Frágil, solitaria, diminuta, única. Un punto casi invisible en el universo, en el vacío, como abandonada a su suerte, rodeada de desierto cósmico, donde la no-vida se extiende hasta el infinito, como si el aislamiento fuera su destino fatal. Así se ve la Tierra en el espacio, una foto que es sin duda la representación más escalofriante de nuestra existencia. Un icono que trasciende la historia de nuestra especie, que nos da la visión definitiva de lo que somos y que nos da la respuesta concluyente de nuestro destino. Nunca antes una imagen se había convertido en una metáfora tan clara de lo quebradiza que es nuestra vida.

Hace 56 años, fue el 25 de diciembre de 1968 cuando William Anders, tripulante del Apolo 8, captó esta fotografía a unos 326 mil quilómetros de aquí. El cosmonauta ya en casa declaró: “Fuimos a la luna para descubrir la tierra”. Una confirmación y una advertencia en toda regla. Cuando fuimos a explorar el espacio lo que nos fue revelado es la existencia de nuestro propio planeta. Fuimos a conquistar el universo y entendimos que no debíamos abandonar nuestro mundo. De tanto mirar las estrellas, nos habíamos olvidado de custodiar nuestro hogar.

La foto El Alba de la Tierra (Earthrise), ha sido desde entonces uno de los símbolos de la lucha ambientalista, la imagen concluyente que nos recuerda la ineludible prioridad de proteger nuestro planeta. Ver esta esfera azul rodeada de profundo negro, nos advierte que el milagro de la vida es extraordinario y singular. Que más allá de nuestra delgada y frágil atmósfera, solo existe el vacío, la muerte. Una metáfora que convierte la lucha contra el cambio climático en el desafío más importante y trascendente del futuro de la humanidad después de la bomba nuclear.

“Ahora me he convertido en la muerte, el destructor de mundos”. Bhagavad-gītā / Oppenheimer

En 1945 Robert Oppenheimer creó la bomba atómica y así convirtió al Homo Sapiens en la primera especie terrícola capaz de destruir voluntariamente el planeta entero. Y desde hace más de un siglo vamos cometiendo otra temeridad, esta vez sobrecalentando la Tierra y volviendo a poner la existencia en peligro. Pero lo inaudito es que lo hacemos a conciencia, otra vez, desoyendo las continuas advertencias de los científicos. Somos unos depredadores compulsivos, unos consumistas narcisistas, y sobre todo unos adictos al petróleo. Nos gusta vivir así, como dioses inmortales, sin renunciar a nada. La inteligencia sucumbe en la ignorancia, el neoliberalismo, la codicia, la mentira y el trumpismo. Los datos contradicen el negacionismo: La temperatura media anual de 2024 superará por primera vez en la historia los 1,5°C por encima del nivel preindustrial y alcanzará, probablemente, un valor de más de 1,55 °C, según el Servicio de Cambio Climático Copernicus (C3S). Si seguimos traspasando el límite en los próximos años, se multiplicarán los fenómenos extremos que provocarán más miseria, más Danas, más pandemias y más extinciones. No mirar, no escuchar, no sentir: La irresponsabilidad al poder.

Ahora toca poner urgentemente la inteligencia al servicio de la vida. En 1970, pocos meses después de caminar sobre la Luna, entró en vigor el Tratado de No Proliferación Nuclear y hace tan solo unos meses, nació una iniciativa para implantar un Tratado de No Proliferación de Combustibles Fósiles. Un proyecto necesario que persigue la eliminación gradual de la producción de combustibles fósiles. Intenciones inteligentes, imprescindibles, que demuestran que muchos luchan por un mundo mejor, combatiendo la vanidad y la negligencia de los gobiernos globales, convertidos en los pirómanos que queman la tierra. En 1989, los políticos escucharon a los científicos y conseguimos revertir una catástrofe planetaria prohibiendo los CFC de los aerosoles que destruían la capa de Ozono. En 2020 el mundo entero se detuvo para combatir el Coronavirus. Si queremos, sabemos hacerlo. Nunca es buen momento para rendirse. Ahora, menos todavía.

Pues sí, la capacidad intelectual de nuestra especie es desconcertante, ambivalente, no se sabe muy bien para qué sirve y qué ventajas nos ofrece. Esta poderosa herramienta es dual y difusa ya que nos permite construir y destruir al mismo tiempo, matar y curar, esclavizar y colaborar. Tener inteligencia no significa saber cómo utilizarla. Lo cierto es que pocos han puesto en duda sus propósitos: reproducción y progreso. A lo largo de nuestra historia, muchos grupos humanos han basado su prosperidad en el crecimiento ilimitado que nos ha llevado a la degradación absoluta de muchos ecosistemas. Sin embargo, muchas otras civilizaciones han creído oportuno no desconectarse nunca del mundo natural y así han conseguido desarrollarse con éxito a lo largo de los siglos.

El imperialismo colonial de occidente aniquiló estas prácticas de gestión económica circular y sostenible e impuso el capitalismo como único modelo posible, sacralizado como una religión. El sistema neoliberal consolidado por el patriarcado se convirtió en la doctrina sistémica, incuestionable, infalible, y ahora el negacionismo es la nueva inquisición. Estos jueces de la ortodoxia populista defienden a muerte el sistema acusando de herejes a los disidentes, seres impíos que deberían ser silenciados o quemados en las hogueras de las redes virtuales.

Después de tantos años de dogmatismo económico nos hemos quedado sin una alternativa al neoliberalismo, todos los otros modelos fueron aniquilados (como el comunismo o el socialismo). Nadie ni nada es capaz de contrarrestarlo. Como decía Mark Fisher «Es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo». Y así es. Los grandes magnates de Silicon Valley, Elon Musk, Jeff Bezos, Mark Zuckerberg o Peter Thiel, defienden que el ambientalismo no ofrece soluciones reales porque supone mayor regulación estatal y aumento de impuestos, en vez de invertir más en tecnología. Dicen que el ambientalismo debe «morir» y nunca cuestionan el sistema capitalista. Al contrario, lo impulsan seduciendo a los consumidores con promesas mágicas de inmortalidad, metaversos nihilistas y felicidad eterna. Esos neoprofetas milmillonarios que representan menos del 1% de la humanidad, van devastando el planeta, pero viven tranquilos, creen que se salvarán huyendo a Marte. Una locura.

Activismo, coherencia y no rendirse a los cantos de sirena agresivos que nos obligan a consumir. Los occidentales debemos asumir que nos urge modificar nuestro estilo de vida y renunciar a muchos privilegios que los otros no tienen. Combatir las desigualdades y frenar el desarrollo económico descontrolado deberían ser las nuevas prioridades. Es muy evidente que tener dos coches, vivir en una casa grande con césped lejos del trabajo, comer mucha carne o ir de compras a Londres un fin de semana no es sostenible, es una obviedad. Como tampoco es suficiente con reciclar, comer vegano, conducir coches eléctricos o votar partidos de izquierda para detener la crisis climática.

Ni pensar en verde, ni el greenwashing, ni las promesas imposibles, ni las mentiras exculpatorias son suficientes: Nuestro viejo capitalismo es incompatible con el ecologismo por qué el neoliberalismo es inviable sin crecimiento infinito. La solución radica en crear un nuevo sistema económico ecofeminista más equitativo y solidario, donde la vida es el núcleo y no el dinero, en definitiva, un nuevo paradigma que cumpla esta simple ecuación:

[(⇓ quema de combustibles fósiles + ⇓consumo = menos gases de efecto invernadero) = ⇓ calentamiento global].

La emergencia no tiene solución si no cuestionamos el modelo, si no cambiamos nuestra mirada egocéntrica, si no explicamos la verdad. ¿Puede ganar las elecciones un candidato al gobierno si en su programa propone un futuro con decrecimiento económico, reducción de consumo y abandono de la vida cómoda occidental? Imposible, no vencerá nunca porque la esperanza de prosperidad es indispensable.  En política, la franqueza siempre pierde. Seamos honrados, reconozcamos que ya no estamos en el centro de todo, que no somos los hijos predilectos, que no somos un buen ejemplo y que no podemos ser los amos del mundo si no somos capaces de cuidarlo. Abandonemos la masculinidad dominante y defendamos la feminidad colaborativa. La prioridad es admitir que nos hemos equivocado y que otro camino es posible para asegurar el futuro de nuestro mundo fragilizado, más allá de la intransigencia del progreso y de las nuevas tecnologías.

