El cooperativismo debe convertirse en la principal propuesta empresarial del espacio progresista

Luis Esteban Rubio

La humanidad se enfrenta en nuestro tiempo a retos de gran magnitud: agravamiento de la crisis ecológica, intensificación de las desigualdades sociales, creciente poder de las grandes empresas capitalistas, persistencia de las desigualdades de género, aumento de los autoritarismos nacionalistas, etc.

Ante ellos, el espacio progresista lleva décadas apostando, de forma más o menos explícita, por una estrategia basada en actuar principalmente a través de partidos políticos, de movimientos sociales, de sindicatos, y de fundaciones, institutos de investigación y editoriales. Sin embargo, y si bien estos actores son condición necesaria para lograr abordar los retos de nuestro tiempo, no son, como se viene observando durante décadas, condición suficiente.

En este sentido, y siguiendo el espíritu del Foro Social Mundial, es pues necesario incorporar a dicha estrategia a, al menos, un nuevo actor: las cooperativas y entidades de economía social y solidaria. Ello estaría justificado por los importantes impactos positivos que tiene dicho actor en relación con los retos de nuestro tiempo. Unos impactos positivos que se producen gracias a, al menos, cuatro elementos característicos de las cooperativas y entidades de economía social y solidaria.

En primer lugar, la propiedad y gestión cooperativa de los medios de producción por parte de los trabajadores de las cooperativas y entidades de economía social y solidaria garantiza que, en caso de haber beneficios, los mismos no se acumulen en unas pocas manos, sino que se distribuyan equitativamente entre todos los trabajadores. Además, y por su parte, las cooperativas y entidades de economía solidaria directamente no tienen ánimo de lucro, por lo que los beneficios no se distribuyen entre los trabajadores, sino que se destinan o bien al impulso de proyectos sociales o bien se reinvierten en la propia empresa. Igualmente, la propiedad y gestión cooperativa de los medios de producción favorece una menor brecha salarial entre los trabajadores, garantizando con ello, también en este aspecto, la no acumulación de recursos en unas pocas manos. De esta forma, y ante los retos de nuestro tiempo, las cooperativas y entidades de economía social y solidaria fomentan pues una mayor igualdad social y de género.

En segundo lugar, la propiedad y gestión cooperativa de los medios de producción por parte de los trabajadores conlleva también la existencia de una democracia interna en la empresa. Frente a las “órdenes” de los “jefes” de las empresas capitalistas, en las cooperativas y entidades de economía social y solidaria, los trabajadores deciden colectivamente qué se produce, cómo se produce, cuánto se produce, cómo se organizan, cuánto cobran, etc. En la actualidad, en las democracias occidentales, donde reina el capitalismo neoliberal o el capitalismo bienestarista según el país, existe una dicotomía al vivir en una democracia en el ámbito político y en un régimen autoritario en el ámbito empresarial. Es pues fundamental romper esa dicotomía y defender tanto una democracia política como una democracia económico-empresarial. Además, la democracia económico-empresarial fomenta positivamente la democracia política: por un lado, y siguiendo las investigaciones de Carole Pateman, a mayor participación en la empresa por parte de un trabajador, mayor sentido de eficacia política (es decir, mayor sentido de que sus acciones sí pueden tener un impacto político) y, con ello, mayor probabilidad de participación política por parte de ese trabajador. Y, por otro lado, para garantizar la calidad de esa participación política es necesario, como bien apuntan Cornelius Castoriadis o Martha Nussbaum, una paideia democrática; y ésta, en el caso del trabajador de una cooperativa, no sólo se adquiere en la esfera política, sino también en el día a día de su propio lugar de trabajo. De esta forma, las cooperativas y entidades de economía social y solidaria fomentan la democracia política frente al aumento de los autoritarismos.

En tercer lugar, el cooperativismo, al contrario que la empresa capitalista, no tiene el ánimo de lucro y la maximización de los beneficios como principio rector. El cooperativismo entiende que es necesaria la viabilidad económica de la empresa, y con ello que es necesario tener beneficios en cada ejercicio económico, pero apuesta por, o bien un ánimo de lucro reducido en el caso de las entidades de la economía social, o bien, y como se señalaba previamente, por no tener ánimo de lucro en el caso de las entidades de la economía solidaria. Por este motivo, el cooperativismo sitúa de forma general y equilibrada el bienestar de sus trabajadores, la viabilidad de la empresa y el bien común de la sociedad en el centro de su modelo de producción. De esta manera, las cuestiones laborales, de cuidados, de sostenibilidad de los ecosistemas, de integración en la comunidad, de no deslocalización de la producción, de no evasión fiscal, etc., se encuentran, de forma general, entre sus principios esenciales. Así, y con ello, las cooperativas y entidades de la economía social y solidaria fomentan la igualdad social, la igualdad de género y la lucha contra la crisis ecológica.

