Ya va siendo hora de que perdamos el miedo a la autoridad masculina que se cree por encima de cualquier razonamiento si no viene avalado por la RAE (María Martín Barranco)
Si a usted le interesa el tema del lenguaje inclusivo nada mejor que acudir, leer o escuchar a María Martín Barranco. Feminista, licenciada en Derecho, aficionada por su importancia a las palabras, los diccionarios y los medios de comunicación, lleva más de quince años trabajando como formadora en diversas áreas de los estudios de género tanto para organismos públicos como privados, ha impartido clases y ha dado conferencias en universidades españolas y mexicanas. Es autora de tres libros muy recomendables: «Ni por favor ni por favora» (2019), «Mujer tenías que ser» (2020) y el recientísimo «Punto en boca» (febrero de 2022), los tres publicados por la editorial Catarata.
Con motivo de la publicación de este último título conversamos con ella en Espacio Publico.
El lenguaje es un instrumento de poder. Puede nombrar o invisibilizar. Las mujeres somos la mitad de la población pero en el lenguaje estamos siempre dentro del género masculino. Para la Real Academia «hablar con el plural masculino no supone alguna discriminación sexista«. ¿Qué le parece esta afirmación?
La versión corta: Una sandez.
La versión larga: La RAE es tenida y se tiene por autoridad en materia lingüística, de lo que no sabe nada es de igualdad, de discriminación ni de sexismo. Pueden decir “hablar con el plural masculino es la norma” y no podemos hacer sino darles la razón (otra cosa es que obedezcamos), pero ¿Qué no supone discriminación sexista? ¿con qué argumentos lo sostienen? ¿Cuál es su conocimiento del tema? En la RAE entran profesionales de diferentes especialidades y no solo lingüistas para poder definir con propiedad acerca de lemas de muy diferentes contenidos. ¿Especialistas en sexismo, en igualdad, en género? Cero.
Al no existir un plural único a veces resulta un tanto pesado emplear constantemente el masculino y femenino. En su libro «Ni por favor ni por favora» Cómo hablar con lenguaje inclusivo sin que se note (demasiado)» usted afirma que hablar sin discriminar a las mujeres puede ser un proceso ameno y creativo. ¿Cómo podemos hacerlo?
Teniendo en cuenta dónde se producen las discriminaciones para evitarlas. No se trata, como pretenden hacernos creer, de cambiar una letra por otra, o de hacer todo neutro. Se trata de tomar conciencia de los modos diversos en los que el lenguaje reproduce discriminaciones (a las mujeres continuamente, pero también a colectivos en situación tradicional de discriminación). Cuando te entrenas para ver esas discriminaciones y quieres evitarlas, cualquier persona adulta con un vocabulario medio tiene ya las herramientas lingüísticas que necesita.
Se necesita, antes de practicar con la lengua, entrenar la mirada para ver las desigualdades, también las lingüísticas. Porque se nos hace pasar la discriminación por lo natural, por la norma. Pero ni es natural ni las normas son, no ya inamovibles, ni siquiera tan rígidas como pensamos.
¿Existe en otras lenguas este mismo problema de discriminación de las mujeres en el lenguaje?
Cualquier sociedad machista tendrá formas de reflejar en el idioma que le sea propio esas desigualdad cultural. Lo que no podemos esperar es que discriminen en la misma forma que se hace en español. Por eso se pude concordar en femenino, por decir algo, y que esa lengua sea discriminatoria con las mujeres en otros aspectos. En Punto en boca pongo ejemplos del inglés, el ruso o el guajiro.
En libro «Mujer tenías que ser. La construcción de lo femenino a través del lenguaje» habla de cómo hemos sido históricamente narradas las mujeres. ¿Puede comentarnos algunos ejemplos de cómo se ha construido la imagen de lo femenino en el lenguaje, los refranes, expresiones…?
La cultura académica y popular ha construido una narración completa del deber ser de las mujeres que ha ido cambiando con el tiempo (pues es una construcción cultural que varía) para mantener una posición inamovible de estas (porque es el eje del sistema patriarcal): subyugadas bajo el poder masculino. La forma de moverse, vestirse, estar en los espacios público o privado, dónde son bienvenida y dónde no y cómo se castigará el no acatar esos mandatos. Cómo deben verse (y cómo debemos ver) los cuerpos, los procesos biológicos y fisiológicos de las mujeres; nuestras “fallas” morales: charlatanas, mentirosas, volubles, intrigantes, pierde hombres; nuestras virtudes ideales: abnegación, sacrificio, entrega, pasividad, abstinencia… Esa imagen está idealizada (para santificar la figura de la madre como ángel del hogar y demonizar la de la mujer libre, asimilada a la prostituta, la que es de todos los hombres y por ello candidata a ser usada por ellos), subordinada a los intereses masculinos y, lo que es más importante: alejada del derecho de ser por sí misma. En el caso de las lenguas, apartadas históricamente del derecho a decidir quienes son y cómo ser nombradas, de contar sus propias historias y, lo que es más importante, desde sus propios puntos de vista y no desde el punto de vista masculino identificado con el de la sociedad (cuando solo era el de los hombres en situación de poder).
