Extracto de ‘El Director’ – Trilogía Madre Nuestra de Ana Filomena Amaral

La importancia de la literatura en la construcción de un sistema ecologista

En el proyecto Echologic incluimos también una dimensión literaria, en el que se resalta la importancia de la literatura sobre temas ecologistas y medioambientales. A seguir se hace un resumen del extracto de El Director, primera novela de la única trilogía de ficción ambiental del mundo, Madre Nuestra, de Ana Filomena Amaral, ya traducida a 16 lenguas.

La novela describe la profunda conexión de los protagonistas, Armina y Henrique, con el mar. Tras un impulso irreprimible, se sumergen en los arrecifes, donde descubren la belleza y diversidad de la vida marina: corales, peces de múltiples formas y colores, tortugas y mantarrayas. El texto combina observación científica, poesía y misticismo, mostrando al océano como origen y sostén de la vida.

En medio del esplendor natural, aparece también la cara oscura: la contaminación humana, plásticos y redes que destruyen los ecosistemas. La narración subraya la necesidad urgente de respeto y responsabilidad hacia los océanos.

Durante su inmersión, Armina y Henrique exploran paisajes sumergidos que evocan misterio y espiritualidad, incluso estructuras que despiertan la leyenda de la Atlántida. Presencian la construcción de mándalas submarinas por pequeños peces, símbolo de perfección, paciencia y armonía con la naturaleza.

La experiencia transforma a Henrique: comprende que los humanos no están en el mar para conquistarlo, sino para escucharlo. El mar es memoria, misterio y futuro; el destino de la humanidad está indisolublemente unido a él.

Extracto de ‘El Director’ – Trilogía Madre Nuestra de Ana Filomena Amaral

Extracto de El Director, primera novela de la única trilogía de ficción ambiental del mundo, Madre Nuestra, de Ana Filomena Amaral, ya traducida a 16 lenguas.

Trilogia Mãe Nossa - Livro 1: O Diretor - 1

“Llora al ritmo de mi sangre, el mar, en la playa boca abajo, me quedo soñando, me quedo escuchando lo que en mí sueña y recuerda y llora alguien; y oigo en esta alma mía un lejano rumor de letanía, y sollozos, de más allá… Llora al ritmo de mi sangre el mar.”

Afonso Lopes Vieira, Islas de Bruma

Necesitamos volar en las profundidades como volamos en el aire, entre la superficie de la tierra y la superficie del mar, para que nuestra vida se vuelva realmente tridimensional. Pero de una manera graciosa, gentil, tal como los seres que allí habitan, sin cegarlos con nuestras luces ni ensordecerlos con nuestros ruidos, vivir con responsabilidad, sensibilidad y sabiduría ese mundo primero. Nuestro futuro depende de la comprensión y entendimiento de los océanos, pues allí está el origen de la vida; encierran todo lo necesario para la supervivencia, cubren la mayor parte del planeta y regulan a sus seres. Un complejo sistema que ahora apenas comenzamos a comprender, sin tiempo que perder. No es sólo el futuro de los humanos lo que está en riesgo, sino la maravilla, el asombro de las especies marinas. Grandes historias de amor nos cuentan, como la de la madre calamar que durante nueve meses guarda los huevos sin alimentarse y muere cuando estos eclosionan, representando el primer ejemplo de cuidado parental.

Armina y Henrique se despertaron con un deseo irreprimible de volver al mar; la proximidad no les bastaba, necesitaban formar parte de él, como antaño, en el origen de todo. Comieron algo, se pusieron los trajes de buceo, prepararon todo el equipo: snorkel, máscara de buceo, aletas, lastre, chaleco compensador, regulador y octopus, cilindro de aire comprimido, cuchillo de buceo, linterna y cámara. Los cargaron en el barco atracado junto a la mina y zarparon.

– Armina, ¿tu asociación estuvo aquí mucho tiempo?
– Sí, estuvimos cerca de tres meses para evaluar los problemas de los arrecifes de coral. Estamos casi llegando, pasamos las Puertas de Hércules y después buceamos en los siete mares, claro que conoces la expresión.
– Por supuesto, señora bióloga. En términos simbólicos se utilizaba para indicar el lugar donde los dioses, u otras figuras míticas, navegaron. Histórica y geográficamente, en la Edad Media significaba la mezcla de un poco de cada mar: Adriático, Arábigo, Caspio, Mediterráneo, Negro, Rojo y Golfo Pérsico. Varias fuentes sostienen que la expresión fue usada por primera vez en Las mil y una noches y todavía hoy es muy utilizada por los navegantes, pero para dividir los océanos: Pacífico Norte, Pacífico Sur, Atlántico Norte, Atlántico Sur, Índico, Ártico y Antártico. ¿He pasado el examen?
– ¡Excelente, mereces un gran beso!
– ¿Las Puertas de Hércules?
– Sí, así las llamé. ¿Ves esas enormes formaciones rocosas al fondo, una frente a la otra? A partir de ahí ya aparecen los arrecifes.

Volaron bajo las aguas iluminadas por los rayos tamizados del sol aún tímido. En el fondo todo estaba calmo, desierto, adormecido, pero en aquel preciso momento, una señal se hizo perceptible: la luz se intensificó y se produjo el giro con la explosión de vida irrumpiendo desde las cavernas porosas del laberinto calcáreo. Un caleidoscopio mágico salido de las manos del más inspirado ilusionista, el prodigio inconcebible de la naturaleza se corporizó en seres de todos los colores y formas, iniciando su rutina diaria en busca de alimento, indiferentes a su presencia, como humanos en la faena incesante y frenética de la urbe.