Por si no fuera poco, además, tenemos un serio hándicap. ¿Por qué nos cuesta tanto reconocer y resolver errores? La respuesta podría estar en nuestra inexperiencia. Lo cierto es que los Homo Sapiens habitamos este planeta desde hace bien poco. Los primeros homínidos aparecieron hace 7 millones de años y la especie humana hace tan solo 300.000 años, cuando las hormigas llevan 100 millones y los delfines más de 30.

Estamos entonces en el amanecer de nuestra historia, somos como unos niños torpes, egoístas y poco cooperativos, que a falta de memoria caminamos audazmente sin reflexionar, como si fuéramos invencibles. Quizás nos falten más siglos y dramas vividos, más disparates cometidos para alcanzar un grado superior de madurez que nos permita entender nuestro verdadero propósito existencial, recapacitar, restaurar y así dejar de creer en discursos infantiles de exculpación como el populismo. Acurrucados en nuestra cuna, creemos todavía en cuentos de hadas, en historias donde todo es posible y nada tiene consecuencias, donde el bien vence el mal y donde la verdad derrota la mentira. Fábulas de religiones salvadoras, tierras prometidas y pueblos elegidos que solo son quimeras que transforman el anhelo y el deseo en cruzadas totalitarias.

Habitamos todavía en un mundo que rechaza la razón, infantilizado, convertido en un gran bazar donde todo está en venta, como la libertad y la felicidad, subastadas en experiencias de fácil consumo, como juguetes que se pueden comprar, como simulacros obtenidos sin esfuerzo. Unos artículos de moda que proyectan de manera ficticia nuestra existencia hacia una especie de nirvana autoindulgente, cuando en realidad son constructos que condicionan nuestra capacidad empática, y nos convierten de nuevo en niños arrogantes, envidiosos y poco solidarios. Nos cuesta entender el engaño, vamos tropezando, pero mientras crecemos, nos equivocamos y nos quedamos sin tiempo. Como decía Confucio: «El hombre que ha cometido un error y no lo corrige comete otro error más grande«.

Estamos advertidos y a pesar de todo no aprendemos: La cumbre del clima COP29 celebrada recientemente en Bakú (Azerbaiyán) se ha saldado con un acuerdo de mínimos: Los países ricos financiarán con tan solo 300.000 millones de dólares (poco más del PIB de Catalunya) a los países pobres para ayudarlos en su transición ecológica (más endeudamiento) y para sufragar los estragos de la crisis climática que provocamos nosotros en sus territorios. Son pequeños avances pero mientras tanto la extracción irresponsable de combustibles fósiles sigue creciendo, invariable. Y así vamos perdiendo tiempo. No será suficiente con estos cambios tan inapreciables. Debemos cuestionarnos el crecimiento global, combatir la desinformación de las redes y cambiar radicalmente nuestro paradigma económico-socio-ecológico. La tecnología no hace milagros, no nos hace mejores ni perfecciona nuestra conciencia; fiarlo todo a la IA es una temeridad, necesitamos recuperar el humanismo en un tiempo de posthumanidad. Tenemos el imperativo moral de revertir la situación y actuar.

Las señales de alarma son inequívocas, la devastación puede ser imparable. Los  efectos ya son evidentes, muchos lo están perdiendo todo, padecen sequías, inundaciones o hambrunas y se ven obligados a migrar. Sin embargo no solo los Otros, los desfavorecidos sufren o mueren, también lo estamos haciendo nosotros, los privilegiados. Pero la vida es resiliente y es muy probable que nuestra maltrecha tierra salga adelante. Si la especie humana sobrevive, si tenemos la voluntad, la compasión y el amor necesarios, iremos aprendiendo y así nos comportaremos como las especies que cohabitan en el planeta desde hace ya millones de años, y que han encontrado el equilibrio entre su supervivencia y la de los otros.

Hasta que los seres humanos no entendamos que nacimos del polvo de las estrellas, que formamos parte de esta única totalidad cósmica, que debemos transformar nuestra relación con el entorno preservando la biodiversidad y redefinir el concepto de alteridad, que nos urge ser solidarios y así abandonar el capitalismo depredador, que somos una pieza más de la cadena de la vida; si no lo comprendemos seremos desterrados. Considerar el patrimonio natural del planeta solo como un recurso económico-lucrativo, seguir matando indiscriminadamente para saciar la gula, destruir el equilibrio ecosistémico, en definitiva, separarnos de la naturaleza nos puede llevar hasta nuestra propia aniquilación. ¿Podría nuestra desaparición aliviar a todos los otros seres vivos?

El Homo Sapiens sigue confuso, asustado y perdido, buscando su encaje en el todo. Subsistir ya no le resulta suficiente, el pensar tampoco. Vuelve a mirar la luna, las estrellas, cree que su salvación está en algún lugar del espacio, lejos de aquí y ve su final reflejado en el infinito preguntándose de nuevo: Quo Vadis. Su profunda fragilidad le estremece, se siente vulnerable e indefenso y entonces comprende su destino: Vencer la incertidumbre conservando el único mundo conocido, el nuestro, el que compartimos entre Todos, más allá de la dictadura del ego. Es cuando la auténtica condición humana aparecerá, y ese día comprenderemos que la respuesta al porqué filosófico de nuestra existencia subyace en el significado mismo de El Alba de la Tierra: El propósito único y genuino de Nuestra vida es preservar LA VIDA.

El mundo no será destruido por los que hacen el mal, sino por aquellos que miran sin hacer nada”. Albert Einstein

ALIANZA «MAS ALLA DEL CRECIMIENTO»

Un verdadero cambio de paradigma de civilización ha de apoyarse en una interpretación común de la evolución humana que permita relativizar y replantear las añejas ideas sobre las que hoy reposa el statu quo mental e institucional.

(José Manuel Naredo. La crítica agotada. Claves para un cambio de civilización. 2024).

Por encargo de la presidenta Von der Leyen, Draghi ha lanzado una apuesta trascendental de política económica que además compromete una inversión sin precedentes (5% del PIB, es decir 800.000 millones €/año). Surge una pregunta crucial: ¿están los fundamentos de esta iniciativa alineados con los desafíos vitales de la Unión Europea (UE)?

En su informe, Draghi realiza un diagnóstico que apunta a que el proyecto europeo está en peligro y que la principal razón de su declive reside en la pérdida de competitividad económica en los mercados globales respecto a Estados Unidos y China. A pesar de contar con 440 millones de consumidores y representar el 17% del PIB mundial, el informe imputa tal situación–más allá de a la fragmentación interna y el estancamiento demográfico– a una serie de factores. Entre ellos, destaca la débil presencia de sectores y grandes empresas impulsoras de tecnologías avanzadas, el alto coste de la energía, la ralentización del crecimiento de productividad, la menor rentabilidad de las inversiones respecto a otros campos/territorios y, como consecuencia de ello, la pérdida de atractivo para el capital privado de implicarse a fondo en el despliegue de la cuarta revolución tecno-industrial en Europa.

Ante la situación descrita, Draghi propone una estrategia para devolver el atractivo inversor a una economía innovadora, capaz de aprovechar su dimensión espacial y poblacional para crecer y competir con éxito en los mercados mundiales de capitales. Para ello, el informe plantea cuatro ejes (con 170 medidas en 10 sectores clave): 1) apuesta tecnológica, crecimiento económico y fortalecimiento de grandes empresas; 2) la descarbonización como opción energética más autónoma y económica, siempre de forma compatible con el objetivo anterior; 3) la seguridad entendida como acceso viable a recursos estratégicos y de defensa autónoma; y 4) la implementación de condiciones financieras y de gobernanza pública comprometidas con todo el proceso.

Existen diversas posibilidades desde las que evaluar el informe de Draghi, pero estas líneas se centran en una cuestión fundamental: ¿cuál sería su repercusión sobre sistemas vitales de la biosfera que son esenciales para la preservación de la vida tal y como la conocemos? La respuesta contenida en este texto es que las propuestas de Dragui, al no imputar el carácter sistémico de la crisis actual y la trascendencia de la cuestión ecosocial no reconoce la necesidad de reformular los relatos vigentes, incluso de aquellos que hoy representan el sentido del “éxito”. Tal apreciación cuestiona el fondo de las propuestas del informe y se sintetiza a partir de cinco consideraciones y testimonios de referencia.

