Desde hace ya algunos años los movimientos negacionistas del cambio climático (o retardistas de sus soluciones) ven un supuesto «enemigo del sistema» a la Agenda 2030 de NNUU y sus Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS).
Por supuesto que sea un slogan completamente falso no les impide continuar la demagogia contra una Agenda que se conformó en su origen para consensuar caminos para transitar hacia una sociedad más equilibrada en lo ambiental y más equitativa en lo social . Contra esto es la arremetida de estos negacionistas de nuevo cuño post fascista porque lo que realmente temen es una sociedad ecosocialmente más igualitaria.
Sin embargo es una paradoja sorprendente el acusar de los supuestos grandes males que acucian a nuestra sociedad a algo que realmente no se está aplicando tal y como debiera, pues lo realmente preocupante es la falta de aplicación de la Agenda 2030 que amenaza con convertirla en un mar de buenas intenciones que terminan en papel mojado.
Esto es lo que podría deducirse fácilmente si tomamos en consideración el último Informe de evaluación sobre su operatividad realizado por Naciones Unidas, promotor de la Agenda. En efecto, ya en mitad de camino desde 2015 en que se enunciaron los citados ODS de la Agenda 2030, sus resultados son manifiestamente mejorables, “sonando una música” ya pasada como fue el fracaso de los Objetivos de Desarrollo del Milenio instrumento análogo implementado anteriormente .
La propia evaluación de NNUU indica que: “Los últimos datos y evaluaciones a nivel mundial de los organismos custodios dibujan un panorama preocupante: de las aproximadamente 140 metas que pueden evaluarse, la mitad presentan desviaciones moderadas o graves de la trayectoria deseada. Además, más del 30% de estas metas no experimentaron ningún avance o, peor aún, retrocedieron por debajo de la línea de base de 2015. Esta evaluación subraya la urgente necesidad de intensificar los esfuerzos para garantizar que los ODS mantengan su rumbo y avancen hacia un futuro sostenible para todos”.
La inobservancia en la puesta en marcha de las acciones expresadas en la Agenda 2030 y que en si justificarían su existencia, está trayendo graves consecuencias en las personas y el planeta. Algunas las vemos a continuación:
Seguirá un aumento de la pobreza extrema que podría llegar a 1000 millones de personas en 2030 con una brecha de desigualdad entre pobres y ricos cada vez más amplia. El deterioro ambiental se intensifica con permanentes incrementos de emisiones de CO2 que agudizan la crisis climática de consecuencias devastadoras para la biodiversidad, la seguridad alimentaria y los recursos hídricos (el cambio climático es un multiplicador de amenazas) y ello podría conducir a un aumento de conflictos y crisis humanitarias agravando la situación actual de desplazados y refugiados ambientales.
Poner en marcha las acciones que impregnan la Agenda 2030 no se puede quedar en enganchar en nuestro vestuario un hermoso pin, sino en impregnar en nuestro cerebro y en nuestra voluntad la necesidad de cambiar nuestro modelo desarrollista. Debemos hacerlo así si no queremos que la Agenda 2030 se asemeje a las cínicas Cumbres por el clima con sus “evoluciones” involutivas y sus “esperanzas” desesperanzadas, acercándose a las políticas lampedusianas (“cambiar” todo para que nada cambie) tan usadas en temas ambientales. Un riesgo real de que la Agenda 2030 se convierta pues en la Agenda 3020, es decir, que sus objetivos cifren resultados 90 años más tarde, si es que seguimos en el Planeta Tierra.
Llamando a la acción
Para que esto no ocurra y revertir la actual situación se precisan acciones urgentes de los gobiernos estatales y locales, así como incrementar las exigencias en debida diligencia a las entidades privadas. Entre las medidas clave se incluyen:
- Aumentar la inversión para una transición ecológica real de la economía: los gobiernos y las instituciones financieras internacionales deben aumentar significativamente la inversión en los ODS.
- Fortalecer la cooperación internacional: es necesario un mayor compromiso y coordinación entre los países para abordar desafíos globales. Esto implica que los países desarrollados deben cumplir e incrementar sus compromisos de ayuda oficial al desarrollo y apoyar a los países en desarrollo contemplando la condonación de deuda.
- Reducir las desigualdades: se deben implementar políticas que promuevan la inclusión social y económica, empoderen a las mujeres y las niñas y protejan a los más vulnerables.
- Abordar la crisis climática con urgencia: se requieren acciones ambiciosas para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero y construir resiliencia para adaptación al cambio climático. Esto implica amplias medidas fiscales que graven la producción energética con fuentes fósiles así como la disminución drástica programada de financiación de la Banca Internacional y la eliminación de subsidios a la producción (incluyendo la nuclear).
- Promover la paz y la seguridad: la prevención de conflictos y la resolución pacífica de disputas son esenciales para el desarrollo sostenible, eliminando las inversiones en material bélico.
El reto real es, sin dobles morales, si estamos dispuestos a este cambio. La sociedad civil tiene (tenemos) un papel crucial que desempeñar para exigir cuentas a gobiernos y empresas y para movilizar a las comunidades para la acción.
El tiempo se agota para alcanzar los ODS. Se necesita un cambio radical en la forma en que pensamos y actuamos. Todos tenemos un papel que desempeñar para construir un futuro más sostenible y equitativo. Los gobiernos, las empresas, las organizaciones de la sociedad civil y las personas individuales deben unirse y actuar con urgencia si no queremos que la Agenda 2030 se convierta en la Agenda 3020.