Henrique nunca había buceado en un arrecife, le sobrevino una sensación de comunión, de identidad, casi dolorosa. Se detenía aquí, se paraba allá, se inmovilizaba más allá para poder ver y tocar aquel festín de asombro a la distancia de un simple gesto.

Muchas veces se identifica los arrecifes con los corales, ya que son ellos quienes, capa tras capa, construyen los desfiladeros, terrazas y torres de aquellas metrópolis sumergidas. Quinientas especies diferentes, creciendo y asumiendo una increíble variedad de formas. A pesar de ser considerados animales, se revelan muy atípicos: lo que nosotros identificamos como un coral, es de hecho una colonia de millones de pólipos que, de noche, con brazos y manos extendidos, extraen el alimento de las aguas y, apenas asoma el sol, se recogen en sus esqueletos de caliza.

Cuando nace el día, estos corales duros actúan más como plantas que como animales, protegiendo sus delicados tejidos de los enemigos y captando la energía solar a través de las algas que viven en ellos, ayudando a edificar la estructura del arrecife al segregar caliza. Esta asociación elemental hace posible la increíble densidad de vida. No obstante, hay corales que consiguen vivir sin asociaciones, pero no poseen una estructura calcárea, por lo tanto, no aumentan el arrecife: son los corales blandos.

Un pez ángel de listas blancas concéntricas sobre el azul se acercó a Armina y Henrique, imperturbable, desapareciendo de inmediato en las grutas calcáreas. Las cornamentas de ciervo bullían de movimiento, de danza, al compás, de improviso. Solitarios o gregarios, los peces multiformes de colores chillones revelaban el sexo, el peligro o la disposición para aparearse, circulando al son del silencio del caldo primordial.

Entonces el sol arreció, haciendo sonar estridente, en el gong invisible de los relojes biológicos, la hora punta de la mañana. Los peces payaso, hembras que nacieron machos, se esmeran en limpiar las anémonas, cuyos tentáculos urticantes los tratan como parte de ellas mismas. Y si ellos son un defensor acérrimo de su hogar, nunca se alejan demasiado, protegiéndolas de los enemigos competidores.

Cuando el crepúsculo desciende sobre el arrecife, el lema es: comer o ser comido. Aun así, algunas especies arriesgan la vida para aparearse, liberando millones de huevos y esperma en las aguas, en una lucha ancestral por la supervivencia.

Allí, los cardúmenes de peces son nubes multicolores, las rocas viven, los animales parecen plantas y los colores, como neones flameantes, existen sólo para el deslumbramiento de la mirada. ¡Viva Las Vegas!

Las mareas y corrientes traen el plancton con sus organismos imprescindibles unos a otros y al mantenimiento de la vida; plumas de tintas intensas, branquias de gusanos ocultos ondeando como pañuelos de adiós a la virgen, extraen y filtran el alimento de las aguas y alfombran gran parte del arrecife.

Por todas partes, ramas hambrientas de hojas marinas, cuyos antepasados compartieron la tierra con los dinosaurios, se despliegan, formando redes vivas y extrayendo de la corriente, con una eficiencia imposible, su sustento. La mantarraya vuela, cual nave extraterrestre solitaria, permaneciendo en las franjas y aguardando el momento preciso de la conquista, antes de que la extinción la consuma en un consumismo voraz por sus branquias.

Armina tiró del brazo de Henrique para mostrarle, más adelante, el vergel de gorgonias que usurpaban a la luz todos los colores y matices inimaginables, provocando emoción y éxtasis hasta las lágrimas de sal, como billones de otras que allí se vertieron y muchas otras que se verterían.

Alcyonacea, cnidarios coloniales sésiles presentes en todos los océanos del mundo, también conocidas como látigos de mar o corales blandos, colonias erguidas o aplanadas, ramificadas, formadas por pequeños pólipos. Lo arrastró aún más para mostrarle la razón de su presencia en la isla, la otra cara del asombro: ¡horrenda! Colonias multicolores de plásticos, gorgonias chillones de cuerdas y redes, anémonas oscilantes de botellas, corales moribundos. Cementerios, vertederos, pruebas gritantes de nuestro crimen, que ciertamente no quedará impune, justo al lado de las mandalas, el universo en una interacción entre el hombre y el cosmos, en la búsqueda de las cuatro nobles verdades.

Si entendemos y aceptamos las palabras de Carl Jung:

“Esbozaba todas las mañanas en un cuaderno un pequeño dibujo circular … que parecía corresponder a mi situación interna en ese momento… Sólo poco a poco descubrí lo que la mandala realmente es: … el Sí mismo, la totalidad de la personalidad, que, si todo va bien, es armoniosa.”

Estaremos en el camino de restaurar el orden primitivo y dar expresión a algo que todavía no existe, algo nuevo y único. ¿Será que aquel pez tiene conciencia de todo esto? Sí, ese pez que con destreza y esmero traza círculos perfectos en el fondo del mar, esos dibujos rigurosos y elaborados que sirven para atraer a las hembras y proteger los huevos después del apareamiento. Pequeño, casi imperceptible, levantando polvillo va abriendo con su cuerpo surcos en la arena, unos más superficiales, otros más profundos, cuidando del círculo central cual mesa sagrada; después, con granos finos y blancos, da los retoques finales del artista perfeccionista y espera a la compañera que, rendida a la belleza, compartirá con él otro prodigio de la creación.

