicadores ecosociales son los peores de la historia, haciendo declarar a responsables de NNUU que podemos estar “en el epitafio del mundo que podría haber sido”.
Un mundo, en el que además la distribución de la renta está determinada por políticas que favorecen a ciertos grupos y perjudican seriamente a otros. Si aceptamos las estructuras que se han institucionalizado como algo llamado “mercado libre” y luego tratamos de utilizar los impuestos y las políticas de transferencia de recursos para reconducir las desigualdades, entonces nosotros mismos nos habremos metido en el callejón sin salida en que estamos.
En lugar de esto, debemos centrarnos en modificar las reglas del juego económico que fuerzan el extractivismo y redistribuyen el ingreso a favor de los más pudientes si bien eso exige un cambio profundo de los principios que mueven el actual modelo económico de sociedad.
Estrategias para el cambio: hacia un nuevo modelo ecosocial
En un contexto en el que un cierto “postcapitalismo” postulado como crecimiento o capitalismo “verde” es dominante, están sobre la mesa distintas posiciones supuestamente alternativas de las que cabe sugerir una cierta reformulación.
Una visión reformista del modelo que considera que llegar a un Pacto Verde entre Naturaleza y Capital es una oportunidad para crear hegemonías para conseguir un cierto crecimiento permanente.
Aquí estaría el Green New Deal y el programa Next Generation. El problema a superar sería clarificar qué aporta este Pacto Verde a la fallida retórica del Desarrollo Sostenible, qué garantías adicionales supone teniendo en cuenta que podría conllevar riesgos de extractivismos que mantienen dinámicas colonialistas y que suponen impactos ecosociales insostenibles de tecnologías supuestamente sostenibles.
Una alternativa más rupturista con respecto al modelo actual que podríamos denominar Decrecentista, que no cree en el relato de permanente crecimiento económico (del PIB) y que plantea una reducción del metabolismo económico en distintos ámbitos: energía, transporte, turismo, etc…; si bien esta reducción debe darse en primera instancia planificadamente por ser justa y en los países más ricos en primera instancia.
Sin duda es imprescindible replantearse el relato del crecimiento económico como paradigma, si bien para ello el Decrecimiento como tal debería ser reformulado de tal forma para que no se entienda vinculado a la actual noción de sistema económico (con la metáfora de la producción a la cabeza) pudiéramos decir que pretendiendo hacerlo “más pequeño” pues eso se denomina recesión y genera un nulo atractivo político y social. En todo caso lo relevante es que esta reformulación parta de la base de que esta reducción de los flujos del metabolismo económico y social no puede hacerse sin cambiar las reglas del juego económico que los mueven y la noción de sistema que orienta las reflexiones y las políticas.
Pero si transcendemos la idea hoy usual de el sistema económico, para razonar con una economía de sistemas y si cuestionamos la actual idolatría del PIB para consensuar una taxonomía del lucro [1] (que destierre o penalice el lucro sin contrapartida y marque bien las fronteras de los delitos económicos), adoptaremos por fuerza enfoques multidimensionales en los que se desvanece el relato del crecimiento, ya que no habrá una variable única y universal (como era el PIB) que se postule que deba crecer o decrecer. En este nuevo contexto quedaría claro que la meta de los movimientos sociales críticos no puede ser el crecimiento por muy verde que se pinte (ni tampoco el decrecimiento), sino la reconversión de la civilización industrial hoy globalizada hacia horizontes ecológicos y sociales más saludables para la mayoría. Lo que requiere cambios mentales e institucionales que permitan crear un mundo donde quepan muchos mundos… y a este nuevo mundo reconvertido habría que darle nombre para que sea asumido con generalidad[2]. Pues, como advertía Lewis Munford, “Cuando no hay meta no hay dirección: no hay plan fundamental ni consenso y, por lo tanto, no hay acción efectiva práctica. Si actualmente la sociedad se encuentra paralizada, ello no se debe a la falta de medios, sino a la falta de fines[3].
Pero el reto es de enorme calado. Por ello es imprescindible establecer puntos de encuentro que lleven a consensos, por lo que debemos construir un espacio común a modo de Plataforma de debate, de análisis y de acción, conformada por Organizaciones Sociales que representen los distintos ámbitos: Economía, Ecología, Sindicatos, Científicos, etc… todos con un mismo objetivo: un nuevo modelo ecosocial de convivencia.
Y quizás, desde la “Crítica agotada. Claves para un cambio de civilización”[4] podemos verificar que otro mundo mejor sí es posible, pero que para acercarnos a él hemos de liberarnos de las idolatrías y los términos fetiches que nos tienen atados a la ideología y las instituciones dominantes, que incluso llevan a pontificar que “no hay alternativa” y que tenemos que entrar por el aro que nos marca ese sálvese quien pueda individual que sugiere la actual crisis de civilización. Este cambio no se hará de un “día para otro”, en la historia esto no suele ocurrir. Pero sí hay camino para recorrer facilitando y exponiendo iniciativas de cambio para conseguir que esos granos de arena vayan conformando la playa…
Notas:
[1] Naredo, J.M. (2019) Taxonomía del Lucro, Madrid, Siglo XXI.
[2] Algunos autores habían puesto nombre a esta meta de un mundo más habitable y saludable o precisado el camino para alcanzarla: Patrick Geddes lo llamó Eutopía (frente a la actual Cacotopía), Iván Illich habló de una Sociedad Convivencial… o Nicholas Georgescuu-Roegen propuso un “Programa bioeconómico mínimo” cuyo primer punto era: “1.-Habrá que prohibir totalmente no solo la guerra en si misma, sino la fabricación de todos los instrumentos de guerra…”, propósito que cobra hoy especial relevancia, reclamando la tradicional y lógica fusión entre ecologismo y pacifismo.
[3] Mumford, L. (1935) The culture of the cities [ed. en castellano: La cultura de las ciudades, Buenos Aires, EMCE, 3 vol. s/f, vol. II, p. 134; otra edición: Logroño, Pepitas de Calabaza, 2018].
[4] Naredo, J.M. (2022) La Crítica Agotada: claves para un cambio de civilización, Madrid, Siglo XXI.