La imagen de un abrazo en Barcelona entre Felipe González y Javier Solana fue la más difundida en prensa y televisión para celebrar «el éxito» de la Conferencia que tenía que establecer las bases de la colaboración entre gobiernos de los quince países que en 1995 formaban parte de la Unión Europea y otros doce de la ribera sur mediterránea. Se felicitaban por el inicio de lo que se conoció y todavía se conoce como ‘Proceso de Barcelona’.

Los participantes en la cumbre aprobaron in extremis una declaración, de forma unánime, que representaba un «ambicioso proyecto», según el presidente González. Una iniciativa que tenía que permitir «mirar hacia el futuro y no al pasado», dijo Solana, entonces ministro de Asuntos Exteriores, poco antes de ser nombrado secretario general de la OTAN.

El rey Juan Carlos, hoy emérito, también se dirigió a los gobernantes asistentes a la Conferencia Euromediterránea para referirse a la capital de Catalunya como «síntesis de la estética y del espíritu mediterráneos», de la «creatividad mediterránea… cuna de civilizaciones», y para afirmar que “la paz y la seguridad de nuestros pueblos son indivisibles…”, faltaría más.

No se quería mirar hacia el pasado de las relaciones políticas, económicas y humanas entre países de la denominada región euromediterránea, no fuera a ser que se pudiera aprender alguna lección. La historia reciente no invitaba lo más mínimo al optimismo. Había que hablar del futuro. Lo que tenía que venir, no obstante, sería todavía peor.

Los participantes en la cumbre se comprometieron a crear una gran región económica y política euromediterránea, con una serie de objetivos, entre los cuales figuraba la creación de una área de libre comercio y la recomendación de cerrar acuerdos bilaterales para la «readmisión» en los países de origen de los «nacionales» que se encuentran en Europa «en situación ilegal». Un eufemismo para referirse a devoluciones en caliente, expulsiones y deportaciones.

Los gobiernos europeos favorecían de este modo el avance hacia la libre circulación de mercancías, que se concreta a menudo en ventas de material militar, y la obstaculización al mismo tiempo del movimiento de personas migrantes. Acuerdos bilaterales se han firmado desde entonces, ciertamente, para reforzar mecanismos de control policial en los países del sur sobre personas que necesitan migrar hacia el norte. Acuerdos migratorios vergonzosos, como el que la UE firmó con Turquía en 2016, o como el más reciente, firmado el pasado 16 de julio de 2023 por la presidenta de la Comisión Europea, la primera ministra italiana y el jefe de gobierno holandés con el presidente de Túnez. Se informó que la UE pagará a este país norteafricano más de 100 millones de euros para que impida la salida de migrantes hacia Europa.

El Estado tunecino se aplica en la “labor”, sin duda. La organización Migrant Rescue Watch pudo comprobar el pasado 25 de julio la llegada a la frontera libia de personas subsaharianas forzadas a huir por el desierto por las autoridades de Túnez. Se calcula que unos dos mil expulsados se encontraban hace pocos días en una zona desértica de la frontera, muchos de ellos deshidratados. Algunos habían muerto por el camino.

«Cooperación» contra los derechos humanos

Las bases de la «cooperación» euromediterránea se habían «consolidado» en 2004 en la Unión Europea, con la creación de una «agencia» de carácter represivo, Frontex, para «proteger las fronteras exteriores» de su espacio de «libre circulación», es decir, para el «control de las migraciones».

Cuatro años más tarde, en París, se fundaba la Unión por el Mediterráneo, formada por 42 estados. 27 de la UE y 15 socios del norte de África y de Oriente Próximo, para promover la estabilidad en la región y la integración entre países del norte y del sur, de acuerdo con el espíritu del ‘Proceso de Barcelona’. Se trataba, decían, de conseguir «paz, seguridad y prosperidad para todo el mundo».

El balance de tal «cooperación» resulta escandaloso. Lo sucedido durante estas últimas décadas en países como Siria, Irak, Palestina, Libia, Túnez o el Sahara Occidental, por mencionar solo algunos de los países destrozados, tiene muy poco que ver con la estabilidad, la paz, la seguridad o la prosperidad. Hay que ser muy hipócrita para concluir que en estas naciones o en otras del  África subsahariana se ha avanzado en algún sentido en el respecto de la vida.

«El aumento de las desigualdades entre Europa y África del norte y la subsahariana, el empobrecimiento de países del Este, sometidos a políticas despiadadas de ajuste estructural, la extensión incontrolable del caos en Oriente Medio, con la destrucción del Estado iraquí en 2003 y la descomposición de Siria desde 2011, provocan la huida de millones de personas hacia Europa», advertía el politólogo Sami Naïr en 2016 en debate abierto por Espacio Público. Un debate por escrito y presencial que aconsejamos revisitar. ¿Qué debe hacer la UE sobre la inmigración? (1), nos preguntábamos hace siete años. Y buscamos respuestas entre personas conocedoras de la cuestión desde diferentes puntos de vista.

Supuestamente, desde el Tratado de Roma (1957), la libre circulación de personas ha sido «un objetivo prioritario de Europa». «Tendría que haber sido una realidad desde la entrada en vigor del Tratado de la Unión Europea. No ha sido así», reconocían ya en 1997 destacadas representantes del grupo parlamentario de los socialistas europeos (2).

Ahora no sabemos ni sabremos nunca cuántas personas han muerto ahogadas en lo que llevamos de siglo XXI en el Mediterráneo y en las costas del Atlántico en su intento de huir de la miseria y de la muerte, y de buscar acogida en alguno de los países de la ribera norte. Solo conocemos algunas aproximaciones a las cifras de naufragios, de muertos y desaparecidos registradas por organizaciones humanitarias. Se cuentan ya por decenas de miles. Los gobiernos de la ribera norte solo hacen cálculos con quienes consiguen llegar. Deshumanizan la tragedia y siguen discutiendo sobre nuevas medidas para reducir lo que denominan «presión migratoria».

Desvían la mirada ante la transformación del Mediterráneo y de las costas atlánticas del Magreb en inmensas fosas comunes. Miran hacia otra parte e intentan borrar de la memoria colectiva la realidad más dolorosa. Recordaremos aquí solo algunos hechos significativos de las últimas décadas, entre otras muchísimos que se podrían citar.

El 18 de abril de 2015 un pesquero con más de 800 personas a bordo volcó en las costas de Sicilia. Sobrevivieron 28, se recuperaron 24 cuerpos. El resto desaparecieron. ¿Quién se acuerda de aquellas víctimas?

El 25 de julio de 2019 se dieron por desaparecidas 116 personas, ante las costas de Libia, en el naufragio de otra embarcación, en la cual según las autoridades libias viajaban 250 migrantes. Los supervivientes, dijeron, fueron trasladados a diferentes puntos de detención de aquel inseguro territorio.

