El (ignorado) potencial de la educación feminista

Inma Blanco Burgos

Profesora de instituto

Foto de Jessica Ruscello en Unsplash

Durante los primeros cursos en la enseñanza pública, yo era una de tantas feministas sumidas en un cierto espejismo de la igualdad en la escuela: casi nunca me planteaba si en la enseñanza se seguían perpetuando los mandatos de género, ni que el mero hecho de no contrarrestarlos fuera una manera de fortalecerlos. Y ello debido a la sensación de que, poco a poco, la historia nos iba llevando “por el buen camino” y el machismo tenía los días contados.

Un día empiezas a fijarte en que los libros muestran un sesgo claramente sexista (por ejemplo: una página dedicada a profesiones no muestra ni una sola mujer; las voces de chica en un libro suenan cursis, casi tontas, y hacen preguntas a una voz segura de chico que es quien explica y sabe todo; un vídeo muestra -ya en el 2023- cómo la madre y la hija preparan la comida mientras el hijo y el padre leen el periódico) y escribes a una editorial, a otra…sin recibir respuesta. Vas haciendo actividades a favor de la igualdad por tu cuenta, en tutorías, en tu propia asignatura, confiando en que, si cada cuál pone de su parte, la enseñanza va a contribuir a crear una sociedad más justa.

Una mañana de 2016, niñas de primero de la ESO se quejan, hartas de ver penes por todas partes: en los pupitres, en sus cuadernos… Me quedo estupefacta. Las pintadas y dibujos esquemáticos de penes erectos y testículos me parecían una antigualla de cuando yo tenía su edad (unos treinta años atrás). Tras una  intervención de impacto con una vulva gigante en la pantalla grande en una tutoría (para que los autores se hagan una pequeña idea de cuán absurdo es hacer gala de los genitales y “restregárselos” a otras personas por la cara) queda patente que la inconsciencia y el seguir la corriente  del “regreso del pene” a la iconografía son el origen de esta invasión. No vuelven a hacerlo -y creo que no lo harán nunca más.

El curso siguiente, durante el 8 de marzo, unas chicas se escapan de clase al patio para ejercer el paro estudiantil convocado oficialmente. La jefa de estudios sale a buscarlas y, hecha un basilisco, las conmina a volver a las aulas. No está informada de nada. Ellas desobedecen. Son sancionadas, pero el hecho se difunde en redes y el equipo directivo tiene que reconocer su error.

Dos años después, una orientadora de otro instituto pronuncia estas palabras: “mejor no hablemos de feminismo ni de machismo, que no queremos polemizar”. Alguien le responde: “si no sabemos lo que es el feminismo, difícilmente vamos a formar sobre ello”. Y es que esa es la clave: no estamos formando sobre ello y, lo que es más, tampoco estamos formadas ni formados. Ese curso, además, fue el último en que presencié la existencia de talleres para la prevención de embarazos y de infecciones de transmisión sexual, y el segundo, y no el último (ya se ve que vuelve a ser tendencia) en que se da el fenómeno de los penes dibujados y mostrados a trabajadoras jóvenes, a modo de agresión “divertida”, entre risas e inconsciencia. Qué se puede esperar si, incluso cuando los citados talleres se han impartido, en ellos se refleja, casi siempre, una visión falocéntrica y coito-céntrica de la sexualidad.

Empiezo a plantearme si el público en general sabe que no hay formación alguna en igualdad en las aulas, salvo la que cada cuál por su buena voluntad y buenamente quiera ofrecer, sobre todo a raíz del curso de Experta en Coeducación Afectivo Sexual, en el que descubro la montaña de legislación, pactos y tratados que supuestamente obligan a las  instituciones a asegurarse de que en todos los niveles se imparte una educación feminista y educación afectivo sexual.

Poco a poco vamos tomando conciencia de que, ante ese vacío y esa dejación de funciones por parte de las instituciones educativas, son las redes sociales las que “se encargan” de construir masculinidades y feminidades, de normalizar y fomentar una misoginia y un machismo que se consideraban ya superados, mediante vídeos, canciones, frases rescatadas del olvido…Un día veo que un chico al que considero un “cielo” está escribiendo esto entre admiraciones en el “bocadillo” de un personaje que se dirige a una mujer al volante:

”A fregaaar”.

