Una mentira puede dar la vuelta a la tierra en el tiempo que tarda la verdad en ponerse los zapatos.”  Mark Twain

Estupor. Consternación. Desconsuelo. A menudo cuesta entender el porqué de tanta falsedad. Nos seguimos llevando las manos a la cabeza cuando escuchamos bulos, imposturas, como si el mundo se hubiera convertido en un chismorreo constante. La información convertida en una algarabía de taberna, en una conversación de patio de colegio, donde insultos y calumnias se suceden a golpe de titular. Donald Trump alertando contra el paracetamol en embarazadas, las mentiras de Ayuso sobre la Covid o las de Mazón acerca de la Dana. Redes infestadas de noticias falsas, televisiones que difaman con desparpajo, escupiendo injuria y desprecio. La ofensa, antes un exceso aislado, se ha convertido en norma. Los gritos sustituyen el argumento, el escarnio ocupa el lugar del debate. Y las imágenes, propagadas como el fuego, nos producen un desánimo cada vez más profundo.

Muchos libros han intentado explicar el auge de los populismos y de la extrema derecha. Ensayos que buscan respuestas a una tendencia que parece imparable y que amenaza los propios cimientos de la democracia. Entre todos ellos destaca “Los ingenieros de caos” de Giuliano da Empoli (editorial Oberon). Publicado en 2019 y actualizado en 2024, este ensayo político analiza el trabajo de una nueva generación de estrategas: expertos en imagen, comunicación digital y manipulación de datos que, a través de las redes sociales y la explotación de las emociones, moldean la opinión pública y reconfiguran el orden social. Da Empoli muestra cómo estos «ingenieros» fabrican el desorden para canalizar mejor la ira popular, “arquitectos” como Steve Bannon en EE.UU., Gianroberto Casaleggio en Italia y Dominic Cummings en el Reino Unido. Lejos de ser marginales, estos actores desempeñan un papel decisivo en el ascenso de líderes populistas y el progresivo debilitamiento de las instituciones democráticas.

Periódicos y redes sociales saturados de mensajes incendiarios, diseñados deliberadamente para moldear ideologías. Cuervos oportunistas que se alimentan del desconcierto de ciudadanos que ven tambalearse su mundo, debilitado por la inoperancia de gobiernos que incumplen, una y otra vez, las promesas ilusorias de un mundo más próspero y seguro. “Detrás de la ira del público hay causas reales. Los votantes castigan a las fuerzas políticas tradicionales y se vuelven hacia líderes y movimientos cada vez más extremistas porque se sienten amenazados por una sociedad multiétnica y, en general, penalizados por los procesos de innovación y globalización que las élites les han hecho tragar a dosis elevadas durante el último cuarto de siglo” [Traducción propia]

Los ingenieros del caos comprendieron antes que nadie que la ira era una fuente de energía colosal y que podía explotarse mediante algoritmos para alcanzar cualquier objetivo. Un estudio reciente del MIT descubrió que la información falsa tiene, en promedio, un 70% más de probabilidades de compartirse en línea porque, por lo general, es más original y atractiva que la verdad. Según los investigadores, en redes sociales, la verdad tarda seis veces más que las noticias falsas en llegar a 1500 personas. La persuasión al servicio del fraude. La sugestión al servicio de la manipulación.

Al avivar la ira individual sin preocuparse por la coherencia del conjunto, el algoritmo de estos ingenieros disuelve las antiguas barreras ideológicas y reconfigura el conflicto político en torno a una oposición simplista entre «el pueblo» contra «las élites». La complejidad del mundo se traduce en fórmulas reduccionistas, hasta diluir los límites entre la verdad y la mentira. El populismo sustituye la verdad por una ficción movilizadora donde la mentira no se presenta como falsedad, sino como una verdad emocionalmente más poderosa que los hechos. Hannah Arendt advertía sobre el peligro de la mentira política: su amenaza no consiste solo en ocultar la realidad, sino en destruir el espacio común donde la verdad puede compartirse. Cuando la mentira se convierte en norma, los ciudadanos ya no saben qué creer, y la política degenera en una pura lucha de relatos.

Los políticos convertidos en bufones conscientes de su propia imperfección, actores de un nuevo imaginario colectivo. Mienten sin pudor, seguros de que la exposición en redes y medios no se mide en credibilidad sino en likes y seguidores. “Los defectos de los líderes populistas se convierten, a los ojos de sus votantes, en cualidades. Su inexperiencia es la prueba de que no pertenecen al círculo corrupto de las élites y su incompetencia es garantía de su autenticidad. Las tensiones que generan a nivel internacional son una muestra de su independencia, y las noticias falsas que salpican su propaganda, una muestra de su libertad de espíritu”, nos revela Da Empoli en su ensayo. Nuevos antihéroes alabados por sus defectos.

