Está en el ADN de la derecha, y es algo que es consustancial a su filosofía política, su pensamiento, su concepción de la sociedad y de la vida, e incluso me atrevería a decir que está hasta en lo más profundo de sus vísceras: la intolerancia, la incapacidad de asumir ni entender la posición del contrario y, sumado a ello, el odio a ese contrario. La derecha en el estado español, y muy especialmente en Madrid, soporta, aguanta, tiene que aplicarse aquello del “ajo, agua y resina”, frente a la existencia de un Madrid abierto al resto del estado y al resto del mundo, demócrata, consciente de la necesidad de progresar, evolucionar y volver a ser una capital referente en la defensa de los derechos humanos, comunidad de acogida de los refugiados y migrantes, multicultural y ecológica, que sea un modelo de ciudad donde la diversidad, la pluralidad y la libertad, a través de la cultura, se conviertan en sus señas más claras de identidad.
Pero a la derecha en Madrid, ese panorama les produce una pestilente mezcla de odio, desprecio e indignación. Envalentonados y ensoberbecidos –aunque atrapados en una trampa letal- por el soufflé de Monasterio, Abascal y el resto de energúmenos de la caverna ultra, envenenados por un resentimiento invencible contra quienes en 2015, por un instrumento como el voto popular llegaron al consistorio madrileño, ahora emborrachados de odio y sed de venganza, atacan con la saña propia de quienes no tienen ni programa, ni proyecto ni afán de crear un Madrid mejor, sino solamente odio y resentimiento revanchista. No lo podían soportar. Era escandaloso que “su” Madrid, la finca privada de los señoritos, fuese gobernada por esa plebe de rojos y rastas, de peludos y rapperos, de gays y lesbianas, que se atrevió a mandarles a la oposición.
Por culpa en gran parte de la incapacidad demostrada en los últimos meses previos a las elecciones en el ayuntamiento de Madrid, actitudes personalistas no exentas de una incomprensible arrogancia y operaciones políticas planeadas al margen de la transparencia y la lealtad exigible a quienes llegaron al ayuntamiento con la promesa de recuperar esa transparencia, el Madrid que se nos prometía–otra cosaha sido el resultado final-como una aspiración de cambio, libertad y progreso no revalidó una mayoría suficiente como para continuar en el consistorio. A consecuencia de esta situación, esas derechas perfectamente fotografiadas en la esperpéntica reunión de Colón, ahora que vuelven a mandar en su finca, ya no ocultan su sed de sangre.
En los últimos días hemos asistido a uno de los primeros y más significativos episodios del inicio de la caza de brujas, que tal y como sucedió por parte del grupo de presión del senador McCarthy en la América de los años 50, dirige su punto de mira hacia aquello que son conscientes que es más peligroso para sus inconfesables intereses: la cultura. La cultura entendida en primer lugar como un espacio de libertad, diversidad y debate, que crea masa crítica, que desentumece el pensamiento y que se constituye como un sector social no plegado a discursos preestablecidos sino que al contrario, pone en cuestión en muchas oportunidades la verdad “oficial”.
Una vez más, un músico valiente, comprometido y que podrá gustar más o menos, pero que nunca ha dejado de expresar en sus letras un mensaje crítico y sincero con aquello que en esta sociedad debe ser criticado, ha vuelto a ser el objetivo elegido por la derecha madrileña. Cesar Strawberry, líder de Def Con Dos, quien fue acusado de “enaltecimiento del terrorismo” y procesado en la Audiencia Nacional, la institución que tomó el relevo en los años de la transición del antiguo Tribunal de Orden Público franquista, ha visto como una vez más la censura cercena no solamente su derecho a la libertad de expresión, sino el derecho de todos los madrileños y madrileñas, y más concretamente el de los vecinos y vecinas de mi barrio, Tetuán, a disfrutar de la actuación de su ya legendario grupo, Def Con Dos.
Haciendo una vez más gala de esa mentalidad dictatorial, arbitraria y liberticida que como dije en el encabezamiento de este artículo, está en lo más intrínseco de la derecha española, el Ayuntamiento de Madrid ha decidido prohibir la actuación en las fiestas del barrio de Tetuán a Def Con Dos. En un twit emitido por la concejala del distrito, Blanca Pinedo Texidor, se dice textualmente: “Hemos cancelado el concierto de Def con Dos de mañana en el Parque Rodríguez Sahagún. Consideramos que no es digno de una institución que representa a los madrileños promover la actuación de un grupo cuyo cantante ha sido condenado por enaltecimiento del terrorismo”.
La concejala, manifestando o bien de un sectarismo propio de mentalidades muy alejadas de una concepción democrática de la vida y de la sociedad, o bien de una ignorancia palmaria que la incapacita abiertamente como cargo público, obvia el hecho público, notorio y demostrado de que Cesar Strawberry, en la causa abierta bajo esa acusación hace cuatro años, ha sido dos veces absuelto de tales supuestos delitos, y que ante los sucesivos recursos presentados, existe ahora mismo un recurso de amparo interpuesto por su defensa ante el tribunal constitucional que está pendiente de resolver. Por lo tanto, si esta concejala tuviera alguna noción mínima de los principios generales del derecho, o si alguno de sus asesores lo tuviera, sabrían que Cesar Strawberry NO ESTÁ CONDENADO EN SENTENCIA FIRME Y DEFINITIVA POR DELITO ALGUNO DE “ENALTECIMIENTO DEL TERRORISMO”. Su argumentación, por ende, se viene completamente abajo dado que no existe ninguna base jurídica para prohibir esa actuación apoyándose en una condena que aún debe ser examinada por el Tribunal Constitucional e incluso si se diera el caso, por el Tribunal Europeo de Derechos Humanos.
