moderado por:

  • Ignacio Muro Benayas

    Director Fundación Espacio Público

  • Lourdes Lucía

    Vicepresidenta Fundación Espacio Público

La vivienda, cómo blindarla como un derecho

  • Alejandra Jacinto

    Abogada CAES

La apuesta histórica por la especulación, el urbanismo sin control, la privatización de las viviendas públicas (más de seis millones), el todo urbanizable que ha traído consecuencias catastróficas como las inundaciones de la DANA, así la falta de regulación del mercado inmobiliario ha provocado una situación de crisis habitacional. Una crisis que es múltiple y está causada por un modelo inmobiliario que antepone la vivienda como inversión, en lugar de como derecho ciudadano de forma histórica. Crisis que ha ido mutando,desde el estallido de la burbuja inmobiliaria con la ejecución masiva de cientos de miles de procedimientos de ejecución hipotecaria y el rescate bancario hasta la actualidad donde, nos encontramos inmersos en una burbuja de precios del alquiler que es consecuencia directa, por acción u omisión, de las políticas públicas realizadas.

Es necesario apuntar que además de las consecuencias sociales evidentes que genera la crisis de la vivienda, las consecuencias climáticas y ambientales han de tenerse también presentes. La urbanización sin control sumado a un existente parque de vivienda envejecido e ineficiente es un problema que ha de abordarse de inmediato.

En la actualidad, la vivienda se ha convertido en la primera gran preocupación ciudadana según el CIS. La dificultad en el acceso a la vivienda como consecuencia de los elevados precios de esta, ya sea en compra o en alquiler está suponiendo de facto una brecha de desigualdad que no hace más que agravarse con el paso del tiempo y la ausencia de decisiones políticas que pongan freno a políticas especulativas. La vivienda es cada día más inasequible para la mayoría de la sociedad. La actual combinación de precariedad laboral, exiguos salarios y vivienda inasequible produce en estos momentos, en los que “la seguridad” está en boca de todos, inseguridad real para las mayorías sociales de nuestro país.

Inseguridad para trabajadores y autónomos que no saben si van a subirles el alquiler o no les van a renovar el contrato, inseguridad para los jóvenes que no pueden aspirar a emanciparse, inseguridad para las familias cuya cuota hipotecaria variable puede aumentar si así lo decide el BCE, inseguridad de personas en situación de vulnerabilidad que llevan años en listas de espera para poder acceder a una vivienda protegida, inseguridad para las personas en situación de sinhogarismo para las que tampoco existen sistemas de acogida suficientes, etc, etc.

Resulta necesario entender las causas estructurales que subyacen a esta cuestión, así como la posición de los poderes públicos hasta la fecha.

En ese sentido podemos afirmar que:

Llevamos 47 años de democracia con un derecho (artículo 47 CE) que no ha sido configurado como Derecho Fundamental a pesar de serlo materialmente. Un derecho que da acceso a otros derechos y eso tiene que ver con su ubicación en el texto Constitucional que convierten el mismo en un derecho que no es materialmente exigible, justiciable, ni subjetivo a día de hoy.  ¿Sería necesaria una reforma constitucional para “fundamentalizar” el derecho a la vivienda y que deje de ser un principio rector de la política social y económica? O, con su configuración actual ¿es suficiente? Teniendo en cuenta que, en todo caso, el derecho a la vivienda es un Derecho Humano (artículo 25 DUDH y artículo 11 PIDESC), se reconoce en la Carta Social Europea Revisada y en la Carta de Derechos Fundamentales de la Unión Europea, y en aplicación del artículo 10.2 y 96 de la Constitución “los tratados internacionales válidamente celebrados, una vez publicados oficialmente en España, formarán parte del ordenamiento jurídico interno”.

A su vez, resulta necesario reflexionar sobre la distribución competencial del derecho a la vivienda, cuestión que está sirviendo de excusa para algunas administraciones públicas y en particular gobiernos autonómicos ubicados del lado de la especulación inmobiliaria para ejercer una inacción consciente y contumaz en cuanto al desarrollo, promoción y garantía del derecho a la vivienda.

Sabiendo que la vivienda es competencia autonómica plena al mismo nivel que ordenación del territorio y urbanismo, pero que el Estado es competente en la planificación general de la actividad económica, bases y coordinación ¿existe margen de maniobra para que desde la Administración Central se obligue a actuar a aquellas Comunidades autónomas en franca rebeldía constitucional?

Igualmente ha de tenerse en cuenta la actuación dispar de las diferentes Administraciones Públicas, algunas con voluntad real de garantizar el derecho a la vivienda con legislación, mecanismos y organismos en marcha para su garantía frente a otras donde únicamente impera el libre mercado.

Si bien la primera Ley de Derecho a la Vivienda aprobada recientemente constituyó un paso adelante, quedan muchos elementos pendientes. La sociedad española en general y su sector público en particular tienen el deber desarrollar un sistema de vivienda como un pilar más del Estado del Bienestar, convergiendo así con Europa. Eso significa desarrollar un servicio público de vivienda y una normativa que evite la especulación, proteja a los residentes y garantice la función social de la propiedad, haciendo así efectivo el derecho a la vivienda.

Para ello resultaría necesario poner límites a un modelo cada vez más financiarizado, globalizado, especulativo, oligopolístico y extractivista, donde la concentración de la propiedad se encuentra cada vez en menos manos, según datos del propio Ministerio de Vivienda.

De hecho, de los casi tres millones de viviendas en alquiler, la mitad pertenece de multipropietarios, rentistas o fondos que cada vez concentran más propiedades y además, en algunos casos, gozan de una fiscalidad privilegiada.

Existe, además, un desvío de la oferta de vivienda hacía el alquiler vacacional, temporal y de habitación y todo ello sumado al dato de 3,8 millones de viviendas vacías según el Banco de España. ¿Hay realmente un problema de oferta o el problema radica en el desvío fraudulento de la misma? ¿Pueden ser esas prácticas constitutivas de usos antisociales de la propiedad privada proscritos en la Constitución (artículo 33)?

