Un modelo de producción y consumo de alimentos ambientalmente insostenible y socialmente injusto
Una de las actividades que más contribuyen al rebasamiento de los límites planetarios (LP) es el actual (des)orden alimentario internacional. Además de no resolver la desnutrición y contribuir a la malnutrición, es responsable directo del rebasamiento de 6 de los 9 LP: LP1) cambio climático; LP4) ciclos del nitrógeno y del fósforo; LP5) pérdida de biodiversidad; LP6) consumo y contaminación de agua potable; LP7) cambio en los usos del suelo junto con su contaminación y degradación y LP9) contaminación por nuevas sustancias.
Todos ellos, excepto el uso de agua potable, ya desbordan los límites para un nivel seguro de vida en el planeta, siendo especialmente grave el sobrepasamiento del LP 9 de nuevas sustancias, a lo que contribuye las que se emplean de forma masiva en la agricultura y ganadería industrial. En España la contaminación por nitratos por encima de límites saludables es generalizada y no se le pone freno.
Desde la revolución industrial se inicia el avance de una agricultura y ganadería escindidas entre sí que no persiguen el derecho a la alimentación de todas las personas y todos los pueblos sino la producción de mercancías rentables para el mercado. En ese proceso, se expulsa a los campesinos de las tierras que arriendan y en las que viven, comenzando por los menos especializados, con menor superficie y apenas capital, con el fin de liberar dichas tierras para la producción a gran escala, con métodos cada vez más intensivos y con una mayor demanda de capital y trabajo asalariado.
En la segunda guerra mundial se acelera la modernización en Estados Unidos para abastecer a Europa y, después, se marca un modelo de transición industrial y globalizado con reparto de producciones. La ganadería europea dependerá de la compra de piensos producidos primero en EEUU y luego en otros graneros del mundo. Esta separación y especialización de la ganadería y agricultura favorece la intensificación de ambas. El empleo de maquinaria y tecnología cada vez más sofisticada y más alejada de los agricultores y ganaderos aumenta la productividad y favorece la bajada de los precios, pero genera una mayor dependencia. La necesidad de cada vez mayores inversiones para el desarrollo tecnológico implica el aumento del control de las semillas, de los fertilizantes, de los plaguicidas, del agua y del acceso a la tierra, cada vez en menos manos. La Política Agraria Común (PAC) ha apostado por esta intensificación productivista.
El aumento de la escala conlleva mercados cada vez más alejados y quien controla la distribución es capaz de fijar los precios a productores y consumidoras. A su vez, el modelo alimentario industrializado y globalizado desarrolla la industria alimentaria y, con ella, una dieta menos apegada a las temporadas, territorio y cultura alimentaria de sus habitantes, porque se produce en lugares cada vez más alejados de donde se consumen los alimentos. Se generaliza una alimentación cada vez más procesada, cargada de azúcares y harinas refinadas, se incrementa el consumo de carne en detrimento del consumo de legumbres, verduras y frutas, favoreciendo el desarrollo de enfermedades alimentarias vinculadas a la mala alimentación, pero también la extracción de recursos (mayor huella energética, aumento del consumo hídrico) y el aumento del desperdicio alimentario por encima de los límites planetarios. La dieta se globaliza y con ella los impactos en la salud de las personas y los ecosistemas.
La industrialización, mercantilización y globalización alimentaria agudizan el calentamiento global (aumento de emisiones) y sus impactos por: a) el empleo masivo de combustibles fósiles (especialmente petróleo) tanto en el uso de maquinaria cada vez de mayor tamaño como en la fabricación de fertilizantes y plaguicidas; b) una distribución globalizada que requiere de combustibles para desplazamientos kilométricos; c) los efectos sobre el terreno al esquilmar el suelo, privarle de su biodiversidad y reducir su papel como almacén de carbono; d) cultivar en suelos desnudos sin cubierta vegetal; e) fomentar regadíos intensivos que aumentan las emisiones netas, el consumo de agua, la escorrentía y el arrastre de sedimentos, anegando barrancos que deberían servir de aliviadero y agravando el impacto de las avenidas aguas abajo, entre otros efectos.
