Un trozo de corazón herido: 50 años de la muerte de Janis Joplin

Mariano Muniesa

La iconoclasta y revolucionaria poeta argentina Alejandra Pizarnik, escribió a finales de 1970 entre sus poemas uno muy especial, que quiso dedicar a la diosa blanca del blues, a Janis Lyn Joplin, que tal día como hoy, un 4 de octubre de hace 50 años, entró en el largo viaje a la eternidad. En ese emotivo poema, en el que la autora quizá vio en Janis un espejo de sí misma o quien sabe si su propio final –se suicidó dos años después, en 1972, después de dos intentos frustrados justo en este crucial año de 1970- con una amargura teñida de evocación, lo siguiente:

“Así como duerme la gitana de Rousseau, 
así cantás, más las lecciones de terror.
Hay que llorar hasta romperse
para crear o decir una pequeña canción,
gritar tanto para cubrir los agujeros de la ausencia
eso hiciste vos, eso yo.
Me pregunto si eso no aumentó el error.
Hiciste bien en morir,
por eso te hablo,
por eso me confío a una niña monstruo”.

La cantante, la artista, la rockera, la voz, pero por encima de todo, la mujer que murió en una sórdida habitación de hotel en la madrugada del 4 de octubre de 1970 en Los Angeles, Janis Joplin, dejó por supuesto el recuerdo de interpretaciones en directo absolutamente inolvidables, discos que son puro patrimonio de la historia de la música popular contemporánea, pero quizá sobre todo el coraje y la valentía de una mujer que rompió todos los esquemas y arquetipos dominantes en el mundo del rock hasta ese momento.

Ello explica en gran medida como y por qué 50 años después se la sigue recordando con la admiración que fue capaz de despertar en los escasos cuatro años en los que su genio, su talento, su sensibilidad y su magia cautivó a todo el universo del rock. Pero más allá de los lugares comunes, de lo que otros muchos medios escribirán en estos días a golpe de Wikipedia, quiero en esta semblanza poner en valor otros aspectos de la vida y de la obra de Janis Joplin que entiendo son más determinantes que los datos de ventas de discos o entradas vendidas, y que me parece que ofrecen una foto más realista, más limpia, mas veraz de lo que era aquella fuerza de la naturaleza, aquella explosión ardiente de sentimiento, aquella maravillosa, contradictoria, poliédrica y fascinante mujer.

Se asocia a Janis Joplin con el rock y se la ha considerado siempre una figura clave de la historia del rock. Sin que ello deje de ser verdad, lo cierto es que Janis fue esencialmente una blueswoman, una cantante de blues que venía de la tradición de Ma Rainey, Memphis Minnie o Bessie Smith, mujeres que lucharon en la América de la primera mitad del siglo XX en un entorno sumamente hostil de pobreza y exclusión social, machismo y racismo por ser las protagonistas de sus propias vidas, por salir de aquella sociedad que las marginaba y que reivindicaban, por encima de todo, su libertad y su identidad.

Janis Joplin fue en los años 60 la continuadora en la música del espíritu rebelde de aquellas mujeres que hicieron del blues el vehículo para expresar, con dolor, con ira, con desgarro, su protesta ante el rol que la sociedad les adjudicaba. Si Angela Davis fue en lo político y en lo social la gran revolucionaria, la gran agitadora de la conciencia de las mujeres americanas negras oprimidas, Janis, probablemente no de una manera consciente, pero sí sumamente efectiva, empoderó a miles de mujeres que mirándose en su ejemplo, rompieron tabúes, se decidieron a seguir su vocación y se atrevieron a ser libres. Pienso que Janis Joplin nunca pronunció la siguiente frase pensando en el potencial revolucionario que encierra, y sin embargo, es una de las más radicales llamadas a la rebeldía que he escuchado junto a la letra de “Imagine” de John Lennon o “Street Fighting Man” de los Rolling Stones: “Es difícil ser libre, pero cuando funciona ¡vale la pena!”.

Janis Joplin en el escenario, cuando exhalaba blues dejándose trozos de sí misma en cada canción, Janis no cantaba… Janis, literalmente, sangraba. Era reamente sobrecogedor ver aquella atormentada y hermosa alma llena de cicatrices cantar, vibrar, vivir… y poco a poco, morir.

Janis Joplin luchó por ser una artista reconocida, por que se comprendiera y valorase su música y merced a su inquebrantable voluntad, a su convicción y a su talento, lo logró. Pero la factura que tuvo que pagar por hacer realidad su sueño fue demasiado alta y muy probablemente estuvo muy relacionada con su triste y prematuro final.

Desde que Albert Grossmann, manager de Bob Dylan, al igual que todos los asistentes al Festival de Monterey de 1967 la descubrieron tras la estremecedora actuación que ofreció junto a sus Big Brother & The Holding Company y la contrató como artista de su agencia de management, la vida de Janis Joplin entró en una vorágine de conciertos, giras, grabaciones y viajes tan estresante, que llegado un momento solo pudo sobrellevar a base del consumo de drogas, especialmente la más dura y letal: la heroína.

Ello unido a la inmensa soledad que sentía en el centro de todo aquel torbellino – “En el escenario le hago el amor a 25000 personas diferentes. Luego, al terminar, me voy sola a casa”, dijo en cierta ocasión-, la frustración que le producía no poder desarrollar relaciones sentimentales duraderas y fuertes y la sensación a menudo de sentirse explotada, por un lado la llevaban a refugiarse en el escenario como válvula de escape de toda la presión que conllevaba a finales de los años 60 ser toda una estrella de rock, y allí, desnudarse emocionalmente, hacer estallar su corazón de pasión, entrar en un trance que se contagiaba a todos los que la veían y la escuchaban en directo. Como he dicho en más de una ocasión, Janis Joplin en el escenario, cuando exhalaba blues dejándose trozos de sí misma en cada canción, Janis no cantaba… Janis, literalmente, sangraba. Era reamente sobrecogedor ver aquella atormentada y hermosa alma llena de cicatrices cantar, vibrar, vivir… y poco a poco, morir.

Pero tras esas dos horas de orgasmo que duraban los conciertos, volvía la soledad, los viajes interminables, ese mundo que ella no comprendía y que tampoco la comprendía a ella. Entonces es cuando aparecían, a modo de anestesia, el alcohol y las drogas. Dos monstruos que poco a poco la fueron devorando. Hasta que el 4 de octubre de 1970, la heroína le dio el último bocado.

Desde que tuve ocasión de conocer San Francisco, su barrio, su ambiente, desde que descubrí su música, sus canciones, desde que vi sus actuaciones, muy especialmente cuando acepté la proposición de Ediciones Cátedra en 2002 de escribir su biografía y por tanto, buceé intensamente en toda su vida, siempre percibí, y sigo percibiendo en Janis Joplin la quintaesencia de la intensidad, del sentimiento, de la sinceridad y de la magia en la música.

No me importa confesarlo; siempre he admirado a Janis Joplin. Fue, es y será una mujer capaz de removerme muy dentro, de tocarme la fibra más sensible y con cuya música puedo emocionarme por la brutal veracidad de su corazón, de su voz, de sus vísceras. Si el arte, la poesía, la música, si la cultura entre otras muchas cosas, tiene el valor de elevar la conciencia del ser humano a un nivel superior de entendimiento y sensibilidad, todo ello se hace real, se hace carne, se hace humanidad, se hace pasión y poder en Janis Joplin.

No dejen nunca de disfrutar de su música.

Take another little piece of my heart now, baby…