¿Cuáles son las medidas más adecuadas para corregir esta situación? ¿Cómo es posible solucionar este gran problema destinando menos del 0,20% del PIB a la partida de vivienda, mientras se habla de aumentar exponencialmente otras partidas en una situación de ausencia de Presupuestos?

Teniendo en cuenta el aumento del número de operaciones de la compra de viviendas para inversiones; la proliferación de los abusos inmobiliarios; la participación de múltiples actores con intereses económicos; la discriminación que produce el propio mercado inmobiliario, dejando fuera a una parte de la población por razón de raza, género o capacidad económica; la sofisticación y profesionalización de los operadores del mercado inmobiliario; los procesos de turistificación y gentrificación que asolan los centros de las ciudades con la proliferación de viviendas turística (sólo en Madrid operan de forma impune más de 15.000 de ellas, sin licencia) y la extensión del negocio y el discurso del miedo. ¿Qué podemos hacer?

¿Están funcionado la regulación de precios que prevé la Ley de Vivienda? Los datos apuntan que sí, que mientras en Barcelona bajan los precios un 6%, en Madrid suben un 18%. Sin embargo, ¿es esto suficiente? ¿podría ser el alquiler indefinido un antídoto frente a la espiral especulativa de precios?

La sociedad civil organizada demanda soluciones urgentes al principal problema que adolece hoy la sociedad en su conjunto, movilizándose masivamente en las principales capitales del país, organizándose en colectivos como los Sindicatos de Inquilinas y otras organizaciones vecinales en defensa del derecho a la vivienda. Sin embargo, no esperan ya políticas públicas a la altura pues la desconfianza y la desafección justificada por la falta de resultados empieza a emerger.

Es el momento de ser capaces de diseñar un plan de intervención, contundente, concreto, materializable, exigible que, de resultados a corto, medio y largo plazo, siendo conscientes de que estamos inmersos en un conflicto, donde la conciliación de intereses resulta imposible y donde aparece como condición necesaria limitar los beneficios económicos del sector inmobiliario (en sentido amplio) para garantizar al acceso a la vivienda y otorgar seguridad residencial a la población. No hacerlo, pasará factura.

ALIANZA MÁS ALLÁ DEL CRECIMIENTO

I. Contexto

La concatenación de crisis sociales, económicas, sanitarias del multilateralismo y ecológicas con un cambio climático multiplicador de las amenazas, está generando incertidumbre e inseguridad a la ciudadanía. Al mismo tiempo se generaliza la sensación de que las instituciones públicas y también privadas no están dando las respuestas adecuadas, sirviendo de caldo de cultivo para atacar la democracia por parte de los movimientos autoritarios.

Es preciso desarticular el relato preponderante de una sociedad basada en el crecimiento económico sin límites basado en la falaz idea de que lo civilizado es alejarse de la naturaleza y dominarla, justificando así el extractivismo de los bienes naturales y los consiguientes colonialismos y racismos. Este relato, además, ha reforzado el discurso patriarcal dominante que deja fuera de la economía las tareas reproductivas, relega a las mujeres al ámbito doméstico, recayendo en ellas las labores de cuidados en exclusiva y subordina a las mujeres a la potestad de padres, maridos, hermanos, con escaso o nulo poder y/o participación en actividades públicas/políticas.

Continuar leyendo «Manifiesto por un futuro Más Allá del Crecimiento Económico»

ALIANZA «MÁS ALLÁ DEL CRECIMIENTO»

Aunque parezca una cuestión menor, una exigencia fundamental y previa para afrontar un futuro sostenible es buscar índices alternativos al PIB para medir la evolución económica y el bienestar de los pueblos. Una unidad de medida equivocada implica objetivos y prioridades desenfocadas.

El PIB no es un buen índice para orientar las políticas porque mide tan solo los flujos monetarios que pasan por el mercado y deja fuera muchas variables muy relevantes. Es fácil ver que ello supone un sesgo ideológico muy importante.

Algunos ejemplos:

  • queda fuera cualquier medición de pobreza o desigualdad. Un crecimiento del PIB que favorece solo a unos pocos y extiende la pobreza aparece como un éxito.
  • el deterioro del medio ambiente, la generación de basuras, el agotamiento de las reservas naturales, la reducción de la biodiversidad, la destrucción de la capa de ozono… no son costes relevantes para el PIB.
  • la depreciación del capital (el natural y el físico) no se contabiliza en esta medición “en bruto” del producto.
  • mejoras en eficiencia (conseguir los mismos objetivos con costes menores) aparece como un gasto menor en vez de como un avance.
  • al contrario, gastos necesarios para compensar mermas en el bienestar (por ejemplo, incrementos de gasto para luchar contra un aumento de la inseguridad ciudadana o de una pandemia), hacen crecer el PIB y, aparentemente, el bienestar nacional.
  • reparar un viejo electrodoméstico o un mueble apenas se reflejará en el PIB, mientras que si lo hará la opción de tirar y comprar uno nuevo.
  • cualquier opción de ocio que no implique un gasto no cuenta en el PIB. Un banquete en un restaurante o una apuesta en una casa de juegos son positivos, en la perspectiva del PIB; una jornada senderista, una partida de cartas entre amigos, unas horas de voluntariado… contarán cero.
  • en la sociedad tecnológica un buen número de servicios son (al menos formalmente) gratuitos lo que implica una deficiente integración en el PIB.
  • en general, cualquier bien o servicio intercambiado o prestado al margen de los mercados convencionales queda fuera del cómputo del PIB: la economía de trueque, el autoconsumo, el intercambio entre empresas solidarias o en sociedades agrarias… Y, sobre todo, esa escondida y olvidada economía de los cuidados que tan relevante se nos evidenció en la crisis del coronavirus.

Continuar leyendo «Ante las insuficiencias del PIB»

Frágil, solitaria, diminuta, única. Un punto casi invisible en el universo, en el vacío, como abandonada a su suerte, rodeada de desierto cósmico, donde la no-vida se extiende hasta el infinito, como si el aislamiento fuera su destino fatal. Así se ve la Tierra en el espacio, una foto que es sin duda la representación más escalofriante de nuestra existencia. Un icono que trasciende la historia de nuestra especie, que nos da la visión definitiva de lo que somos y que nos da la respuesta concluyente de nuestro destino. Nunca antes una imagen se había convertido en una metáfora tan clara de lo quebradiza que es nuestra vida.