El pasado 14 de junio de 2023, otro pesquero naufragó en las aguas del mar Jónico. Viajaban en él más de 700 personas. Un centenar sobrevivió, se rescataron algunas decenas de cadáveres y del resto no se supo nada más. ¿Quién lo recordará?

Durante aquellos días los medios estaban demasiado ocupados en difundir información sobre si cuatro barcos, junto a una decena de helicópteros norteamericanos, con la ayuda de aviones del Canadá y de un submarino francés, habían conseguido saber algo sobre cinco millonarios, tres británicos, un francés y un estadounidense, que se habían embarcado en un batiscafo para ver de cerca los restos del Titanic, en aguas del Atlántico norte.

El hundimiento de una barca que había salido el pasado 21 de junio desde el Sahara Occidental con unas sesenta personas a bordo casi pasó desapercibido en los medios de comunicación europeos. Se rescataron los cuerpos sin vida de dos personas. Veinticuatro sobrevivieron. El resto, desaparecidos. ¿Importa algo a nuestras instituciones? Otras cincuenta y una perdieron la vida dos semanas más tarde cuando intentaban llegar a Canarias. Habían pasado ocho días a la deriva en una lancha neumática. Si hubieran sido tripulantes blancos de una embarcación europea cerca de las mismas islas los informativos de radio y TV habrían abierto con el tema, se investigarían las causas, se darían todo tipo de detalles en publicaciones impresas y digitales y nuestras redes se llenarían de mensajes de pésame dirigidos a los amigos y familiares.

La ONG ‘Caminando Fronteras’ calculaba a principios de julio que, desde principios de este año, 951 personas habían muerto en el mar cuando intentaban llegar a las costas españolas.

El lector seguro que sabe que podríamos seguir y seguir, y continuar con infinidad de episodios, datos y más datos sobre muertes en circunstancias extremas y también sobre el tratamiento inhumano que reciben las personas que consiguen pisar territorio europeo, procedentes de países gravemente afectados por guerras y por los efectos de un cambio climático que la población de su tierra no ha provocado.

Dejamos para los «expertos» en geoestrategia las consideraciones sobre el grado de influencia de China y de Rusia en estos estados. Lo que nos ocupa en este texto es la insensibilidad de los defensores occidentales de hipotéticos valores democráticos, la piel gruesa que se le ha hecho a parlamentarios, funcionarios y gobernantes de la Unión Europea ante una tragedia permanente y extrema, que nunca debería considerarse como un mal secundario inevitable.

¿Hay algún representante de nuestros gobiernos, sean «progresistas» o «conservadores», que se interese por las familias de las personas que día tras día desaparecen en nuestras costas? ¿En algún momento se detienen a pensar en la tremenda e imborrable angustia que sienten madres, padres, hermanas y hermanos de personas que iniciaron un viaje en condiciones durísimas y de las cuales no han podido saber nada más? Las instituciones de la Unión Europea son directamente responsables de la deshumanización de lo que denominan «políticas migratorias», de la actuación represiva de Frontex, de la criminalización de las ONG que se ocupan de salvar y prestar auxilio a la gente que huye del hambre, las guerras, la miseria y la muerte.

¿En algún momento se depurarán responsabilidades por la acción conjunta de las policías española y marroquí, el 24 de junio del 2022, en la frontera melillense? ¿Cuántas veces habrá que recordar que en aquel lugar murieron no menos de 37 personas y que otras 76, por lo menos, siguen desaparecidas como consecuencia de la violencia policial? Tal como denunció Amnistía Internacional, ningún funcionario español o marroquí ha comparecido ante alguna instancia judicial por aquellos hechos.

Al actual Gobierno español de coalición y al que probablemente se conformará bien pronto, encabezado de nuevo por Pedro Sánchez, le corresponde en estos momentos la Presidencia rotatoria de la Unión Europea. Desde esta función se dispone a hacer frente a «un gran reto»: conseguir un «Pacto sobre Migración y Asilo», «un acuerdo equilibrado» con el cual todos los países de la Unión se sientan cómodos.

Tal como señala la CEAR, lo que se propone, por el momento, no garantiza la responsabilidad compartida en materia de asilo, introduce un control previo de entrada y profundiza en el modelo de externalización de fronteras. «No pone en el centro de las políticas migratorias y de asilo la protección de las personas”.

El tratamiento que reciben las personas que vienen hacia Europa desde otros países tendría que cambiar radicalmente con el nuevo gobierno. La llamada cooperación euromediterránea se encuentra actualmente marcada por la xenofobia y el racismo institucional. Las fuerzas que apoyen al nuevo Ejecutivo, si se proclaman defensoras de los derechos humanos, no solo tienen que denunciar comportamientos discriminatorios, sino que han de plantar cara a los gobiernos europeos y regionales, partidos, organismos y entidades que atentan contra derechos y libertades de la población, independientemente de su origen.

Hay que favorecer las redes de auxilio y de apoyo ciudadano a todo aquel que se ve obligado a abandonar su tierra, y que se apruebe, como dice la CEAR, «un mecanismo de solidaridad obligatorio y permanente». Lo que se gasta en control policial, dentro y fuera de la UE, hay que invertirlo en auténtica cooperación humanitaria y en garantizar vías seguras para quienes tienen necesidad de migrar.

(1) Varios autores ¿Qué debe hacer la UE sobre la inmigración? Espacio Público, 2016

(2) Anna Terrón y Francisca Sauquillo. 1997, año europeo contra el racismo y la xenofobia. Libre circulación, migraciones y asilo: la problemática de las fronteras. Grupo Parlamentario del Partido de los Socialistas Europeos.

Dado el contexto de la epidemia racista -con brutalidad policial, muertes en las fronteras, el auge de la extrema derecha…- es muy positivo que Espacio Público quiera tratar el problema. Pero lo primero que les dije cuando me pidieron un artículo era que debían recoger las visiones de personas migradas y racializadas.

Me han asegurado que así lo harán y, de hecho, han solicitado un artículo a un compañero negro del movimiento unitario contra el fascismo y el racismo; un compañero que, a pesar de haber nacido en Catalunya y de ser catalán en todos los sentidos, sabe por experiencia personal que la policía lo ve como “diferente”. Pero él ya explicará sus propias vivencias.

Yo aprovecharé esta oportunidad para hablar desde mis experiencias y mi visión. Quiero explicar por qué pienso que una persona corriente blanca debería luchar, de la manera más activa posible, contra el racismo.

