Cuando empecé a ver esta miniserie no sabía quién era su protagonista, Fran Lebowitz, escritora definida en los medios como la Dorothy Parker contemporánea. Tampoco sabía que Martin Scorsese, director de la miniserie, había hecho diez años antes un “documental” sobre ella, o mejor dicho, sobre el personaje, para otra plataforma (PublicSpeaking, 2010, HBO). Pongo documental entre comillas porque me pasma cuán grande es el cajón desastre de productos audiovisuales que se presentan bajo esta etiqueta. Pero ese es otro tema.
En Supongamos que New York es una ciudad (Netflix, 2021) vemos a Fran como una mujer muy ingeniosa, rápida, sarcástica y con mucho sentido del humor. Tiene una verborrea impresionante, puede cambiar de tema en segundos y la locuacidad no aminora. En siete capítulos comparte lo que piensa fundamentalmente sobre NY (el transporte público, el mercado inmobiliario, los/as viandantes…) algo sobre cuestiones generales (el dinero, el arte, #MeToo…) y apenas nada sobre ella, algo que al parecer sí ocurrió, aunque tampoco muy profundamente, en PublicSpeaking.
Yo, espectadora española, que no sabe nada de sus dos libros publicados en los ochenta ni de su trabajo en Interview, ni sigue sus andanzas en la jet set de la Gran Manzana, acabo la miniserie y me pregunto por qué Scorsese no aprovecha que su amiga ha sido una testigo de excepción de décadas de gran agitación cultural (70s-80s) para ponerla en el centro de la trama.
Lebowitz vivió el sueño americano en NY, ciudad clave en el imaginario cultural de todas esas personas que amamos el arte, asistiendo a los primeros conciertos de los New York Dolls y entrando en Studio 54 con el séquito de Warhol. Llevó a cenar a casa de sus padres a Charles Mingus y Peter Hujar. Entiendo que Fran no quiere traspasar la frontera del relato íntimo porque en las escasas ocasiones que lo hace pasa muy de puntillas: pequeñas píldoras sobre sus trabajos efímeros al llegar a la ciudad y nada, por ejemplo, sobre su experiencia como columnista y crítica cinematográfica cuando las firmas femeninas no eran tan habituales en la prensa como ahora. Y a diferencia de Public Speaking aquí no surge la cuestión de la homosexualidad (ya estaba en NY en la redada de Stonewall!). En definitiva, entre las constantes risitas del director convertido en teleñeco/muppet para acentuar el ingenio de su amiga, expone su experiencia ciudadana desde la distancia, sin diferenciarse apenas de la masa.
Con esta premisa de evitar lo íntimo, le habría sugerido a Scorsese que centrase la miniserie en el ámbito cultural, ese que Fran domina. Emerge otro tono cuando habla del circuito de jazz y rock en los setenta (su anécdota con Charles Mingus es de las mejores) y muy especialmente cuando subraya su pasión por la literatura. Es ahí donde vemos más a la persona y menos al personaje speaker de éxito y amiga de Scorsese y Warhol.
Notas: Ilustración de la femme_agitee