Hace 56 años, fue el 25 de diciembre de 1968 cuando William Anders, tripulante del Apolo 8, captó esta fotografía a unos 326 mil quilómetros de aquí. El cosmonauta ya en casa declaró: “Fuimos a la luna para descubrir la tierra”. Una confirmación y una advertencia en toda regla. Cuando fuimos a explorar el espacio lo que nos fue revelado es la existencia de nuestro propio planeta. Fuimos a conquistar el universo y entendimos que no debíamos abandonar nuestro mundo. De tanto mirar las estrellas, nos habíamos olvidado de custodiar nuestro hogar.

La foto El Alba de la Tierra (Earthrise), ha sido desde entonces uno de los símbolos de la lucha ambientalista, la imagen concluyente que nos recuerda la ineludible prioridad de proteger nuestro planeta. Ver esta esfera azul rodeada de profundo negro, nos advierte que el milagro de la vida es extraordinario y singular. Que más allá de nuestra delgada y frágil atmósfera, solo existe el vacío, la muerte. Una metáfora que convierte la lucha contra el cambio climático en el desafío más importante y trascendente del futuro de la humanidad después de la bomba nuclear.

“Ahora me he convertido en la muerte, el destructor de mundos”. Bhagavad-gītā / Oppenheimer

En 1945 Robert Oppenheimer creó la bomba atómica y así convirtió al Homo Sapiens en la primera especie terrícola capaz de destruir voluntariamente el planeta entero. Y desde hace más de un siglo vamos cometiendo otra temeridad, esta vez sobrecalentando la Tierra y volviendo a poner la existencia en peligro. Pero lo inaudito es que lo hacemos a conciencia, otra vez, desoyendo las continuas advertencias de los científicos. Somos unos depredadores compulsivos, unos consumistas narcisistas, y sobre todo unos adictos al petróleo. Nos gusta vivir así, como dioses inmortales, sin renunciar a nada. La inteligencia sucumbe en la ignorancia, el neoliberalismo, la codicia, la mentira y el trumpismo. Los datos contradicen el negacionismo: La temperatura media anual de 2024 superará por primera vez en la historia los 1,5°C por encima del nivel preindustrial y alcanzará, probablemente, un valor de más de 1,55 °C, según el Servicio de Cambio Climático Copernicus (C3S). Si seguimos traspasando el límite en los próximos años, se multiplicarán los fenómenos extremos que provocarán más miseria, más Danas, más pandemias y más extinciones. No mirar, no escuchar, no sentir: La irresponsabilidad al poder.

Ahora toca poner urgentemente la inteligencia al servicio de la vida. En 1970, pocos meses después de caminar sobre la Luna, entró en vigor el Tratado de No Proliferación Nuclear y hace tan solo unos meses, nació una iniciativa para implantar un Tratado de No Proliferación de Combustibles Fósiles. Un proyecto necesario que persigue la eliminación gradual de la producción de combustibles fósiles. Intenciones inteligentes, imprescindibles, que demuestran que muchos luchan por un mundo mejor, combatiendo la vanidad y la negligencia de los gobiernos globales, convertidos en los pirómanos que queman la tierra. En 1989, los políticos escucharon a los científicos y conseguimos revertir una catástrofe planetaria prohibiendo los CFC de los aerosoles que destruían la capa de Ozono. En 2020 el mundo entero se detuvo para combatir el Coronavirus. Si queremos, sabemos hacerlo. Nunca es buen momento para rendirse. Ahora, menos todavía.

Pues sí, la capacidad intelectual de nuestra especie es desconcertante, ambivalente, no se sabe muy bien para qué sirve y qué ventajas nos ofrece. Esta poderosa herramienta es dual y difusa ya que nos permite construir y destruir al mismo tiempo, matar y curar, esclavizar y colaborar. Tener inteligencia no significa saber cómo utilizarla. Lo cierto es que pocos han puesto en duda sus propósitos: reproducción y progreso. A lo largo de nuestra historia, muchos grupos humanos han basado su prosperidad en el crecimiento ilimitado que nos ha llevado a la degradación absoluta de muchos ecosistemas. Sin embargo, muchas otras civilizaciones han creído oportuno no desconectarse nunca del mundo natural y así han conseguido desarrollarse con éxito a lo largo de los siglos.

El imperialismo colonial de occidente aniquiló estas prácticas de gestión económica circular y sostenible e impuso el capitalismo como único modelo posible, sacralizado como una religión. El sistema neoliberal consolidado por el patriarcado se convirtió en la doctrina sistémica, incuestionable, infalible, y ahora el negacionismo es la nueva inquisición. Estos jueces de la ortodoxia populista defienden a muerte el sistema acusando de herejes a los disidentes, seres impíos que deberían ser silenciados o quemados en las hogueras de las redes virtuales.

Después de tantos años de dogmatismo económico nos hemos quedado sin una alternativa al neoliberalismo, todos los otros modelos fueron aniquilados (como el comunismo o el socialismo). Nadie ni nada es capaz de contrarrestarlo. Como decía Mark Fisher «Es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo». Y así es. Los grandes magnates de Silicon Valley, Elon Musk, Jeff Bezos, Mark Zuckerberg o Peter Thiel, defienden que el ambientalismo no ofrece soluciones reales porque supone mayor regulación estatal y aumento de impuestos, en vez de invertir más en tecnología. Dicen que el ambientalismo debe «morir» y nunca cuestionan el sistema capitalista. Al contrario, lo impulsan seduciendo a los consumidores con promesas mágicas de inmortalidad, metaversos nihilistas y felicidad eterna. Esos neoprofetas milmillonarios que representan menos del 1% de la humanidad, van devastando el planeta, pero viven tranquilos, creen que se salvarán huyendo a Marte. Una locura.

