En el prólogo que la escritora Belén Gopegui hizo para la edición de Manhattan Transfer de John Dos Passos, publicada por Debate (Últimos Cásicos, 1995) nos dice: “Hay libros que además de contar, dicen. Son libros que cuentan un argumento, una búsqueda, una amistad, una epopeya un conflicto, pero que además dicen, esto es, rechazan, afirman o nos avisan de algo”.
Es decir, hay novelas que cuentan historias. Y otras que, además de contarlas, transmiten algo que nos permite conocernos mejor y también el mundo en el que vivimos. Me desperté con dos inviernos a los lados (editorial Tres Hermanas, 2020) es uno de estos libros.
Aunque es su primera novela, no es ésta la primera obra de Elsa Veiga, puesto que es autora del poemario Manejemos la pena (Ediciones Torremozas, 2016) y de varios relatos publicados en revistas culturales. Filóloga, realiza trabajos de comunicación, edición y corrección de textos, cosa que se nota en esta novela, que es un ejercicio de buena escritura.
En Me desperté con dos inviernos a los lados la autora narra la historia de Cara Piqueres, una joven que desde niña vive la angustia y el terror del maltrato que sufre su madre por parte de su padre. Veiga crea una atmósfera de miedo y angustia que te invade, contagiados del terror que Cara y su hermano Nato experimentan cada noche cuando su padre llega, borracho, a casa, y saben que algo terrible va a ocurrir. Esa Sombra que Cara percibe, y está presente en toda la novela, también asedia al lector, al que le impregna el horror de una sucesión de golpes, chillidos, angustia, miedo… todo ello en el “hogar” de una familia “normal” dentro de una gran ciudad que permanece sorda y ciega ante lo que ocurre a su alrededor. Porque lo que nos cuenta Elsa Veiga es una historia de crueldad y violencia que lamentablemente se repite en muchas mujeres, en demasiadas familias.
La novela, dividida en cuatro partes conectadas entre sí, cuenta la historia de tres generaciones de mujeres de la misma familia (1938, 1970 y 2005) que han sufrido la violencia machista (física y psicológica). El libro comienza en 2005 cuando Cara Piqueres ve desaparecer a la Sombra “mezclada con la última palada de tierra, junto a los malos bichos, pero no con los malos recuerdos”, que, éstos sí, permanecen y nos llevan a la infancia de Cara y Nato y al terror que no se puede olvidar, ese miedo que lo penetra todo y que solo olvida refugiándose en los cuentos que cada noche le cuenta su hermano. Una vida atormentada hasta que Cara toma la decisión de plantar cara y abandona lo que había sido su casa y su país para encontrar refugio en los libros, en las palabras.
Porque también las palabras, la educación y la cultura tienen un lugar importante en esta novela, en la que varias mujeres víctimas de la violencia machista en distintas épocas se refugian también en un pequeño amuleto como modo de huir, de alejarse de la realidad que sufren. Es un “llamador de ángeles” un recurso que pasa de madres a hijas para espantar su miedo y auto-convencerse de que están protegidas y no van a sufrir daños.
Pero no todo queda en el miedo y la angustia, Elsa Veiga lanza también un mensaje de esperanza, de huir sin mirar atrás, de sororidad y fraternidad, de alejarse de la muerte para mirar de frente a la vida.