Y, en cuarto y último lugar, las cooperativas y entidades de la economía, principalmente, solidaria, abogan, frente al consumismo salvaje del capitalismo, por un modelo de consumo consciente y organizado. Un consumo consciente y organizado que tendría, al menos, cinco características principales: por un lado, se considera fundamental distinguir entre necesidades y deseos. Por otro, el consumo de bienes y servicios debe estar más orientado a la satisfacción de necesidades que a la de deseos. Igualmente, el consumo de esos bienes y servicios debe realizarse desde la moderación para no agravar la crisis ecológica. Por su parte, dicho consumo ha de llevarse a cabo en el mayor grado posible en las cooperativas y entidades de la economía social y solidaria, favoreciendo así también con ello el apoyo mutuo entre consumidores y productores. Y, por último, y además de un consumo consciente de carácter individual, es fundamental fomentar un consumo organizado en grupos de consumo, en cooperativas de consumidores (como podría ser el caso de La Osa, La Corriente, Som Energia o Som Connexió) y en cooperativas integrales (como podría ser el caso de Opcions o del Mercado Social de Madrid). Con este modelo de consumo, se fomenta pues una mayor igualdad social y de género (al consumir en, y con ello dar dinero a, cooperativas y entidades de la economía social y solidaria), una reducción del poder de las grandes empresas capitalistas, y una mayor sostenibilidad de los ecosistemas.

Sin embargo, a pesar de los impactos positivos señalados, y a pesar también de que destacados autores contemporáneos como Mario Bunge, Alec Nove, Richard Wolff o Robert Dahl han realizado importantes aportaciones en defensa del cooperativismo, en estos momentos ninguna de las principales ideologías del espacio progresista incorpora el cooperativismo y la economía social y solidaria como un pilar esencial de su propuesta económica. Por un lado, el eurocomunismo todavía no se ha podido librar del todo de la estéril dicotomía comunista entre el Estado y el Mercado. Por otro, la socialdemocracia, para poder construir el Estado de Bienestar tras la Segunda Guerra Mundial, tuvo que aceptar de forma casi acrítica el rol del Mercado capitalista y la empresa capitalista, y se olvidó de la posibilidad de fomentar un modelo empresarial propio que le ayudara a conseguir sus objetivos. Por su parte, el anarquismo, que históricamente siempre se encontró cercano al cooperativismo (piénsese, por ejemplo, en las experiencias desarrolladas en la revolución social española de 1936), en la actualidad apuesta principalmente por la vía sindical de defensa de los derechos laborales de los trabajadores en las empresas capitalistas, más que, de forma clara, por la constitución de cooperativas por parte de los trabajadores. Y, por último, los movimientos ecologistas y los partidos verdes, si bien podrían ser actualmente los más cercanos a la defensa del cooperativismo, tampoco han llegado a introducir, posiblemente por su focalización en el eje productivismo/antiproductivismo, el cooperativismo como elemento esencial de su propuesta económica. De esta forma, y como sostiene Bunge, el espacio progresista sigue teniendo guardado en un cajón su principal y más seria, transformadora y emancipadora apuesta de modelo empresarial.

Una escuela para el activismo económico

Con este marco, en 2019 surgió en Madrid -de la mano de Ecooo-, y en 2020 se extendió a Barcelona -de la mano de LabCoop-, la Escuela de Activismo Económico. Y lo hizo con tres objetivos principales: por un lado, movilizar las fuerzas de la juventud universitaria y de ciclos superiores de FP hacia la (re)construcción del movimiento cooperativista y de la economía social y solidaria. Por otro, ofrecer a dicha juventud un programa de formación de carácter principalmente práctico en otro modelo de hacer economía y empresa -el del movimiento cooperativista y de la economía social y solidaria-. Y, por último, que dicha juventud mejore su empleabilidad en cooperativas y entidades de la economía social y solidaria, favoreciendo con ello su acceso al mercado laboral.

«Sesión de formación de la Escuela de Activismo Económico»

Y si bien durante los peores momentos de la pandemia la Escuela tuvo que bajar su nivel de actividad, gracias a la mejora de la situación sanitaria la sede de Madrid volvió en el presente curso 2021/2022 a retomar su actividad a pleno rendimiento. En este curso, el programa de formación -de carácter práctico, presencial y gratuito- está compuesto por cinco actividades. En primer lugar, tres sesiones de formación inicial, donde se introduce al alumnado en los principales modelos económicos y empresariales, y se presentan las seis cooperativas sin ánimo de lucro que forman parte de la Escuela y donde el alumnado realizará su activismo económico (La Corriente, Som Energia, La Osa, SuperCoop, Fiare Banca Ética y Mercado Social de Madrid). En segundo lugar, siguiendo la metodología learning by doing (aprender haciendo), y como actividad principal de la Escuela, el alumnado desarrolla un activismo durante al menos tres meses en una de las cooperativas sin ánimo de lucro de la Escuela. En tercer lugar, el alumnado, a lo largo de sus meses de activismo, disfruta también de tres sesiones de formación complementaria que versan sobre cómo trabajar en equipo, cómo realizar buenas presentaciones en público, y cómo diseñar y ejecutar estrategias de comercialización. Igualmente, y en cuarto lugar, el alumnado también lleva a cabo, al menos, una sesión de compartir experiencias y reflexiones tanto sobre el activismo que está realizando, como sobre la propuesta teórica y práctica del cooperativismo y la economía social y solidaria. Y, por último, el alumnado asiste a, al menos, un encuentro destacado de la economía social y solidaria de la Comunidad de Madrid.

De esta forma, y con este programa de formación, la Escuela de Activismo Económico ofrece así una educación económica y empresarial a la juventud universitaria y de ciclos superiores de FP para que ésta se convierta en un actor destacado de la necesaria y urgente (re)construcción del movimiento cooperativista y de la economía social y solidaria. Un movimiento que, junto al resto de actores políticos, sociales, sindicales e intelectuales, está llamado a jugar un rol fundamental a la hora de abordar los grandes retos de nuestro tiempo.