Por si fuera poco, los humanos hemos aceptado de buen grado ser vigilados y así, una vez perdido el control, nos han convertido en seres medibles, en objetos clasificables, en algoritmos. La big data nos observa, sabe qué hacemos, pensamos y deseamos. Gracias a ellos los ingenieros del caos pueden identificar a quienes, por ejemplo,  les preocupa el tema de la seguridad, y así enviarles mensajes a medida (a través de Facebook o Instagram), resaltando la dureza de los buenos y la laxitud de los malos. “Ahora se pueden abordar los temas más controvertidos, dirigiéndolos solo a aquellos que son sensibles a ellos, sin correr el riesgo de perder el apoyo de otros votantes que piensan de manera diferente.”

En este universo de adulteración digital y de inquietudes prefabricadas, emerge la piedra angular de todas las estrategias populistas, el vector que impulsa el nuevo fascismo: la inmigración. Las redes sociales plagadas de polémicas manipuladas, señalan una y otra vez a la inmigración como fuente de conflicto e inseguridad. La táctica es simple y persistente: no dejar de hablar de ella, como una gota malaya que cala sin descanso, inventando subjetividades, reforzando estereotipos, alentando prejuicios.

La inmigración se convierte así en el arma narrativa más poderosa de los ingenieros del caos: fácil de usar, altamente emocional y extraordinariamente amplificable. Despierta miedos y fobias, iras y ansiedades identitarias. Permite movilizar de manera rápida y masiva, sin necesidad de argumentos complejos. El extranjero, el migrante, se presenta como una amenaza constante, generando así una cohesión artificial en torno a un rechazo compartido. Un rechazo que, desgraciadamente, se ha normalizado en las conversaciones cotidianas: que si el velo, las mezquitas, que si las ayudas familiares, la delincuencia

Un éxito rotundo de los ingenieros, que han colocado este debate prefabricado en la agenda de todos, elevando la inmigración al podio de las tres principales preocupaciones de los europeos. Un engaño cuidadosamente orquestado que normaliza la política del resentimiento y desvía la atención de los auténticos desafíos globales: desigualdad, guerras y crisis climática. Es la normalización de la xenofobia, la transformación de un discurso marginal en un tema mainstream. No se trata de un nuevo debate, sino un artefacto político diseñado para sembrar pánico y consolidar el poder.

El líder de Vox, Santiago Abascal, en un acto de campaña en Murcia. Edu Botella / Europa Press

La cuestión migratoria disuelve las diferencias ideológicas, se convierte en el eje alrededor del cual la derecha populista puede aliarse con la izquierda populista. Es el nuevo fascismo encarnado en Orbán (Hungría) con sus campañas masivas contra “la invasión migratoria”; en Salvini (Italia) con puertos cerrados y criminalización de las ONG que rescatan personas en el Mediterráneo; en Trump y el muro con México, símbolo de identidad y soberanía; en Abascal cuando proclama que “estamos asistiendo a una invasión migratoria brutal»; o en la campaña del Brexit (Reino Unido) que prometía “recuperar el control” con imágenes de migrantes turcos como amenaza. Este avance autoritario y ultranacionalista justifica políticas de excepción (militarización, muros, recorte de derechos) en nombre de la seguridad nacional. Todo se reduce en ofrecer respuestas radicales a una población ahogada en desinformación, negacionismo, resentimiento y racismo.

La tesis de Giuliano da Empoli es clara: el caos ya no es un accidente de la política, sino una estrategia. En una época de incertidumbre y cambios profundos, el desorden se instala y en estas aguas movedizas, el nuevo fascismo se muestra imbatible. Pero ¿cómo combatir este tsunami destructivo?

Seguramente la rabia y el resentimiento acumulados podrían contrarrestarse con un antídoto tan antiguo como eficaz: la honestidad. Es decir, la disposición responsable a ser veraz de forma íntegra, consciente y ética. Hoy estos valores parecen huecos, atávicos, desprovistos de valor moralizante. Recuperar la verdad implica nobleza y respeto, consiste en no engañar y en reconquistar el espacio progresista perdido entre mentiras e incumplimientos.

La izquierda debe superar el estigma Woke y rescatar sus fundamentos socialdemócratas: defensa de la justicia social, del estado de bienestar y los servicios públicos, reducción de las desigualdades y regulación del mercado. Todo lo que no respete este alineamiento, todo lo que haga el juego al capital neoliberal, a los oligopolios especulativos y armamentísticos, provocará la deserción de millones de jóvenes, trabajadores, obreros y clase media, engañados por la connivencia de la izquierda con las élites económicas globales.

Entre tanto fraude, las instituciones se debilitan, la confianza se erosiona y el debate racional es reemplazado por eslóganes virales. El caos se normaliza como forma de gobierno y la inestabilidad se convierte en herramienta de poder autoritario e imperialista. Los Ingenieros del Caos nos obligan a recordar que la democracia no es un hecho adquirido y que está en serio peligro: debe defenderse mediante vigilancia colectiva, regulación de las nuevas tecnologías (contención del tecnofeudalismo) y rehabilitación del debate basado en la razón y el discernimiento. Los Trump, Putin y Netanyahu son una amenaza real.

