Antes de responder a la pregunta del título de este artículo, debemos hacer una reflexión sobre los orígenes del liberalismo.

Si nos atenemos a lo que Francis Fukuyama define en su libro “El liberalismo y sus desencantos” podemos decir que es una doctrina surgida por primera vez en la segunda mitad del siglo XVII y que aboga por la limitación de los poderes de los gobiernos o los Estados mediante las leyes y, en última instancia las constituciones, así como con la creación de instituciones que protejan los derechos de los individuos que viven bajo su jurisdicción.

A menudo, asumimos que los términos liberalismo y democracia son sinónimos, pero en realidad, ambos conceptos se basan en principios diferentes. El concepto de democracia está relacionado con el “gobierno del pueblo”, es decir, gobierno de las mayorías elegido en elecciones multipartidistas, periódicas y libres mediante sufragio universal. En cambio, el liberalismo antepone un sistema de normas formales que restringe los poderes del ejecutivo, incluso aunque este haya sido legitimado mediante unas elecciones.

La verdad es que, a lo largo del tiempo, el liberalismo se hizo demócrata, y la democracia se hizo liberal. Pero en realidad, el liberalismo nunca se ha sentido cómodo con el sufragio universal, pues su modelo fue el voto censitario. De hecho, según la Constitución española de 1837 pactada por los liberales progresistas y moderados, solo podían votar los españoles que pagaran impuestos a Hacienda por valor de “200 reales”, lo que dejaba el censo electoral en el 5% de la población española, y solo hombres. Es importante reseñar que el sufragio femenino en España fue reconocido por primera vez en la Constitución Republicana de 1931.

El liberalismo histórico defiende la libertad del individuo y una intervención mínima del Estado en la vida social y económica, fomentando un individualismo consumista en un mundo basado en el crecimiento continuo y la libre competencia, una forma de laissez faire, de acuerdo con las tesis de Adam Smith expresadas en su libro “La riqueza de las naciones”. Pero en el siglo XIX nace una corriente de pensamiento dentro del liberalismo que aboga por los seres humanos y su bienestar, que situaba en el centro el desarrollo social y material del ser humano. Esta corriente se denominó liberalismo social y cada vez se fue distanciando más del liberalismo económico.

En los años 40’s y 50’s empieza a haber posturas a favor de una economía social de mercado, que plantea una sociedad regida por un modelo económico que, basado en la competencia, combine la libre iniciativa con un progreso social asegurado por la capacidad económica, potenciando la corriente del liberalismo social.

Pero aparecen en escena un par de ultraliberales como Ludwing con Mises y Friedrick Hayek, que plantean un nuevo liberalismo clásico, pero mucho más radical. Esta nueva teoría se experimenta a finales de los años 70’s con los gobiernos de Margaret Thatcher y Ronald Reagan, y se pone en marcha en Chile aprovechando la dictadura de Augusto Pinochet en los 80’s llevada a cabo por los “Chicago Boys”, consolidando el nuevo concepto de neoliberalismo, creando una hegemonía de pensamiento y generando una gran brecha económica entre la ciudadanía siempre a favor de los más ricos por medio de la financiarización de la economía.

Podemos estar de acuerdo en que los individuos deberían asumir personalmente la responsabilidad de sus vidas, pero el neoliberalismo crea circunstancias en las que las personas se enfrentan a amenazas fuera de su control. La dominación es primordial para el funcionamiento del liberalismo, y por eso existen grupos que lo defienden como ideología, en particular aquellos que denominamos élite económica.

Desde la perspectiva española, habría que destacar una cierta hipocresía de esos presuntos liberales que siempre abogan por la no intervención del Estado en los asuntos económicos y que todo sea iniciativa privada, pero que, en cuanto surgen problemas buscan la subvención, la ayuda del Estado, etc. fomentando la privatización de beneficios y la socialización de pérdidas.

Adam Smith decía que había que poner límites a los empresarios, ya que si se reunían era para restringir la libertad de mercado y la competencia. El mercado es un mecanismo que puede ser razonablemente eficaz, pero:

1. Siempre que exista competencia.
2. Que no existan desequilibrios potentes de poder, porque en ese momento, el mercado no funciona.

Ahora lo progresista es defender la competencia y la lucha contra los monopolios, y por supuesto, una redistribución económica. Una de las alternativas para lograr este objetivo es crear una Banca Pública y una serie de empresas públicas que sirvan de referencia a la competencia junto a un control de los monopolios.

Otro de los problemas que ha tenido el liberalismo español actual ha sido el choque con la idea de España. Lo liberal, que teóricamente podía haber sido condescendiente con determinadas posiciones periféricas, ha coincidido en España con unas posiciones de cierre de banderas, y esa condescendencia que era una singularidad del liberalismo español que tenía a finales del siglo XIX y principios del siglo XX, actualmente se ha perdido.

A pesar de estas sombras en nuestro liberalismo español, no podemos echar en saco roto las luces de las grandes conquistas alcanzadas en nuestra historia, como fue la introducción del Krausismo o la Institución Libre de Enseñanza, por parte de Francisco Giner de los Ríos, Ramón Carande, además de las aportaciones de muchísimos otros intelectuales del pensamiento republicano como Antonio Machado o Manuel Azaña.

Llegados a este punto, podemos concluir que, en la España de hoy no existe una opción auténticamente liberal. Lo que existe es un neoliberalismo en determinadas fuerzas políticas e intelectuales que pretenden implantar un liberalismo clásico del laissez faire radical que no interesa para nada hoy día.

Resuelta la primera cuestión, planteamos otra pregunta: ¿Es útil el liberalismo hoy? Estamos en una nueva época, vivimos en tiempos de emergencia ecosocial junto a una fase de descomposición de los grandes acuerdos democráticos de posguerra, grandes referentes de avances sociales, y por eso el peligro del fascismo es enorme. Los paradigmas están cambiando y estamos utilizando herramientas que pertenecen al pasado. Tenemos que elegir entre vivir las últimas fases de un modelo que agoniza, o intentar comprender y empujar en la buena dirección el nuevo mundo que se avecina.

¿Estaríamos de acuerdo en que lo importante ahora es tratar de garantizar una vida buena y justa a todas las personas y comunidades en un entorno de proximidad y en un planeta habitable? Esto es en lo que los movimientos de DDHH, multiculturales, feministas y ecologistas vienen confluyendo en los últimos tiempos.

¿Estaríamos de acuerdo en que para conseguir esto, hay que supeditar la economía a los límites de la biosfera y hacer una justa redistribución de la riqueza? Indudablemente, creemos que ese es el camino. El desafío histórico que supone afirmar que tenemos que poner límites a la economía, es algo que pasa por primera vez en la historia a nivel global, y es muy difícil que alguien lo hubiera tenido en cuenta en las teorías anteriores.

Creemos que en España existe una mayoría social no alienada que, aunque no pensemos todos lo mismo, podemos alcanzar un gran acuerdo para superar los retos que tenemos por delante. Es imprescindible un Estado fuerte y democrático, por lo menos para la fase de transiciones, junto con personas y comunidades jugando un papel esencial en este proceso.

En definitiva, la mayoría no alienada queremos paz, y para que exista paz social tiene que haber un Estado de Bienestar construido sobre los ejes de una fiscalidad justa y una buena gestión de los recursos.

Notas:

(1) Síntesis del debate realizado en el seno del Grupo sobre el papel del liberalismo español en la época actual.