1ª CONSIDERACIÓN. Es fundamental afrontar en toda su dimensión el cambio de ciclo histórico y la gravedad del desbordamiento ecológico de la biosfera

Estamos inmersos en un cambio de ciclo histórico, el Antropoceno, en el que enfrentamos retos existenciales y donde si no reformulamos urgentemente los paradigmas socioeconómicos vigentes, nos veremos abocados a un colapso civilizatorio ya anticipado por el Club de Roma y el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) hace más de 50 años. Se trata de una crisis sistémica, una policrisis, que afecta a los derechos humanos (DDHH),la democracia, las desigualdades, la economía o la convivencia en paz. Y, en el corazón de la crisis, existe un factor estructural que la condiciona: el desbordamiento de los límites críticos biofísicos de la Tierra.

En septiembre de 2023, el Secretario General de la ONU declaró que “la humanidad ha abierto las puertas del infierno”, subrayando que los esfuerzos realizados hasta la fecha son insuficientes y nos conducen hacia un mundo peligroso e inestable. A pesar de vivir en un entorno finito, se sigue priorizando el crecimiento y la acumulación ilimitada de capital, deuda y consumo como paradigmas inmutables, ignorando su incompatibilidad con la sostenibilidad de los ecosistemas clave del planeta.

En su informe de julio de 2024, Oliver De Schutter, Relator Especial de Naciones Unidas para la extrema pobreza y los derechos humanos, afirma: “debemos transitar de la economía del crecimiento a una economía de los derechos humanos. Durante décadas, hemos seguido la misma receta: hacer crecer la economía y luego utilizar la riqueza para combatir la pobreza. Esto ha conducido a un mundo al borde del colapso climático en el que una pequeña élite posee una fortuna escandalosa mientras cientos de millones de personas viven en pobreza extrema”.

Otro informe de la Comisión de la Tierra y la Salud Planetaria de la revista científica TheLancet (abril 2024) advierte que la salud planetaria está gravemente amenazada y que 9 millones de muertes anuales prematuras se vinculan con la contaminación del aire y del agua, 3,2 mil millones de personas se ven afectadas por la degradación de la tierra y muchos millones se ven afectados por enfermedades zoonicas, aumentos de las temperaturas y fenómenos meteorológicos extremos. La comisión concluye que: “las trayectorias de crecimiento económico (que dominan la política económica mundial) plantean riesgos aún mayores a través de la desestabilización de los bienes comunes globales, es decir, la biosfera, el clima y la criosfera y los ciclos de nutrientes y agua”.

Así mismo, el programa “The Planetary Boundaries”, coordinado por la Universidad de Estocolmo desde hace años, constata que, en 2023, seis de los nueve límites biofísicos que posibilitan la vida en la Tierra (el cambio climático solo es uno de ellos) ya han sobrepasado sus niveles críticos, anticipando escenarios difícilmente compatibles con los sistemas de vida actuales.

2ª CONSIDERACIÓN. Europa necesita políticas y transformaciones ecosociales más integrales y profundas para cumplir sus propios objetivos en 2050

El informe Draghi identifica fragilidades de la economía europea pero no aborda en profundidad la relación entre los paradigmas socioeconómicos vigentes y la extralimitación de límites biofísicos del planeta. Sus recomendaciones, que buscan fortalecer la competitividad del capital europeo, agravarían, aún más, las dificultades para cumplir los objetivos ecosociales establecidos para mediados de siglo por la propia UE. Lo paradójico de la situación es que nuestras vidas cotidianas dependen de la buena marcha de una economía que, a su vez, nos conduce hacia escenarios cada vez más críticos.

La Agencia Europea de Medioambiente (AEMA) en su último informe quinquenal “The Europeanenvironment – state and Outlook 2020 (SOER 2020)”, ya advertía que, a pesar del interés delos avances conseguidos, la perspectiva para el medioambiente europeo es “decepcionante”. En 2020, el 51% de los indicadores no ofrecían resultados alineados con los objetivos ambientales y las perspectivas a 2030 y 2050 son inquietantes. Dice la Agencia: “para ser claros, Europa no alcanzará su visión sostenible de vivir bien dentro de los límites de nuestro planeta, sencillamente promocionando el crecimiento económico y tratando de gestionar sus efectos colaterales con gestiones políticas ambientales y sociales. Por el contrario, la sostenibilidad necesita convertirse en el principio rector de políticas ambiciosas y congruentes que atraviesen toda la sociedad. Posibilitar un cambio transformador requiere que todas las áreas y niveles gubernamentales trabajen juntos y aprovechen la ambiciosa creatividad de ciudadanos, empresas y comunidades. SOER 2020”

Finalmente, hay que referirse a la publicación de la misma Agencia en 2024 “Europe’s changing climate hazards” en la que reconoce que, en un marco global en el que ya se han sobrepasado en 1,5ºc las temperaturas preindustriales, Europa es el continente que más se calienta, tendiendo a multiplicar los riesgos y crisis en curso y a comprometer el futuro de múltiples sectores y recursos básicos como la seguridad alimentaria, hídrica y, en consecuencia, la propia salud y estabilidad socioeconómica de la población.

3ªCONSIDERACIÓN. Las apuestas por la compatibilidad entre el crecimiento ilimitado de la economía y la preservación de la biodiversidad, se basan hoy en un optimismo tecnológico no contrastado.

En un entorno abierto de energía (solar) de baja intensidad, frágil en su naturaleza, finito en recursos materiales y sometido a las leyes de la entropía, la aspiración al crecimiento permanente de la economía sin deterioro ecológico, es hoy, sencillamente, una sin razón. Y, sin embargo, un aspecto fundamental implícito en las propuestas de Draghi, basado en un optimismo tecnológico desmesurado, es contar con la posibilidad de conseguir un desacoplamiento real, absoluto y en plazo, entre el crecimiento socioeconómico y sus impactos en los sistemas naturales.

El informe “Decoupling Debunked” publicado en 2019 por el European Environmental Bureau (la mayor red ambiental europea), tras una amplia investigación, advierte que no existe evidencia empírica que respalde la existencia de un desacoplamiento del crecimiento económico respecto de las presiones ambientales en una escala suficiente como para eludir el colapso ambiental. Es más, el informe afirma que “más precisamente, las estrategias políticas existentes que buscan aumentar la eficiencia deben complementarse con la búsqueda de la suficiencia, es decir, la reducción directa de la producción económica en muchos sectores y la reducción paralela del consumo que, en conjunto, permitirán una buena calidad de vida dentro de los límites ecológicos del planeta. […] Es una razón para tener serias preocupaciones sobre el enfoque predominante de los responsables políticos del crecimiento verde, un enfoque que se basa en que se puede lograr un desacoplamiento suficiente a través del aumento de la eficiencia sin limitar la producción y el consumo”.

4ª CONSIDERACIÓN. ¡Cuidado con los “grandes campeones empresariales”!

Draghi también manifiesta su preocupación por la debilidad de los “campeones empresariales” europeos a nivel internacional. Aunque, efectivamente, ello se percibe como muestra de fragilidad en el mundo actual, también es cierto que la presencia de grandes corporaciones refleja una concentración de capital y poder para anteponer sus intereses (incluso recurriendo al chantaje institucional) y determinar las reglas del juego en defensa de beneficios privados.

En la cúspide de ese poder omnímodo se sitúan hoy 10 grandes corporaciones con un valor bursátil en 2021 de 11,32 billones de dólares. Su capacidad para imponer sus planteamientos (solo las Big Tech controlan las tres cuartas partes del gasto mundial en publicidad on line) es bien conocida y su creciente dependencia de grandes fondos de inversión, ávidos de dividendos extraordinarios a corto plazo, también.