No doy crédito. Hablo muy seriamente con él: le digo que espero que, en el futuro, sea él, muchísimo más joven, el que me de a mí lecciones sobre igualdad y modernidad, y no a la inversa. Se le caen las lágrimas. El producto no ha salido de su mente: sale de esa masa ahora incontrolable que se expande por internet y que, disfrazada de moda “graciosilla”,  inocua y “revival”, oculta una voluntad siniestra de hacernos retroceder en nuestros derechos y de anclar a los hombres en su papel tradicional, también limitado aunque dominante, como en otros países ya está sucediendo desde hace tiempo.

Mientras tanto, me temo que pocas familias acompañan a sus hijas e hijos para saber cómo se están “educando” en cuestiones de género y de relaciones, en internet, aunque es cierto que existe una corriente opuesta, en paralelo, de adolescentes y jóvenes con una formación y una ética admirables.

En los medios de comunicación, cada vez se habla más de violencia hacia la mujer: horror ante los asesinatos machistas, la violencia sexual ha aumentado en los últimos años, aumentan las violaciones en grupo. Por ello, se multiplican las movilizaciones y aumenta la indignación ante el machismo judicial…Sin embargo, se sigue sexualizando a mujeres y niñas y se sigue erotizando la violencia y pocas voces ofrecen propuestas o posibles soluciones más allá de leyes y otras medidas solo aplicables a posteriori.

Casi nadie parece acordarse de que existe una herramienta que llega a todo el mundo y que -está escrito- debe enseñar a tratarnos como iguales y a valorar por igual a mujeres y hombres; casi nadie habla de si se cumple o no la ley a este respecto. Cabe pensar que, si casi nadie se acuerda de la pedagogía en todos los niveles educativos como posible salida a este retroceso social, es porque, o bien creen que desde la educación ya está haciendo todo lo posible -algo que, después de veinte años en esta profesión y de contrastar con decenas de colegas, puedo decir que no sucede de manera sistemática en absoluto- o bien no confían en que educar sea la clave. Pero, si la educación no es la clave, entonces…¿qué acabará con el patriarcado y sus violencias?

Fruto de esta profunda convicción de que es imprescindible que la base legislativa para acabar con la desigualdad desde sus raíces se ponga en práctica de manera efectiva, es el artículo Escuela Feminista, una Necesidad Urgente. El artículo termina con un llamamiento a movimientos sociales a crear un manifiesto por una escuela igualitaria.

Mientras escribía el artículo tomé conciencia también del impacto de la ausencia de mujeres en los libros de texto, algo que Esther Arconadas nos explicó en su ponencia “¿Por qué no hay mujeres en los libros de Texto?”, en la que reconoció haber tardado alrededor de diez años en darse cuenta de que, incluso en la facultad, se le habían ocultado figuras clave de mujer que, no ya es que en su momento se mantuvieran en la sombra, sino que, contra viento y marea, habían tenido éxito.

Por aquellos tiempos salió a la luz pública el  proyecto El legado de las mujeres que, en parte a raíz de un estudio de Ana López-Navajas quien, tras analizar 115 manuales de tres editoriales, llegó a la conclusión de que solo alrededor de un 7,5% de las personas de las que se escribe en los libros de texto de la ESO son mujeres -y, al parecer, según sube el nivel, el porcentaje va bajando- decidió generar material que diera visibilidad a las mujeres en todas las asignaturas. Tras ponerme en contacto con el proyecto, descubrí que se basaba en trabajo voluntario arduo para crear una base de datos que “se pudiera usar”, una especie de “fuente alternativa” a la corriente oficial invisibilizadora de mujeres. Interesante, pero, al final, se trata de-principalmente- profesoras trabajando gratis para cubrir las lagunas  en el material de editoriales que no están cumpliendo con la ley y siguen dando alas a la desigualdad.

