El papa es el guía espiritual de más de mil cuatrocientos millones de católicos en el mundo y jefe del Estado Vaticano.
El fallecimiento -el pasado 21 de abril- de Jorge Mario Bergoglio, el papa Francisco, nos abre la posibilidad de acercarnos a esas dos vertientes: el espiritual y lo terrenal.
Francisco ha encarnado, como pocos en la Iglesia y en el mundo, la tensión entre profecía y estructura, entre compasión y norma, entre lo que somos que es y lo que soñamos.
El primer Papa latinoamericano, el primer jesuita, el primer Francisco: un hombre de silencios elocuentes y gestos proféticos, que ha intentado, no sin resistencias, devolver al Evangelio su fuerza originaria de buena noticia para los y las empobrecidas, lxs excluidxs y lxs heridxs de la historia.
Una espiritualidad con rostro humano
Francisco no es un teólogo sistemático, sino un pastor. Su magisterio nace de la calle, de los barrios populares de Buenos Aires, donde aprendió que el dolor de una madre sola o la angustia de un inmigrante no caben en tratados, pero sí en abrazos y en presencia. Su espiritualidad, tejida con hilos ignacianos y acentos populares, nos recuerda que Dios habita en la historia concreta, en la carne sufriente, en los ojos de los y las descartadas. Sus gestos de cercanía huyendo de los oropeles han pretendido humanizar una figura papal muchas veces encorsetada por la institucionalidad.
La mujer y el clamor por equidad
Uno de los puntos más controvertidos de su pontificado ha sido el lugar de la mujer en la Iglesia. Aunque ha dado pasos importantes -como el nombramiento de mujeres en cargos de responsabilidad vaticana y su insistencia en que la Iglesia “sin las mujeres es estéril”-, sigue existiendo una deuda profunda en cuanto a la igualdad real. El acceso de las mujeres al diaconado y el presbiterado y al discernimiento vocacional pleno sigue siendo una demanda legítima que interpela la coherencia evangélica de una Iglesia que quiere renovarse.
Pobreza, LGBTQ+ y la moral del acompañamiento
Francisco ha devuelto centralidad a las personas empobrecidas. No como categoría sociológica, sino como lugar teológico. Su insistencia en una “Iglesia pobre para los pobres” desacomoda los privilegios y señala al Evangelio como criterio de autenticidad. Frente a las personas LGBTQ+, su tono ha sido de acogida: “¿Quién soy yo para juzgar?”, dijo en uno de los gestos más significativos de su papado. Con Amoris Laetitia, nos propuso una moral del acompañamiento, recordando que detrás de cada situación hay una historia, y que la Iglesia no puede limitarse a dictar normas sin tocar las heridas. Sin embargo, queda pendiente un cambio en la doctrina de la Iglesia sobre el matrimonio y la sexualidad.
En la lucha contra la pobreza y las desigualdades, a través de la palabra y sus gestos, el acompañamiento ha sido un valor en estos momentos de insolidaridad y convulsión. Con esos gestos se ha intentado emplazar a los y las responsables de estas desigualdades.
Inmigración y fronteras rotas
Su voz ha sido profética frente a la crisis migratoria global. No solo ha denunciado los muros, sino que ha viajado a Lampedusa, Lesbos y otros márgenes de la humanidad para abrazar a quienes huyen de la guerra, el hambre y la desesperanza. En Fratelli Tutti, eleva esa experiencia a un programa ético: la fraternidad universal como antídoto frente al individualismo, el nacionalismo cerrado y el odio sembrado desde muchos púlpitos políticos.
Economía, ecología y denuncia profética
En Laudato Si’, Francisco hizo lo que pocos líderes mundiales se han atrevido a hacer: unir fe, ecología y justicia social en una misma causa. La tierra, “nuestra casa común”, gime bajo el peso de un modelo económico que devasta los ecosistemas y sacrifica pueblos enteros. Su crítica al “dios dinero” y a la lógica del descarte es una llamada evangélica radical que nos interpela a todos, incluso dentro de la Iglesia, donde el poder y el clericalismo aún resisten la conversión.
Reforma y resistencias
Aunque se intentó, todavía sigue pendiente la tarea de renovar estructuras eclesiales anquilosadas, promoviendo una sinodalidad que escuche, dialogue y discierna. Pero no ha sido fácil. Las resistencias internas han sido intensas y visibles. Hay sectores que ven en sus gestos una amenaza al orden establecido. Sin embargo, su fidelidad no está en agradar a todos y todas, sino en mantenerse fiel al Evangelio. Como Jesús, no teme ensuciarse en las periferias ni ser malentendido por los “puros”.
En este contexto, el Papa León, que se está mostrando continuador de Francisco, deberá enfrentar varios retos importantes.
Primero, se valorará la herencia progresista de Francisco, marcada por su cercanía a los excluidos y su crítica a estructuras rígidas. En segundo lugar, deberá profundizar reformas que promuevan una Iglesia solidaria, justa e inclusiva. Aún persisten problemas estructurales como el dogmatismo, el clericalismo y el personalismo papal, que deben superarse. También tendrá que afrontar temas urgentes como la pederastia, la discriminación de la mujer y las personas LGBTQ+ y el autoritarismo eclesial.
Será clave abrir la Iglesia al diálogo interreligioso y al respeto por la laicidad. Al Respecto, el Papa León tiene la oportunidad de trabajar codo a codo con las comunidades eclesiales, desde abajo, desde las bases, recogiendo aportaciones, sugerencias, propuestas de sectores no sólo eclesiales.
Finalmente, hay un fuerte cuestionamiento al sistema de elección papal, considerado antidemocrático, lo que exige pensar en procesos más transparentes y participativos.
La Iglesia que soñamos
Francisco nos ha convocado a una Iglesia amplia, plural, inclusiva “en salida”, que no tenga miedo de ensuciarse en las periferias. Nos ha enseñado que la misión no es un deber, sino un desborde del amor de Dios. Queremos una Iglesia que reconozca en la mujer, en los y las jóvenes, en lxs pobres, en las personas LGBTQ+ y en las personas migrantes, rostros concretos del Cristo vivo y no “problemas” a resolver.
Queremos una Iglesia sinodal, ecológica, solidaria, profundamente humana y radicalmente evangélica. Que sea hogar para todos, todas y todes, especialmente para lxs que la han sentido como un lugar de condena. Una Iglesia que abrace más que señale, que construya puentes en lugar de muros, y que haga creíble el Evangelio porque lo vive con coherencia, compasión y coraje.
Porque al final, como nos enseñó Francisco con su vida y su palabra, la mayor reforma es volver a Jesús y dejarnos transformar por su alegría, su libertad y su ternura.
En definitiva. Francisco no cambió todo lo que quiso. No pudo, o no quiso. Quedan muchas tareas. En el documento Dignitas Infinita -publicado el 8 de abril de 2024- la transfobia, el aborto y la eutanasia siguen siendo temas pendientes. Francisco ha marcado un camino. Esperamos y deseamos que se profundice.