Henrique la miraba sin apartar los ojos de los labios mientras ella hablaba con el entusiasmo y la pasión de quien se siente en comunión con todo aquello. Pensó que no había necesidad de palabras para describir aquel deslumbramiento —el universo brotando allí en su totalidad—, pero aquel eco, aquella resonancia en su interior, esa voz, sólo podía ser de Armina, que le servía de guía en la travesía iniciática.

¡Una tortuga marina! Apareció como si fuera un avión en aproximación a la pista de aterrizaje, majestuosa y serena, avanzando lentamente con el batir cadencioso de las aletas. Armina la señaló con entusiasmo, y Henrique, contagiado, grababa cada movimiento con la cámara. La tortuga pasó a su lado, indiferente, y continuó rumbo a las profundidades, donde se perdió como un sueño que se desvanece al despertar.

– ¿Viste? – preguntó Armina, cuando emergieron unos minutos después para descansar y respirar aire fresco.
– Sí, fue maravilloso. Siempre había querido ver una de cerca.
– Representan mucho para nosotros, los biólogos marinos. Han existido por más de cien millones de años y sobrevivieron a los dinosaurios. Pero ahora están amenazadas por nosotros: por la pesca, la contaminación, el plástico…
– Y aun así siguen nadando con esa calma, como si fueran eternas.
– Lo son, Henrique, lo son en el sentido de que encarnan la memoria viva de los océanos.

Se sumergieron de nuevo, avanzando ahora hacia una zona más oscura y profunda. Las paredes de roca caían abruptamente y, en las grietas, los ojos brillaban como brasas encendidas. Un banco de peces plateados pasó velozmente, como una flecha líquida, deshaciéndose en reflejos que se perdían en la penumbra.

De repente, el escenario cambió: los colores vivos y las formas exuberantes dieron paso a un silencio mineral, severo, como el de una catedral sumergida. Allí, en ese ambiente de sobriedad y misterio, Armina se detuvo y le hizo una señal a Henrique. En el fondo, medio cubierto por sedimentos y algas, se distinguían estructuras extrañas: piedras alineadas, bloques tallados, figuras que parecían demasiado geométricas para ser naturales.

Henrique sintió un estremecimiento recorrerle el cuerpo.
– ¿Qué es eso? – preguntó al salir nuevamente a la superficie.
– Muchos creen que son restos de la Atlántida – respondió Armina con una sonrisa enigmática. – Pero los científicos todavía no se ponen de acuerdo. Algunos piensan que son formaciones naturales, otros que pertenecen a civilizaciones antiguas que desaparecieron.

Henrique se quedó en silencio, contemplando el horizonte. La inmensidad del mar parecía guardar todos los secretos del mundo, todas las respuestas y también todas las preguntas.

– Tal vez nunca sepamos la verdad – murmuró.
– Tal vez – replicó Armina – pero lo importante es lo que sentimos aquí, ahora. Ese respeto, esa reverencia por el misterio.

Y volvió a sumergirse, llamándolo con un gesto de la mano, como si lo invitara a entrar en un santuario prohibido.

El tiempo parecía haberse detenido. Avanzaron juntos, flotando como en un sueño, recorriendo aquel paisaje sumergido donde lo humano y lo divino se confundían. Henrique sentía que cada movimiento lo llevaba más allá de sí mismo, hacia un estado de comunión absoluta con el mar, con Armina y con el misterio que los rodeaba.

En un recodo de la pared rocosa, descubrieron un pequeño altar natural. Una abertura dejaba pasar un rayo de luz que iluminaba un círculo perfecto en el fondo arenoso. Dentro de ese círculo, un pez diminuto repetía incansablemente su danza de arquitecto: trazaba surcos, movía granos, dibujaba con paciencia infinita la mandala que sería su legado.

Henrique quedó fascinado. Sintió un nudo en la garganta, como si presenciara una revelación.
– Es… perfecto – murmuró cuando salieron a respirar.
– Sí – respondió Armina –. La perfección está aquí, en lo simple, en lo esencial. Y, sin embargo, nosotros lo destruimos con tanta facilidad.
– Quizá por eso debemos aprender de ellos – replicó Henrique –. De esa paciencia, de esa entrega.

El sol ya comenzaba a descender, tiñendo de oro la superficie del mar. Volvieron al barco en silencio, como si no quisieran romper el hechizo. El motor se encendió suavemente y la isla quedó atrás, envuelta en un resplandor crepuscular.

Henrique tomó la mano de Armina.
– ¿Sabes? – dijo –. Creo que hoy he entendido algo importante.
– ¿Qué cosa?
– Que no estamos aquí para conquistar el mar, ni para dominarlo. Estamos aquí para escucharlo.
Armina sonrió, con esa sonrisa suya que parecía encenderle los ojos.
– Exactamente. El mar no necesita de nosotros. Nosotros somos quienes necesitamos de él.

Durante el trayecto de regreso, el silencio entre ambos no era vacío, sino pleno: una especie de diálogo secreto, tejido por lo que habían visto, sentido y compartido.

La noche cayó sobre ellos. El cielo se pobló de estrellas y, por un instante, Henrique creyó ver reflejada en la superficie oscura del agua la misma mandala que el pequeño pez dibujaba en el fondo. Una promesa, un recordatorio de que todo, absolutamente todo, está conectado.

Y comprendió, con una claridad que le dolió y al mismo tiempo lo llenó de esperanza, que el destino del hombre está indisolublemente ligado al destino del mar.


Versión original en portugués

“Chora no ritmo do meu sangue, o Mar, na praia de bruços, fico sonhando, fico-me escutando o que em mim sonha e lembra e chora alguém; e oiço nesta alma minha um longínquo rumor de ladainha, e soluços, de além… Chora no ritmo do meu sangue o mar.”