Activismo, coherencia y no rendirse a los cantos de sirena agresivos que nos obligan a consumir. Los occidentales debemos asumir que nos urge modificar nuestro estilo de vida y renunciar a muchos privilegios que los otros no tienen. Combatir las desigualdades y frenar el desarrollo económico descontrolado deberían ser las nuevas prioridades. Es muy evidente que tener dos coches, vivir en una casa grande con césped lejos del trabajo, comer mucha carne o ir de compras a Londres un fin de semana no es sostenible, es una obviedad. Como tampoco es suficiente con reciclar, comer vegano, conducir coches eléctricos o votar partidos de izquierda para detener la crisis climática.

Ni pensar en verde, ni el greenwashing, ni las promesas imposibles, ni las mentiras exculpatorias son suficientes: Nuestro viejo capitalismo es incompatible con el ecologismo por qué el neoliberalismo es inviable sin crecimiento infinito. La solución radica en crear un nuevo sistema económico ecofeminista más equitativo y solidario, donde la vida es el núcleo y no el dinero, en definitiva, un nuevo paradigma que cumpla esta simple ecuación:

[(⇓ quema de combustibles fósiles + ⇓consumo = menos gases de efecto invernadero) = ⇓ calentamiento global].

La emergencia no tiene solución si no cuestionamos el modelo, si no cambiamos nuestra mirada egocéntrica, si no explicamos la verdad. ¿Puede ganar las elecciones un candidato al gobierno si en su programa propone un futuro con decrecimiento económico, reducción de consumo y abandono de la vida cómoda occidental? Imposible, no vencerá nunca porque la esperanza de prosperidad es indispensable.  En política, la franqueza siempre pierde. Seamos honrados, reconozcamos que ya no estamos en el centro de todo, que no somos los hijos predilectos, que no somos un buen ejemplo y que no podemos ser los amos del mundo si no somos capaces de cuidarlo. Abandonemos la masculinidad dominante y defendamos la feminidad colaborativa. La prioridad es admitir que nos hemos equivocado y que otro camino es posible para asegurar el futuro de nuestro mundo fragilizado, más allá de la intransigencia del progreso y de las nuevas tecnologías.

Por si no fuera poco, además, tenemos un serio hándicap. ¿Por qué nos cuesta tanto reconocer y resolver errores? La respuesta podría estar en nuestra inexperiencia. Lo cierto es que los Homo Sapiens habitamos este planeta desde hace bien poco. Los primeros homínidos aparecieron hace 7 millones de años y la especie humana hace tan solo 300.000 años, cuando las hormigas llevan 100 millones y los delfines más de 30.

Estamos entonces en el amanecer de nuestra historia, somos como unos niños torpes, egoístas y poco cooperativos, que a falta de memoria caminamos audazmente sin reflexionar, como si fuéramos invencibles. Quizás nos falten más siglos y dramas vividos, más disparates cometidos para alcanzar un grado superior de madurez que nos permita entender nuestro verdadero propósito existencial, recapacitar, restaurar y así dejar de creer en discursos infantiles de exculpación como el populismo. Acurrucados en nuestra cuna, creemos todavía en cuentos de hadas, en historias donde todo es posible y nada tiene consecuencias, donde el bien vence el mal y donde la verdad derrota la mentira. Fábulas de religiones salvadoras, tierras prometidas y pueblos elegidos que solo son quimeras que transforman el anhelo y el deseo en cruzadas totalitarias.

Habitamos todavía en un mundo que rechaza la razón, infantilizado, convertido en un gran bazar donde todo está en venta, como la libertad y la felicidad, subastadas en experiencias de fácil consumo, como juguetes que se pueden comprar, como simulacros obtenidos sin esfuerzo. Unos artículos de moda que proyectan de manera ficticia nuestra existencia hacia una especie de nirvana autoindulgente, cuando en realidad son constructos que condicionan nuestra capacidad empática, y nos convierten de nuevo en niños arrogantes, envidiosos y poco solidarios. Nos cuesta entender el engaño, vamos tropezando, pero mientras crecemos, nos equivocamos y nos quedamos sin tiempo. Como decía Confucio: «El hombre que ha cometido un error y no lo corrige comete otro error más grande«.

Estamos advertidos y a pesar de todo no aprendemos: La cumbre del clima COP29 celebrada recientemente en Bakú (Azerbaiyán) se ha saldado con un acuerdo de mínimos: Los países ricos financiarán con tan solo 300.000 millones de dólares (poco más del PIB de Catalunya) a los países pobres para ayudarlos en su transición ecológica (más endeudamiento) y para sufragar los estragos de la crisis climática que provocamos nosotros en sus territorios. Son pequeños avances pero mientras tanto la extracción irresponsable de combustibles fósiles sigue creciendo, invariable. Y así vamos perdiendo tiempo. No será suficiente con estos cambios tan inapreciables. Debemos cuestionarnos el crecimiento global, combatir la desinformación de las redes y cambiar radicalmente nuestro paradigma económico-socio-ecológico. La tecnología no hace milagros, no nos hace mejores ni perfecciona nuestra conciencia; fiarlo todo a la IA es una temeridad, necesitamos recuperar el humanismo en un tiempo de posthumanidad. Tenemos el imperativo moral de revertir la situación y actuar.

Las señales de alarma son inequívocas, la devastación puede ser imparable. Los  efectos ya son evidentes, muchos lo están perdiendo todo, padecen sequías, inundaciones o hambrunas y se ven obligados a migrar. Sin embargo no solo los Otros, los desfavorecidos sufren o mueren, también lo estamos haciendo nosotros, los privilegiados. Pero la vida es resiliente y es muy probable que nuestra maltrecha tierra salga adelante. Si la especie humana sobrevive, si tenemos la voluntad, la compasión y el amor necesarios, iremos aprendiendo y así nos comportaremos como las especies que cohabitan en el planeta desde hace ya millones de años, y que han encontrado el equilibrio entre su supervivencia y la de los otros.