Ya hemos perdido demasiado tiempo. La bronca, la falsedad y el desconcierto no deben ser la norma. “Apagar” el móvil, recuperar la democracia, el respeto y el compromiso social es esencial. El nuevo fascismo acecha, y sus arquitectos no descansan.

Cuando los líderes actuales pasen de moda, es poco probable que los votantes, acostumbrados a las drogas fuertes del populismo nacionalista, vuelvan a reclamar la manzanilla de los partidos tradicionales. Pedirán algo nuevo y quizás aún más fuerte.” Da Empoli.

Obviamente, hay que responder a una pregunta que estará en la mente de todos y todas. ¿Por qué un manifiesto del mundo del rock contra el fascismo en el estado español en el siglo XXI? ¿Por qué un grupo tan nutrido de músicos y músicas de todo el mundo se sienten interpelados y se adhieren a una iniciativa así?

Por muchas razones. Enumeremos las más significativas.

La más importante, por que por desgracia en las democracias occidentales pero muy particularmente en el régimen político del estado español, la conciencia ciudadana en el marco de la democracia capitalista y neoliberal, al albur de unas décadas de crecimiento económico y de prosperidad propias de los periodos cíclicos del capitalismo, en su dimensión social, popular, real, quedó adormecida hasta el estallido de la crisis de 2007-2008.

La pobreza, la precariedad, la miseria en la que todas las capas de la sociedad más desfavorecidas quedaron hundidas, unida a la escandalosa corrupción de la clase política dirigente y de su monarquía, provocaron una reacción popular masiva que exigía, a través de muchos movimientos diferentes, que se respetasen sus derechos y puso abiertamente en cuestión el modelo de “democracia” que les había llevado a esa situación.

Tal y como sucedió en los orígenes del fascismo en el siglo XX en Italia y Alemania, y más tarde en América Latina –Cuba, Chile, Nicaragua, etc.- cuando la sociedad se organizó y exigió una democracia no solo formal sino real, es decir, económica y social, la reacción, las élites crearon el fascismo como movimiento político para combatir bien fuera mediante golpes de estado militares o bien mediante la organización de partidos hábilmente dirigidos por demagogos, al movimiento social y democrático organizado.

Hoy, en muchos países del mundo, pero singularmente en el estado español, el nuevo fascismo está creciendo, en una sociedad manipulada por los medios de comunicación y manejando mensajes de odio contra las mujeres que sufren la violencia de género, contra los trabajadores y las trabajadoras inmigrantes, contra los pueblos que luchan por su derecho a decidir su futuro, y que pretenden volver a implantar la censura contra los artistas críticos con el discurso oficial, la idea de una “patria” unida a sangre y fuego y hermética, continuadora de las décadas de terrorismo franquista.

El rock, que en el estado español siempre estuvo en la vanguardia de la defensa de la libertad, del cambio, de la cultura, de los valores de democracia y rebeldía más esenciales, no puede callar ante esta situación. El rock, como decimos en este manifiesto, tiene que reivindicar su naturaleza inconformista, crítica, rebelde y transgresora como movimiento social y cultural, o lo que es lo mismo, tiene que declarar abiertamente su ANTIFASCISMO.

El rock surgió como una música antirracista, que reivindicó y puso en valor la expresión musical de la población negra más oprimida, que defendió la libertad sexual, que se opuso a las guerras imperialistas como la de Vietnam, y que en España, formó parte de la banda sonora del cambio por la democracia, de la lucha contra la violencia y la guerra sucia en el estado español y de la lucha por todas las causas de la libertad y el progreso.

Por tanto, el rock no puede callar ni mirar hacia otro lado cuando se niega la violencia de género, se blanquea un régimen terrorista como el franquismo, se propaga el racismo y se pretende retroceder a épocas del pasado. El rock tiene que ser, y ES, un arma de combate contra el fascismo en todas sus manifestaciones.

Por eso estamos hoy aquí, para empezar ese combate desde nuestra música y nuestro mundo, organizadas, unidas, y por supuesto, llenas de fuerza para que la música, la cultura, el arte y sobre todo el rock ametralle con todo el poder de sus wattios y aplaste para siempre el discurso del odio, de la ignorancia, de la violencia y de la podredumbre.

El Lunes 21 de Junio a las 17.45h en Madrid, en el Auditorio Marcelino Camacho (Calle López de Vega, 40, Madrid) se presentará oficialmente la nueva plataforma ROCK CONTRA EL FASCISMO.

Notas:

Mariano Muniesa es periodista musical, moderador y presentador del acto “Rock Contra el Fascismo”