Afonso Lopes Vieira, Ilhas de Bruma

Precisamos de voar nas profundezas como voamos no ar, entre a superfície da terra e a superfície do mar, para que a nossa vida se torne realmente tridimensional. Mas de uma forma graciosa, gentil, tal como os seres que lá habitam, sem os cegar com as nossas luzes ou os ensurdecer com os nossos ruídos, viver com responsabilidade, sensibilidade e sabedoria esse mundo primeiro. O nosso futuro depende da compreensão e entendimento dos oceanos pois é lá que está a origem da vida, eles encerram tudo o que é necessário à sobrevivência, cobrem a maior parte do planeta e regulam os seus seres. Um complexo sistema que agora começamos a perceber sem tempo a perder, não é só o futuro dos humanos que está em risco, mas a maravilha, o assombro das espécies marinhas. Grandes histórias de amor nos contam, como a mãe lula que durante nove meses guarda os ovos sem se alimentar e morre quando eles eclodem, representando o primeiro exemplo de cuidado parental.

Armina e Henrique acordaram com um desejo irreprimível de voltar ao mar, a proximidade não lhes bastava, careciam de fazer parte dele, como outrora, na origem de tudo. Comeram qualquer coisa, vestiram os fatos de mergulho, prepararam todos os apetrechos: snorkel, máscara de mergulho, nadadeiras, lastro, colete equilibrador, regulador e octopus, cilindro de ar comprimido, faca de mergulho, lanterna e câmara, colocaram-nos no barco atracado junto à mina e largaram.

–  Armina, a tua associaeão esteve cá por muito tempo?

–   Sim, estivemos cerca de três meses para fazer a avaliação dos problemas dos recifes de coral. Estamos quase a chegar, passamos as Portas de Hércules e a seguir mergulhamos nos sete mares, claro que conheces a expressão.

–     Com certeza senhora bióloga, em termos simbólicos é utilizada para indicar o local onde os deuses, ou outras figuras míticas navegaram, histórica e geograficamente, na Idade Média, significava a mistura de um pouco de cada mar: Adriático, Arábico, Cáspio, Mediterrâneo, Negro, Vermelho e Golfo Pérsico, várias fontes aventam que a expressão foi usada pela primeira vez no livro “As mil e uma noites”, e ainda hoje é muito utilizada pelos navegadores, mas para dividir os oceanos, Pacífico Norte, Pacífico Sul, Atlântico Norte, Atlântico Sul, Índico, Ártico e Antártico! Passei no exame?!

–  Excelente, merece um grande beijo!

–  As Portas de Hércules?!

–   Sim, foi o nome que lhes dei, estás a ver aquelas enormes formações rochosas ao fundo, uma em frente à outra, a partir daí já surgem os recifes.

A maior parte das pessoas não sabe que os recifes de corais são o epicentro de uma imensa biodiversidade e a chave para a sobrevivência de todo um ecossistema. Eles fornecem alimento e abrigo a milhares de espécies marinhas, são o equivalente das florestas tropicais na terra. Mas existem várias ameaeas à sua sobrevivência, uma delas é o aumento do carbono. Os mares absorvem mais de um terço do carbono que os humanos produzem e isso provoca a acidificaeão das águas, diminuindo a calcificaeão dos recifes, dos corais e moluscos, o que leva ao decréscimo da sua resistência, da sua capacidade de combaterem os predadores, de procurarem sustento e altera os seus padrões de comportamento. Assim, quando a base da cadeia alimentar está ameaçada, todo o esforeo de conservaeão fica comprometido, embora nós sejamos os principais culpados desta situação, também somos os que podem invertê-la. É isso que eu e os meus colegas tentamos, neste momento muitos deles estão a ajudar a limpar a ilha de plástico que surgiu no Pacífico. O governo dos EUA vai criar a maior reserva marinha totalmente protegida do mundo, no Oceano Pacífico central, ficando essa área fora dos limites da pesca comercial. Isso significa proteeão dos recifes de coral de profundidade e de outros ecossistemas marinhos com uma biodiversidade única que os cientistas dizem estar entre os mais vulneráveis, aos efeitos negativos das alterações climáticas. Essa área, do tamanho do México, ficará salvaguardada para sempre de quaisquer outras atividades de extração de recursos, como a mineração em águas profundas. No entanto em torno de cerca de metade das ilhas e atóis da região, a pesca será permitida por forma a limitar qualquer impacto económico negativo. Mas o lobby da indústria pesqueira está a exercer uma pressão enorme sobre o presidente Obama, para que ele desista dessa ideia. Os relatórios afirmam que em menos de quatro décadas, os nossos oceanos poderão ficar completamente esgotados pela pesca e os recifes de coral morrerão antes de os nossos netos nascerem.

Por isso é que todos devemos envolver-nos e lutar por esta causa. Chegamos!

–    Tens toda a razão e todo o meu apoio também, vamos embora, lançar âncora ao mar e partir com Júlio Verne, o primeiro ecologista que criou o arquétipo da raça do homem byroniano, o anti-herói, como Byron descreve tão bem, “aquele homem de solidão e mistério, raramente visto a sorrir ou a suspirar”, com um passado profundo e marcado. Lembras-te quando Nemo diz “a paz perfeita existe aqui onde não há déspotas, a nove metros de profundidade não reconheço superior algum, vivo em liberdade”. Partamos em busca da Atlântida!

–  Estás a brincar, mas muitos acreditam que a Ilha da Atlântida

fica precisamente por baixo de nós!

