El presidente electo de EEUU, Donald Trump, parece considerar el mundo como un inmenso negocio en el que sólo hay ganadores y perdedores. Y él sólo quiere ganar.
De ahí que no esté dispuesto, como él mismo dijo en su plataforma Truth Social (Verdad Social), a aceptar que los países del grupo BRICS creen “su propia divisa o apoyen cualquier otra capaz de sustituir al poderoso dólar”.
Si pese a todo se atreviesen a ello, amenaza Trump, se expondrán a aranceles del cien por ciento, con lo que “tendrán que despedirse de la fabulosa economía de EEUU y buscar a otros tontos”.
Esas y otras palabras en el mismo sentido pronunciadas por Trump antes incluso de regresar a la Casa Blanca parecen anunciar un recrudecimiento de la guerra económica, que no augura nada bueno para el mundo.
El político republicano habla de aranceles del 20 por ciento para todas las importaciones, de un 60 por ciento para las procedentes de China y también muy elevados a las de Canadá y México si estos países no cierran sus fronteras a los migrantes ni combaten, como les exige, el narcotráfico.
Es decir que hay amenazas para todos aunque no hay duda de que ésas se dirigen de modo muy especial a China, a la que no sólo Trump sino todos sus predecesores en la Casa Blanca siempre han considerado el único país capaz de rivalizar con EEUU.
Tanto el republicano George W. Bush como el demócrata Barack Obama impusieron ya en su día aranceles a las importaciones de acero chino para defender a la correspondiente industria nacional.
Y en su primer mandato, Trump hizo lo mismo con las importaciones de paneles solares y otros productos, a lo que Pekín no dudó en responder con sus propias medidas proteccionistas.
Era objetivo de Trump reducir el déficit estadounidense, ciertamente enorme, en el comercio bilateral, lo que consiguió al menos en parte, pero aumentó al mismo tiempo el que EEUU tenía con otros países.
La realidad en cualquier caso es que más que los exportadores chinos fueron los importadores de EEUU quienes soportaron los aranceles y los cargaron a su vez en los consumidores, obligados a pagar más por los productos chinos.
Según un informe del American Action Forum, próximo a los republicanos, el gasto adicional que soportaron los ciudadanos estadounidenses fue de unos 51.000 millones de dólares al año. A lo que se sumó la pérdida de un cuarto millón de empleos.
A pesar de esos costes adicionales tanto para importadores como consumidores, el demócrata Joe Biden optó no sólo por mantener los aranceles impuestos por su predecesor, sino que los elevó de un 25 a un 50 por ciento para los paneles solares y los semiconductores, y hasta un 100 por ciento para los automóviles eléctricos.
Disputas comerciales de ese tipo o similares se solucionaban antes en la ginebrina Organización Mundial del Comercio, pero desde diciembre de 2019, su tribunal de apelaciones no funciona al bloquear Washington el nombramiento de nuevos jueces.
La guerra comercial con China no se limita a la imposición de barreras arancelarias, sino que consiste también en sanciones y en boicots como el que lleva a cabo Washington contra el gigante de la telefonía móvil Huawei con el pretexto de que sus redes de 5G facilitan el espionaje de Pekín.
Australia, uno de los llamados Cinco Ojos (alianza de los servicios de inteligencia de los países anglosajones: EEUU, Canadá, Reino Unido, Australia y Nueva Zelanda) fue el primero en sumarse al boicot a la empresa china.
Siguieron Nueva Zelanda y otros países del llamado bloque occidental, incluida Alemania, dócil cuando no servil aliado de EEUU, que decidió eliminar los componentes de Huawei ya instalados en sus redes de telefonía de quinta generación pese al enorme coste que va a suponerle.
Pero a diferencia de Occidente y sus aliados del Golfo Pérsico como los Emiratos Árabes Unidos, la mayoría de los países del Sur global como los de América Latina han hecho caso omiso de las advertencias sobre el riesgo de seguridad que, según Washington, presenta la empresa china.