Escribo en un momento en que una ola de protestas contra el racismo se extiende por todo el mundo, bajo el grito de Black Lives Matter; las vidas negras importan. Ciudades de todo EEUU han explotado de rabia tras el asesinato de George Floyd a manos de la policía de Minneapolis. En Gran Bretaña, donde yo crecí, hay protestas incluso en pequeños pueblos rurales, mientras que las ciudades han visto movilizaciones de miles, incluso decenas de miles, de personas. En el Estado español también se han visto protestas importantes, muchas de ellas convocadas por una nueva organización, la Comunidad Negra Africana y Afrodescendiente en España (CNAAE).

Este sábado, 20 de junio, habrá protestas en diferentes países con motivo del día internacional de la persona refugiada. En el Estado español las acciones exigen la regularización de todas las personas migradas y refugiadas.

Hace muchísimo tiempo que sobraban motivos para este levantamiento antirracista. Sin embargo, si queremos que estas luchas logren victorias reales, debemos aprender de las luchas vividas, tanto recientes como de siglos pasados.

Primero vinieron a por los judíos…

En su famoso poema escrito tras la segunda guerra mundial y el Holocausto, el Pastor Niemöller advirtió contra la idea de que la opresión dirigida a otro grupo no te afecta: “Primero vinieron a por los judíos, y yo no dije nada, porque no era judío. Luego vinieron a por los comunistas, y yo no dije nada, porque no era comunista… Después vinieron a por mí, y ya no quedaba nadie para defenderme”.

Este poema está en la cabecera de la web del movimiento unitario en Catalunya, Unitat Contra el Feixisme i el Racisme (UCFR), desde su creación en 2010. Subraya el argumento de que el antirracismo no es una cuestión de caridad, sino de solidaridad, frente a un problema que nos afecta, de diferentes maneras, a la gran mayoría de la población.

El caso de George Floyd tenía que ver con el racismo hacia un hombre negro, afrodescendiente, y los asesinatos por parte de la policía estadounidense afectan desproporcionadamente a los hombres negros. Según una web sobre la violencia policial, analizando los 1.098 asesinatos policiales en EEUU en 2019: “Los negros fueron el 24% de los asesinados a pesar de ser sólo el 13% de la población”. Es, por tanto, muy positivo el surgimiento del nuevo movimiento negro en el Estado español, la CNAAE, y que éste lidere las protestas aquí contra el asesinato de George Floyd.

Aparte de la negrofobia, dirigida contra las personas africanas o afrodescendientes, existen otras formas de racismo, que también hay que combatir. En el Estado español, existe el racismo contra la gente del Magreb, lo que algunas personas llaman “morofobia”, reutilizando el término despectivo tan extendido. Al llegar el coronavirus, se hizo más visible el racismo ya existente contra personas vistas como chinas. Una de las formas más arraigadas del racismo en el Estado español es el antigitanismo y no hay indicio alguno que éste se modere.

El racismo no tiene que ver únicamente con supuestas “razas” y presuntas diferencias biológicas. Tras la Segunda Guerra Mundial, varios intelectuales racistas y fascistas empezaron a presentar su odio como una cuestión de “diferencias culturales”. Durante las últimas décadas, quizá el racismo más virulento a escala mundial es la islamofobia. En este tiempo, millones de personas han muerto, o han sido encarceladas e incluso torturadas, en las “guerras contra el terror” impulsadas por todas las potencias -grandes y medianas- del mundo. Acabo esta lista -necesariamente incompleta- con el antisemitismo, también llamado judeofobia, que está resurgiendo con el auge de la extrema derecha, alimentado por teorías de conspiración que son respaldadas incluso por algunos sectores de la izquierda. Es terrible pensar que el racismo que provocó seis millones de muertos haya podido reactivarse, como si Auschwitz no hubiera existido… o como si no importase.

El racismo toma múltiples formas, y es muy importante ver que se refuerzan mutuamente; no se puede combatir una forma de racismo mientras se justifica otra.

Tras la terrible experiencia del Holocausto, muchas personas judías apoyan al Estado de Israel y justifican sus políticas racistas contra la población palestina, fomentando así la islamofobia. Algunas fuerzas políticas israelíes colaboran activamente con partidos fascistas europeos. Éstos crecen con la islamofobia pero también acaban fomentando el antisemitismo.

Por otro lado, está Louis Farrakhan, millonario y líder de Nación de Islam -una importante organización negra musulmana en EEUU- que hace declaraciones antisemitas. Tiene razón al denunciar que EEUU es un país racista, construido mediante la esclavitud, pero al promover el antisemitismo y culpar a “los judíos”, sólo fomenta más odio, y distrae del problema real. (Quizá por ser millonario, no le interesa señalar el problema de fondo…) En todo caso, las personas que se dejan influir por estas ideas de Farrakhan se equivocan. No está en el interés de ninguna persona racializada de a pie fomentar el racismo contra nadie.

Una persona corriente blanca no sufrirá racismo en su propia piel -no hay “racismo anti-blanco”- pero los efectos nefastos del racismo sobre la sociedad, y contra los intereses de la gente pobre trabajadora, sí la afectarán. El viejo refrán, “divide y vencerás”, se aplica de pleno. Cuando el 1% más rico que manda en esta sociedad ataca nuestras condiciones de vida, le interesa mucho que el 99% restante nos pongamos a culparnos mutuamente, que pensemos que la culpa de la falta de servicios sociales la tienen las personas migrantes, no las fuerzas políticas y sociales que realmente atacan a estos servicios. Por otro lado, la fuerza policial que agrede, o incluso mata, a una persona negra hoy, tendrá más impunidad para cargar contra un sindicalista, o manifestante contra el cambio climático, mañana.

Así que hay que insistir que si bien es lógico que las personas negras se sienten especialmente interpeladas por el asesinato en Mineápolis, también es lógico y positivo que cualquier persona trabajadora, de cualquier procedencia, sienta la necesidad de levantar la voz contra esta injusticia… de hecho, así entendemos la amplitud y las diversidad de las protestas de Black Lives Matter. Ahora podemos y debemos decir “vinieron a por George Floyd, y ¡no nos callamos!”

“Es una cuestión de educación”

Es frecuente oír comentarios diciendo que el racismo es producto de una educación mala, y que la solución sería una educación mejor.

Lo cierto es que, a pesar del buen trabajo de mucha gente de la comunidad educativa, el sistema escolar actual es racista. Difícilmente puede ser de otra manera, dado que refleja a una sociedad y a un Estado estructuralmente racistas. Así que el sistema educativo no es la fuente del racismo, pero tampoco puede ser el instrumento de cambio: es más bien uno entre muchos otros campos de batalla.

Sí hace falta educación contra el racismo, pero el cambio no empezará en las escuelas.

Los movimientos sociales y la izquierda debemos -como parte de nuestra actividad política- educarnos colectivamente sobre el racismo, y aprender de los movimientos contra el racismo a lo largo de estos últimos siglos. No olvidemos que quién no aprende de la historia está condenado a repetirla.

