Desde Espacio Público queremos dar nuestro adiós al gran Quino con el homenaje que le rinden desde estas páginas tres de nuestros colaboradores.

Huérfanos cual Mafalda en Buenos Aires

José Vales*

Vengo de un país donde últimamente el talento escasea y encima perdió a Quino, el creador de la genial Mafalda, personaje con el que llevó al humor gráfico a su máxima expresión y trascendió todas las fronteras.

Para entendernos, el mío es un país cuya grandeur fue adquirida en un mercado de artículos falsificados en Uruguaiana o Ciudad del Este, de la misma forma que las señoras de la alta sociedad local suelen perder sus estadías en Nueva York buscando en la periferia carteras Louis Vuitton falsas. Un país donde la palabra se devaluó al ritmo de su no-moneda, ya que para elogiar las habilidades del otro se exclama: “¡Qué hijo de puta…!”. Y así podemos seguir hasta poner en contexto el tango Cambalache.

Es ese país que en algunos pasajes de su historia nos brindó milagros geniales en la literatura con Borges y en la música con Piazzolla, o al papa Francisco y pocos más. Allí la craneó Quino, y de esos arrabales viene Mafalda, sumándose a esa cadena milagrosa que se vislumbra en proceso de extinción.

Si el canadiense Marshall Mcluhan (1911-1980), el que nos advirtió de este presente comunicacional y de la sociedad de la información, sostenía que para comprender a una sociedad acudiéramos primero a un humorista para entender al mundo, allá por 1964 y hoy también, hay que acudir a Quino, quien transportó su gran poder de observación y ese humor fraguado en una familia de padres malagueños, a sabiendas que Andalucía es la primera potencia mundial del humor.

Introvertido y de pocas palabras, pero siempre regalaba una sonrisa perenne. Era reacio a las entrevistas y de trato cordial con todos. Salvo en el 2018 cuando los grupos antiabortistas usaron la imagen de la niña más traducida del universo, ahí sí, Quino se cabreó en forma, en una de sus últimas apariciones públicas. Allí volvió a dejar en claro cuál era su compendio ideológico y creativo.

Mafalda educó, enseñó, nutrió de ideas a varias generaciones en todos los idiomas, pero Quino no se daba por enterado.

Administraba así sus angustias, en su trabajo, y su gran humildad en cada gesto. Esa humildad que sólo atesoran los grandes. Cuando se conoció con José Saramago, -cuenta Daniel Divinsky, su editor y amigo-, el autor de Ensayo sobre la ceguera le confesó que Mafalda es mi filósofa preferida, pero Quino se murió sin poder creerlo, un día después del cumpleaños 56 de su personaje más popular.

Acá nos quedamos. Un poco más huérfanos de talento de lo que estamos, pero conscientes de que ella sigue haciendo de las suyas por las calles de San Telmo. En las mismas calles donde Joaquín Lavado, confiando en León Tolstoi, como me lo recuerda un amigo, dibujó su aldea para explicar el mundo…

Mafalda, pura subversión

Marià de Delàs**

Mafalda fue siempre y es subversión en estado puro. En el humor se encuentra muy a menudo un estímulo para el pensamiento crítico. Quino lo propició con un montón de tiras, que se leyeron, se leen y se releerán no importa en qué año.

Cuesta olvidar cuando comparaba a los indios de las historietas con los norvietnamitas, después de escuchar la radio, porque unos lucharon y otros luchaban contra el ejército norteamericano. Unos ‘rojos’ y los otros ‘pieles rojas’. “Mira por donde viene a enterarse una de que los indios son comunistas”, decía la niña.

Una fuente de conocimientos para sus amiguitos, Manolito, Felipe y Susanita, bastante reaccionarios ellos y siempre desconcertados ante las reflexiones que ponen en entredicho sus prejuicios sobre el dinero, el uso de la fuerza y la familia tradicional.

Y a su pobre padre, que no quiere escuchar sus preguntas, porque le angustian y le traen problemas, pero que luego no resiste la tentación de despertarla, ya en pijama, porque las dudas no le dejan dormir.

