Palestina/48

Marina Landa

Fotos cedidas por Ediciones del Oriente y del Mediterráneo.

Luz Gómez nos ofrece un libro en que recoge la voz de tres poetas palestinos del Interior, escrito así con mayúscula, porque esa mayúscula hace referencia a un importante número de mujeres y hombres palestinos que viven en un territorio particular, ese territorio que, tras la Nakba —la catástrofe que da lugar a la primera expulsión de los palestinos de su tierra y la creación del Estado de Israel— quedó dentro de las fronteras del nuevo Estado.

Lo que queda de Palestina es ese otro territorio que, con el paso de los años y la feroz política colonialista del nuevo Estado, ha ido menguando hasta convertirse en un conjunto de bantustanes inconexos, divididos y separados por muros, vallas y vías de comunicación vedadas a los nativos de esa tierra ocupada. Palestina es también los campos de refugiados, creados con carácter provisional allá por 1948, pero que perduran 76 años después en países limítrofes: Líbano, Jordania, Siria… Y la diáspora palestina por todos los rincones del planeta. Ese conjunto de territorios conforman Palestina.

Volvamos al Interior y a esos casi apátridas, los palestinos del 48. Las voces de Rashid Hussein (1936-1977), Samid al-Qasim (1939 – 2014) y Taha Muhammad Ali (1931-2011) despertaron en esa población palestina apátrida en su propia tierra la conciencia de su identidad y la exigencia de igualdad y reparación. Con el tiempo, las voces de estos poetas dieron cuenta también del fracaso de los sueños y cantaron la lucha común por Palestina.

Cuenta Luz Gómez que «en febrero de 1977 una multitud acompañó los restos mortales del poeta Rashid Hussein al cementerio de Musmus, una aldea de la planicie central de Palestina, donde había nacido en 1936. Se cuenta que a la entrada del pueblo la familia, campesinos, había puesto una pancarta que decía: “Rashid Hussein os da la bienvenida”, una frase que retrata al poeta: visionario, directo, entregado, vivo».

El poeta había muerto en el incendio de su apartamento en Nueva York, donde vivía exiliado (a pesar de ser «ciudadano israelí», Israel no le permitió regresar nunca a Israel, después de que se fuera en 1965). Y continúa la autora: «Entre los que llevaron a hombros el ataúd se contaba otro gran poeta del Interior, Samih al-Qasim, al que Rashid Hussein había escrito desde el exilio una carta con los siguientes versos:

"Nos encontraremos
en la herida de una bandera
en una barca cuyos remos perfilan
la línea del amanecer".

Samih al-Qasim es la segunda voz de esta antología, había nacido en la alta Galilea en el seno de una familia drusa, minoría musulmana que Israel trató de atraerse en su política de división de los palestinos. A diferencia de los demás palestinos del Interior, los drusos están obligados a cumplir el servicio militar israelí. Samih al-Qasim, uno de los  primeros drusos que se negó, lo cual le costó la cárcel en una base militar.

La tercera voz poética de este libro es la de Taha Muhammad, que no formó parte de la llamada «poesía palestina de resistencia». Su voz se escuchó en un contexto muy distinto al de Rashid y Samih, cuyos poemas, en los años 50 y 60 del pasado siglo, se recitaban en «festivales y plazas y se transmitían de boca en boca por Galilea y el Triángulo», en palabras de la autora. Su primer libro se publicó en 1983.

Sin embargo, también él fue testigo y víctima de la Nakba. Ilan Pappé en La limpieza étnica de Palestina:

El escritor Taha Muhammad Ali era un joven de diecisiete años cuando los soldados israelíes entraron en la aldea de Mi’ar el 20 de junio de 1948. Había nacido en la cercana Saffuriya, pero buena parte de su poesía y su prosa actual, como ciudadano israelí, se inspira en los traumáticos hechos de los que fue testigo en Mi’ar. Ese día de junio, al atardecer, vio a las tropas israelíes acercarse disparando de forma indiscriminada a los campesinos que todavía se encontraban trabajando en los campos. Cuando los soldados se cansaron de matar a los aldeanos, empezaron a destruir las casas. Los supervivientes regresaron luego a Mi’ar a continuar viviendo allí hasta mediados de julio, cuando las tropas israelíes volvieron a ocupar la aldea y los expulsaron para siempre. En el ataque del 20 de junio murieron cuarenta personas.

Con su familia se refugió durante unos meses en el Líbano huyendo de las matanzas, regresó después y se instaló en Nazaret, donde transcurrió el resto de su vida, regentando una tienda de recuerdos que se convirtió en lugar de reunión de la intelectualidad del Interior.

A pesar de las dificultades y la escasez de medios, la vida cultural palestina no desapareció gracias a estos jóvenes, que hicieron de la lengua árabe un vehículo de expresión nacional.

Cuando en 1958 se fundó la primera editorial en árabe, la Arab Book Company, la censura se sumó a las restricciones existentes. El poema «Kafr Qasim»* de Samih al-Qasim se publicó censurado, una cruces sustituían sus ocho últimos versos:

Ni un monumento… ni una flor… ni una inscripción.
Ni una casa de la poesía que honre a las víctimas… ni un tupido velo.
Ni un jirón de camisa teñido de la sangre
de nuestros hermanos inocentes.
Ni una lápida con los nombres grabados.
Nada de nada… ¡Vergüenza!
Solo fantasmas que vagan sin descanso
en busca de sus tumbas en los escombros de Kafr Qasim.
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«En la década de los sesenta, Israel todavía temía más a los poetas que a los shaheeds, (“mártires”)», en palabras del historiador israelí Shlomo Sand, citado por la autora. En estos días en que una nueva nakba se abate sobre el pueblo palestino de Gaza, Israel no teme a nadie, actúa con total impunidad, con el silencio cómplice de las naciones que alentaron la creación del Estado de Israel, haciendo suya la falacia de que Palestina era una tierra sin pueblo, y por tanto, podía convertirse en un regalo para un maltratado pueblo sin tierra. Pero la poesía no enmudece, y desde las ruinas de la destruida Gaza sigue escuchándose la poesía…

Luz Gómez
Palestina/48. Poemas del Interior
Ediciones del Oriente y del Mediterráneo, abril 2024