El modelo alimentario industrializado y globalizado es culpable de los problemas de salud de los agroecosistemas. Los fertilizantes químicos y otros tratamientos de síntesis empleados en agricultura y ganadería industrial contaminan el suelo, las aguas superficiales y subterráneas, y dejan sin defensas a plantas y animales. Pero este modelo también afecta a la salud humana. Si la producción agrícola y ganadera emplea sustancias químicas de síntesis en su proceso, los alimentos obtenidos contienen residuos que debilitan y matan a microorganismos beneficiosos. La interrelación entre una mala alimentación con restos de plaguicidas y disruptores endocrinos y el incremento de obesidad, cáncer y enfermedades autoinmunes y cardiovasculares es una evidencia científica. No sólo agrava el cambio climático, también enferma a la sociedad.
Un planeta saludable transitando a Sistemas Alimentarios Agroecológicos
El planteamiento “Una Salud, Un planeta” aborda, de forma integrada, diagnósticos y soluciones para las personas y los ecosistemas.
La alimentación ecológica lucha contra el cambio climático porque procede de suelos vivos que retienen el agua, frenan la erosión y conectan microorganismos, micorrizas y organismos del suelo para transformar residuos en fertilidad que las plantas aprovechan, proporcionando alimentos más nutritivos. Los alimentos procedentes de suelos vivos también alimentarán adecuadamente nuestra flora intestinal.
La alimentación agroecológica con base ecológica es la clave para: a) proteger y restaurar los agroecosistemas, b) reducir nuestro consumo irracional e insolidario y c) participar en una Transición Ecológica Justa e Inclusiva.
Por Justicia Climática, Alimentaria y Social es urgente: a) transitar a Sistemas Alimentarios Agroecológicos con la producción ecológica como base para recuperar manejos agroecológicos y con ellos la calidad de los suelos y de las aguas superficiales y subterráneas, pero también con una distribución en la bioregión, en circuitos cortos, a precios justos y con un consumo en responsabilidad compartida con la producción; b) apostar por una dieta ecológica suficiente, saludable y sostenible para todas las personas –volviendo a la dieta mediterránea de temporada con más legumbre, más verdura y fruta fresca y menos pero mejor carne- y por la compra pública de alimentación ecológica con criterios ambientales y sociales, en especial para escuelas, hospitales y residencias; c) aplicar el Principio de Precaución, la Soberanía Alimentaria, el Desperdicio y Residuo Cero, la Economía Circular y los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) y d) sacar la alimentación de la Organización Mundial de Comercio e incluir el Derecho a la Alimentación Agroecológica en la Constitución y la legislación básica española sobre alimentación y agricultura, incluyendo las medidas necesarias para viabilizar dicho derecho
Nos quedamos sin agua y sin la salud de los ecosistemas asociados
Una de las consecuencias del actual modelo de producción y consumo de alimentos, especialmente en países mediterráneos como España, es la apropiación creciente del agua disponible, así como la contaminación y degradación de los ecosistemas del agua. Las demandas hídricas no han dejado de aumentar debido sobre todo a la expansión de los regadíos (tanto regadíos planificados por las administraciones públicas como perímetros irregulares), con un aumento de 900.000 hectáreas en las últimas décadas.
En la actualidad los regadíos representan el 80% del agua utilizada en España y un valor aún mayor en términos de consumo neto. Esto está suponiendo el desecamiento de manantiales, la reducción de los caudales de los ríos -esenciales para su buen estado ecológico y para mantener los muchos servicios que nos prestan-, la sobreexplotación de acuíferos, la degradación y pérdida de humedales, algunos tan emblemáticos como las Tablas de Daimiel o Doñana, así como la contaminación difusa agraria, causante de la contaminación por nitratos de las aguas subterráneas, de crecientes problemas al abastecimiento humano y de los procesos de eutrofización (exceso de nitrógeno y fósforo) como el sufrido por la laguna costera del Mar Menor, entre otros casos. Los regadíos constituyen uno de los principales factores que explican que en torno a la mitad de las masas de agua (ríos, acuíferos, aguas de transición como deltas y estuarios y aguas costeras) no alcancen el buen estado por exceso de captaciones, por contaminación o por ambos procesos.
