La obra de Roberto Chartam, enfermero de profesión y artista de vocación, llama la atención por su originalidad, belleza y creatividad. El soporte papel se le quedó corto y sus dibujos los realiza en el aire, “en el espacio”, que no es un mero soporte de su obra sino que forma parte esencial de la misma.
Hace unos días se ha clausurado su última exposición, “Todo es uno” en el CEART Tomás y Valiente de Fuenlabrada (Madrid) y con este motivo, Espacio Público hemos tenido la ocasión de conversar con él.
Usted es enfermero de profesión, ¿cómo comenzó su actividad artística y cómo la combina con su profesión?
Sí, es cierto. Soy enfermero y ejerzo de ello. Es una profesión preciosa que me aporta grandes satisfacciones tanto humanas como profesionales. Con un horario fabuloso que me permite, además, tener mucho tiempo para crear. Por ello combinar ambas actividades a tiempo completo no me supone ningún problema.
Si la pregunta está enfocada a si mi trabajo como enfermero influye de alguna manera en el resultado final de mi obra, la respuesta es no. O pienso que no, porque todo lo que nos rodea nos influye de una manera u otra. Pero no creo que mi obra artística fuera distinta si fuera carnicero, policía o abogado.
Me tomo ambos aspectos de mi vida con el mismo grado profesionalidad, aunque debo reconocer que pienso más en el Arte cuando soy enfermero que en la Enfermería cuando soy artista. Quien sabe; tal vez sean dos formas distintas de Arte.
Le interesa el dibujo, pero no dibuja en papel, lo hace en el espacio, ¿cómo le surgió la idea de hacerlo así?
Todo surge en Italia. Cursé en Milán mi tercer año de Bellas Artes gracias a una beca Erasmus. Para entonces, mi objetivo era llegar a ser un gran dibujante, creando cada vez dibujos más complejos, más bonitos, con un mayor grado de acabado, con una técnica cada vez más depurada. Ni siquiera pensaba en el soporte. Al fin y al cabo, cuando uno quiere hacer un dibujo, antes incluso de saber qué va a dibujar, lo primero que hace es coger un papel, ¿verdad?
En Italia aprendí todo eso, pero lo fundamental es que me mostraron la importancia de tener un discurso artístico que sirviera de armazón a todo lo que hacía. Que le proporcionara coherencia. Ahora me parece algo obvio, pero no creo que hubiera llegado a esa conclusión yo solo. Entonces me planteé que mi objetivo de hacer obras complejas no cambiaría, pero que lo centraría en el soporte y no en el objeto. Crear obras simples sobre soportes complejos y no al revés. ¿Y qué puede ser más complejo que el propio espacio expositivo?
En su web cita a George Sugarman: “Estira una cuerda entre dos puntos y déjala ser”. Su obra abarca el dibujo, la pintura y la escultura. ¿De qué manera le ha influido?
Lo importante de esa cita no es quién la dice, sino a quién. Se la dijo George Sugarman a Fred Sandback en 1967, cuando este criticaba la pintura, la narrativa, el contenido pictórico, el contenido material, el significado del contenido. Es entonces cuando Sugarman, queriendo darle consejo, le dijo esa frase. Pero lo hizo de forma figurada; algo así como “piensa primero en una cosa y luego en otra”. Lo gracioso es que Sandback la tomó de forma literal, y a partir de ahí creó su maravillosa obra.
Al igual que Sandback, en mi obra uso lana. Pero también anclajes, poleas, tornillos, hembrillas. Si una trayectoria tiene que cambiar de dirección en mitad del espacio, uso una polea; si tiene que anclarse en una pared, uso una hembrilla. Y no me importa que se vean. Es más: quiero que se vean. No escondo nada. Pero Sandback muestra solo la línea. Porque Sandback es la pureza absoluta.
Hay quien opina de su obra que tiene una dimensión poética, al situar al espectador como constructor de arquitecturas imaginarias por donde transita la imaginación… ¿lo crees así?
