Al hilo de los controvertidos homenajes a Maradona, en casa hemos tenido una acalorada discusión sobre qué amerita un homenaje público: si son los hitos profesionales, la calidad humana o la combinación de ambos. Porque si bien nadie duda de que Maradona fue un prodigio del balón, que trajo grandes alegrías a los aficionados al fútbol, y a su país, en un momento histórico en el que ganar el Mundial tanto significaba, el Maradona persona fue un juguete roto, un ser humano abducido por los demonios de las drogas y las malas compañías y, al mismo tiempo, el único responsable de actos lamentables.
La sala estaba dividida entre los que aseguraban que el homenaje era más que merecido y los que, por el contrario, aplaudían a la futbolista gallega, Paula Dapena, que había tenido las agallas de sentarse en el césped para negar el tributo a un “maltratador”. Qué mala suerte, justo el día internacional para la Eliminación de la Violencia contra la Mujer. Si para los primeros, los que apoyaban el homenaje, primaba Maradona el futbolista, para la otra facción, lo hacía el Maradona ser humano. En realidad, aquí se puso de manifiesto uno de los estereotipos de género clásicos más persistentes: al hombre le define su profesión por encima de todo. Lo importante es su genio. Su talento. El resto es irrelevante. Se propuso encontrar un ejemplo a la inversa. No fuimos capaces.
Entonces salió el tema de los aeropuertos. A cuando se propuso poner el de Pablo Neruda al de Chile, en concreto. Y al lío que se montó porque Neruda, además de un gran poeta, según figura en sus propias memorias, fue protagonista de una violación y abandonó a su hija enferma. ¿Merece un violador, un padre terrible, tener un aeropuerto? Quizás hubiera sido mejor elegir a otro artista. Claro que, nunca se sabe. Hoy le damos tal nombre a un aeropuerto y luego se descubre que la persona que se esconde tras el nombre ilustre pegaba a su mujer o violaba niñas… ¡qué problemón! Lo cierto es que, desde el “fastidioso” MeToo, los casos se multiplican. Pero bueno, lo que no se puede negar es que Pablo Neruda es uno de los poetas más importantes del siglo XX… igual que tantos otros que hoy son cuestionados y cuyos nombres rápidamente revolotean sobre la mesa.
De Pablo Neruda la conversación pasa a Adolfo Suárez. Al aeropuerto de Madrid. ¿Qué diferenciaba a Adolfo Suárez de Pablo Neruda? Ninguno de los presentes éramos afines a la ideología del expresidente, pero estuvimos de acuerdo en que era un hombre de consenso, que había gobernado España, es decir, al conjunto de ciudadanos, lo cual era relevante a la hora de poner nombre a un aeropuerto que usábamos todos. Y su vida personal no parecía ocultar episodios escabrosos. La primera conclusión a la que llegamos fue que quizás sea razonable que un club de poesía, o un estadio de fútbol, reciban los nombres de Neruda o Maradona, si consideran que eso agradará a los que allí acuden, pero que los espacios públicos, usados por todos y que nada tienen que ver con la profesión del protagonista, deben ser escrupulosos a la hora de homenajear a determinadas figuras cuyas conductas y valores distan mucho de ser ejemplares.
Finalmente resolvimos que, aunque sería injusto juzgar a personas del pasado con valores del siglo XXI, sí deberíamos encontrar figuras con trayectorias que representen los valores que estimamos y compartimos la mayoría en el siglo XXI. El aeropuerto Adolfo Suárez quedó aprobado, y el Pablo Neruda, suspendido.
Esa misma noche, ya a solas, reflexionaba que en el futuro líquido y fluido al que nos encaminamos, cada vez será más difícil diferenciar la vida privada de la profesional. Las redes sociales están dando ya buena cuenta del fenómeno. Y esto nos llevará a bautizar nuevos espacios públicos con más nombres de mujer que hasta ahora. No solo para cumplir con la Ley de Igualdad sino porque, cuando viajamos al pasado buscando referentes, al siglo XIX por ejemplo, me sobresaltan una y otra vez los comentarios, escritos y actitudes claramente misóginas de los caballeros, ya sean conservadores o liberales, católicos o ateos. Y sus absurdos argumentos para apartar a las mujeres de la esfera pública, para restarles autoridad y acceso a la formación… Sí, eran los valores de la época, y había algunos, pocos, que no pensaban igual ni, por supuesto, se comportaban de la misma manera.
Pero si estudiamos a mujeres coetáneas de estos hombres: Carolina Coronado, Emilia Pardo Bazán, Gertrudis de Avellana, Rosario de Acuña, Concepción Arenal, incluso a damas tan conservadoras y contradictorias como Eva Canel, todas ellas resultan fascinantes. Son distintas, en sus orígenes y trayectorias, en sus ideologías y estrategias. Sin embargo, coinciden en que lucharon por seguir sus vocaciones y ser reconocidas en un entorno hostil a sus inquietudes. Fueron un ejemplo de superación personal. Y, lo más importante: en su lucha por dejar huella no fueron sembrando su camino de víctimas inocentes y seres pisoteados. Por todo ello, es fácil que ejemplifiquen valores que hoy, en el siglo XXI, consideramos, más que nunca, los nuestros. Los de mujeres y hombres.