Debemos educarnos sobre el racismo en sí, y la historia colonial. Si no aprendemos esto, no entenderemos por qué las y los manifestantes en Bristol, Gran Bretaña, tenían razón al derribar la estatua de un esclavista para tirarla al río, iniciando así una serie de acciones parecidas en EEUU; incluso en Cuba unos activistas han propuesto el derribo de una estatua dedicada a un personaje histórico racista. Sin esta autoeducación, no entenderemos por qué aquí deberíamos tirar abajo las estatuas de Colón (si llegan a tiempo para hacerlo de manera oficial, las podrán guardar, para quizá exponerlas en un museo sobre el racismo y el genocidio cometido en las Américas; si tardan mucho, como en Bristol, pues mala suerte).

La ola actual de luchas se origina en EEUU y ese país tiene un historial riquísimo de luchas contra el racismo, y de autoorganización de la gente negra. También en el Estado español deberíamos aprender de aquellas experiencias. Del movimiento por los derechos civiles liderado por Martin Luther King, Malcolm X y los Panteras Negras, sí, pero también de figuras como Frederick Douglass, el activista negro del s.XIX que luchó por la abolición de la esclavitud, del movimiento de Marcus Garvey a principios del s.XX, o del impresionante papel jugado por la izquierda marxista, con una fuerte presencia de gente negra, en una serie de luchas contra el racismo en los años 20 y 30…

En Gran Bretaña, más gente debería aprender acerca de figuras como William Cuffay, un trabajador británico negro que lideró el movimiento obrero masivo e insurreccional de mediados del s.XIX, los Cartistas. Él es sólo una figura más en una larga historia de estas luchas.

(Adelantando mi argumento abajo, una lección que se extrae claramente de estas experiencias es que la autoorganización de gente negra, donde se hace con éxito, conduce hacia luchas unitarias más fuertes, que unen a gente negra y gente blanca. Es ilustrativo que tanto Martin Luther King como Malcolm X, que empezaron por liderar movimientos principalmente negros contra el racismo, llegaron -poco antes de ser asesinados- a ver que hacía falta una lucha mucho más amplia y social contra el sistema en su conjunto. El 3 de abril de 1968, la noche antes de su asesinato, cuando estaba en Memphis, Tennessee para apoyar una huelga, King dio el discurso de “He estado en la cima de la montaña”. Aquí declaró: “Tenemos que permanecer juntos y mantener la unidad… El problema es la injusticia… 1.300 trabajadores municipales de limpieza están en huelga, y Memphis no es justo con ellos.” Malcolm X empezó a cambiar su visión radicalmente tras su visita a La Meca. Aquí van unos ejemplos de sus declaraciones en ese último año de su vida: “Hoy estamos viendo una lucha global de los oprimidos contra el opresor, los explotados contra los explotadores”; “Muéstrame un capitalista y te mostraré un chupasangre” y “No puedes tener capitalismo sin racismo”. No consta que llegase a ser socialista, pero dijo que si encuentras a alguien que “que no tiene racismo en su perspectiva, generalmente será socialista”.)

La educación social acerca de la historia del racismo y de la lucha contra él ha avanzado mucho en EEUU y Gran Bretaña durante las últimas décadas. Desde los movimientos sociales y políticos, ha llegado a las instituciones y el sistema educativo, y ahora cada año se celebra el Mes de la Historia Negra. Mi sensación es que en el Estado español queda muchísimo trabajo por hacer en la recuperación de la historia, tanto del racismo como de las luchas en su contra. (Debo confesar que no tengo ni idea de quiénes serían los equivalentes aquí de Frederick Douglass y William Cuffay, ni mucho menos quiénes serían las equivalentes femeninas, pero estoy seguro de que existieron y lucharon.)

Debemos y podemos exigir que se elimine el racismo en el sistema educativo, y debemos respaldar al profesorado que ya trabaja en este sentido, pero necesitamos esa materia prima, las historias concretas para contar. Estas experiencias reales del pasado serán un instrumento más efectivo para descolonizar la educación que unas teorías académicas abstractas. Y, volviendo al inicio de esta sección, la educación antirracista sólo será una realidad gracias a victorias en la lucha política y social antirracista.

Unidad contra el fascismo

Finalmente, insisto de nuevo en la lucha unitaria. Si la lucha contra el racismo forma parte del interés objetivo de toda persona normal y corriente (es decir, excluyendo a la pequeña parte de la población que sí obtiene beneficios del sistema social actual), la lucha contra la extrema derecha lo es aún más, y de manera más directa.

El fascismo representa un peligro mortal, literalmente, para las personas racializadas, y también para las mujeres, las personas LGTBI, sindicalistas, gente de izquierdas (y para los fascistas es igual que seas reformista light, marxista revolucionaria o anarquista del black block; te odian por igual), y un largo etcétera. Todos estos grupos -es decir, el conjunto de la clase trabajadora- sufrió bajo el fascismo en la década de 1930; de volver al poder ahora, sería incluso peor… porque la crisis actual es incluso peor, no sólo económica, sino también climática, y de salud pública, con el virus.

He participado en muchas manifestaciones en mi vida, pero aún me acuerdo de la primera, en 1978. Fue en Birmingham, la segunda ciudad de Gran Bretaña, contra un acto del partido fascista, el Frente Nacional. Uno de los gritos destacados fue “Black and White, unite and fight: smash the National Front!”; “Negros y blancos, uníos y luchad: ¡destrozad el Frente Nacional!”. (En esa época, el término “negro” se utilizaba en los movimientos para referirse a personas no blancas en general.) La manifestación fue convocada por la Anti Nazi League, movimiento unitario de entonces contra la extrema derecha. Este movimiento tenía claro que no se podía luchar contra el fascismo sin luchar contra el racismo, y que no se podía combatir el racismo sin la participación activa de gente negra. Y no se trató sólo de alguna cara simbólica, un académico o un actor; no, las protestas más importantes contaron con la participación activa y combativa de mucha juventud negra, tanto afrocaribeña como asiática (la autoidentificación de este último grupo como “musulmanes” llegaría más tarde, en respuesta a la islamofobia). Pero también tenía muy clara la necesidad de la unidad; no era una lucha que sólo afectara a un sector, sino a (casi) todo el mundo; por tanto, hacía falta la lucha unitaria, lo que no excluía en absoluto el reconocer las situaciones diferentes y opresiones específicas sufridas por grupos concretos.