Poco después, escuché algunas ponencias de un curso -por desgracia, poco publicitado, aunque debería haber sido obligatorio- sobre coeducación y violencia sexual, impartido por el gobierno canario. La información que se ofreció en este curso, basada en investigaciones de personas expertas en la materia, me resultó tan impactante que casi no pude dormir esa noche. Entre otros, se detallaron video juegos de una brutalidad extrema hacia la mujer cuyo contenido no voy a describir aquí para no herir por sorpresa sensibilidades. Lluis Ballester aseguraba que la llamada “nueva pornografía” era la hepítome del patriarcado, más aún que la actual situación social en Afganistán. En ella, es habitual que el protagonista sea un chico en forma de enorme pene y que la chica solo aparezca como un objeto cuya voluntad se ignora mientras grita “no, no”. Es decir, y para hablar claro: que -otro dato escalofriante- el 5% de los preadolescentes de 12 años ha visualizado durante miles de horas escenas con las que se ha habituado a excitarse y tener orgasmos con la violencia hacia mujeres o niñas.

Tras conocer algo así, decidí pedir ayuda a la comunidad feminista para intentar poner en marcha un proyecto conjunto lo antes posible. Ya había participado en varios actos del distrito y acudí a una asamblea con el fin de presentar una propuesta de acción en la que, por supuesto, tenía intención de involucrarme y dar el callo como la que más. Para mi total decepción y estupefacción, el asunto de la educación feminista y la prevención de violencias a través de la escuela no parecía una prioridad a la mayoría de las allí presentes. Defendían, en cierta manera,  la inocuidad del porno (argumentando que existe el “porno feminista”) y, más adelante, alguien llegó a argumentar que la familia era la que debía encargarse de la educación sexual. Es decir, el discurso de la ultraderecha había calado…¡incluso a parte del activismo feminista!

Entre tanto, también me había encontrado con la indiferencia de mis compañeras y compañeros supuestamente feministas al proponer que se fomentara activamente la educación afectivo sexual de la comunidad educativa de nuestro centro. Solo el departamento de orientación, esta vez, me apoyó en mi propuesta a dirección, especialmente después de que se produjera una violación de una niña de doce años del centro por un niño de aproximadamente la misma edad, también alumno de nuestro instituto.

Al borde de la depresión -y no exagero- le propuse a mi amiga (y ex alumna) Yara elaborar nosotras mismas un manifiesto por una escuela igualitaria y difundirlo a los cuatro vientos para hacerlo llegar a instituciones y presionar para que se cumpliera la ley.

De esta forma se gestó el Manifiesto por una Escuela Igualitaria. Después de muchos meses en que unas cuantas personas hicimos todo lo posible para difundir y animar a sumarse al texto, llegamos a la conclusión de que la educación ya no está de moda y que su potencial para acabar con el patriarcado no se aprecia, salvo por una minoría. Eso sí, conseguimos las firmas de personas especializadas en disciplinas que tienen mucho que decir: antropólogas, sexólogas, sociólogas, docentes… y de otras, activistas y/o con profesiones variadas que tienen clara la importancia de una educación feminista y que debe cumplirse la legislación al respecto, por justicia. También se sumaron firmas como la de las cantautoras Alicia Ramos y Aurora Beltrán Gila, algo que nos llena de orgullo y que agradecemos enormemente. Además, el apoyo de un pequeño grupo local feminista nos permitió recoger decenas de adhesiones en menos de una hora y media. Todo el mundo que pasaba por allí y se acercaba parecía verlo esencial.

La mayor decepción fue, de nuevo, el total desinterés por parte de personas feministas que, además, nunca dieron ninguna razón para no adherirse al manifiesto. Y mi pregunta es, si esto no es una prioridad para el feminismo, ¿qué será una prioridad? ¿Tal vez -para una parte- seguir hablando hasta el infinito del supuesto “borrado” de las mujeres con la “ley trans”? ¿Tal vez seguir hablando de una ley que, se modifique o no, no va a acabar con la violencia ni con la desigualdad y que, como siempre, se aplicará cuando el daño ya esté hecho? ¿Vamos a seguir ofreciendo un “frente al patriarcado y sus violencias, ahora y siempre autodefensa” y  “aquí estamos las feministas”, etc, como propuesta al poder para lograr nuestro propósito de acabar con el patriarcado? Si no es con la educación, que llega -supuestamente- al 100% de la ciudadanía…,¿qué otro plan tenemos para transformar la sociedad?

Todavía estás a tiempo de sumarte al Manifiesto por una escuela igualitaria enviando un correo a lyricstraduccion@gmail.com.