Los futuros del trabajo entre la crisis ecológica y el derecho a vidas dignas

Grupo Ecosindical de Ecologistas en Acción - Madrid

Foto de Joshua Lawrence en Unsplash

ALIANZA «MÁS ALLÁ DEL CRECIMIENTO»

A estas alturas hay pocas dudas ya de tres aspectos centrales para entender el contexto actual. El primero es que nuestro sistema socioeconómico, el capitalismo, requiere de una expansión constante para no entrar en crisis. Esa expansión se sostiene sobre un consumo creciente de materia y energía que, aunque puede ser de formas distintas, siempre implica un impacto ambiental al alza.

El segundo es que nos encontramos en una policrisis que está poniendo coto a la capacidad de crecimiento económico sine die. Desde fenómenos meteorológicos cada vez más frecuentes y virulentos con un fuerte impacto económico (la dramática dana valenciana es un ejemplo reciente), hasta disrupciones ecosistémicas (como la COVID-19, que tuvo detrás la pérdida de funcionalidad ecosistémica), pasando por problemas de acceso a recursos energéticos (el primero de todos el petróleo) y materiales (cobre, fósforo y tantos otros).

Si bien el capitalismo ha tenido la capacidad de reinventarse durante las transformaciones socioambientales que ha vivido hasta la actualidad, hoy las variables de las crisis ecosistémica, climática, energética o de materiales hacen que las recetas del pasado (mecanización, financiarización, deslocalizaciones…) y las del presente (automatización, digitalización o desarrollo de la inteligencia artificial) no vayan a ser suficientes para mantener sectores productivos que están condenados a una drástica reducción, cuando no directamente a la desaparición. La forma en la que se dé esta reducción y lo que venga después dependerá de la fuerza, la organización y la inteligencia que la clase trabajadora ponga en marcha hoy mismo.

El tercer aspecto es que en nuestras sociedades de mercado dependemos de conseguir un empleo para poder satisfacer nuestras necesidades vitales. Hemos perdido la autonomía para hacerlo de manera colectiva y autoorganizada, así que requerimos del mercado. De esta manera, acabamos siendo cómplices (que no responsables) de la expansión ecocida e insostenible en el tiempo del capitalismo.

Para salir de esta coyuntura literalmente mortal necesitamos del trabajo sindical y ecologista. De una acción política ecosindical. Esta acción implica un nuevo sistema económico que ponga en marcha un metabolismo más reducido, mucho más reducido, y de raigambre biológica (y no mineral-extractiva) y local. También de un gran viraje social hacia la satisfacción de nuestras necesidades en sociedades con mercados y no de mercado. Es decir, la construcción de autonomía económica colectiva.

Por ello, la cuestión del trabajo, tanto en su forma de empleo asalariado como en sus formas no remuneradas, ocupa una posición central en cualquier proceso de transformación. Creemos que la organización de las y los trabajadores se hace imprescindible para orientar esas necesarias transformaciones hacia modelos más liberadores que no estén sujetos a la constante obtención de ganancias, la explotación, el crecimiento económico y la destrucción de la naturaleza. Aquí reside desde nuestro punto de vista la necesidad de ampliar y fortalecer las alianzas políticas con el mundo sindical: crisis ecológica y crisis capitalista son dos caras de la misma moneda que se retroalimentan y la superación de una requiere la superación de la otra.

En el diálogo y las luchas compartidas con distintas fuerzas sindicales que llevamos realizando en los últimos años, hemos prestado especial atención a las industrias y sectores en declive por causas sistémicas, pero también en aquellas que, por deseo y proyecto político, deben desaparecer paulatinamente (como la automoción, la aeronáutica o la fabricación militar) o transformarse radicalmente (desde el telemárketing hasta la agroindustria, por señalar algunos ejemplos). En la perspectiva de desarrollo de un proceso de construcción ecosindical identificamos potencialidades a desarrollar y dificultades a superar.

Del posicionamiento político ecologista a la realidad de la acción sindical

Los cuadros sindicales (aquellos miembros con mayor peso, experiencia o responsabilidad interna) tienen una mirada crecientemente consciente del presente del mundo del trabajo y de los escenarios inciertos que se abren como consecuencia de la crisis ecosocial. Cada vez resulta más fácil que se acepte la relación entre los problemas a los que se enfrentan determinados sectores industriales y la realidad biofísica en la que se sostienen. Es más, muchos sindicatos tienen acuerdos programáticos donde se tienen en cuenta los efectos nocivos de determinadas actividades sobre el medio ambiente y las personas, y su posición de clase promueve la defensa colectiva de los intereses de las y los trabajadores. Sin embargo, resulta enormemente difícil trasladar estos acuerdos a los centros de trabajo y al conjunto de las plantillas.