El éxito de esa estrategia lo confirma el hecho de que casi nadie ha oído hablar del Frente Nacional británico, que en los años 70 era mucho más fuerte que la copia que creó Le Pen en Francia. En Gran Bretaña ese partido fascista fue derrotado a principios de los años 80, y luchas unitarias posteriores han hundido a los sucesivos intentos de crear partidos racistas de extrema derecha. Esta larga lucha ha ayudado a crear una cultura antirracista en Gran Bretaña que es bastante fuerte y extendida. El racismo no ha desparecido, por supuesto, (para conseguir esto, haría falta un cambio social mucho más profundo) pero la fuerza y extensión de las protestas Black Lives Matter reflejan, entre otras cosas, estas décadas de trabajo unitario, ahora bajo el nombre de Stand Up To Racism.

En el Estado español, ante la amenaza de VOX (y la voxificación del PP), junto con el siempre presente racismo institucional, hace falta una lucha lo más amplia posible, que una a gente negra y blanca en un trabajo conjunto. Ni el “antifascismo radical” clásico -que a menudo ni se plantea combatir el racismo como tal- ni las ONGs caritativas -típicamente muy burocratizadas- han conseguido (y quizá ni han buscado) la participación activa de gente negra. La lucha unitaria, si se hace bien, ha demostrado la capacidad de implicar de manera activa a gente negra, a movimientos de mujeres, a grupos LGBTI, organizaciones vecinales, partidos y sindicatos… en un trabajo común, contra el racismo y los demás odios promovidos por la extrema derecha.

Así que debemos dar la bienvenida al protagonismo actual de gente negra, africana y afrodescendiente en la lucha de Black Lives Matter. Pero ninguna persona antirracista blanca debe pensar “ahora lo puedo dejar, de la lucha contra el racismo se harán cargo ellos”. Primero, porqué aquí no hay “ellos” sino las diferentes partes de nosotros/as. Segundo, porque si queremos derrotar al racismo, y todo lo que lo implica, necesitamos a (casi) todo el mundo.

David Karvala es activista de Unitat Contra el Feixisme i el Racisme, militante de la red anticapitalista Marx21, y autor del libro El antifascismo del 99%.

A medida que el confinamiento va quedando atrás podemos analizar con más detalle qué ha ocurrido, porque todo ha sido muy nuevo. ¿Todo? Bueno todo no, porque, por ejemplo, la falta de reconocimiento a lo que aportan los inmigrantes a nuestras sociedades no se ha modificado.

Los inmigrantes han sido uno de los pilares en los que se ha sustentado nuestra sociedad para resistir el confinamiento (que ha sido confortable para las personas de rentas medias o altas) en buena parte porque los inmigrantes han sido fundamentales para mantener muchas de las estructuras básicas de producción, distribución y venta, trabajando además en los puntos más peligrosos de todas las cadenas.

Muchos inmigrantes se han jugado el tipo para cubrir las necesidades básicas de todos, lo que nos han permitido salir adelante en el confinamiento.

Los temporeros de la fruta,  por ejemplo, han seguido en las mismas extremas condiciones de siempre en un momento de hipocondría colectiva, durmiendo en las calles de Lleida, sin medidas higiénicas, desprotegidos contra el Covid-19 como ha señalado la plataforma Fruita amb Justicia Social. Solo se han habilitados pabellones para los temporeros enfermos de Covid-19

O los mataderos que han sido en numerosos países una auténtica ratonera para muchos inmigrantes: el vivir hacinados en las propias fábricas, trabajando a bajas temperaturas (lo que incrementa la peligrosidad del Covid 19) ha hecho estragos entre los trabajadores. Así, la Cadena Tyson, una de las principales procesadoras de carne en Estados Unidos, pasó en un solo mes de 1.600 empleados afectados a 7.000, según un análisis del Washington Post. Un reciente estudio de Food & Environment Reporting Network, organización sin ánimo de lucro, estimó que había por lo menos 17.000 contagiados.

O toda la cadena afectados en la plantas procesadoras de pollos del polígono industrial de Azambuja al norte del área metropolitana de Lisboa. O sin ir tan lejos en Huesca dos empresas cárnicas han llegado a tener a más del 25% de los trabajadores afectados.

Ya tenemos bastantes datos que nos confirman que el Covid-19 ha tenido un efecto mucho más letal en los grupos sociales con rentas bajas (como los inmigrantes). Es de destacar la afectación de la comunidad filipina en Londres o la de los afroamericanos en Estados Unidos. O la mucho mayor afectación en distritos como o Moratalaz en Madrid o Nou Barris en Barcelona, donde los datos de movilidad nos indican que era mucho más alta que en el resto de Madrid y Barcelona.

Los aplausos para el personal sanitario han sido muy merecidos, pero otra gente también se ha jugado la vida. Una vez más, como Ulises en la Odisea, los inmigrantes son los nadie.

Y no tardaremos en ver que pronto habrá quien encima les echará la culpa de la crisis.

*Artículo publicado en Diario Público: https://blogs.publico.es/joseba-achotegui/2020/06/01/por-la-regularizacion-ya-de-los-inmigrantes-que-se-han-jugado-el-tipo-por-todos-en-el-confinamiento/

Una iniciativa en favor de Proactiva Open Arms

Dentro de poco se publicará Blau, un libro que cuenta la historia de las personas migrantes que huyen de la guerra y la pobreza y se juegan la vida atravesando el mar Mediterráneo. El cuento, orientado al público infantil y juvenil, está editado por la editorial Pol·lenedicions y cuenta con una campaña de micromecenazgo que ya está en marcha y que servirá en parte para editar el libro y para contribuir económicamente a la labor de la organización Proactiva Open Arms.

Podéis contribuir y convertiros en mecenas del proyecto en el siguiente enlace: https://vkm.is/blau

El cuento explica la historia de una niña y un niño que conocen a un ser que construye réplicas del fondo del mar con la basura que se va encontrando. Este ser les cantará una canción sobre los desaparecidos en el Mar Mediterráneo. El libro, ilustrado cariñosamente por Gemma Aguasca y escrito con delicadeza por Mònica Ortega y Laia Roca, esconde, como el mismo Mediterráneo, una realidad dramática.

Así, el libro quiere realizar tres denuncias que se cuentan entre las más importantes y urgentes del presente: la basura que nuestra sociedad acumula en el mar como si fuera un vertedero invisible que (como vemos en el cuento) acaba por aflorar, las muertes de migrantes de las que cada semana recibimos noticias en un goteo cruel y constante y, por último, la reivindicación de las historias de estas personas desaparecidas. Igual que ocurre en otros contextos (los asesinatos de mujeres en México o las víctimas civiles en conflictos armados como los de Siria y Yemen), cuando se acumulan los nombres de aquellas personas que han muerto o desaparecido, aumenta también su anonimato. Ya son solo nombres que van componiendo una lista. ¿Pero cómo hacer para que estos nombres sean algo más? ¿Cómo ver a las personas que las estadísticas y la actualidad acelerada ocultan? Blau consigue dar una respuesta a estas preguntas por medio de la ficción.