Oxfam internacional, en su informe “Desigualdad S.A.” (2024), afirma que afrontamos una era de dominio de la oligarquía global, constatando la creciente concentración de la riqueza en el accionariado de los grandes conglomerados empresariales (el 1% más rico de la población posee el 43% de los activos financieros mundiales, a través de los cuales multiplica los recursos realmente controlados). Afirma Oxfam: “estamos viviendo una era marcada por un poder monopolístico que permite a las empresas controlar los mercados, establecer los términos de intercambio y obtener beneficios sin temor a perder negocio. No se trata de un fenómeno abstracto, sino de una realidad que nos afecta a todos y todas de muchas maneras”.

Finalmente, cabe mencionar a D. Acemoglu y S. Johnson, del MIT y premios Nobel de Economía 2024, quienes en “Poder y Progreso, una revisión histórica de las relaciones entre poder, tecnología y prosperidad” afirman que disponemos de tecnologías que podrían potenciar las capacidades humanas en beneficio de la sociedad, pero “solo si conseguimos que estas herramientas trabajen por y para las personas y eso no va a ocurrir hasta que cuestionemos la visión del mundo que prevalece entre los actuales dirigentes tecnológicos”.

5º CONSIDERACIÓN. Por una Transición Ecosocial Justa.

Necesitamos reformular los paradigmas actuales y crear visiones alternativas. Enfrentar los procesos de desestabilización ecosocial requiere desplegar nuevos principios civilizatorios que preserven la vida (en su sentido más amplio), reequilibren la huella humana con los límites biofísicos del planeta y posibiliten existencias dignas y justas a todas las personas y comunidades.

Los trabajos de K. Raworth, en “Un espacio seguro y justo para la humanidad” (2012) expresan ese paradigma alternativo delimitado por un “suelo social” que garantiza unas condiciones de vida digna y un “techo ambiental” que plantea los límites críticos de la biosfera que no deben sobrepasarse. Su proyección sobre 151 países, realizada por la Universidad de Leeds en 2018, concluye que en ninguno de ellos se cumplen tales condiciones y que las mayores transgresiones ecológicas se relacionan con los patrones de desarrollo y estilos de vida vigentes en los países más ricos, especialmente en Estados Unidos y la Unión Europea.

Herrero, en “Sumar para una transición ecosocial justa” (2023) apunta: “al hablar de Transición Ecosocial Justa nos referimos a un proceso compartido, planificado y deseado de reorganización de la vida en común, que tiene por finalidad la garantía de condiciones dignas de existencia para todas las personas y comunidades, con plena consciencia de que ese derecho ha de ser satisfecho en un planeta con límites ya superados, que compartimos con el resto del mundo vivo y que estamos obligados a conservar para las generaciones más jóvenes y las que aún no han nacido”.

Priorizar la vida, los DDHH y la dignidad de las personas y comunidades en un planeta habitable requiere replantear las prioridades en la UE desde otros propósitos:

  1. Restaurar urgentemente la salud de los ecosistemas terrestres y marinos degradados para convivir con los límites biofísicos que sostienen la vida y la existencia de los seres vivos.
  2. Conseguir que todas las personas residentes en la UE puedan llevar una vida suficiente, digna,segura y justa,con acceso a los bienes y servicios que lo hagan posible.
  3. Reorientar y democratizar la economía y la ciencia para convertirlas en activoscorresponsables delcambio y crear una base material descarbonizada, naturalizada, más autónoma y territorial, capaz de sostener los objetivos anteriores.
  4. Concebir la integración europea en base a redes territoriales cooperativas, con criterios biorregionalesque establezcan nuevas relaciones de equilibrio y sostenibilidad entre el medio urbano, el rural y la naturaleza y que desplieguen con urgencia estrategias de resiliencia y adaptación al cambio global.
  5. Fortalecer una democracia más abierta, participativa, transparente y próxima a la ciudadanía, comprometida con el cambio,que promueva la inclusión social, la justicia y la redistribución de la riqueza, así como la defensa de los DDHH y la paz con justicia en el mundo.

Desplegando nuevos paradigmas, Europa podría propiciar un nuevo contrato social cargado de esperanza, capaz de ofrecer un sentido de la vida renovado a un amplio sector de la sociedad europea que hoy se siente marginado y desconfía de la política, pero sin cuya concurrencia no será posible abrir camino al cambio. Tal transformación solo es concebibles vinculada a profundas metamorfosis culturales y políticas construidas en el marco de la crisis de civilización. En todo caso, ello requiere afrontar los problemas europeos desde otras perspectivas más transformadoras en las que seamos capaces de alumbrar proyectos vitales más sencillos, satisfactorios y compatibles con el sostenimiento de la vida.

Notas:

Enmienda a Draghi, se refiere a “Una estrategia de competitividad para Europa” la primera parte del informe “El futuro de la competitividad europea”.

Este artículo forma parte de la recién creada plataforma Alianza «más allá del crecimiento».

ALIANZA “MÁS ALLÁ DEL CRECIMIENTO”

¿Se pueden poner límites al ocio viajero?

No hay ningún organismo que prevea límites cuantitativos al turismo entendido como la voluntad de desplazarse de los humanos entre ciudades, regiones, países y continentes por motivos asociados al ocio y al placer. No al menos, para la próxima década.

No obstante, se trata de una actividad con altísima sensibilidad a las crisis globales, sean de naturaleza política (terrorismo y guerras especialmente), desastres naturales (terremotos, tsunamis, erupciones) o ecosociales (pandemias, crisis migratorias). Y, particularmente sensible a cualquiera de las otras consecuencias directas asociadas al cambio climático: olas de calor, subidas del nivel del mar, inundaciones y sequías, desertificación del sur…

Eso significa, que, teniendo en cuenta sus efectos sobre la actividad económica y el empleo, probablemente sea el sector que mejor simboliza y concentra los conflictos sociales y ecológicos asociados al decrecimiento, entendido como superación de límites biofísicos. Pero, al tiempo, nos reta a definir qué significa eso exactamente y cómo se corrige, cómo se cuantifican sus externalidades negativas, cómo se gestiona la sostenibilidad en el mundo de los conflictos reales. De alguna forma, pasar de las musas al teatro.

Su capacidad de generar actividad y empleo es saludada por estudios de múltiples organismos multilaterales además de por todos los gobiernos nacionales con el apoyo de los principales actores sociales, singularmente las asociaciones empresariales.

Aunque se asocie a servicios de bajo valor y trabajo precario, caracterizado por la temporalidad, basado en contratos a tiempo parcial fraudulentos, con salarios que pierden poder adquisitivo, se presenta como el recurso fácil para monetizar los activos territoriales heredados, provengan de la naturaleza o de la historia de los más diversos países. Un negocio con beneficios crecientes y efectos claramente negativos a medio plazo, como los ya señalados, que se multiplican cuando se sobrepasa un límite de masificación.

La sostenibilidad: recurso retórico o meta efectiva

En ese contexto, el uso del término sostenibilidad se convierte, en un lugar común para los principales actores turísticos, una aspiración que identifican con una evolución adecuada de la actividad en dos direcciones: por un lado, la de aumentar su valor añadido que suele identificarse con la necesidad de aumentar el gasto promedio por turista, es decir, de evolucionar hacia un turismo que definen como de más calidad, captando visitantes de mayores rentas y capacidad de gasto; por otro, con una distribución espacial y temporal más equilibrada, en el que la desestacionalización, la desconcentración de destinos y la diversificación de su tipología, son los caminos deseables.

Se trata, sin duda, de una mirada parcial e insuficiente. Aunque los desajustes sociales del turismo están condicionadas por su concentración temporal y territorial y por su tipología (sol y playa como referencia de masas), eso no agota sus externalidades negativas. Para completar sus efectos a medio y largo plazo es necesario incluir en su ecuación económica tanto las consecuencias de dimensión global asociadas al transporte de viajeros como las de dimensión local y su entorno inmediato (agua, energía, residuos, paisaje, ruidos), incluyendo sus efectos sobre vivienda y servicios sociales, diferenciales de precios y efectos perniciosos o excluyentes sobre otras actividades económicas.

Aún asumiendo esos riesgos, lo normal es que las empresas del sector no vislumbren establecer ningún límite a su crecimiento, aunque sí racionalizarlo asumiendo, a regañadientes, regulaciones y tasas que mitiguen los efectos de sus desbordes cuantitativos en ruidos, vivienda, consumo de agua… y, en el extremo, cuotas que contingenten y limiten el acceso a determinadas zonas o monumentos. Significa que, como mucho, asumirían establecer índices de capacidad de carga o de saturación para prevenir los desbordes cuantitativos en determinados espacios.