Estos problemas se están agravando además por el cambio climático, por la reducción de las precipitaciones y, sobre todo, por el incremento de la evaporación y la evapotranspiración de la vegetación natural (de los secanos y de los regadíos), lo que aumenta la transferencia de agua a la atmósfera y reduce los recursos disponibles, tanto de agua verde (en la vegetación y en el suelo) como de agua azul (ríos, embalses y acuíferos). A ello hay que añadir que el cambio climático está aumentando las lluvias torrenciales, cuyas elevadas escorrentías no pueden ser almacenadas. Todos estos factores implican una reducción de las aportaciones y por tanto de los recursos hídricos, que supera con mucho el efecto de la mera reducción de las precipitaciones.
Hacia una transición hídrica justa como parte de la transición ecosocial
La expansión de las demandas, especialmente de los regadíos, en un contexto de reducción de recursos por el cambio climático que se agravará a lo largo de las siguientes décadas, nos aboca a un escenario inviable. Algunas de las opciones que se vienen planteando, como la modernización de regadíos, constituyen falsas soluciones porque existen abrumadoras evidencias científicas de que la modernización de regadíos no supone un ahorro significativo de agua y, de hecho, en muchos casos aumenta el consumo neto de agua por la reducción de los retornos de riego y la intensificación de los cultivos, presente en la inmensa mayoría de proyectos de modernización.
Esto puede explicar por qué la escasez hídrica (demandas por encima de los recursos disponibles) no ha experimentado mejora alguna, pese a que el 80% del regadío en España cuenta ya con sistemas de riego modernizado de elevada eficiencia. Además, el riego tecnificado aumenta el consumo energético justo cuando necesitamos reducir las demandas de energía para facilitar la transición a un escenario 100% renovable.
Es urgente por ello abordar una transición hídrica justa que permita a) disminuir las demandas para adaptarlas a la reducción de recursos hídricos por el cambio climático; b) garantizar los derechos humanos al agua y al saneamiento, que deberían estar explícitamente recogidos en la legislación española en materia de aguas y c) recuperar la buena salud de los ríos, acuíferos, humedales y resto de ecosistemas asociados al agua, para que nos sigan aportando agua de calidad para las distintas necesidades, junto a otros servicios esenciales.
La transición hídrica justa es particularmente necesaria en el ámbito agrario, dado el enorme peso de los regadíos en el agua total utilizada y consumida en España. Dicha transición hídrica agraria requiere reducir las demandas con una perspectiva de reparto social del agua que priorice, por su mayor valor social, la agricultura familiar y arraigada en el territorio, en manos de pequeños o medianos agricultores, frente a las grandes empresas agrarias y que priorice igualmente a los regadíos tradicionales, que atesoran un valioso patrimonio ambiental y cultural, frente a los grandes regadíos agroindustriales. La Mesa Social del Agua de Andalucía constituye una valiosa y esperanzadora experiencia de colaboración y coordinación intersectorial (con presencia de organizaciones agrarias, ambientales, sindicales y de consumidores, entre otros ámbitos) que está elaborando propuestas en la línea del reparto social del agua en agricultura.
Se trata en definitiva de transitar a sistemas agrarios agroecológicos, con circuitos cortos de producción-consumo, precios justos y dieta mediterránea agroecológica, reducción de los regadíos agroindustriales y en línea con una transición hídrica justa a través de un reparto social del agua que favorezca la agricultura familiar, arraigada en el territorio y en manos de pequeños y medianos agricultores. Todo ello mejorará la adaptación al cambio climático, la salud de las aguas y los suelos, el estado de los ecosistemas, la calidad de los alimentos y la equidad social del modelo agrario y de producción de alimentos.