Hasta que los seres humanos no entendamos que nacimos del polvo de las estrellas, que formamos parte de esta única totalidad cósmica, que debemos transformar nuestra relación con el entorno preservando la biodiversidad y redefinir el concepto de alteridad, que nos urge ser solidarios y así abandonar el capitalismo depredador, que somos una pieza más de la cadena de la vida; si no lo comprendemos seremos desterrados. Considerar el patrimonio natural del planeta solo como un recurso económico-lucrativo, seguir matando indiscriminadamente para saciar la gula, destruir el equilibrio ecosistémico, en definitiva, separarnos de la naturaleza nos puede llevar hasta nuestra propia aniquilación. ¿Podría nuestra desaparición aliviar a todos los otros seres vivos?

El Homo Sapiens sigue confuso, asustado y perdido, buscando su encaje en el todo. Subsistir ya no le resulta suficiente, el pensar tampoco. Vuelve a mirar la luna, las estrellas, cree que su salvación está en algún lugar del espacio, lejos de aquí y ve su final reflejado en el infinito preguntándose de nuevo: Quo Vadis. Su profunda fragilidad le estremece, se siente vulnerable e indefenso y entonces comprende su destino: Vencer la incertidumbre conservando el único mundo conocido, el nuestro, el que compartimos entre Todos, más allá de la dictadura del ego. Es cuando la auténtica condición humana aparecerá, y ese día comprenderemos que la respuesta al porqué filosófico de nuestra existencia subyace en el significado mismo de El Alba de la Tierra: El propósito único y genuino de Nuestra vida es preservar LA VIDA.

El mundo no será destruido por los que hacen el mal, sino por aquellos que miran sin hacer nada”. Albert Einstein

ALIANZA «MAS ALLA DEL CRECIMIENTO»

Un verdadero cambio de paradigma de civilización ha de apoyarse en una interpretación común de la evolución humana que permita relativizar y replantear las añejas ideas sobre las que hoy reposa el statu quo mental e institucional.

(José Manuel Naredo. La crítica agotada. Claves para un cambio de civilización. 2024).

Por encargo de la presidenta Von der Leyen, Draghi ha lanzado una apuesta trascendental de política económica que además compromete una inversión sin precedentes (5% del PIB, es decir 800.000 millones €/año). Surge una pregunta crucial: ¿están los fundamentos de esta iniciativa alineados con los desafíos vitales de la Unión Europea (UE)?

En su informe, Draghi realiza un diagnóstico que apunta a que el proyecto europeo está en peligro y que la principal razón de su declive reside en la pérdida de competitividad económica en los mercados globales respecto a Estados Unidos y China. A pesar de contar con 440 millones de consumidores y representar el 17% del PIB mundial, el informe imputa tal situación–más allá de a la fragmentación interna y el estancamiento demográfico– a una serie de factores. Entre ellos, destaca la débil presencia de sectores y grandes empresas impulsoras de tecnologías avanzadas, el alto coste de la energía, la ralentización del crecimiento de productividad, la menor rentabilidad de las inversiones respecto a otros campos/territorios y, como consecuencia de ello, la pérdida de atractivo para el capital privado de implicarse a fondo en el despliegue de la cuarta revolución tecno-industrial en Europa.

Continuar leyendo «Enmienda a Draghi. Por un debate urgente sobre Europa»

ALIANZA “MÁS ALLÁ DEL CRECIMIENTO”

Ignacio Muro Benayas, vocal cofundador de Economistas Frente a la Crisis EFC 

Carles Manera, miembro de EFC, catedrático de Historia Económica en la Universidad de las Islas Baleares)

Carlos Martínez, CCOO, miembro de la secretaría Confederal de Salud Laboral y Sostenibilidad Medioambiental),

¿Se pueden poner límites al ocio viajero?

No hay ningún organismo que prevea límites cuantitativos al turismo entendido como la voluntad de desplazarse de los humanos entre ciudades, regiones, países y continentes por motivos asociados al ocio y al placer. No al menos, para la próxima década.

No obstante, se trata de una actividad con altísima sensibilidad a las crisis globales, sean de naturaleza política (terrorismo y guerras especialmente), desastres naturales (terremotos, tsunamis, erupciones) o ecosociales (pandemias, crisis migratorias). Y, particularmente sensible a cualquiera de las otras consecuencias directas asociadas al cambio climático: olas de calor, subidas del nivel del mar, inundaciones y sequías, desertificación del sur…

Eso significa, que, teniendo en cuenta sus efectos sobre la actividad económica y el empleo, probablemente sea el sector que mejor simboliza y concentra los conflictos sociales y ecológicos asociados al decrecimiento, entendido como superación de límites biofísicos. Pero, al tiempo, nos reta a definir qué significa eso exactamente y cómo se corrige, cómo se cuantifican sus externalidades negativas, cómo se gestiona la sostenibilidad en el mundo de los conflictos reales. De alguna forma, pasar de las musas al teatro.

Su capacidad de generar actividad y empleo es saludada por estudios de múltiples organismos multilaterales además de por todos los gobiernos nacionales con el apoyo de los principales actores sociales, singularmente las asociaciones empresariales.

Aunque se asocie a servicios de bajo valor y trabajo precario, caracterizado por la temporalidad, basado en contratos a tiempo parcial fraudulentos, con salarios que pierden poder adquisitivo, se presenta como el recurso fácil para monetizar los activos territoriales heredados, provengan de la naturaleza o de la historia de los más diversos países. Un negocio con beneficios crecientes y efectos claramente negativos a medio plazo, como los ya señalados, que se multiplican cuando se sobrepasa un límite de masificación.

Continuar leyendo «La sostenibilidad del turismo: límites y propuestas»

La idea de una transición ecológica justa aparece con fuerza en múltiples discursos políticos, económicos o mediáticos. En ocasiones se alude simplemente al cambio en las tecnologías energéticas, otras veces se apela al escurridizo y ambiguo concepto de sostenibilidad. Creemos necesario definir con nitidez a qué nos referimos cuando hablamos de transición ecológica para que la nebulosa conceptual no reste valor a los debates ni efectividad a las propuestas que de forma urgente se deberían acometer. Se trata de un cambio de tal calado que no es posible aspirar a realizarlo tomando atajos. No es un camino sencillo de recorrer y es preciso abrir debates en torno al mismo.

