Extrañamente, algunas generaciones parecen en su conjunto mejor dotadas que otras y, en consecuencia, construyen una obra de un impacto que resuena durante siglos. No es cierto que todas las generaciones sean iguales en talento y producción. Por eso, los grandes poetas del siglo XX parecen haber compartido marco temporal: Cavafis, Machado, Pessoa, Lorca, J. V. Foix. Listas similares a esta podrían escribirse en relación con los poetas franceses de finales del XIX o los novelistas norteamericanos de la segunda mitad del pasado siglo. La generación de Jena, la generación de oro de la filosofía alemana, entra también en esta categoría.
Peter Neumann con La república de los espíritus libres (Tusquets, 2021) ha escrito un libro sobre ese grupo de escritores, académicos, poetas, filósofos y traductores que durante unos años formaron una comunidad intelectual inigualable en una pequeña ciudad universitaria de calles estrechas y oscuras bajo el auspicio de figuras tan relevantes como Goethe o Schiller, del que abiertamente se mofaban. Durante el día, en la misma casa, trabajaba cada cual en su propia obra y por la noche se reunían para cenar, conversar y discutir ideas. También compartían cotilleos, jugaban a las cartas y se calentaban con el fuego.
Los nombres son conocidos por todos: Novalis, Friedrich y Carolina Schelling, Hegel, Holderlin, los hermanos Wilhelm y Fritz Schlegel, Dorothea y Ludwig Tieck. Excitados por la herencia de Kant, que toman como punto de partida, inician una aventura del pensamiento que Neumann narra con frescura y sin necesidad de internarse en asuntos especialmente densos. Poco a poco, al lector le asalta una pregunta fundamental: ¿cómo es posible que de un grupo de jóvenes de los que se esperaba que se convirtieran en abogados y funcionarios surjan individualidades tan brillantes y originales? Neumann no contesta a esta pregunta. Ni siquiera se la plantea. Se limita a contar, de manera superficial aunque muy placentera, las vidas de los protagonistas.
El libro tiene varios niveles de lectura. Puede leerse como un animado y entretenido relato de unos cuantos escritores famosos. Puede también leerse como la descripción del surgimiento de la vocación filosófica que, en el caso de los alemanes, nace con tanta fuerza como la vocación artística. Ellos, en cierta forma, se sienten tan artistas como filósofos. Al contrario que Adorno, que no se decidía entre ser compositor o filósofo, y así cumplió los cuarenta años, los Schelling, Schlegel, Hegel, Holderlin o Novalis, eran conscientes de estar creando una nueva forma de pensar, sentir y crear. No en vano, los años de Jena son los años de las guerras napoleónicas. Hegel, en pantuflas, verá al emperador a lomos de su caballo y sentirá la presencia del espíritu de la Historia. Esta generación abunda en sentimientos, sentimientos abrumadores. ¡Qué habría escrito Hegel si ese día hubiera calzado unas buenas botas de hebilla!
Quizás el secreto de esta generación se encuentre en que fueron capaces de tomar la tradición como un hecho simultáneo y revivirla en el presente. Impera la variedad de estilos, géneros e ideas. Se contradicen con frecuencia y discuten. El pasado cultural se integra en la actualidad y no se realizan selecciones ni rígidos cánones. Esta vivencia del pasado es lo que, según Curtius, caracterizaba también al Siglo de Oro español y lo diferenciaba del clasicismo francés. Al final, todo se reduce a una idea muy manida, elaborada hasta la extenuación por Georg Steiner; la idea de que lo nuevo se basa en configuraciones inéditas de lo que ya existe. Por eso, la creación requiere una amplia cultura. Algunos gestos que revelan este modo de pensar son la ironía y la parodia. El Quijote, sin ir más lejos, no es más que una inmensa parodia de los libros de caballerías. Schelling y los Schlegel se entregan a ella también con gusto.
Habría resultado muy grato que Neumann se hubiera explayado en lo concerniente a las fuentes de esta generación. Apenas son nombrados Calderón y Shakespeare y la cámara del escritor ya se ha posado en otro personaje. En Dorothea, por ejemplo. Neumann hace un trabajo necesario al destacar las figuras femeninas intelectuales del grupo, también en el caso de Carolina. En cualquier caso, Neumann, siempre aséptico, está lejos de la crítica cultural feminista. Tampoco menciona la palabra Barroco, lo que habría ayudado mucho a entender el espíritu de este grupo de Jena. Neumann, sin embargo, consigue escribir un libro que disfrutarán sobre todo los nostálgicos de las pasadas épocas y de la tradición y la cultura. Quien escribe esta reseña lo ha hecho. ¡La nostalgia! Otro sentimiento muy barroco (español) y alemán. Pero Neumann tampoco la menciona.