Y las lectoras y lectores, que también pensamos que estas preguntas son importantes, tenemos la oportunidad de participar en un proyecto que confronta de lleno tanto la alarma ecológica como la alarma migratoria y proyecta sus resultados a la gente más joven. Todo ello con un trabajo en el texto y las ilustraciones que resulta tan emotivo como necesario.

Cabe destacar también su colaboración con Open Arms, cuyos miembros también podrían componer muchas canciones como la que sale en este libro.

En definitiva, más iniciativas como Blau y más historias como esta.

moderado por:

  • Carlos Enrique Bayo

    Periodista

  • Henrique Mariño

Conclusión del debate

Tras crisis de los refugiados subyace el fracaso político de la UE. Es la conclusión a la que han llegado este jueves los ponentes del debate Europa ante la inmigración, organizado en Madrid por el foro Espacio Público, la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR) y el diario Público. No sería, pues, una crisis coyuntural debido al éxodo motivado por la guerra siria sino la constatación de que las políticas comunitarias han dado la espalda a los extranjeros que buscan un futuro mejor o huyen de conflictos.

“La UE fracasó en su política de emigración, dejándola treinta años en manos de las mafias. No es un problema de individuos sino un problema estructural”, cree el politólogo Sami Naïr, encargado de abrir el acto, celebrado en Ecooo, y que llenó por completo los espacios habilitados para seguir el debate. “La crisis de los refugiados ha demostrado la ausencia de una política común”, añade el filósofo francés de origen argelino, que considera que “Europa ha pisoteado sus valores”.

El último ejemplo, el pacto con Turquía para expulsar a los solicitantes de asilo llegados a Grecia, que a su juicio “no va a funcionar porque los países miembros no lo van a aplicar o lo aplicarán según sus intereses”. Es decir, que no acogerán a los refugiados que deberían. Basta el ejemplo de España, que en seis meses sólo ha recibido a dieciocho de las casi 16.000 personas que se comprometió a traer a nuestro país.

“Puede erigir los muros que quieran, porque las migraciones seguirán”, añadió Naïr, convencido de que hoy en día “la UE no existe” y de que “sus dirigentes no representan a las sociedades europeas”. Frente a esa pasividad institucional, son las ONG quienes asisten a los recién llegados, lo que lleva al responsable de relaciones externas de Médicos Sin Fronteras, Carlos Ugarte, a considerar “impresentable” que sean los voluntarios quienes tengan que asumir la función de la Unión Europea.

“El faro a la hora de adoptar una solución política es tratar a la gente con humanidad”, cree el miembro de MSF. “Uno no puede blindar las fronteras sin que se desvíen los flujos migratorios hacia los puntos más peligrosos, es decir, hacia el mar”. Ugarte, que recordó que en 2015 hubo casi 60 millones de personas desplazadas en el mundo, criticó a Frontex por estar orientado a la protección de las fronteras, “lo que demuestra la ceguera absoluta de la UE”, que permite que el mar “haga una criba”.

“No sólo es una crisis humanitaria sino también una crisis de derechos humanos”, explicó Itziar Ruiz-Giménez Arrieta, profesora de Ciencia Política y Relaciones Internacionales de la Universidad Autonóma de Madrid. También supone una “crisis de valores de las instituciones europeas, que debería repensar su política exterior”, añadió la moderadora del acto, que dio paso a Estrella Galán, convencida de que “el derecho de asilo ha sido secuestrado, por no decir que ha sido ahogado intencionadamente en el Mediterráneo”.

La secretaria general de CEAR no sólo fue crítica con la “deshumanización” de Bruselas, cuyas estrategias “son parches porque las rutas van a cambiar”, sino también con el Gobierno de Mariano Rajoy. “España ha enseñado a la UE cómo expulsar legalmente a los refugiados, al tiempo que les sigue exigiendo el visado de tránsito, un trámite que no se puede realizar cuando las embajadas cierran debido a las guerras”.

Marina Albiol quiso dejar claro que “ésta no es una crisis humanitaria inevitable sino consecuencia de políticas llevadas a cabo por la UE y Estados Unidos debido a intereses económicos, que es lo que hay detrás de todas las guerras”. La europarlamentaria de Izquierda Unida advirtió además de que “la extrema derecha no está sola”, pues su discurso está siendo compartido por partidos socialdemócratas, conservadores y liberales.

“El acuerdo con Turquía, ilegal e inhumano, es un mercadeo de intereses, pues se compran y venden personas por 6.000 millones”, concluyó Albiol, quien llamó a la movilización de la ciudadanía: “No vamos a ganar nada en los Parlamentos que no se haya ganado previamente en las calles”.

Tras su intervención, tomaron la palabra una veintena de expertos, periodistas, políticos y representantes de ONG. Julio Rodríguez, exjefe del Estado Mayor de la Defensa, criticó el uso de la “estrategia del miedo” por parte de la UE, que ha fracasado por aplicar “soluciones cortoplacistas a problemas que vienen de lejos». El número dos de Podemos al Congreso por Zaragoza, que finalmente no fue elegido diputado en las pasadas elecciones generales, recordó que, tras los atentados de París, las empresas armamentísticas se dispararon en bolsa.

Antonio Miguel Carmona, que encabezó la candidatura del PSOE al Ayuntamiento de Madrid, trajo a la memoria que “Europa creció gracias a la llegada de inmigrantes”. A su juicio, Bruselas no lleva a cabo una política migratoria sino “antimigratoria”, por lo que la gestión de los refugiados supone una “vergüenza”. Carmona, al igual que antes había hecho Galán, censuró que los campos de refugiados se hayan convertido en “campos de internamiento” o de detención. Y abogó por una Europa multicultural: “Debe abrir sus fronteras porque no pertenece a los europeos sino al mundo. Si no es así, dejará de ser Europa”.

Fede García, que trabaja con inmigrantes desde SOS Racismo Araba, criticó “unas leyes que impiden que personas que llevan en nuestro país muchos años no puedan conseguir los papeles”, mientras que el secretario de la federación estatal de la citada organización no gubernamental, Mikel Mazkiaran, pidió la retirada de subvenciones a los partidos que fomentan el odio. “La UE está cometiendo un delito de omisión de socorro, pero como no la podemos enviar a un tribunal, la ciudadanía tiene que tomar la acción”, apuntó.

La necesidad de dar ese paso adelante fue compartido por varios ponentes. Así, la socióloga Cristina Santamarina consideró que “la sociedad civil tiene que pasar a la acción y generar un movimiento cívico, porque no se está poniendo en juego la humanidad de las personas que buscan refugio sino también nuestra propia humanidad”. Por su parte, Patricia Orejudo, profesora de Derecho Internacional Privado de la Universidad Complutense, creyó conveniente “recapacitar sobre cómo nos hemos venido comportando para cambiar esa actitud”.