Pese a ello, la constante necesidad de atender a las necesidades inmediatas y la dificultad innegable de los cambios requeridos frena las luchas por transformaciones sistémicas. El trabajo sindical en muchos casos termina centrándose en la mejora o sostenimiento de las condiciones laborales y no en la desaparición, reducción y fuerte transformación de los sectores más delicados. Esta mirada inmediatista se ve reforzada por las voluntades mayoritarias en los centros de trabajo donde los sindicatos tienen presencia. Existe una sensación generalizada de disonancia entre presente-futuro del trabajo y la capacidad real del sindicalismo de hacer frente a la situación.

Es más, cuando se dan casos en los cuales, el sindicato trata de llevar a cabo políticas más rupturistas, esto no pocas veces deriva en pérdidas de afiliación o de representatividad en los comités de empresa. Esto produce una acción sindical más conservadora. El sindicalismo actúa en esa constante tensión en la cual la suma de la fuerza empresarial, la apatía y el miedo entre las y los trabajadores funcionan como un dique frente a la voluntad de lucha sindical.

El clima general es de incertidumbre, tanto inmediata relativa al trabajo, como de futuro en torno a qué nos depara la actual crisis y sus posibles salidas. Sin embargo, entre el miedo a unas consecuencias difusas y a largo plazo (como se percibe la degradación ambiental, por más que ese largo plazo ya no existe), y el miedo a la amenaza inmediata de la pérdida del puesto de trabajo y la capacidad de satisfacer las propias necesidades, es fácil (y totalmente comprensible) que prevalezca el segundo. Incluso cuando se atisba que los impactos ambientales son una realidad evidente, no se vislumbra una salida fácil y creíble, y se sigue priorizando el empleo, sean cuales sean sus impactos. Subyace la idea de que, los efectos de las “transiciones” que se puedan desarrollar se van a conseguir a costa de las condiciones laborales, manteniendo los privilegios de la parte empresarial.

Vemos con preocupación, aunque con una comprensión absoluta, la generalización de la defensa del puesto de trabajo una mirada individualista que todo esto conlleva. Esta defensa de los empleos aglutina el grueso de la actividad sindical contemporánea. Sin embargo, consideramos central escalar mediante alianzas amplias para una batalla cultural que resitúe los marcos de lucha más allá del estrecho margen de actuación del mercado laboral. Esto supone, sobre todo, la construcción de alternativas que supongan opciones reales y deseables para satisfacer las necesidades vitales sin tener que vender la fuerza de trabajo.

La defensa de la clase no es la defensa de los puestos de trabajo, ni de las ramas de actividad a las que pertenecen, es la defensa de sus condiciones de vida y su liberación de la explotación. Se requiere de fuerza y valentía desde las organizaciones para plantear que tanto la realidad capitalista, como el deseo de superación de este sistema depredador y ecocida, pasa por la desaparición de no pocas ramas de actividad y puestos de trabajo.

Dificultades extra de transformación de los sectores de alta tecnología

Como consecuencia del alto nivel técnico y especializado de la industria actual, las reconversiones son muy complejas. Una fábrica no puede pasar de producir “x” a “y” sin una importante inversión en maquinaria nueva y formación del personal. Incluso aunque se siga dedicando a productos de índole similar.

Además, reconvertir una industria compleja manteniendo una actividad parecida suele conducir hacia… otra industria compleja, en la que las propuestas con vocación ecosocial encuentren importantes dificultades.

A esto se añade que cualquier proceso de reconversión está marcado por un marco de competitividad: la nueva actividad productiva tiene que entrar en un mercado que normalmente cuenta ya con otras empresas asentadas. Esto no solo supone una dificultad de sostenimiento económico, sino también psicológica para las y los trabajadores.

El imperativo de la competitividad capitalista deriva en que el grado de tecnificación de la industria sea muy alto y siempre creciente. Por ello, la necesidad de capital para que cualquier ente público, o mejor común, se haga con el control empresarial es importante. Y la alternativa de reapropiación /expropiación encuentra mayor resistencia por parte de las empresas que han desarrollado grandes inversiones.

Frente a estas innegables dificultades, aparece una fortaleza: si bien la afiliación a sindicatos no es algo generalizado y mayoritario, hay presencia sindical importante en estas grandes empresas y en la mayoría de los sectores en declive. Esto supone una gran oportunidad: ya existe gente organizada en los lugares donde necesitamos tenerla, no se empieza desde cero. Esta es la base sobre la que habría que trabajar políticamente.

Luchas sobre narrativas y experiencias prácticas

A medida que las situaciones de crisis se agudizan, la disputa en torno a los relatos se intensifica. Este es un marco complejo, debido al carácter multifactorial de la crisis, en la que causas y consecuencias no se relacionan de forma lineal ni inmediata en el espacio y el tiempo. También porque la disputa por el relato está preñada de un carácter emocional muy fuerte, una ideologización confrontativa y muchas mentiras. En este contexto, la seducción por la práctica (poner en marcha proyectos concretos que satisfagan necesidades reales y sentidas) puede resultar mucho más efectiva que la seducción por las estrategias de comunicación de discurso.