No creo que cree arquitecturas imaginarias, porque todos los elementos arquitectónicos que forman parte esencial de mi obra ya estaban allí antes de que yo iniciase el montaje. Lo que hago es obligar al espectador a que los perciba de forma distinta, e invitarle a que recorra un espacio -que tal vez ya conocía- como si fuera la primera vez que lo ve. Es por ello que, desde hace tiempo, documento el desmontaje. Porque me parece un acto interesante el hecho de devolver al espacio expositivo su naturaleza original. Volviendo a su pregunta: ¿constituye todo esto un acto poético? No lo sé, pero me gustaría que fuera así. Eduardo Scala, mi padre artístico, diría que sí sin dudarlo. Pero es que él sí es poeta.
Empezó sus dibujos con cordón de algodón y luego cambió a cordón de lana. ¿Por qué?
Empecé con cordón de algodón porque uno no puede dibujar en el aire con un lápiz o un rotulador. Necesitaba algo matérico con lo que trazar una línea en el aire y el cordón de algodón, a priori, me lo permitía. Mis primeras obras las hice con ese material y el resultado fue bastante satisfactorio. Con algún pero: el cordón de algodón pesa bastante, y por ello la línea se curvaba un poco cuando su trayectoria era demasiado larga.
La lana tiene dos ventajas importantes. Pesa mucho menos que el algodón, por lo que las líneas sobre el espacio son perfectamente rectas. Además, a nivel formal, la estela de la lana sobre el espacio es casi idéntica a la de un lápiz sobre el papel, con esas pequeñas irregularidades que solo se pueden percibir cuando se observa de cerca. Esto se ajusta como un guante a mi idea original de “dibujos simples sobre soportes complejos”. En el espacio, solo puedo dibujar con lápiz usando lana.
No es fácil exponer, y mucho menos una obra como la suya. ¿Cómo ha conseguido que esté expuesta en distintos centros de arte?
El principal inconveniente es que, como el espacio expositivo forma parte necesaria de la obra, no puedo comenzar a proyectarla hasta que no lo conozco. Una visita previa a la sala donde quiero exponer es, por tanto, imprescindible. Una vez allí, hago una rigurosa toma de medidas, pero apunto también sus características y particularidades: tiene una cristalera preciosa, un tragaluz, una salida de emergencia que no se puede bloquear, etc. Intento sacar partido de todo ello, porque es importantísimo para mí que el espectador sea consciente de hasta qué punto las obras están pensadas para ese espacio concreto. Más aún, que líneas y espacio forman parte de la misma obra.
Tras la toma de medidas, llega el momento de crear una obra que complemente el espacio ya existente. Y ese trabajo se parece mucho al de un arquitecto: docenas de bocetos previos hasta dar con el diseño final de la obra; dibujo de un boceto definitivo, ya mucho más elaborado; fabricación de una maqueta sobre la que decidir los últimos retoques, color, iluminación…
Todo este material es el que se presenta a los responsables del espacio concreto. Porque la obra en sí no existe hasta el momento en el que termina el montaje de la exposición.
¿Le influye el mercado a la hora de plantearte qué hacer?
La propia naturaleza de mi obra ya responde a esa pregunta: no. Creo que nadie en su sano juicio compraría una obra mía para ponerla en su salón, por ejemplo. Tropezaría todo el rato con ella, sería realmente incómodo. Además, es una pieza que está concebida para un sitio distinto, por lo que en su salón perdería gran parte de su sentido. ¿Por qué la hago, entonces? Pues porque creo que es una buena obra, con un buen discurso detrás. En definitiva, porque creo que esta obra tiene que existir. Y porque, de momento, los responsables de distintos espacios expositivos me han permitido hacerla. Y además, al no depender mi supervivencia económica de la venta de esa obra, porque puedo hacerla. ¿Qué más puedo pedir?