Rosa Martínez, diputada de Equo, incidió en que en los desplazamientos forzosos también influye el cambio climático, que podría afectar en el futuro al sudeste español. “Es un multiplicador de los efectos políticos, como se refleja en Siria, donde seis meses antes de la guerra una sequía provocó el éxodo a las ciudades”. Por su parte, Nuria del Viso, investigadora Fuhem Ecosocial, subrayó el “problema estructural” de que “pocas personas tengan un nivel de vida despilfarrador a fuerza de explotar los recursos de muchas personas, lo que provoca que termine habiendo desplazados”.

El mundo del periodismo también tomó la palabra. Fernando Berlín se refirió al “fracaso de la moral individual”; Jesús Maraña, director editorial de infoLibre, advirtió del “peligro de la ausencia democrática”, que provoca “que se actúe a espaldas de lo que exige la ciudadanía”; y Pepe Mejía pidió el derecho a voto para los inmigrantes, el cierre de los CIE y el fin del “negocio» de las deportaciones.

Ussama Jandali, portavoz de la Asociación de Apoyo al Pueblo Sirio, coincidió con Albiol en el peligro que representa el avance de la extrema derecha y abogó por luchar para que los ultras y otros partidos “no puedan capitalizar lo que está ocurriendo, llevándonos a la deriva”. Jandali también consideró que “hay que trabajar en origen para evitar que la gente no tenga que huir” y fue crítico con la “hipocresía” de ciertos discursos de izquierda que critican los bombardeos de EEUU pero se tapan los ojos ante los de Rusia.

El economista Manuel Garí denunció que la UE ha sufrido “una involución autoritaria”, por lo que resulta necesaria “una labor ingente de reconstrucción de otra globalización de la solidaridad y la cooperación”, mientras que Pablo Sapag, profesor de la Universidad Complutense y del Centro de Estudios Árabes de la Universidad de Chile, se refirió a la “malversación conceptual” que lleva a “confundir a inmigrantes con refugiados”.

La presidenta de la Sociedad Española de Medicina Humanitaria, Pilar Estébanez, mostró finalmente su tristeza porque “la primera vez que la UE de los Veintiocho tiene una crisis hemos tratado a las víctimas sin dignidad”, lo que le llevó a sentenciar que “la Europa social está muerta”. Para que cambie, Estébanez también apostó por “salir a las calles” para protestar contra “la cloaca y el vertedero de los derechos humanos” en los que se han convertido nuestras fronteras, en palabras de un asistente al acto que intervino tras los invitados.

Este debate presencial, que contó con la presencia de numeroso público e hizo necesario habilitar otra sala en la que los presentes pudieron seguir las intervenciones a través de una pantalla, pone fin al debate online ¿Qué debe hacer la UE sobre la inmigración?, que desde finales de enero puede seguirse a través de la web de Espacio Público.

Ponencia inicial

¿Qué debe hacer la UE sobre la inmigración?

¿Qué debe hacer la UE sobre la inmigración?

¿Qué debe hacer la UE sobre la inmigración?

  • Sami Nair

La UE se enfrenta a dos tipos entremezclados de demanda migratoria; una estructural: la de los inmigrantes económicos; otra coyuntural: la de los solicitantes de asilo. Los primeros intentan escapar de la miseria en países pobres no comunitarios, los segundos huyen de situaciones de guerras civiles. Ahora bien, desde que se proyectó una estrategia de contención de los flujos migratorios en 1986, por causa de la creación de un espacio económico común, materializado por el Acta Única (1986), el Tratado de Maastricht (1991) y los Acuerdos de Schengen (1993) seguidos por el Convenio de Dublín (2003), la UE siempre tuvo una visión de la demanda migratoria instrumental y cortoplacista. Esquemáticamente definido, el lema era: primero favorecer la libre circulación de los comunitarios (adopción de la libertad de circulación y establecimiento en el Tratado de Maastricht), segundo, los extra comunitarios sólo pueden ser aceptados cuando se les necesitan.

Se instauraron varias medidas: el cierre de la libertad de inmigración laboral para los no-comunitarios a cambio de un aumento de la reagrupación familiar para aquellos instalados legalmente en Europa; la reducción drástica de la concesión del estatuto de refugiado y, por tanto, del derecho de asilo; la gestión policíaca del control de fronteras y, por fin, la adopción, en 2003, del principio por el cual el solicitante de asilo no puede interponer su solicitud en el país final de destino sino que debe hacerlo en el de llegada a Europa. Esta última decisión, impuesta por los países del primer círculo europeo (principalmente Alemania y Francia) obligaba a los demás a volverse gendarmes de la estrategia migratoria europea. De ahí la creación de barreras en las fronteras externas europeas para contener a los inmigrantes (campos de internamientos y Frontex).

Esta estrategia ha funcionado con un éxito relativo hasta 2008. Pero la crisis económica, el aumento de las desigualdades entre Europa y África del norte y subsahariana, el empobrecimiento súbito de los países del este sometidos a políticas despiadadas de ajuste estructural, la extensión incontrolable del caos en Oriente Medio con la destrucción del Estado iraquí en 2003 y la descomposición de Siria desde 2011, provocan la huida de millones de personas hacia Europa. Frente a esa enorme demanda de socorro, la muralla de los acuerdos de Schengen y Dublín se ha derribado. Y más grave aún, la UE ha sido incapaz de reaccionar colectivamente.

La tendencia actual de renacionalización de las políticas migratorias, que se perfilaba desde los años 2010, lo demuestra con creces.

En realidad, si las políticas de contención de estos últimos treinta años saltan hoy, es, por un lado, porque han llevado a la acumulación de una enorme demanda migratoria insatisfecha de las poblaciones migrantes y, por otro, porque la UE no tenía una política común de gestión de la misma en su entorno geoeconómico.

Era una ilusión irresponsable considerar que se podía construir un espacio económico europeo rico e integrador sin tener en cuenta la situación económica y política del contexto regional extra europeo: la población de la orilla sur del Mediterráneo va a superar los 356,9 millones de habitantes para mediados de 2030 sin que se pueda prever una mejora en la capacidad integradora de los mercados de trabajo en estos países. En África subsahariana, la población está creciendo rápidamente y va a alcanzar los 1.369 millones de habitantes para mediados de 2030, con un aumento estimado, según proyecciones de la ONU, de 200 millones de personas por década. A eso hay que añadir que África subsahariana no ha reducido su tasa de pobreza estos últimos 25 años. Según un informe del Banco Mundial, “solo consiguió sacar a un 28% de la población de la penuria, porcentaje que chirría frente al norte de África (81%), sudeste asiático (84%) y América Latina y el Caribe (66%).» En consecuencia, la demanda migratoria será incontenible.