–   Então dá cá outro beijo para me dar sorte, quem sabe o que

iremos encontrar?

Voaram sob as águas iluminadas pelos raios coados do sol ainda tímido. No fundo tudo estava calmo, deserto, adormecido, mas naquele preciso momento, um sinal tornou-se percetível, a luz intensificou-se e deu-se a viragem com a explosão de vida rompendo das cavernas porosas do labirinto calcário. Um caleidos- cópio mágico saído das mãos do mais inspirado ilusionista, o prodígio inconcebível da natureza corporizou-se em seres de todas as cores e formas, iniciando a sua rotina diária em busca do alimento, indiferentes à sua presença, quais humanos na faina incessante e frenética da urbe.

Henrique nunca havia mergulhado num recife, adveio-lhe uma sensação de comunhão, de identidade, quase dolorosas. Detinha-se aqui, estacava ali, imobilizava-se acolá para poder ver e tocar aquele festim de assombro à distância de um curto gesto.

Muitas vezes se identifica os recifes com os corais, já que são eles que camada após camada constroem os desfiladeiros, terraeos e torres daquelas metrópoles submersas. Quinhentas espécies diferentes, crescendo e assumindo uma inacreditável variedade de formas. Apesar de serem considerados animais, eles revelam- se muito atípicos, o que nós identificamos como um coral, são de facto colónias de milhões de pólipos que à noite, de braços e mãos estendidos, retiram o alimento das águas e mal o sol rompe recolhem-se nos seus esqueletos de calcário.

Quando o dia nasce estes corais duros agem mais como plantas do que como animais, protegendo os seus delicados tecidos dos inimigos e captando a energia solar através das algas que aí vivem, ajudando a edificar a estrutura do recife ao segrega- rem calcário. Esta parceria elementar torna possível a incrível densidade de vida. No entanto, há corais que conseguem viver sem parcerias, mas não possuem uma estrutura de calcário, por isso não aumentam o recife, são os corais moles.

Um peixe-anjo de listas brancas concêntricas sobre o azul, acercou-se de Armina e Henrique, imperturbável, logo sumindo nas grutas calcares. As armações de veado pululavam de movi- mento, de dança, a compasso, de improviso. Solitários ou gregários, os peixes multiformes de cores garridas, denunciavam o sexo, o perigo, ou a disposição para acasalar, circulando ao som do silêncio do caldo primordial.

Eis então que o sol recrudesce fazendo soar estridente, no gongo invisível dos relógios biológicos, a hora de ponta da manhã. Os peixes-palhaço, fêmeas que nasceram machos, tomam-se de brio e limpam as anémonas, cujos tentáculos urticantes os tratam como parte delas próprias, e se eles são um defensor acérrimo do seu lar, nunca se afastando muito protegendo-as dos inimigos concorrentes.

Quando o crepúsculo desce sobre o recife, o lema é comer ou ser comido, mesmo assim, algumas espécies arriscam a vida para acasalarem, libertando milhões de ovos e esperma nas águas, numa luta ancestral pela sobrevivência.

Ali, os cardumes de peixes são nuvens polícromas, as rochas vivem, animais parecem plantas e as cores como néones flamejantes existem apenas para deslumbre do olhar. Viva Las Vegas!

As marés e correntes trazem o plâncton com os seus organismos imprescindíveis uns aos outros e à manutenção da vida, plumas de tintas intensas, guelras de vermes escondidas adejando como leneos de adeus à virgem, retiram e filtram o alimento das águas e acarpetam grande parte do recife.

Por todo o lado, ramos esfomeados de folhas do mar, cujos antepassados partilharam a terra com os dinossauros, desenrolam–se, formando redes vivas e extraindo da corrente, com uma eficiência impossível, o seu sustento. A jamanta voa, qual nave extraterrestre solitária, permanecendo nas franjas e aguardando o momento certo da conquista, antes que a extinção a consuma num consumismo voraz pelas suas guelras.

Armina puxou o braço de Henrique para lhe mostrar, mais adiante, o vergel de gorgónias que usurpavam à luz todas as cores e nuances inimagináveis, provocando emoção e êxtase até às lágrimas de sal, como biliões doutras que ali se verteram e muitas outras que se verteriam.

Alcyonacea, cnidários coloniais sésseis presentes em todos os oceanos do mundo, também conhecidas como chicotes do mar, ou corais macios, colónias eretas ou achatadas, ramificadas, formadas por pequenos pólipos. Puxou-o mais ainda para lhe mostrar a razão da sua presença na ilha, a outra face do assombro, horrenda! Colónias polícromas de plásticos, gorgónias berrantes de cordas e redes, anémonas oscilantes de garrafas, corais moribundos. Cemitérios, lixeiras, provas gritantes do nosso crime que certamente não ficará impune, mesmo ao lado das mandalas, o universo numa interação entre o homem e o cosmos, na busca das quatro nobres verdades.

Se entendermos e aceitarmos as palavras de Carl Jung “I sketched every morning in a notebook a small circular drawing

… which seemed to correspond to my inner situation at the time… Only gradually did I discover what the mandala really is:..the Self, the wholeness of the personality, which if all goes well is harmonious.”1 Estaremos no caminho de restaurar a ordem primitiva e dar expressão a qualquer coisa que ainda não existe, algo novo e único. Será que aquele peixe tem consciência de tudo isto, sim, aquele peixe que com destreza e brio esboça círculos perfeitos no fundo do mar, esses desenhos rigorosos e elaborados que servem para atrair as fêmeas e proteger os ovos depois da cópula. Pequeno, quase impercetível, levantando polvilho vai abrindo com o seu corpo sulcos na areia, uns mais superficiais, outros mais profundos, cuidando do círculo central qual távola sagrada, depois com grãos finos e alvos dá os retoques finais do artista perfecionista e aguarda a companheira que, rendida à beleza, partilhará com ele de outro prodígio da criação.