A pesar del boicot y de otras medidas punitivas de Washington en forma de sanciones, Huawei ha logrado seguir adelante y da pasos importantes en el importante sector de los semiconductores.
Como señala el periodista de investigación alemán Jörg Kronauer, los semiconductores eran el punto débil de su sector de alta tecnología, pero el gigante asiático ha hecho notables progresos en muy poco tiempo.
Su mayor problema sigue siendo la producción de los microchips más diminutos, imprescindibles para la inteligencia artificial, y cuya exportación a China desde otros países Washington sanciona desde octubre de 2022 si esos productos tienen algún componente fabricado en EEUU.
No contento con eso, Estados Unidos trata de impedir también la exportación a China de las máquinas para la fabricación de esos microchips como las de la empresa neerlandesa ASML, y lo hace presionando al gobierno correspondiente, en ese caso al de La Haya.
Los boicots y sanciones a China que EEUU impone y trata de hacer cumplir a otros representan enormes pérdidas de negocio para muchos fabricantes de Occidente, entre ellos también estadounidenses, que podrían de otro modo lucrarse con un mercado tan importante como es el chino.
De ahí que algunos fabricantes de EEUU traten de conseguir exenciones de Washington, algo que les resulta más fácil que a los de otros lugares como le sucede, por ejemplo, al mayor productor mundial de semiconductores, la empresa taiwanesa TSMC.
La razón esgrimida por Washington para prohibir la exportación a China de semiconductores de tamaño inferior a siete nanómetros es que en uno de los chips de Huawei se encontró un componente que supuestamente procedía de esa empresa de Taiwán.
Pero estaba claro que China no iba a quedarse e brazos cruzados ante todas esas medidas que obstaculizan su desarrollo tecnológico, y así ha empezado a tomar represalias.
En mayo del año pasado, Pekín calificó de “riesgo para la seguridad” del país los semiconductores de la empresa estadounidense Micron Technology, por lo que dejarían de utilizarse en la construcción de infraestructuras críticas en China.
Micron hace una cuarta parte de su cifra de negocios precisamente en ese mercado, con lo que la decisión de las autoridades de Pekín le supone graves pérdidas.
Al mismo tiempo, los chinos han anunciado que retirarán de sus redes de telecomunicaciones los procesadores de procedencia extranjera, lo cual afecta sobre todo a empresas como el fabricante de circuitos integrados Intel o el de semiconductores AMD, ambos estadounidenses.
Pekín ha tomado además otras medidas que causarán un enorme perjuicio al sector de alta tecnología de Occidente como controles a la exportación de metales o minerales raros como el galio, el germanio, el grafito o el antimonio.
El germanio y el galio sirven para la fabricación de semiconductores, paneles solares y aparatos de visión nocturna, entre muchos otros productos; el antimonio, para la industria fotovoltaica y la producción de armas y municiones; el grafito, para las baterías de los coches eléctricos.
China puede así controlar las exportaciones de esos metales o minerales, restringirlas e incluso prohibirlas, lo que influirá en los precios de esas materias primas en el mercado mundial.
La guerra económica entre China y EEUU se extiende también al campo de los recursos humanos, y así Washington prohíbe a sus ciudadanos o a quienes tengan permiso de residencia en EEUU trabajar en determinadas empresas chinas.
A su vez, China trata de atraer con salarios elevados a ciudadanos, muchos de ellos chinos, que han hecho estudios tecnológicos en universidades norteamericanas así como a personal muy especializado de empresas de Occidente.
Pero la guerra económica de Trump no se limitará a la rivalidad con China, sino que también ha amenazado a sus aliados europeos con aumentar los aranceles a sus productos si no le compran a EEUU su petróleo y su gas, cuatro veces más caro que el que obtenían de Rusia antes de la destrucción de los gasoductos del Báltico.
Los alemanes, principales perjudicados por el corte del suministro de gas ruso ya que resta competitividad a su industria exportadora, ni siquiera han protestado, dóciles aliados que son, por esa acción terrorista llevada a cabo por EEUU o al menos con la complicidad del Gobierno de Joe Biden. Tienen ahora su merecido.