«No hay que sospechar que la doctrina se vaya a cambiar ni cabe esperar que se hagan recomendaciones sobre cambios en el lenguaje. La RAE no hace políticas legislativas, sino que simplemente explica cómo hablan la mayoría de los hablantes y recoge las normas», dice Santiago Muñoz Machado, director de la RAE, institución que es reacia a admitir el femenino en las profesiones: pilota, por ejemplo. Generalmente se usan expresiones como «el médico y la enfermera», «el piloto y la azafata», «el jefe y la secretaria» (nunca a la inversa: «la médica y el enfermero», «la pilota y el azafato», etc.), que reflejan una situación de subordinación profesional de las mujeres, cuando la realidad nos demuestra que hoy día hay muchas mujeres médicas, pilotas, jefas… ¿No es esto una muestra del poder que tiene el lenguaje para mantener situaciones discriminatorias contra las mujeres?
Por supuesto que lo es. En Punto en boca Muñoz Machado y sus dislates sobre el lenguaje inclusivo tienen más de un hueco. No solo él, he de aclarar, hay más señoros de los que me gustaría, pero ya va siendo hora de que perdamos el miedo a la autoridad masculina que se cree por encima de cualquier razonamiento si no viene avalado la RAE. Porque esas afirmaciones tan rotundas unas veces se desdicen por sí mismas (porque son erróneas o directamente falsas) y otras las desdicen la Gramática (que no conocen tanto ni tan bien como deberían ocupando las posiciones académicas que ocupan).
Si la RAE no hace políticas legislativas ¿por qué hicieron por iniciativa propia un informe recomendando usar la expresión violencia doméstica en lugar de la que se anunciaba de violencia de género? ¿Por qué reconocen en el informe sobre la CE que habría que decir rey y reina, príncipe y princesa pero las mujeres sin sangre real no lo merecemos?
¿Por qué se empeñan en decirnos no uses el femenino, hacer la flexión en género es innecesario, no digas esto o lo otro? Que esperen, observen y no sean juez y parte. Si la RAE no hubiera puesto el grito en el cielo por el lenguaje inclusivo (o lo que creen que es) o solo dejaran de ridiculizarlo muchas personas no estarían en contra. No legislan, pero meten cizaña. Nos acusan de ideología y creen que su machismo no es ideología (o quieren que lo creamos, que es peor).
Las resistencias a nombrar las profesiones en femenino son ideológicas siempre. La lengua es lo suficientemente flexible para adaptarse a los usos de quienes la hablamos.
Vemos aún cartas iracundas a los periódicos o partidos que se niegan a decir “presidenta” una palabra admitida por la RAE no ayer por la mañana por presiones feministas (como dicen por ahí) sino por el diccionario académico en el siglo XIX.
Uno de los argumentos empleados por la RAE y por quienes se oponen al lenguaje inclusivo es la «economía del lenguaje». En su último libro, «Punto en boca», usted afirma que el lenguaje inclusivo no solo nos permite precisar, sino también economizar, si de ahorrar palabras se trata. ¿Puede ponernos algún ejemplo?
No es que se trate de eso, porque no se trata de economizar, esto no es un mercado de las palabras, aunque hace poco un académico dijera justo eso “mercado de las palabras”. Lo que trataba de demostrar en el libro es que usar un lenguaje que no discrimine a las mujeres no es, necesariamente largo o farragoso. Casi cualquier frase discriminatoria puede hacerse no sexista, o puede hacerse inclusiva, con menos palabras, menos letras, menos caracteres (si me apuras, ahora que son tan importantes en las redes sociales). Si no se hace es porque no se sabe o porque no se quiere. El primer problema tiene una solución más fácil que el segundo porque quien no quiere, no quiere. Pero que digan “no quiero” y se dejen de excusas.
Por último, ¿qué parte de responsabilidad tienen los medios de comunicación en el uso del lenguaje que discrimina a las mujeres?
Tanta como espacio ocupan en nuestras vidas y, cada vez, ese espacio es más y más grande. El caudal de información que consumimos (uso este verbo consciente de lo que digo) es enorme incluso cuando intentamos ponerle filtros. Sin ellos, en sociedades capitalistas, es imposible avanzar.