Sin embargo, la percepción de agotamiento y de riesgo evidente de colapsos parciales en unos pocos años se extiende. Y la necesidad de recalibrar el valor añadido neto del turismo es imprescindible para definir su sostenibilidad a largo plazo y el carácter de las políticas públicas.

Para ello es imprescindible añadir a su aportación directa al PIB (que incorpora las retribuciones a los factores productivos, capital, trabajo y equipamiento) también el conjunto de sus externalidades, tanto las negativas como las positivas, es decir tanto los perjuicios (efecto exclusión) sobre algunas actividades económicas como los beneficiosos y de arrastre sobre otras, y en general, sus efectos sobre el conjunto de los bienes públicos vinculados al territorio y al clima.

Solo así, podríamos definir las políticas públicas adecuadas, como, por ejemplo, el tamaño y destino de las tasas turísticas y la incorporación de límites cuantitativos a su crecimiento/decrecimiento.

Para profundizar en el análisis conviene conectar el turismo tanto con el sector inmobiliario, por sus efectos directos sobre los alojamientos y la vivienda, como con sector de transporte, en tanto que canal de entrada de turistas y factor de movilidad interna.

Vivienda y turismo, su expresión en zonas urbanas saturadas

El crecimiento de volumen de visitantes tiene un límite objetivo en la capacidad de alojarlos. Si hasta ahora turismo e inmobiliario eran dos sectores que cabalgaban en paralelo es hora de disociarlos y acabar con los efectos especulativos que potenciaba su convergencia.

La regulación y el acotamiento a las viviendas turísticas es, hoy, la tarea principal en la medida en que su expansión como negocio resta oferta de viviendas y aumenta su precio a los residentes y a los propios trabajadores temporales del sector. La suspensión de licencias para construir nuevos hoteles es otra medida que acabará poniendo límites cuantitativos al alojamiento de turistas. La disociación entre la actividad turística y la inmobiliaria es hoy la tarea principal.

Multitud de ciudades del mundo (Ámsterdam, Londres, Berlín, Nueva York…) han puesto o están poniendo en marcha soluciones a los problemas de encarecimiento de las viviendas para residentes derivados del turismo y, en particular, del alquiler de habitaciones mediante plataformas.

Hasta ahora la demanda se muestra rígida e insensible a la actuación vía tasas, sin efectos sobre el volumen, aunque sí, para captar recursos que permiten paliar sus efectos negativos sobre bienes públicos vitales. Amsterdam, un icono europeo que ha sufrido el desborde desde hace tiempo aplica la tasa más alta de Europa, del 12,5%, intenta limitar el tráfico de cruceros con una tasa de 14 euros por pasajero, ha vetado la apertura de nuevos hoteles en el centro y acotado y gravado el uso de pisos turísticos para paliar la acuciante crisis de vivienda. Pero sigue desbordada.

No hay un modelo que pueda presentar hasta ahora resultados tangibles en cuanto al límite de visitantes. En España, el centro de las principales ciudades (Barcelona, Málaga, Palma, Madrid) sufren especialmente la presión sobre el mercado de la vivienda

La conclusión es que las administraciones deben adoptar medidas para la limitación de los pisos turísticos y de nuevos alojamientos hoteleros, en ciertos entornos urbanos. El camino de la contingentación que estudia Venecia se abre paso como último recurso en un horizonte cercano.

Transporte y turismo, sectores vinculados

Junto al alojamiento, el transporte es el otro factor decisivo que perfilará los modelos turísticos del futuro.

Desde el punto de vista de la lucha contra el cambio climático el turismo tiene un grave problema por su elevada dependencia de la aviación. En 2022 el 82,8% de los viajeros extranjeros vinieron por vía aérea. Este modo de transporte no tiene opciones tecnológicas (electrificación, hidrógeno…) de descarbonización para cumplir con los compromisos de reducción de emisiones.

La única medida que podría ir en esa dirección, la utilización del Combustible Sostenible de Aviación (SAT), tiene un objetivo europeo del 6% de los vuelos en 2030.

Se trata de un problema global, pero es especialmente acuciante en destinos insulares dependientes al 100% del transporte aéreo. Lejos de intentar paliarlo, aunque sea parcialmente, por ejemplo, mejorando las conexiones ferroviarias y los trenes nocturnos de la península con Europa, la administración se plantea ampliar la capacidad de 11 aeropuertos españoles.

En este contexto, y teniendo en cuenta además la prevalencia del uso del automóvil para los desplazamientos turísticos nacionales, alguien tendrá que explicar cómo, con el incremento del número de turistas y este modelo de movilidad, se pueden cumplir en el sector del transporte los objetivos europeos de reducción de emisiones de un 55% para 2030.

Además de la mejora de los servicios ferroviarios se podrían adoptar muchas otras medidas para avanzar en la sostenibilidad de la movilidad turística, como la electrificación de flotas (de coches de alquiler o de hoteles), planes de movilidad para destinos turísticos basados en transporte público, restricción de aparcamientos combinado con autobuses lanzaderas a determinadas zonas (playas, espacios naturales).

Turismo y modelo productivo. Entre el monocultivo y el alivio al despoblamiento interior

España captará este año cerca de 90 millones de visitantes extranjeros, pero ya resuena la meta de los 100 millones y de alcanzar a Francia como líder en la captación del turismo global como objetivo sectorial. Con una gran diferencia: mientras en España, el peso en nuestra economía es del 13,6% sobre el PIB, en Francia es del 8,2%.

La cuestión central es que, en buena parte de nuestro país, el turismo no es el complemento de una economía que se ha diversificado, sino su núcleo central, algo que ha fagocitado al resto de actividades productivas y colocado al límite las externalidades negativas. En Baleares y Canarias la contribución a su PIB supera al 35%, lo que le acerca al nivel efectivo de un monocultivo, y en otras zonas del arco mediterráneo alcanza unos índices que señalan también una economía con una altísima dependencia del sector. Ese es el problema.

El monocultivo ha sido siempre sinónimo de una economía viciada y frágil. Pero si históricamente era el resultado de una especialización no deseada asociada a formas coloniales, en España ha acabado siendo la apuesta de una concepción rentista y cómoda del desarrollo, asumida por élites locales y nacionales con negocios que sacaban partido inmediato del inmobiliario, de las finanzas y el comercio. Unas ideas incentivadas desde una lógica de poder que sacrificaban la actividad productiva en beneficio de lo especulativo, que ha alimentado un perfil empresarial que está en el origen de todas las crisis recientes sufridas en España.

Desde una perspectiva estrictamente económica, lo que disloca nuestro modelo productivo es ese exceso rentista hacia el monocultivo turístico, no el turismo en sí. Y de ahí se deriva un primer dilema sobre su desarrollo futuro.

El peso del turismo en muchas CCAA del interior, en las que se localiza la España vaciada, está en el nivel del existente en Francia. Ocurre en Castilla-León (8,7%), Castilla – La Mancha (8,6%), Extremadura (8,5%), Aragón (8,9%), Cantabria (10,9%). ¿Deben reducir esa contribución o hay margen para incrementarla?

Es difícil discutir que la España interior dispone de una propuesta de valor que tiene amplio recorrido y necesita ser promocionada para resolver los problemas de vaciamiento demográfico y abandono productivo. Como opción de desarrollo hay una gran distancia entre el turismo de borrachera de Magaluf o Salou al que representa los Paradores Nacionales. Pero no se puede olvidar que la capacidad de seducción del modelo turístico conectado con la promoción inmobiliaria sigue ejerciendo gran atractivo sobre las administraciones, subrayado hoy en algunas regiones del norte como Cantabria, Asturias y Galicia.

Por todo ello, resulta necesaria una reflexión que conduzca a una reorientación profunda del modelo, basada en una reducción de la oferta en las zonas saturadas y al que es urgente aplicarle el concepto de límites.

Diversificación productiva y economías de aglomeración

Impulsar una diversificación productiva generadora de empleo en otros sectores es algo más fácil de decir que de realizar.