Procurando a silhueta tutelar da embarcação, Armina e Henrique descobriram ainda o paliativo à sua dor: ondulantes, quais vegetais ao sabor das correntes, leques-do-mar, dedos do mar, orelhas de elefante, lesmas do mar, o invisível peixe-sapo, o bailado africano do peixe leão a apanhar as presas, fiéis peixes-

-borboleta aos pares, cavalos-marinhos, anões ou amarelos transparentes, todos, na sua beleza indizível pelo verbo humano, concediam o perdão da nossa culpa… no recife das baleias.

Subiram e no barco amaram-se entre as colunas do semideus unidas pelo astro no seu auge.

Ao chegarem à praia sentiram o cheiro a sardinha assada, na hora certa da fome que os vazava, sentaram-se na areia saborean- do-a, gorda, escamuda, sobre a broa quente e acompanhadas com o néctar de Sofia. Perscrutavam ao mesmo tempo a imensidão azul da nossa perdição.

– Então é por isso que estás na ilha, o lixo do recife?

1 Esbocei todas as manhãs num caderno um pequeno desenho circular … que parecia corresponder a minha situação interna no momento …. Só aos poucos eu descobri o que a mandala realmente é: … o Ser, a totalidade da personalidade, que se tudo correr bem é harmoniosa.

–   Isso e muito mais, há suspeitas de que estão a ser usados cianetos e explosivos na pesca, para já não falar da pesca fantasma que acontece quando equipamentos de pesca são perdidos, ou abandonados no mar, e continuam a capturar peixes, golfinhos, baleias, tartarugas…

–  Mas pelos pescadores daqui da aldeia?!

–  Não, por estes não, outros que se acercam da ilha e trabalham para grandes grupos pesqueiros, sem qualquer tipo de consciência ambiental, visando apenas o máximo lucro ao menor custo. Mas olha, vê só este artigo sobre o novo problema para os nossos mares: a garimpagem submarina, com a prospeção de tesouros naturais que cobrem o fundo do mar: depósitos rochosos ricos em ouro e prata, cobre e cobalto, chumbo e zinco.

“Uma nova compreensão da geologia marinha levou à descoberta de centenas desses inesperados corpos de minério, conhecidos como sulfetos maciços, por causa de sua natureza sulfurosa.

Essas descobertas estão alimentando uma corrida ao ouro, com nações, empresas e empresários apressando-se a reivindicar direitos sobre as áreas ricas em sulfureto presentes nas nascentes vulcânicas das geladas profundezas marinhas. Os exploradores, motivados pela diminuição dos recursos continentais e pelos valores recorde do ouro e outros metais, estão ocupados adquirindo amostras e aferindo depósitos no valor de triliões de dólares.

Os céticos costumavam comparar a garimpagem submarina à busca de riquezas na lua, mas já não o fazem. Os avanços da geologia marinha, as previsões de escassez de metal nas próximas décadas e a melhoria do acesso ao fundo do mar estão contribuindo para torná-la real.

Ambientalistas de todo o mundo têm expressado uma preocupação cada vez maior, dizendo que as pesquisas já realiza- das sobre os riscos da mineração nos fundos marinhos são insuficientes, a indústria tem respondido a estes receios por meio de estudos, garantias e conferências entusiasmadas.

Os avanços tecnológicos concentram-se na criação de robôs, sensores e outros equipamentos, alguns derivados da indústria de extração de petróleo e gás natural no fundo do mar. Grandes navios fazem descer equipamentos para exploração em longas correntes e conduzem até ao fundo do mar brocas afiadas que perfuram o leito rochoso. Todo esse equipamento submarino aumenta a possibilidade de encontrar, mapear e recuperar riquezas. Grupos apoiados pelos governos na China, Japão e Coreia do Sul, estão em busca de sulfetos nos oceanos Atlântico, Índico e Pacífico e empresas privadas, como a Odyssey, realizaram centenas de avaliações das profundezas e reivindicaram a proprie- dade sobre sítios em zonas vulcânicas em torno de nações insulares do Pacífico: Fiji, Tonga, Vanuatu, Nova Zelândia, Ilhas Salomão e Papua Nova Guiné. Há muito em jogo (…) um depósito que vale biliões de dólares pode passar a valer uma centena de biliões.

A Autoridade Internacional dos Fundos Marinhos, um apático organismo das Nações Unidas localizado na Jamaica, que regula- menta a extração de minérios no alto-mar, uma área que gostam de caracterizar como sendo cinquenta e um por cento da superfície da terra, viu-se assoberbada por consultas relacionadas com o sulfeto. Como as Ilhas do Pacífico controlam os direitos sobre os minerais nas águas do seu território, elas podem negociar acordos de mineração mais facilmente do que a autoridade dos fundos marinhos, que costuma depender da obtenção de consensos internacionais. Em dois mil e dez, a Odyssey Marine Exploration, que passou a atuar não apenas na recuperação de navios que naufragaram, mas também na prospeção de águas profundas, começou a explorar as águas do Pacífico descobrindo muito mais ouro, prata e cobre do que o esperado.