¿Por qué hablar de Transición Ecosocial Justa?

En 2022 se cumplió medio siglo desde la publicación del Informe Meadows sobre los límites al crecimiento y los escenarios de futuro que aquel informe planteaba son ya el presente. Es preciso reconocer que, tras decenios de retórica sobre el llamado desarrollo sostenible, los enfoques adoptados no han servido para resolver los problemas ecológicos y sociales. Más bien, desde entonces, los indicadores de crisis y destrucción de la naturaleza han venido empeorando sistemáticamente.

Comienzan a evidenciarse con intensidad las consecuencias de vivir bajo un orden económico, político y cultural antagónico con los procesos que sostienen la vida. Caos climático, escasez ligada al uso irracional de bienes finitos, vulneración de la protección social -que afecta asimétricamente en función de la clase, de la edad, del género, de la procedencia-, degradación y graves ataques a la democracia, recortes de derechos sociales y económicos, guerras, migraciones forzosas, extractivismo y expulsión…

Las reacciones al momento que vivimos son diversas. Por una parte, emergen en todos los continentes expresiones de una ultraderecha populista y negacionista que defiende explícitamente salidas autoritarias, misóginas, racistas y violentas. Por otra, se asiste, salvo excepciones, a un repliegue de las izquierdas y los progresismos. No solo porque su presencia disminuya en los gobiernos, sino porque sus políticas se derechizan. El genocidio televisado en Gaza y el abandono de las personas migrantes en las vallas de la Europa rica evidencian que el deterioro de los valores fundantes de los Derechos Humanos se extiende más allá de los límites que dibuja la ultraderecha. Palestina o el Mediterráneo ponen delante un espejo que deforma la mayor parte de la política europea.

Vivimos el tiempo, nos recuerda Isabelle Stengers, de la intrusión de Gaia [1]. La trama de la vida aparece, de forma y evidente, como agente económico y político con el que no se puede negociar. Hoy, lo que está en juego es la supervivencia en condiciones dignas de la mayoría.

Los seres humanos, queramos o no, tendremos que construir la vida en común en un contexto de contracción material. El decrecimiento es, por tanto, el marco físico en el que hay que desarrollar propuestas políticas que se centren en garantizar condiciones dignas de existencia. Habrá decrecimiento material de todos modos. Puede ser un contexto monstruoso que expulse masivamente vida humana o puede alumbrar sociedades libres, justas y democráticas. Para ello, es preciso orientar democráticamente la contracción material bajo el principio de suficiencia, la redistribución de la riqueza y la prioridad radical de sostener las vidas concretas, dignas y con derechos.

Ni el presente ni el futuro están predeterminados ni escritos. Tenemos medios, capacidad y potencialidad para poner en marcha un proyecto que salga de la trampa que obliga a elegir entre economía o vida. Un proyecto político que no rehúya ni disfrace la realidad, no deje a nadie atrás y permita mirar el presente y el futuro con compromiso y esperanza.

Las reflexiones y propuestas que se realizan a continuación no son solo de la autora del texto, son el fruto de un proceso de trabajo colectivo que involucró a casi doscientas personas y que tuvo como resultado el documento de Transición Ecológica Justa para la elaboración del proyecto país de la plataforma Sumar. Este proceso se realizó a petición de Sumar y, junto con otros treinta y tres documentos, iba a constituir la base para la dicusión y elaboración de un proyecto de país a diez años. La convocatoria de elecciones anticipadas detuvo este proceso y las propuestas posteriores, en mi opinión, no responden al enfoque que se propuso. Sin embargo, el resultado del trabajo que se hizo tiene valor en sí mismo y constituye una base desde la que poder repensar cómo organizar la vida en común en este siglo crucial para el futuro de los seres humanos.

En un contexto de profunda crisis ecosocial, ¿qué es la Transición Ecosocial Justa?

Para que la idea de sostenibilidad sea útil políticamente hay que plantearse qué es lo que hay que sostener. Corremos el riesgo de que la lucha contra la insostenibilidad o la forma política de abordar el inevitable decrecimiento de la esfera material de la economía -tanto por la escasez inducida de bienes como por la necesidad de frenar el agravamiento del cambio climático- se centre solo en indicadores de emisiones de gases de efecto invernadero o tasas de retorno energético y olvide que lo que queremos sostener, además de la vida en su conjunto, son las vidas cotidianas, concretas y vulnerables.

Judit Butler señala cómo la violencia se expresa con brutalidad cuando la sociedad se comporta como si las vidas que se pierden o sufren no merecieran ser lloradas. Siendo capaces de llorar cada vida perdida, la idea de urgencia ecosocial se amplifica. Es urgente frenar el deterioro ecológico, pero también detener las muertes en el Estrecho, el genocidio en Palestina, los feminicidios o el sufrimiento que causa el miedo, el desamparo, el hambre, los suicidios de jóvenes o la falta de techo. No son cosas incompatibles y encajarlas de forma natural en nuestras propuestas es clave para lograr un movimiento amplio y lleno de sentido para mayorías.

Teniendo en cuenta las consideraciones anteriores, la Transición Ecológica Justa es el camino que hay que recorrer para aspirar a mantener vidas dignas de forma generalizada. Cierto es que quienes tienen más de lo que les corresponde han de aprender a vivir con menos energía, minerales o bienes materiales, pero si pensamos en vidas con derechos básicos, económicos y sociales, cubiertos, vidas con tiempo propio disponible, derecho al descanso, cuidados compartidos y riqueza relacional, la vida de la mayoría será, sin duda, más segura.

Llamamos Transición Ecológica Justa al proceso compartido, planificado y deseado de reorganización de la vida en común, que tiene por finalidad la garantía de existencia digna para todas las personas y comunidades, con plena consciencia de que ese derecho ha de ser satisfecho en un planeta con límites ya superados, que compartimos con el resto del mundo vivo y que estamos obligados a conservar para las generaciones más jóvenes y las que aún no han nacido.