El círculo vicioso en el que se encuentran algunas regiones saturadas es difícil de soslayar. Las dificultades para encontrar vivienda para trabajadores de servicios imprescindibles para el propio turismo en Baleares revelan el tamaño de la contradicción actual. No es solo que haya tenido y tenga efectos perniciosos y/o excluyentes sobre otras actividades alternativas (agricultura, pesca, industria) es que lo tiene también sobre el propio turismo.

Salir de ese círculo vicioso es tarea urgente y está asociada a los límites objetivos al alojamiento de visitantes en los momentos punta que el mercado resuelve retirando oferta a los residentes y agudizando las externalidades negativas. En el horizonte inmediato aparece la limitación de la capacidad de carga como pared infranqueable.

Salir de la dependencia turística es el objetivo y ello requiere saber identificar las líneas de actuación y saber reconocer los posibles efectos tractores sobre otros sectores.

El turismo puede ser un aliado esencial de la producción agroalimentaria local y un facilitador del reequilibrio de la estructura productiva: de un lado, porque reactiva los mercados de cercanía, ya que la demanda que aportan los millones de personas desplazadas permite acortar la cadena de distribución y multiplicar hasta por 4 el valor retenido en los territorios productores. De otro, porque esa demanda agregada es más sofisticada que la local y ofrece una oportunidad única para revalorizar las materias primas locales -agrícolas, ganaderas, pesqueras – con variedades de mayor precio, así como facilitar nuevas industrias de transformación. El impulso al atún rojo de almadraba, la recuperación de la raza retinta y el queso payoyo en Cádiz son muestras de esa transformación inducida.

Diversificar requiere también identificar las conexiones posibles entre el turismo y otras actividades de servicios de alto valor para construir un ecosistema más equilibrado. Se trata de construir una oferta territorial más elaborada a través del amalgamamiento de iniciativas multisectoriales y multidisciplinares diversas, publicas y privadas, una nueva conceptualización de los motores de desarrollo que conecte el turismo con sectores del ocio y la cultura pero también a la formación y la investigación más avanzada. La plataforma de arte y alimentación en la Toscana italiana o la plataforma de innovación culinaria Gladmat (Noruega) son ejemplos en ese sentido.

Asumir el liderazgo en la reconversión del turismo de masas puede dar a Baleares y otras zonas tensionadas una oportunidad como pioneros en la investigación y el fomento de iniciativas piloto en los muchos ámbitos de actividad derivados de la transición ecológica y energética, mejora del medio ambiente y calidad de vida.

Hay ejemplos ya funcionando. Muchos asocian en España al Grupo Mondragón con el desarrollo industrial pero pocos lo asocian al Basque Culinary Center, una iniciativa impulsada desde la Universidad del Grupo Mondragón, que integra actores muy diversos: de un lado grandes chefs que le dan una dimensión internacional; de otro, AZTI, un centro tecnológico de innovación marítima y alimentaria y también empresas sectoriales que le conectan con la más diversa realidad productiva agroalimentaria (entre ellas la cooperativa andaluza COVAP). En ese contexto, el turismo puede llegar a ser una puerta a la diversificación productiva.

Tasas turísticas y fiscalidad verde. Cómo financiar la transición

En estos momentos, el volumen y el destino de las tasas turísticas se convierten en el factor principal para financiar la transición hacia un turismo sostenible. Las manifestaciones masivas de afectados, surgidas en meses pasados en zonas tensionadas, inducen a un consenso político transversal y la superación de las resistencias de los lobbies. Hasta la derecha más recalcitrante acabará asumiendo los riesgos del modelo actual.

En ese contexto conviene introducir una referencia cuantitativa sobre su capacidad recaudatoria. Si nos visitan 90 millones de extranjeros y la estancia media anual es de 7,5 días, una tasa diaria y universal de 10 €/día aportarían 6.750 mill al año, un importe muy significativo, alrededor del 0,5% del PIB.

Las dificultades comienzan cuando se concreta su aplicación. Por un lado, para que fuera efectiva debería gravarse en todos los alojamientos y eso exige el control absoluto de los irregulares, que no son solo pisos turísticos. Descargar la tasa solo sobre las plazas hoteleras sería injusto y desincentivador y daría razones al potente lobby turístico. Por otro, un recargo de ese tipo sería también injusto, porque no discriminaría adecuadamente los motivos del viaje (estudios, trabajo temporal, playa, negocios…) ni los destinos (zonas tensionadas o regiones despobladas) ni los tiempos (febrero o agosto tienen perfiles muy distintos).

El camino lógico pasa por combinar tasas a determinadas canales de acceso al país (avión, cruceros) y tasas regionales o locales por noche de alojamiento, crecientes en determinadas zonas y periodos.  El objetivo debería ser aproximarse lo máximo posible a ese 0,5% del PIB para garantizar su suficiencia.

Dos datos referidos a Baleares pueden dar idea de las magnitudes del problema. La tasa actual que grava la estancia hotelera, asumida por gobiernos del PP, genera ingresos anuales que oscila entre 90 y 150 mill de €, que representa, en su punto máximo, un 0,15% de su PIB. Pero solo los sobrecostes de atención sanitaria a turistas extranjeros, de difícil y costosa recuperación vía acuerdos entre entes sanitarios de los países de origen, ascienden a un importe similar.

De ahí se deduce que las tasas turísticas son medidas imprescindibles, pero no pueden ser la única fuente para sufragar una transición justa. Deben formar parte de un planteamiento general sobre fiscalidad verde para reconducir los impactos sociales en zonas urbanas y conseguir ingresos que compensen parcialmente las externalidades negativas como para reorientar el modelo de movilidad.

Eliminar las subvenciones fiscales encubiertas a los modos más contaminantes (tributación del queroseno y de los billetes de avión) y reducir simultáneamente la fiscalidad del transporte ferroviario y del transporte público son otras medidas. Incrementar la tributación del IVA para los pisos turísticos, penalizar la fiscalidad de las viviendas inhabitadas situadas en zonas tensionadas son otras medidas que deben formar parte de las soluciones.

Son medidas imprescindibles que deben ir calando poco a poco en nuestras sociedades. Y que análisis como el aquí realizado deben contribuir a implantar. Que así sea.

Notas:

Este artículo forma parte de la recién creada plataforma Alianza «más allá del crecimiento».

La idea de una transición ecológica justa aparece con fuerza en múltiples discursos políticos, económicos o mediáticos. En ocasiones se alude simplemente al cambio en las tecnologías energéticas, otras veces se apela al escurridizo y ambiguo concepto de sostenibilidad. Creemos necesario definir con nitidez a qué nos referimos cuando hablamos de transición ecológica para que la nebulosa conceptual no reste valor a los debates ni efectividad a las propuestas que de forma urgente se deberían acometer. Se trata de un cambio de tal calado que no es posible aspirar a realizarlo tomando atajos. No es un camino sencillo de recorrer y es preciso abrir debates en torno al mismo.

¿Por qué hablar de Transición Ecosocial Justa?

En 2022 se cumplió medio siglo desde la publicación del Informe Meadows sobre los límites al crecimiento y los escenarios de futuro que aquel informe planteaba son ya el presente. Es preciso reconocer que, tras decenios de retórica sobre el llamado desarrollo sostenible, los enfoques adoptados no han servido para resolver los problemas ecológicos y sociales. Más bien, desde entonces, los indicadores de crisis y destrucción de la naturaleza han venido empeorando sistemáticamente.

Comienzan a evidenciarse con intensidad las consecuencias de vivir bajo un orden económico, político y cultural antagónico con los procesos que sostienen la vida. Caos climático, escasez ligada al uso irracional de bienes finitos, vulneración de la protección social -que afecta asimétricamente en función de la clase, de la edad, del género, de la procedencia-, degradación y graves ataques a la democracia, recortes de derechos sociales y económicos, guerras, migraciones forzosas, extractivismo y expulsión…

Las reacciones al momento que vivimos son diversas. Por una parte, emergen en todos los continentes expresiones de una ultraderecha populista y negacionista que defiende explícitamente salidas autoritarias, misóginas, racistas y violentas. Por otra, se asiste, salvo excepciones, a un repliegue de las izquierdas y los progresismos. No solo porque su presencia disminuya en los gobiernos, sino porque sus políticas se derechizan. El genocidio televisado en Gaza y el abandono de las personas migrantes en las vallas de la Europa rica evidencian que el deterioro de los valores fundantes de los Derechos Humanos se extiende más allá de los límites que dibuja la ultraderecha. Palestina o el Mediterráneo ponen delante un espejo que deforma la mayor parte de la política europea.