Pero el problema fundamental no es ni siquiera de carácter técnico-jurídico. Es un ataque directo y abierto a la libertad de expresión, ataque del que existen numerosos precedentes siempre protagonizados por los partidos de la foto de Colón. Ataque que en este caso, se basa en dos factores perfectamente claros e identificables: uno, en el contexto de unas tormentosas negociaciones entre la derecha salvaje, la derecha oportunista y la derecha condenada por los tribunales como organización criminal para repartirse la tarta del poder en el ayuntamiento y la comunidad de Madrid, sumar puntos por parte de los chicos del “valor seguro” ante los chantajistas del soufflé para que aflojen un poco la tenaza en la que les han metido. Dicho de otra forma, complacerles en su afán por reinstaurar la censura franquista con una actuación que sin duda, complace a los votantes de la caverna. Dos, hacer una demostración de sus intenciones, una demostración de poder. Decir bien alto y dejar bien a las claras que la finca es suya de nuevo, y que van a ejercer de dueños y señores de ella.
Hace algunos años, publiqué un libro de investigación y reportajes, La Caza de Brujas acerca de la censura y la persecución política y judicial que se organizó desde los medios de comunicación de la derecha, sus firmas más reconocidas en el entorno ultra –Alfonso Rojo, Ussía, Losantos, etc.- el Partido Popular y el gobierno Aznar contra los grupos y artistas más relevantes del rock vasco, al calor de la inefable “guerra contra el terrorismo” auspiciada desde la administración Bush en 2001-2002, que sirvió como la coartada perfecta para iniciar una campaña inquisitorial contra todo discurso disidente de la “verdad oficial” y que se centró en un estilo musical con un fuerte componente reivindicativo y contestatario como el rock en el estado español, y más específicamente en los grupos de rock vascos con un mensaje más duro contra la represión que las y los jóvenes vascos sufrían desde los años 80 y la implantación del tristemente célebre Plan ZEN del ministro Barrionuevo.
En ese libro, argumenté, expliqué y mostré como al final los tribunales de justicia absolvieron a los principales acusados de supuestos delitos de apología del terrorismo –SoziedadAlkoholika, Su Ta Gar, BerriTxarrak- en tanto en cuanto nunca se aportó por parte de la acusación ni de la fiscalía una sola prueba que estuviera dotada de la suficiente apoyatura jurídica para sustentar una acusación así, dándose además el escandaloso y bochornoso caso de que cuando un grupo ultraderechista intentó hacer estallar un artefacto explosivo en una actuación de Fermín Muguruza en Barcelona, los responsables de este atentado terrorista en grado de tentativa nunca pisaron la Audiencia Nacional. En cambio, Fermín Muguruza sí tuvo que comparecer ante esta instancia judicial denunciado por alguien como el alto cargo de la guardia civil Rodríguez Galindo, quien por su condición de miembro de los Grupos Antiterroristas de Liberación (GAL) y participación en actividades de terrorismo de Estado, en 2000 fue condenado a 71 años de prisión por secuestro y asesinato y a la pérdida de empleo y grado en su carrera dentro de la Benemérita.
Una vez más, y obviamente coincidiendo con el regreso de la derecha a Madrid, en este caso además apoyada y amedrentada por los ultras herederos de Blas Piñar, por desgracia lo narrado en ese libro, que debería formar parte del pasado, de un pasado negro por supuesto, pero pasado al fin y a la postre, vuelve a ser actualidad.
Un último apunte sobre la hipocresía que rodea todo este lamentable asunto, más allá de la constatación de que Madrid vuelve a las tinieblas y de que la lucha contra la censura, la represión y la arbitrariedad va a ser muy cruda: recordemos, en información facilitada por Público, como el rappero Brecho KV, administrador de Komando Vikálvaro, un grupo de rap de la localidad madrileña, ha sido “sancionado administrativamente” por lucir públicamente una pegatina en la que se leía la frase “Almeida Carapolla, seremos tu peor pesadilla”, ejemplo muy significativo de las intenciones de este nuevo consistorio. Ante esta ofensiva ultra, será muy necesaria una implicación y un compromiso lo más intenso posible con la defensa de la libertad de expresión y la solidaridad con los represaliados, cosa que en el mundo del rock, y así hay que decirlo porque es verdad, apenas se vio cuando se desató la caza de brujas contra Soziedad Alkóholika o Su Ta Gar, en donde muchos músicos, periodistas y seguidores del rock supuestamente “reivindicativos”, bien por miedo o por oportunismo, adoptaron posturas difícilmente justificables.
Termino esta reflexión con el twit de César Strawberry sobre lo sucedido, y que me parece que es la más acertada conclusión a todo lo expuesto. “Tenemos un partido en la alcaldía condenado por corrupción. A ver si lo suspendéis también”.
Nada que añadir.