Os cientistas costumavam pensar que a principal fonte de riqueza das profundezas repousava em rochas do tamanho de batatas, as quais poderiam ser exploradas para a extração de metais como ferro e níquel. Na década de sessenta e setenta, os empresários tentaram trazê-las à superfície, mas os lucros não compensaram o custo elevado de exploração, extração e transporte. Em mil novecentos e setenta e nove, as coisas começaram a mudar com a descoberta das “fumarolas negras”, torres sulfurosas que vertem jatos de água a temperaturas extremamente altas. As fumarolas revelaram ser indicadoras dos setenta e quatro mil quilómetros de fissuras vulcânicas encontradas nos leitos dos mares do planeta, parecidas com as costuras de uma bola de basebol. Elas formam-se quando a água quente passa pelas rochas vulcânicas, atinge a água gélida do leito do mar e lança uma grande variedade de minerais que coagulam lentamente em montículos e chaminés assombrosos. Uma delas, descoberta próxima do Estado de Washington e apelidada de Godzilla, atinge uma altura maior do que a de um prédio de quinze andares. Uma primeira onda de descobertas mostrou que essas fontes vulcânicas abrigam uma enorme variedade de criaturas estranhas, incluindo vermes poliquetas em forma de tubo. Mais tarde veio a perceber-se que esses locais eram compostos de minerais complexos, contendo quantidades surpreendentes de cobre, prata e ouro. Hoje, cada vez mais, as minas terrestres carecem de uma oferta rica em cobre, um elemento importante da vida moderna, encontrado em tudo, desde tubos até computadores. Muitos miné- rios comerciais têm concentrações de apenas cinco por cento de cobre. Mas os exploradores do fundo do mar encontraram minérios com uma pureza de pelo menos dez por cento, transformando os obscuros depósitos em possíveis fontes de fortuna. O mesmo acabou por se mostrar verdadeiro no caso da prata e do ouro.

Há quinze anos atrás, aspirantes a garimpeiros subaquáticos registaram, pela primeira vez, uma reivindicação de posse sobre uma área no leito do mar: a Nautilus Minerals conquistou o registo de propriedade de cerca de cinco mil e cem quilómetros do fundo do mar da Papua Nova Guiné, rico em características vulcânicas. A empresa, com sede em Toronto, avançou no que diz respeito à mineração, mas expandiu-se rapidamente em direção à prospeção de centenas de sítios no Pacífico e, desde então, identificou dezenas de áreas como possíveis candidatas à mineração de fundos marinhos. No ano passado, a Nautilus obteve um contrato de arrendamento de vinte anos para extrair um depósito muito rico no Mar de Bismarck, no sudoeste do Pacífico. Os montículos estão a 1,6 quilómetros da superfície. A empresa diz que o sítio possui cerca de dez toneladas de ouro e cento e vinte cinco mil toneladas de cobre. Planeia ainda, no próximo ano, começar a mineração no local, mas também considera a possibilidade de atrasos, pois está construindo robôs de sete metros e meio de altura para recolher sulfuretos e trazê-los à superfície daí, pequenas embarcações levarão os minerais do fundo do mar até Rabaul, um porto da Papua Nova Guiné, localizado a cerca de cinquenta quilómetros de distância.

Dizem os críticos que o plano pode vir a ser perigoso para as atividades de pesca, os habitantes das ilhas e os ecossistemas. Num relatório de trinta e duas páginas, intitulado “Além de nosso alcance”, um grupo internacional de ambientalistas que se intitula Deep Sea Mining Campaign, observou que os sítios vulcânicos abrigam centenas de espécies antes desconhecidas pela ciência e insistem na falta de informação e de planos de mitigação de impacto ambiental, que devem existir antes de a mineração iniciar. Especialistas de todo o mundo estão a prestar bastante atenção à Nautilus, para acompanhar o modo como ela lida com os desafios da política ambiental, das novas tecnologias e da imprevisibilidade dos mercados.

A China, maior consumidor mundial de cobre, ouro e muitos outros metais industriais, tem mostrado pouco interesse em esperar pelo anúncio de conquistas. Quando a Autoridade de Fundos Marinhos aprovou regras para a prospeção de sulfeto em maio de dois mil e dez, um representante de Pequim apresentou a candida- tura do país no mesmo dia. Esse país asiático utiliza navios para procurar minérios em alto-mar e está a desenvolver um submarino conhecido como Jiaolong – nome de um dragão marinho mítico – que pode transportar três pessoas a uma profundidade suficiente para investigar as áreas onde há sulfeto. No ano passado, assinou ainda um contrato com a entidade pelos direitos exclusivos do sulfeto numa área de dez mil quilómetros quadrados, aproxima- damente do tamanho de Porto Rico, numa brecha vulcânica a cerca de três quilómetros abaixo do Oceano Índico. Jin Jiancai, secretário-geral da agência de recursos minerais oceânicos da China, disse aos jornalistas que tais depósitos “vão ajudar a China a atender à crescente procura” de metais refinados.

Enquanto isso, a Tong Ling, maior importadora de concentra- dos de cobre da China e uma das maiores empresas de fundição de cobre do mundo, assinou recentemente um acordo com a Nautilus para adquirir mais de um milhão de toneladas de minério de sulfeto do Pacífico, por ano, um montante equivalente a cerca de cinco por cento da produção mundial de cobre.

John R. Delaney, oceanógrafo da Universidade de Washington, estuda fontes vulcânicas há décadas e diz que as ameaças de prejuízos ambientais da mineração das profundezas marinhas são, provavelmente, menos centradas nos projetos conduzidos em alto-mar por países desenvolvidos, do que nas águas dos territórios de ilhas do Pacífico.