Vivimos el tiempo, nos recuerda Isabelle Stengers, de la intrusión de Gaia [1]. La trama de la vida aparece, de forma y evidente, como agente económico y político con el que no se puede negociar. Hoy, lo que está en juego es la supervivencia en condiciones dignas de la mayoría.

Los seres humanos, queramos o no, tendremos que construir la vida en común en un contexto de contracción material. El decrecimiento es, por tanto, el marco físico en el que hay que desarrollar propuestas políticas que se centren en garantizar condiciones dignas de existencia. Habrá decrecimiento material de todos modos. Puede ser un contexto monstruoso que expulse masivamente vida humana o puede alumbrar sociedades libres, justas y democráticas. Para ello, es preciso orientar democráticamente la contracción material bajo el principio de suficiencia, la redistribución de la riqueza y la prioridad radical de sostener las vidas concretas, dignas y con derechos.

Ni el presente ni el futuro están predeterminados ni escritos. Tenemos medios, capacidad y potencialidad para poner en marcha un proyecto que salga de la trampa que obliga a elegir entre economía o vida. Un proyecto político que no rehúya ni disfrace la realidad, no deje a nadie atrás y permita mirar el presente y el futuro con compromiso y esperanza.

Las reflexiones y propuestas que se realizan a continuación no son solo de la autora del texto, son el fruto de un proceso de trabajo colectivo que involucró a casi doscientas personas y que tuvo como resultado el documento de Transición Ecológica Justa para la elaboración del proyecto país de la plataforma Sumar. Este proceso se realizó a petición de Sumar y, junto con otros treinta y tres documentos, iba a constituir la base para la dicusión y elaboración de un proyecto de país a diez años. La convocatoria de elecciones anticipadas detuvo este proceso y las propuestas posteriores, en mi opinión, no responden al enfoque que se propuso. Sin embargo, el resultado del trabajo que se hizo tiene valor en sí mismo y constituye una base desde la que poder repensar cómo organizar la vida en común en este siglo crucial para el futuro de los seres humanos.

En un contexto de profunda crisis ecosocial, ¿qué es la Transición Ecosocial Justa?

Para que la idea de sostenibilidad sea útil políticamente hay que plantearse qué es lo que hay que sostener. Corremos el riesgo de que la lucha contra la insostenibilidad o la forma política de abordar el inevitable decrecimiento de la esfera material de la economía -tanto por la escasez inducida de bienes como por la necesidad de frenar el agravamiento del cambio climático- se centre solo en indicadores de emisiones de gases de efecto invernadero o tasas de retorno energético y olvide que lo que queremos sostener, además de la vida en su conjunto, son las vidas cotidianas, concretas y vulnerables.

Judit Butler señala cómo la violencia se expresa con brutalidad cuando la sociedad se comporta como si las vidas que se pierden o sufren no merecieran ser lloradas. Siendo capaces de llorar cada vida perdida, la idea de urgencia ecosocial se amplifica. Es urgente frenar el deterioro ecológico, pero también detener las muertes en el Estrecho, el genocidio en Palestina, los feminicidios o el sufrimiento que causa el miedo, el desamparo, el hambre, los suicidios de jóvenes o la falta de techo. No son cosas incompatibles y encajarlas de forma natural en nuestras propuestas es clave para lograr un movimiento amplio y lleno de sentido para mayorías.

Teniendo en cuenta las consideraciones anteriores, la Transición Ecológica Justa es el camino que hay que recorrer para aspirar a mantener vidas dignas de forma generalizada. Cierto es que quienes tienen más de lo que les corresponde han de aprender a vivir con menos energía, minerales o bienes materiales, pero si pensamos en vidas con derechos básicos, económicos y sociales, cubiertos, vidas con tiempo propio disponible, derecho al descanso, cuidados compartidos y riqueza relacional, la vida de la mayoría será, sin duda, más segura.

Llamamos Transición Ecológica Justa al proceso compartido, planificado y deseado de reorganización de la vida en común, que tiene por finalidad la garantía de existencia digna para todas las personas y comunidades, con plena consciencia de que ese derecho ha de ser satisfecho en un planeta con límites ya superados, que compartimos con el resto del mundo vivo y que estamos obligados a conservar para las generaciones más jóvenes y las que aún no han nacido.

Hacerse cargo de la crisis ecológica y, simultáneamente, garantizar las condiciones de vida de todas las personas implica tener en cuenta siete ideas clave interrelacionadas: la idea de límite (relacionada con el ajuste a la realidad material de nuestro planeta), la de necesidades (que reconoce a los humanos y humanas como interdependientes), la idea de redistribución (que nos permite pensar en la satisfacción de necesidades para todas las personas en un contexto de contracción material), la idea de democracia (que pone en el centro el establecimiento de debates y la llegada a acuerdos para conseguir esa transición), la idea de urgencia (que llama la atención sobre la dinámica acelerada de la crisis ecosocial y sus consecuencias), la de precaución (que tiene en cuenta que la transición se llevará a cabo en un contexto plagado de contingencias imprevistas) y la idea de imaginación (crucial para construir horizontes de deseo compatibles con el contexto ecológico en el que han de ser materializados).

Las crisis ecológica y social son dos caras de la misma moneda. Ha llegado el momento de asumir que, mientras las propuestas y “políticas verdes” sigan ancladas al viejo paradigma, no es posible iluminar caminos alternativos. Ya no se puede dilatar en el tiempo la puesta en marcha de transformaciones que corrijan las tendencias de fondo descritas, que traten de evitar los escenarios más duros que proyectan los diferentes estudios y diagnósticos, que se adapten a los cambios que han llegado para quedarse y que tengan como prioridad la garantía de derechos y la cobertura de necesidades.

Este proceso político debe cumplir, a la vez, los siguientes objetivos:

Garantizar que todas las personas y comunidades puedan disfrutar de una vida segura y digna compatible con la restauración y preservación de sus entornos sociales, naturales y territoriales.

Sin justicia no habrá transición ecológica. Si las personas se ven obligadas a elegir entre supervivencia económica en el corto plazo, y supervivencia ecológica y económica en el medio plazo, se priorizará la primera opción, volviendo cada vez más inviable la segunda. Pero sin una política que gestione la escasez inducida por una economía que desborda los límites, con principios de suficiencia y redistribución de la riqueza, será el mercado el que racione, generando cada vez más desigualdad e insostenibilidad. El desafío político es, por tanto, asegurar una vida materialmente segura, digna y percibida como vida buena, a la vez que se adaptan los metabolismos económicos a la realidad de un planeta desbordado y en proceso de cambio.

Reducir la huella ecológica del sistema económico para compatibilizar la cobertura de las necesidades sociales con las biocapacidades locales y globales y el abordaje del cambio climático.

El modelo productivo y reproductivo de nuestro país habrá de reorientarse de modo que la huella ecológica del conjunto decrezca, sea resiliente ante el caos climático y la emergencia ecosocial y cubra las necesidades sociales. El cambio deberá estar orientado por una política general de gestión integrada de la demanda en el uso de recursos básicos (energía, agua y materiales) que se articule sobre dos elementos: la eliminación del despilfarro a través de medidas de reducción (lo que significa evitar incrementar la capacidad, aunque sea con fuentes renovables, sin haber reducido previamente y de forma sustancial el consumo de combustibles fósiles) y la transformación hacia el diseño y uso en origen de materiales reutilizables (en un contexto de contracción).

Hablar de reconversión industrial inquieta después de haber vivido el desmantelamiento de sectores enteros sin alternativa para las personas trabajadoras, pero es preciso tener en cuenta que los sectores que hoy se encuentran en la cuerda floja no lo están porque se hayan introducido restricciones de carácter ambiental, sino por haberlos hecho crecer de forma irracional y por su extrema dependencia de minerales y energía declinantes y del cada vez más complicado suministro, porque se ven afectados por el cambio climático o porque van siendo menos rentables y por tanto abandonados por los inversores.

