Me merodeaba la cabeza mientras contemplaba esta exposición «Lieu de mémoire» de Helena Belzer, en el Ayuntament Vell de Sant Francesc, en Formentera (hasta el 5 de agosto) que estamos viviendo, por primera vez en la historia, el hecho de que toda una generación de mujeres artistas que rondan los 80 años está exponiendo su obra, aún sin estar en el mainstreaming del arte. Y, sin embargo, como un goteo imparable, están ahí: presentando sus trabajos, de los últimos años, al público.
Cómo mujer artista e intelectual, que ha dedicado gran parte de su trabajo a la visibilización de artistas que en la historia han sido, no puedo dejar de hacerme la pregunta de quiénes van a ser las guardianas de nuestra memoria, de la memoria de nuestros trabajos, de nuestra propiedad intelectual, del trabajo de todas las mujeres artistas que han surcado la segunda mitad del siglo XX y este primer tercio del XXI.
Cómo artista pienso en la necesidad de la trascendencia: las artistas mujeres que ya han comprendido que el talento es exhibicionista, se plantean dónde irá su legado. ¿Dónde y cómo pueden enseñar todo aquello que su pensamiento, su creatividad ha producido y, todavía, produce? Son artistas que ya saben convivir con la frustración y que saben lo que es la falta de reconocimiento aún a pesar de su excelencia. Son artistas resilientes que, como Helena Belzer, siguen trabajando y recuperando lugares que les ayuden a sujetarse a la memoria, que les ayuden a ser para la trascendencia.
Aquella súplica que la joven Julia Conesa, antes de ser fusilada contra la tapia del cementerio del Este de Madrid junto a otras 12 compañeras, siete menores de edad, en la madrugada del 5 de agosto de 1939, le dejó escrita a su madre y hermanos: “que mi nombre no se borre en la historia”, nos deja la pregunta, convertida en título de película por Diaz Yanes: «¿Quién hablará de nosotras cuando hayamos muerto?»
Esta pregunta, como autora, me resulta tan incómoda que según me la hago, la esquivo y me concentro en lo pragmático, en el día a día. Este lugar de confort en el que me coloca la cotidianidad, dónde tan a gusto me encuentro y del que la exposición de Helena Belzer, Lieu de Memoire, me saca como si de un calambre eléctrico se tratara. No se puede ser la memoria de otra artista, pero si se puede difundir la memoria de otra artista. Y eso es lo que hace este pequeño artículo: contar y narrar entre nosotras, nuestras acciones para poder seguir siendo en el futuro.
Helena Belzer tropieza, en Bruselas, con uno de los Stolpersteine que, desde el año 95, el artista Günter Demming va instalando por toda Europa, adoquines con los que homenajea a las víctimas del nazismo, logrando un Memorial Escultórico que interpela a todos aquellos que lo vean (o que tropieza con ellos). En el instante del tropezón, Belzer decide que tiene que tomar acción y pintar, buscar, conocer y reconocer lo que hay en su memoria de mujer alemana nacida en los tiempos de Hitler. ¿Cómo sobrevives cuando has visto pasar los trenes hacia los campos de concentración? Helena Belzer sobrevivió viajando, dejando de hablar alemán, abandonando su país de origen, para refugiarse en Formentera y Bruselas, y pintando, sobre todo pintando. Con una disciplina que, a día de hoy, continúa.
“Pilar, pinto las lágrimas que no soy capaz de llorar” me dijo cuando me descubría que lo que yo pensé que eran baldosas amarillas versión Mago de Oz, son su versión de los Stolpersteine y sus lágrimas son un intento de continuar manteniendo viva la memoria del horror nazi. En el documental “Shoah”, Claude Lanzmann enfrenta, a veces confrontado, la tristeza de aquellos testigos niños/as, que, como Helena Belzer, veían pasar los trenes. A uno de ellos le pregunta porque siempre lo cuenta sonriendo y el interrogado no tiene respuesta, el dolor le ocupa y se le humedecen los ojos. No hay nada más que decir.
Helena Belzer nos requiere como cómplices. “Estos son los objetos que necesitamos para vivir” me explica ante ese cuadro con una silla, una mesa y una cama, remitiendo el pensamiento a Thureau. Solo le faltó decirme para “vivir deliberadamente”. Toda su exposición remite a que “todos los hombres quieren algo que hacer para poder ser”. Helena Belzer, pinta sin parar desde los años 60. Sin detenerse. Y pintando se recupera, y recupera la memoria de los otros, porque es a través de la memoria que el espíritu tiene el poder “para hacer presente lo que es irrevocablemente pasado, y por tanto ausente a los sentidos”. Para Hannah Arendt la memoria es el ejemplo “más plausible de la capacidad del espíritu para hacer presente lo invisible”. Poner en valor aquello que no se ve, aquello que el pensamiento, por no salir de su zona de confort, no quiere retener, confrontarnos con que, al fin, sólo somos eso: la memoria que los demás puedan tener y retener sobre nosotras. Sin memoria, no hay trascendencia. Y esto es lo que el talento quiere.
Helena Belzer, casi parecería que sin querer, nos trae a esta exposición uno de los más hermosos y tristes lugares de memoria. Como bien dice el comisario de la exposición, Manolo Oya, en el catálogo de la misma: “Con el ejercicio de la memoria las ausencias se convierten en presencias. Es el recuerdo de las personas lo que las mantiene junto a nosotros. Compartimos el espacio que habitamos, sentados en la misma mesa, durmiendo en el mismo lecho con las almas que nos acompañan”. Que así sea.
Nota:
Agradecemos a Pilar Aldea su gentileza al ceder estas fotografías a la Fundación Espacio Público.