Por otra parte, si los países del Este no sufren el mismo auge demográfico, en cambio sí que afrontan una importante demanda de empleo pues sus condiciones de vida y poder adquisitivo están cada vez más condicionados por el euro y el mercado único europeo. De ahí la irreprensible necesidad de emigración hacia la zona euro. Y si desde Afganistán, Iraq, Siria, la demanda migratoria es de peticionarios de asilo, en el fondo también se trata de una emigración económica. Igual desde Eritrea, Somalia, Níger, Libia.

Hoy en día, es de hecho muy difícil diferenciar entre los solicitantes de asilo y los inmigrantes económicos, puesto que todos padecen la misma condición económica y social.

Frente a esta situación, los países europeos están divididos: unos necesitan inmigrantes (Alemania), otros no. Y cada uno va a lo suyo. La única manera de salir de este círculo vicioso, es replantear radicalmente la estrategia europea en materia de inmigración. Por ello, es preciso tener claro una visión de largo alcance.

En primer lugar, se debe admitir claramente, y explicárselo a la opinión pública, que los flujos migratorios seguirán: es verdad, por varias razones, que es imposible abrir las fronteras para volver a la libre circulación e instalación que prevaleció casi hasta 1980, pero la gestión policíaca imperante hoy en día no basta. El aumento de la inmigración ilegal, las dificultades de integración vinculadas a la reagrupación familiar y la proliferación de las mafias de trata de seres humano atestiguan la complejidad del fenómeno migratorio.

En cuanto a la crisis actual de los refugiados, se necesitará años para resolverse, si se resuelve, pues no se puede descartar el derrumbe definitivo de unos Estados actuales y el surgimiento de un nuevo mapa geopolítico, tal y como lo pretende hoy en día el supuesto Estado islámico. Es decir nuevas olas de refugiados.

La UE debe tomar en cuenta este contexto; y por ello, reorientar su política migratoria con unas medidas imprescindibles:

1) Para los refugiados:

  • Proponer a los socios europeos una cumbre para elaborar un balance de los Acuerdos Schengen y revisar el Reglamento de Dublín. Es muy peligroso aceptar la metodología impuesta por Alemania que modificó su ley de asilo sin consultar al resto de los países europeos.

  • Reexaminar los criterios de definición actualizando la noción de países seguros y también adaptar la vinculación al primer país de llegada a territorio europeo con el procedimiento de solicitud de asilo.

  • Incrementar la implementación de vías legales para la solicitud de asilo y en particular garantizar la posibilidad de pedir asilo en embajadas y consulados en los países de origen, limítrofes y de tránsito.

  • Incrementar las oficinas europeas de examen de solicitudes de asilo, que debieran multiplicarse, y asegurar en ellas la presencia de representantes de ACNUR, sobre todo en los países limítrofes a aquellos en los que existen situaciones de conflicto que generan desplazamientos de refugiados. Es imposible hacerlo en Siria, Afganistán o Eritrea, pero se puede conseguir en Jordania, Líbano, Iraq o Turquía, por referirse sólo a ejemplos que afectan a los refugiados sirios.

  • Activar específicamente y de forma flexible los visados humanitarios.

  • Flexibilizar la exigencia del visado de tránsito para aquellas personas que proceden de países en conflicto.

  • Hacer realidad la Directiva Europea de Protección Temporal activando el mecanismo contemplado para hacer frente a emergencias humanitarias.

  • Reforzar e incrementar los programas de re-asentamiento en coherencia con el número de refugiados existente, asumiendo un reparto equitativo y solidario entre todos los Estados, a partir de un sistema común europeo de asilo. Es decir, aceptar las cuotas obligatorias.

2) Para los inmigrantes estrictamente económicos:

  • Flexibilizar las entradas, y no sólo para los cualificados. En realidad, son las capas populares quienes necesitan de la emigración para poder enviar remesas a su país de origen.

  • Crear, junto a los permisos de residencia ya existentes en todos los países de la zona euro, documentos de residencia «movilidad» de los trabajadores, de acuerdo con los países de origen y en función de las necesidades de los países de acogida. Hay que establecer una política de visados más democrática, aumentar significativamente su número para la entrada de trabajadores con permisos de residencia temporal y renovable en aquellos sectores en que sean necesarios. Esos permisos pueden dar lugar, al término de un período determinado y en condiciones específicas, a un permiso de residencia permanente.

  • Incentivar una política europea común de codesarrollo vinculada a los flujos migratorios. Ésta debe ser articulada con las políticas nacionales de cooperación, del mismo modo que se debe aumentar el presupuesto europeo consagrado a la ayuda al desarrollo para financiar proyectos empresariales (comerciales e industriales), medio-ambientales y agrícolas en los países de origen.

Desde el Consejo europeo de Tampere (1999) se ha aceptado la vinculación de los flujos migratorios no comunitarios con una política de codesarrollo, es decir, de ayuda al desarrollo de los países de origen utilizando el vector migratorio. Hay que aplicar esta decisión, instaurando una gestión de ida y vuelta de la inmigración, ayudando a quienes quisieran volver a sus países con proyectos económicos factibles y sin quitarles el derecho de regresar a Europa para implementar sus actividades.

  • Elaborar una estrategia común con los países fronterizos para luchar contra las mafias y, bajo mandato de la ONU, para actuar en mar y en tierra ayudando a los Estados fallidos.

Es, por lo tanto, crucial que las instituciones europeas inicien juntas una reflexión que elabore una estrategia solidaria de gestión a largo plazo de las migraciones. Que sean de trabajo o de asilo, las migraciones serán uno de los grandes desafíos del siglo XXI, así como el medio ambiente o la pobreza. Es un reto no sólo social y económico, sino también cultural e identitario. A la hora de la acogida, los países europeos no deben vacilar en dejar claro a los recién llegados las condiciones de la misma: respeto de los valores, normas y adhesión a la identidad común. Cada colectividad tiene el derecho a defender su identidad. Pero eso no significa aceptar el repliegue nacionalista y xenófobo. Hoy en día, en el contexto de crisis del empleo, en todos los países europeos se están desarrollando comportamientos de rechazo a la inmigración, de desprecio a los refugiados. Y, por lo tanto, de restricción drástica de los derechos de los extranjeros, ya sean inmigrantes o refugiados. Es imprescindible luchar contra esta corriente y afirmar, con la máxima determinación, que la defensa a la libertad de emigrar es una causa profundamente justa y humana. No hay que dejarse impresionar por el contexto de hostilidad actualmente dominante.

El continente europeo, el espacio más rico y desarrollado del planeta, debe apostar por relaciones cooperativas y solidarias con su flanco mediterráneo, zona de las más peligrosas fracturas del mundo. Porque, al fin y al cabo, el porvenir de ambos es indisociable y común.