La verdad es que las ideas de Mafalda en materia de justicia social son casi siempre radicales e inquietan a quien las escucha. Odia la cultura del dinero, se le parte el alma ante la pobreza y pone a caldo a quien la quiere esconder. La igualdad entre seres humanos le parece indiscutible, es ingenuamente pacifista y una niña rebelde ante la discriminación femenina. Lo que más le indigna sin embargo es la sopa. Para ella es algo así como el resultado de la “maldita burocracia”, contra la que debería levantarse solidariamente toda la infancia».

Quino el subversivo tranquilo

Manuel Garí***

El universo de Mafalda, su casa y amigos acabó formando parte de la familia de la gente grande y pequeña que hoy se repone de la mala noticia de la muerte de Quino. No solo se comentaban las viñetas, tiras y libritos entre sus fans adultos, sino que más de una noche cuando tocaba “recoger” -esa pesada rutina previa a que las hijas e hijos de cada cual acepten ir a la cama- el acicate era que tras ordenar podían quedarse leyendo/mirando las peripecias de la heroína junto a sus inseparables Susanita, Manolito, Felipe el vecino y mejor amigo de Mafalda, Libertad, Miguelito o el pequeño hermanito Guille. La influencia de esos tebeos sobre varias generaciones en la creación de unas mentes libre y críticas y dotarles de una ética solidaria fue bastante mayor que miles de discursos pamaternos o las aburridas clases del cole.

En medio de la convulsa historia argentina el mendocino Joaquín Salvador Lavado desde su personal personaje como Quino levantó las banderas de todas las causas que merecen la pena y convirtió sus reflexiones, en gran medida porteñas, en universales. Y nos llegó al corazón y a la razón allí dónde se publicaron sus historietas. Poco se puede añadir a lo mucho que se ha dicho -y con mayor fundamento que el mío- desde hace años sobre este dibujante, filósofo y activista de los derechos humanos y de la justicia social. Por ello opto por compartir dos pequeñas anécdotas.

En 2016 en uno de nuestros viajes a Argentina, tras una desgarradora entrevista con madres y abuelas de la Plaza de Mayo y movilizarnos con ellas y conocer por casualidad a dos hijas de desaparecidos en el colectivo que nos llevaba hasta la ESMA -paradójicamente situada en la Avenida del Libertador- y recorrer mi pareja y yo aquel museo de la maldad de la dictadura, sobrecogidos e indignados sentimos la urgencia de darnos una tregua ante el horror. Decidimos ir al día siguiente a ver la estatua a Mafalda en el cruce de las calles Santelmo y Defensa en el barrio bonaerense de San Telmo, al ladito de dónde vivía Quino. Necesitábamos respirar. Y nos dimos una vuelta buscando más personajes y rincones como tantos turistas lo hacen.

En ese mismo barrio, al día siguiente, teníamos que visitar y conocer a dos de los pocos supervivientes de la ESMA. Una pareja de trabajadores revolucionarios, ambos detenidos y torturados, que, tras reencontrarse al final del infierno, decidieron dedicarse a dar conocer lo que allí ocurrió y a exigir “verdad, justicia y reparación”. Sobreviven de una pequeña y excelente panadería y miden sus éxitos no por la cifra de negocio sino por los criminales que logran llevar a juicio. Mantuvimos una primera y larga conversación en la que nos pusieron al día de sus actividades y les contamos que aquí no habíamos podido hacer ni un museo de la memoria en Carabanchel ni llevar a juicio a nadie de Intxaurrondo y que todas nuestras esperanzas para romper el maleficio de la Ley de Amnistía (y amnesia cabría decir) estaban depositadas en la conocida como Querella argentina. Al final con cierto reparo les contamos nuestra gira turística por el barrio y les preguntamos si la estatua a Mafalda no era una manera de quitarle mordiente a su crítica, la respuesta fue contundente: para un personaje argentino que merece un homenaje no vamos a privarnos de esa figura de colores que anima la calle.

Cuando se montó hace años una exposición de su obra en terrenos del Canal de Isabel II en Madrid unos amigos comunes argentinos me presentaron a Quino. Fuimos a tomar unas tapas un grupito y me causó una gran impresión, persona parca en palabras, de trato afable, me pareció casi tan sabio como Mafalda y tan inocente como Manolito.

Notas:

* José Vales, periodista y escritor argentino

** Marià de Delàs es periodista catalán

*** Manuel Garí es economista