Precisamente en el contexto de la seducción desde la práctica, son muchos ya los proyectos que trabajan en la experimentación de alternativas en distintos ámbitos (si bien es cierto que, por las altas inversiones necesarias, no son muy frecuentes en el ámbito industrial sino más propios del alimentario, educativo o de cuidados). Además, esta capacidad de experimentación suele realizarse por minorías movilizadas que parten de posiciones de privilegio social, al menos en contextos europeos.

No obstante, probablemente haya más alternativas de las que parece que existen. Hay puntos ciegos dentro del movimiento ecologista y sindical, que no siempre tiene la capacidad de detectar y poner de relieve aquellos proyectos que, sin partir de una iniciativa interna del movimiento, sí cubren necesidades básicas desde otras estéticas y códigos.

Salvar a las personas y no al capitalismo

No existen soluciones fáciles a problemas que son de orden sistémico y mundial. Las transformaciones suponen siempre cambios con ciertas dosis de trauma. No existen los cambios tranquilos. En el capitalismo, las transformaciones en el marco laboral, que han sido muchas a lo largo de su historia, han solido estar dirigidas por la lógica del beneficio y ser muy cruentas para las y los trabajadores.

Desde la crisis de 2008, vivimos en un periodo de inestabilidad constante, combinada con la perspectiva cada vez más presente de un futuro ciertamente turbulento. Afirmar que este futuro es necesariamente una catástrofe no actúa como catalizador de una movilización capaz de revertir la situación. La práctica, el ejemplo, la materialización de proyectos robustos que desde la solidaridad sean capaces de dar respuestas efectivas a problemas colectivos es una condición necesaria para organizar y movilizar. Necesitamos revitalizar un sindicalismo que ponga en marcha cooperativas y mutualidades, que construya alternativas a la mercantilización de la vida.

Existe la posibilidad de una alianza de clase en torno a la satisfacción universal de las necesidades humanas que en la actualidad articulan distintas luchas (el acceso a la alimentación, a la vivienda o a determinados bienes industriales necesarios). También la posibilidad de “desinmediatizar” las miradas si se consiguen generar narrativas que conecten emocionalmente, y consigan mostrar las alternativas como factibles y deseables.

Apostamos por una simbiosis entre las luchas concretas y la construcción de alternativas. Unas sin las otras carecen de sentido desde una perspectiva de superación del capitalismo. Las reformas posibles que mejoran las condiciones de vida deben ser catalizadoras de las luchas que transformen de manera profunda el sistema. Los llamados proyectos alternativos no pueden circunscribirse a minorías movilizadas, sino aspirar a agrupar a mayorías sociales. Para ello, necesitamos orientar nuestras capacidades colectivas, económicas o técnicas en esa dirección y, en la medida de lo posible, que las distintas instituciones del Estado no supongan un impedimento constante (favoreciendo que tanto la legislación, como la inversión pública puedan aportar en los saltos de escala de nuestras alternativas).

Existen referentes en todo el planeta y en todos los periodos históricos que ejemplifican estas palabras. Por ejemplo, el inmenso mundo asociativo, cultural, económico y orgánico de los poderosos partidos socialdemócratas o de los sindicatos revolucionarios del primer tercio del siglo XX, o las tomas de fábricas que se dieron en el pasado siglo, pero también en este teniendo como ejemplo paradigmático al Movimiento de los Trabajadores Sin Tierra (MST) de Brasil. El MST ocupa grandes fincas, las pone a cultivar de forma colectiva y comercializa sus productos a través de diversos entramados cooperativos.

Aunque esta construcción de alternativas es imprescindible y perentoria, creemos que no es suficiente. Es también necesario habilitar mecanismos para rescatar a las personas trabajadoras de aquellos sectores que deben reducirse o desaparecer. Nuestro objetivo no es salvar los sectores, sino proteger a las personas, las comunidades y territorios donde se asientan estas industrias. Esto implica centrar los esfuerzos en muchos casos no en procesos de reconversión, que tienen múltiples dificultades, como hemos señalado, sino en medidas destinadas a las personas, como la renta básica de las iguales, la reducción de la jornada laboral sin merma salarial (reparto del empleo) o la inyección de dinero en comarcas económicamente deprimidas (y no en los sectores productivos).

Consideramos que desplegar una propuesta política y social en torno a estas grandes ideas supone una necesidad de primer orden para todas nosotras. Es por ello que seguiremos trabajando y empujando para que los debates y sobre todo las luchas de hoy cimienten las alianzas necesarias para constituir el mundo que queremos y necesitamos.