Hacerse cargo de la crisis ecológica y, simultáneamente, garantizar las condiciones de vida de todas las personas implica tener en cuenta siete ideas clave interrelacionadas: la idea de límite (relacionada con el ajuste a la realidad material de nuestro planeta), la de necesidades (que reconoce a los humanos y humanas como interdependientes), la idea de redistribución (que nos permite pensar en la satisfacción de necesidades para todas las personas en un contexto de contracción material), la idea de democracia (que pone en el centro el establecimiento de debates y la llegada a acuerdos para conseguir esa transición), la idea de urgencia (que llama la atención sobre la dinámica acelerada de la crisis ecosocial y sus consecuencias), la de precaución (que tiene en cuenta que la transición se llevará a cabo en un contexto plagado de contingencias imprevistas) y la idea de imaginación (crucial para construir horizontes de deseo compatibles con el contexto ecológico en el que han de ser materializados).

Las crisis ecológica y social son dos caras de la misma moneda. Ha llegado el momento de asumir que, mientras las propuestas y “políticas verdes” sigan ancladas al viejo paradigma, no es posible iluminar caminos alternativos. Ya no se puede dilatar en el tiempo la puesta en marcha de transformaciones que corrijan las tendencias de fondo descritas, que traten de evitar los escenarios más duros que proyectan los diferentes estudios y diagnósticos, que se adapten a los cambios que han llegado para quedarse y que tengan como prioridad la garantía de derechos y la cobertura de necesidades.

Este proceso político debe cumplir, a la vez, los siguientes objetivos:

Garantizar que todas las personas y comunidades puedan disfrutar de una vida segura y digna compatible con la restauración y preservación de sus entornos sociales, naturales y territoriales.

Sin justicia no habrá transición ecológica. Si las personas se ven obligadas a elegir entre supervivencia económica en el corto plazo, y supervivencia ecológica y económica en el medio plazo, se priorizará la primera opción, volviendo cada vez más inviable la segunda. Pero sin una política que gestione la escasez inducida por una economía que desborda los límites, con principios de suficiencia y redistribución de la riqueza, será el mercado el que racione, generando cada vez más desigualdad e insostenibilidad. El desafío político es, por tanto, asegurar una vida materialmente segura, digna y percibida como vida buena, a la vez que se adaptan los metabolismos económicos a la realidad de un planeta desbordado y en proceso de cambio.

Reducir la huella ecológica del sistema económico para compatibilizar la cobertura de las necesidades sociales con las biocapacidades locales y globales y el abordaje del cambio climático.

El modelo productivo y reproductivo de nuestro país habrá de reorientarse de modo que la huella ecológica del conjunto decrezca, sea resiliente ante el caos climático y la emergencia ecosocial y cubra las necesidades sociales. El cambio deberá estar orientado por una política general de gestión integrada de la demanda en el uso de recursos básicos (energía, agua y materiales) que se articule sobre dos elementos: la eliminación del despilfarro a través de medidas de reducción (lo que significa evitar incrementar la capacidad, aunque sea con fuentes renovables, sin haber reducido previamente y de forma sustancial el consumo de combustibles fósiles) y la transformación hacia el diseño y uso en origen de materiales reutilizables (en un contexto de contracción).

Hablar de reconversión industrial inquieta después de haber vivido el desmantelamiento de sectores enteros sin alternativa para las personas trabajadoras, pero es preciso tener en cuenta que los sectores que hoy se encuentran en la cuerda floja no lo están porque se hayan introducido restricciones de carácter ambiental, sino por haberlos hecho crecer de forma irracional y por su extrema dependencia de minerales y energía declinantes y del cada vez más complicado suministro, porque se ven afectados por el cambio climático o porque van siendo menos rentables y por tanto abandonados por los inversores.

Sería un error inyectar recursos que hacen falta para transitar a otro modelo en apuntalar el actual modelo productivo durante un poco más de tiempo, y no dedicar dichos recursos a hacernos cargo de las personas que trabajan en ellos. Los sectores económicos tienen sentido por su utilidad social. A la hora de pensar en las transiciones justas, es preciso recordar que hemos de proteger personas, y eso no es exactamente lo mismo que proteger los sectores en los que trabajan.

Adaptar el universo del trabajo y empleo a las circunstancias de la crisis ecosocial y al servicio de la Transición Ecológica Justa.

La necesidad de acoplar la economía a los límites ecológicos tenderá a reducir el empleo en algunos sectores, pero también a aumentarlo en otros, sobre todo si se incorporan todas las tareas que exige una transición ecosocial y trabajos socioeconómicos ligados a la satisfacción de las necesidades que implica una vida digna.

Sacar de las lógicas de mercado la satisfacción de las necesidades básicas y desacoplar su garantía del empleo es de gran importancia a la hora de conseguir la transición del modelo productivo.

Desplegar procesos que acometan las situaciones de contingencia y urgencia derivadas de los efectos de la crisis ecológica y climática.

Todo hace pensar en la posibilidad de vivir momentos de sobresaltos y urgencias derivados de eventos climáticos, crisis económicas o de suministros, pandemias o tensiones geoestratégicas. Ante ello, y en aplicación del principio de precaución, es preciso avanzar en dos frentes. Por un lado, planificar lo que ya se conoce, para no tener que tratar como contingencia y con urgencia cuestiones que ya son tendencia estructural y se pueden trabajar con anticipación. Por otra, establecer programas de gestión de riesgos, establecer reservas de recursos y legislar para proteger a la población de lo que sí son circunstancias inesperadas o sobrevenidas.

Detener los principales procesos de destrucción ecológica, restaurar y favorecer la resiliencia de los ecosistemas clave del país y proteger la vida animal.

El despliegue de estrategias vinculadas a la Transición Ecosocial Justa crea un marco favorable para desplegar un programa ambicioso de protección de la bodiversidad y de recuperación y restauración de los ecosistemas clave en las próximas décadas, tales como el suelo, los bosques, las masas de agua dulce, los litorales y las áreas marinas marinas, los ecosistemas litorales, las zonas áridas o los agrosistemas.