“Eles estão mais preocupados com a economia do que com o meio ambiente”, disse ele em entrevista.

Cherkashov, da Sociedade de Minerais Marinhos, minimizou as preocupações ambientais, dizendo que uma das razões dessa corrida global é que a mineração dos fundos marinhos tem um impacto relativamente baixo quando comparado com o das opera- ções terrestres. “Quem chega primeiro, leva”, disse ele, acerca das reivindicações de propriedade sobre as áreas de mineração, que crescem cada vez mais. Todos querem garantir os sítios mais promissores, acrescentou, esta representa “a última redivisão do mundo” e também a última fronteira.”

–  Eu não sou especialista nesta matéria como tu Armina, mas pela informação que tenho, a perspetiva de uma corrida ao fundo do oceano, uma versão de alto mar da do ouro de Klondike, é sem dúvida um sinal de alarme. Como testemunhámos há pouco, os mares já estão degradados pela pesca excessiva, pelos resíduos industriais, pelas alterações climáticas, agora vem esta nova indústria extrativa, é como uma apropriação de terras debaixo de água por um punhado de indivíduos, ou seja, mais uma vez o que pertence a toda a humanidade passa a ficar nas mãos de alguns. A garimpagem submarina é uma ameaça severa, sobretudo porque a preocupação económica supera sempre a ambiental e não sabemos o alcance dos danos desta atividade nos ecossistemas marinhos. Ainda agora acabámos de ver a dimensão do mal que estamos a causar aos nossos oceanos, eu fiquei impressionado com tanta beleza e tanta fealdade…

–  Pois é, parece que os opostos andam sempre juntos, também estou muito preocupada com o que possa vir a acontecer com esta corrida do nosso século, um dia destes tenho de falar com os meus colegas da Deep Sea Mining Campaign, devem precisar de toda a ajuda que conseguirem. Mas voltando aos recifes de coral, eles são, provavelmente, as comunidades bentónicas mais ricas e complexas dos oceanos, em termos de biodiversidade só são ultrapassados pelas florestas tropicais húmidas em terra. Estima-

-se que um único recife de coral pode albergar, pelo menos, três mil espécies de animais, é incrível. Bem, agora preciso de trabalhar um pouco no relatório que tenho de enviar, vamos?

–  Eu também.

Deram as mãos e caminharam descalços, silentes, atormenta- dos, pela borda da água até à mina.

Tal como a superfície da terra, também as profundezas são dirigidas pela luz solar e pela lua. Quando o sol estava prestes a pôr-se, Henrique e Armina decidiram lançar-se de novo ao mar, ancoraram o barco junto a uma das Portas, prenderam-se aos cabos e de lanternas acesas e câmara ligada mergulharam. A lua iluminou as funduras e exerceu o seu poder sobre as criaturas das trevas, todas as outras buscaram abrigo desaparecendo subitamen- te no negrume. O apoteótico momento estava prestes a acontecer, quando uma nova colheita de plâncton regenerador encheu aquele mundo de gelatina e muco e os pólipos acordaram do seu torpor, lançando-se como animais esfomeados em busca de alimento.

A vida noturna irrompeu em todo o seu frenesim, permitindo tudo o que a luz proíbe. Os polvos, antes tímidos e discretos, com a penumbra transformam-se em seres temerários e poderosos camuflando-se com o tom mais apropriado à ocasião. Os camarões arlequim manipulam a sua presa, virando-a ao contrário para a imobilizar: uma estrela-do-mar caída do firmamento na noite mais fatal. O bailarino espanhol rasteja pelo recife coletando o seu alimento e, quando perturbado, volteia nas águas exibindo o seu flamenco sensual em vermelhos garridos andaluzes. As formas mais bizarras surgem de sítios inesperados, surpreendendo os humanos e confundindo os seus estereótipos enraizados no cérebro por demais calcificado para compreender um mundo assim, onde o irreal não é mais ilusão. Os pólipos param então de se alimentar e a estrutura viva do recife prepara-se para a sua explosão anual, sob o signo da lua. A água enche-se de esporos de coral, secções do seu corpo libertadas, prenhas de esperma e ovos da sua espécie. Com sorte, estas constelações rosadas de pirilampos acendidos irão parar a milhares de quilómetros, numa expansão e supremacia arduamente perpetuadas.

Henrique e Armina pararam de repente, esconderam-se por detrás de um coral, apagaram as lanternas e colocaram a câmara em posição. Dois mergulhadores iluminados por luzes potentes revolviam a areia tentando ou colocar, ou retirar alguma coisa que ao longe não conseguiam ver. Demoraram poucos minutos e voltaram a subir, quando eles desapareceram, os dois acercaram-se do sítio e logo se afastaram de imediato à velocidade com que a água lhes permitia, voltando ao barco escondido. Não estavam sós!

–  Aquilo era dinamite, tenho a certeza, precisamos de voltar para terra, não sabemos quando é que eles o vão detonar e eu necessito de reportar esta situação ao Michael o mais rapidamente possível.

–  Claro, vamos rápido, antes que nos descubram!

Num ápice encontraram-se na mina excitados demais para chamarem o sono, por isso voltaram aos relatórios. Já o sol começava a nascer e a iluminar duas cabeças caídas sobre os teclados, quando um estrondo fez jorrar das águas entre os pilares, um jacto mortal que envergonhava a obra de Hércules e condenava a raça humana.

Excerto de «O Diretor», primeiro romance da única trilogia de ficção ambiental do mundo «Mãe Nossa», de Ana Filomena Amaral, já traduzido em 16 línguas.