Sería un error inyectar recursos que hacen falta para transitar a otro modelo en apuntalar el actual modelo productivo durante un poco más de tiempo, y no dedicar dichos recursos a hacernos cargo de las personas que trabajan en ellos. Los sectores económicos tienen sentido por su utilidad social. A la hora de pensar en las transiciones justas, es preciso recordar que hemos de proteger personas, y eso no es exactamente lo mismo que proteger los sectores en los que trabajan.

Adaptar el universo del trabajo y empleo a las circunstancias de la crisis ecosocial y al servicio de la Transición Ecológica Justa.

La necesidad de acoplar la economía a los límites ecológicos tenderá a reducir el empleo en algunos sectores, pero también a aumentarlo en otros, sobre todo si se incorporan todas las tareas que exige una transición ecosocial y trabajos socioeconómicos ligados a la satisfacción de las necesidades que implica una vida digna.

Sacar de las lógicas de mercado la satisfacción de las necesidades básicas y desacoplar su garantía del empleo es de gran importancia a la hora de conseguir la transición del modelo productivo.

Desplegar procesos que acometan las situaciones de contingencia y urgencia derivadas de los efectos de la crisis ecológica y climática.

Todo hace pensar en la posibilidad de vivir momentos de sobresaltos y urgencias derivados de eventos climáticos, crisis económicas o de suministros, pandemias o tensiones geoestratégicas. Ante ello, y en aplicación del principio de precaución, es preciso avanzar en dos frentes. Por un lado, planificar lo que ya se conoce, para no tener que tratar como contingencia y con urgencia cuestiones que ya son tendencia estructural y se pueden trabajar con anticipación. Por otra, establecer programas de gestión de riesgos, establecer reservas de recursos y legislar para proteger a la población de lo que sí son circunstancias inesperadas o sobrevenidas.

Detener los principales procesos de destrucción ecológica, restaurar y favorecer la resiliencia de los ecosistemas clave del país y proteger la vida animal.

El despliegue de estrategias vinculadas a la Transición Ecosocial Justa crea un marco favorable para desplegar un programa ambicioso de protección de la bodiversidad y de recuperación y restauración de los ecosistemas clave en las próximas décadas, tales como el suelo, los bosques, las masas de agua dulce, los litorales y las áreas marinas marinas, los ecosistemas litorales, las zonas áridas o los agrosistemas.

El respeto a las formas de vida no humana y la protección de las mismas constituye un reto fundamental. Hay que eliminar el sufrimiento animal y ello comporta cambios sustanciales en la alimentación, en el vestido y el rechazo a la tauromaquia y a los festejos en los que se produce la tortura y matanza de animales.

Transitar hacia modelos territoriales justos y sostenibles que generen nuevas relaciones de cooperación entre los mundos urbanos, rurales y naturales.

La transición requiere una nueva relación con el territorio. La ordenación del mismo desde la escala biorregional puede permitir planificar las transiciones a partir de una mirada integral que reconecte las ciudades, los medios rurales y los espacios naturales.

Existen desafíos enormes en torno a los modelos de ciudad, en la actualidad altamente insostenibles y a la vez muy vulnerables, y de la transición justa en los medios rurales, con respeto y escucha al tejido social que los habita, de modo que resulten a la medida de las necesidades de las personas que viven en ellos.

La transición territorial descansa sobre comunidades que deben fortalecerse y cohesionarse.

Invertir en investigación y tecnociencia orientada a resolver los retos que plantea una Transición Ecosocial Justa.

Se requiere reorientar la investigación y la tecnociencia de modo que se ponga al servicio de la transición y se centre en la búsqueda de soluciones de bajo impacto ecológico, extensibles a todas las personas, fáciles de implementar y comunitarias. Hacen falta conocimiento e investigación que apoyen los propósitos de  transición justa y ajuste a los límites biofísicos en todas sus dimensiones: energética, industrial, arquitectura, transporte, etc.

Construir un soporte económico y financiero que haga viable la Transición Ecosocial

La construcción de un sistema de financiación público y robusto es crucial. En sociedades que producen dinero a una enorme escala, no se puede decir que no hay recursos para financiar una TEJ. Es una cuestión de prioridades y de redistribución.

El desarrollo de una fiscalidad verde y progresiva, la banca pública, la persecución del fraude… Una cuestión clave es dejar de financiar lo insostenible. Los recortes deben centrarse en aquello que se quiere eliminar y que contribuye a profundizar los problemas, y se debe denominar inversión a lo que sirva para apuntar hacia el horizonte que hemos descrito como meta.

La formulación de objetivos puede plantearse sin demasiada dificultad, pero supone una profunda transformación política, económica, cultural y ética que afecta a todas las esferas de la vida social. Afecta a todas las escalas territoriales y de convivencia: el hogar, el barrio, la comunidad local, el área metropolitana, la región, el estado, la escala supranacional, los movimientos sociales, las empresas, etc. Exigirá gestionar los limites, blindar derechos, reorganizar los tiempos y reordenar el territorio, establecer deberes, aprovechar los esfuerzos ya realizados en materia de política pública y el conocimiento de quienes los han realizado, cuestionar privilegios, repartir con justicia los esfuerzos y transformar costumbres e imaginarios arraigados.

Este proceso no puede hacerse de arriba a abajo sin correr el riesgo de caer en dinámicas autoritarias,  generar una respuesta social de oposición o caer en la irrelevancia y en el mero discurso verde, así que la transición debe construirse a partir de un proceso participativo y deliberativo real que le dote de legitimidad, fortalezca y apuntale las prácticas democráticas e implique una importante transformación de prioridades, deseos y valores.

Requiere de una proyección que maneje el corto, medio y largo plazo. Hay muchos problemas sociales que no pueden esperar a ser resueltos, y, cuanto más avance la crisis ecológica, más se restringen las opciones y oportunidades de actuación. Deben percibirse mejoras y beneficios desde el primer momento y a la vez ofrecer horizontes esperanzadores y desarrollar  compromisos con el legado que dejaremos a nuestros nietos y nietas.

Se precisa tener un enfoque integrador que permita gestionar límites globales y establecer prioridades, reconversiones y reducciones en muchos campos. Si se planifica la política económica, la energía, la agricultura, el transporte, la vivienda, el turismo, la educación, la fiscalidad o los servicios públicos por separado y sin atender a los objetivos para la Transición Ecosocial Justa, esta no funcionará.

Por último, hay que asumir que hoy los imaginarios sociales, especialmente en los países más ricos, se inscriben en los paradigmas del crecimiento, el consumo y los proyectos de vida individualizados, y que, sin un amplio apoyo social, es evidente que no se podrán abordar en profundidad y con urgencia los cambios necesarios. Es más, en situaciones de dificultad, la demagogia, la frustración y la proliferación de las opciones populistas y autoritarias podrían verse fortalecidas, tal y como ya está sucediendo en algunos países europeos.

La Transición Ecosocial Justa requiere abordar la disputa de la hegemonía cultural y no es tarea pequeña. Supone nada menos que reorientar los conceptos hegemónicos de producción y bienestar, seguridad y libertad, hacer visibles los límites negados, reconocer la vida humana como ecodependiente, frágil y necesitada de cuidado y protección y explicar de forma convincente, serena y motivadora la situación de emergencia y la necesidad de transformación.

El gran reto es la reorientación de las aspiraciones y deseos de una buena parte de la sociedad. La propia crisis ofrece posibilidades y resquicios desde los que impulsar este cambio cultural. Estos momentos abren oportunidades para introducir debates y defender el cambio y la audacia. Hasta el momento, las crisis han sido mayoritariamente usadas para aplicar la doctrina del shock; quizás con anticipación y preparación podamos aprender a convertirlas en palancas de seducción para la Transición Ecosocial Justa.

Notas:

Este texto se basa en el trabajo coordinado por el Foro de Transiciones para dar respuesta a la pregunta formulada durante el proceso de reflexión que condujo a la conformación de la plataforma electoral Sumar. El trabajo trataba de responder al encargo de proporcionar criterios para la construcción de un proyecto-país a diez años vista desde la perspectiva de la Transición Ecológica Justa.

Este texto fue publicado en el Dossier de Economistas sin Fronteras, número 52ª, invierno 2024.

[1]Stengers, Isabelle (2017), En tiempos de catástrofes. Cómo resistir la barbarie que viene, Ned Ediciones, Barcelona.