El respeto a las formas de vida no humana y la protección de las mismas constituye un reto fundamental. Hay que eliminar el sufrimiento animal y ello comporta cambios sustanciales en la alimentación, en el vestido y el rechazo a la tauromaquia y a los festejos en los que se produce la tortura y matanza de animales.

Transitar hacia modelos territoriales justos y sostenibles que generen nuevas relaciones de cooperación entre los mundos urbanos, rurales y naturales.

La transición requiere una nueva relación con el territorio. La ordenación del mismo desde la escala biorregional puede permitir planificar las transiciones a partir de una mirada integral que reconecte las ciudades, los medios rurales y los espacios naturales.

Existen desafíos enormes en torno a los modelos de ciudad, en la actualidad altamente insostenibles y a la vez muy vulnerables, y de la transición justa en los medios rurales, con respeto y escucha al tejido social que los habita, de modo que resulten a la medida de las necesidades de las personas que viven en ellos.

La transición territorial descansa sobre comunidades que deben fortalecerse y cohesionarse.

Invertir en investigación y tecnociencia orientada a resolver los retos que plantea una Transición Ecosocial Justa.

Se requiere reorientar la investigación y la tecnociencia de modo que se ponga al servicio de la transición y se centre en la búsqueda de soluciones de bajo impacto ecológico, extensibles a todas las personas, fáciles de implementar y comunitarias. Hacen falta conocimiento e investigación que apoyen los propósitos de  transición justa y ajuste a los límites biofísicos en todas sus dimensiones: energética, industrial, arquitectura, transporte, etc.

Construir un soporte económico y financiero que haga viable la Transición Ecosocial

La construcción de un sistema de financiación público y robusto es crucial. En sociedades que producen dinero a una enorme escala, no se puede decir que no hay recursos para financiar una TEJ. Es una cuestión de prioridades y de redistribución.

El desarrollo de una fiscalidad verde y progresiva, la banca pública, la persecución del fraude… Una cuestión clave es dejar de financiar lo insostenible. Los recortes deben centrarse en aquello que se quiere eliminar y que contribuye a profundizar los problemas, y se debe denominar inversión a lo que sirva para apuntar hacia el horizonte que hemos descrito como meta.

La formulación de objetivos puede plantearse sin demasiada dificultad, pero supone una profunda transformación política, económica, cultural y ética que afecta a todas las esferas de la vida social. Afecta a todas las escalas territoriales y de convivencia: el hogar, el barrio, la comunidad local, el área metropolitana, la región, el estado, la escala supranacional, los movimientos sociales, las empresas, etc. Exigirá gestionar los limites, blindar derechos, reorganizar los tiempos y reordenar el territorio, establecer deberes, aprovechar los esfuerzos ya realizados en materia de política pública y el conocimiento de quienes los han realizado, cuestionar privilegios, repartir con justicia los esfuerzos y transformar costumbres e imaginarios arraigados.

Este proceso no puede hacerse de arriba a abajo sin correr el riesgo de caer en dinámicas autoritarias,  generar una respuesta social de oposición o caer en la irrelevancia y en el mero discurso verde, así que la transición debe construirse a partir de un proceso participativo y deliberativo real que le dote de legitimidad, fortalezca y apuntale las prácticas democráticas e implique una importante transformación de prioridades, deseos y valores.

Requiere de una proyección que maneje el corto, medio y largo plazo. Hay muchos problemas sociales que no pueden esperar a ser resueltos, y, cuanto más avance la crisis ecológica, más se restringen las opciones y oportunidades de actuación. Deben percibirse mejoras y beneficios desde el primer momento y a la vez ofrecer horizontes esperanzadores y desarrollar  compromisos con el legado que dejaremos a nuestros nietos y nietas.

Se precisa tener un enfoque integrador que permita gestionar límites globales y establecer prioridades, reconversiones y reducciones en muchos campos. Si se planifica la política económica, la energía, la agricultura, el transporte, la vivienda, el turismo, la educación, la fiscalidad o los servicios públicos por separado y sin atender a los objetivos para la Transición Ecosocial Justa, esta no funcionará.

Por último, hay que asumir que hoy los imaginarios sociales, especialmente en los países más ricos, se inscriben en los paradigmas del crecimiento, el consumo y los proyectos de vida individualizados, y que, sin un amplio apoyo social, es evidente que no se podrán abordar en profundidad y con urgencia los cambios necesarios. Es más, en situaciones de dificultad, la demagogia, la frustración y la proliferación de las opciones populistas y autoritarias podrían verse fortalecidas, tal y como ya está sucediendo en algunos países europeos.

La Transición Ecosocial Justa requiere abordar la disputa de la hegemonía cultural y no es tarea pequeña. Supone nada menos que reorientar los conceptos hegemónicos de producción y bienestar, seguridad y libertad, hacer visibles los límites negados, reconocer la vida humana como ecodependiente, frágil y necesitada de cuidado y protección y explicar de forma convincente, serena y motivadora la situación de emergencia y la necesidad de transformación.

El gran reto es la reorientación de las aspiraciones y deseos de una buena parte de la sociedad. La propia crisis ofrece posibilidades y resquicios desde los que impulsar este cambio cultural. Estos momentos abren oportunidades para introducir debates y defender el cambio y la audacia. Hasta el momento, las crisis han sido mayoritariamente usadas para aplicar la doctrina del shock; quizás con anticipación y preparación podamos aprender a convertirlas en palancas de seducción para la Transición Ecosocial Justa.

Notas:

Este texto se basa en el trabajo coordinado por el Foro de Transiciones para dar respuesta a la pregunta formulada durante el proceso de reflexión que condujo a la conformación de la plataforma electoral Sumar. El trabajo trataba de responder al encargo de proporcionar criterios para la construcción de un proyecto-país a diez años vista desde la perspectiva de la Transición Ecológica Justa.

Este texto fue publicado en el Dossier de Economistas sin Fronteras, número 52ª, invierno 2024.

[1]Stengers, Isabelle (2017), En tiempos de catástrofes. Cómo resistir la barbarie que viene, Ned Ediciones, Barcelona.