En la misma semana, veo el espectáculo Pundonor*, una excepcional muestra del mejor teatro que nos invita a revisitar Foucault, cuando tanta falta nos hace y se publica la noticia del boicot a una profesora** de la clase de un máster por su posicionamiento antiqueer, que despierta una encendida reacción de denuncia por el uso arbitrario de la política de la “cancelación” como forma de censura.

Vaya por delante: estoy fervientemente a favor de la libertad de cátedra, de expresión, del derecho a la discrepancia y en contra de toda imposición de pensamiento único.

Pero vuelvo a constatar que en casi todos los órdenes de la vida diferentes opiniones, creencias, lecturas, es habitual que cada enfoque opte o privilegie una idea o una interpretación de «la» verdad y lo exponga como incuestionable (una especie de tótem conceptual) refutando el argumento “contrario” aislándolo del conjunto de formulaciones y forzando el “lxs que no están conmigo, están contra mí”.

Las respuestas reivindicadoras de no tolerar la cancelación, quedan silenciadas cuando la damnificada no es “una de las nuestras”. De uno y otro lado. Nos revuelven las injusticias, cuando “nos” parecen injustas.

Otra vez Foucault nos recuerda que el poder no es algo que se tiene sino que se expresa en actos y bien sabemos que la Universidad es una de las instituciones donde los juegos del poder/saber se ejercitan con mayor virulencia dialéctica… Y que ha sido siempre un laboratorio de pruebas, donde se despliegan hipótesis, se refutan argumentos, cada departamento, profesor, doctorandx, opta por defender y criticar sus ideas en un laboratorio social que en muchos casos antecede a otras esferas públicas. Se cumple a rajatabla que «el poder está en todas partes y viene de todas partes», dependerá de a qué nos estemos refiriendo. Hace apenas unos meses una doctoranda decide cambiar de director de tesis por no estar de acuerdo con el planteamiento del enfoque que se le propone. Se pacta una codirección pero se la insta a mantenerlo, por protocolo. Él no se pronuncia y de facto se abstiene de toda participación ni corrección del material. No obstante, decide el día anterior a su entrega, que no está apta, contrariamente a la aprobación de la codirectora que había sido elegida por la doctoranda y otra codirectora, “cancelando” así la continuidad del proceso. Y procurando nuevamente que se incluyan referencias que respaldan su línea, no la de la redactora de la tesis. O sea, uno más entre los numerosos ejemplos de cancelaciones diversas, muchas desde el ejercicio de diferentes niveles y estrategias de poder. ¿Todas igualmente visibilizadas, criticadas, o refrendadas? No, indudablemente.

Fotografía de Pundonor del Teatro de La Abadía.

En mi propia experiencia, habiendo estudiado en la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires, y finalizado en 1976 casi coincidiendo con el golpe militar, los debates, enfrentamientos, desautorizaciones y “cancelaciones” se manifestaban  entre otras modalidades en que entraban frecuentemente  a clase un grupito de alumnos de diferentes agrupaciones políticas estudiantiles contrarios a que se diera esa asignatura, o que estuviese a cargo de ese profesor o ayudante de Trabajos Prácticos (como se llamaban), o a infinidad de motivos y nos conminaban al resto a salir…y la clase quedaba cancelada y convertida en otra asamblea espontánea más. En ese momento (y con esa edad) nos parecía el colmo del anti-establishment.

Lamentablemente no podré llegar a saber qué pensarán de lo sucedido dentro de cincuenta años las alumnas que lo protagonizaron hace unos días,…

Foucault escribió sobre Vigilar y castigar en 1975 y desarrolló la idea del disciplinamiento como la forma de control propia de la época. La etapa universitaria es un entrenamiento privilegiado en diferentes formas de disciplina, algunas propias de la formalidad curricular y otras informales y de sometimiento/subordinación a diferentes estilos de poder, ligados tanto al mundo de las ideas como a las necesidades de pertenencia. Pero como “donde hay poder, hay resistencia” quiénes ocupan uno u otro lugar dependerá de nuestra lectura, que a su vez reproduce estos mismos mecanismos mentales.

Escribo esto desde el malestar que me produce la dificultad para encontrar canales de diálogo dentro del feminismo. Para salir del estancamiento del “y tú más y peor”, de las lecturas reduccionistas que como escribe Lakoff “cuando negamos un marco, evocamos el marco”.

Sería deseable que pudiésemos encarar y encarnar nuestro “lo personal es político” desde el saber que nuestras opciones ideológicas están teñidas de filias y fobias, no solamente de ideas producto de profundas reflexiones y mucho más frecuentemente de lo que deseáramos son estos deslices emocionales los que definen que sigamos uno u otro camino. Con retornos y dudas persistentes.

Para Edgard Morin el Yo es el acto de ocupación del sitio egocéntrico… no el de ninguna verdad y es desde allí donde juzgamos, cuestionamos, nos adherimos, sufrimos y gozamos.

Tal vez la única opción para salir del impasse sea lograr posicionarse en un lugar que la psicoanalista Jessica Benjamin llama de tercero moral que trata de superar el encapsulamiento en mi mismidad mediante el reconocimiento del hago y me hacen, sufrimos y hacemos sufrir. Considerar un espacio entre yo y la otra, y las otras, para legitimar las diferencias, y sentarnos a hablar. Buscar líneas de avance, comenzando por las cuestiones más abordables, enmarcado en un clima de búsqueda de acuerdos para seguir debatiendo. Elegir interlocutoras dialogantes. Dispuestas a escucharse. Llevo un par de años llamándolo tender puentes.

Nora Levinton Dolman es doctora en Psicología y psicoanalista, especialista en la psicoterapia con perspectiva de género, reflejada en su práctica docente y en numerosas publicaciones.

Notas:

*PUNDONOR
Andrea Garrote
Dirección: Rafael Spregelburd y Andrea Garrote
Producción: Carolina Stegmayer
La fotografía de portada es de la obra Pundonor del Teatro de La Abadía.

**Juana Gallego.