Hoy se cumplen 90 años de la masacre perpetrada por la Guardia de Asalto, dirigida por el Capitán Rojas, en Benalup-Casas Viejas. Esta masacre tuvo consecuencias en el gobierno de la nación, ya que deterioró la imagen del mismo, desprestigió a Manuel Azaña (presidente del gobierno), influyó en la ruptura de la coalición republicano-socialista, y favoreció la abstención de una parte importante de las bases de la CNT, que ayudó a la victoria de la derecha en las elecciones de 1933, de manos de la CEDA y el Partido Republicano Radical, de Alejandro Lerroux.
El 11 de enero de 1933 se produjo el levantamiento anarquista en Benalup-Casas Viejas, pueblo pobre de Cádiz, bajo el dominio de la Casa de Medina Sidonia, con unas situaciones sociales terribles. Un grupo de anarquistas atacó el cuartel de la Guardia Civil, matando a dos agentes. Este levantamiento se produjo en el marco de levantamientos de poca efectividad realizados en varias localidades de España por la CNT, que no se consideraba ligada al gobierno republicano-socialista, ni a la “República burguesa”. Un contingente de guardias de asalto llegó al pueblo y desató una represión muy dura sobre la población. No sólo el Capitán Rojas ordenó la quema de la casa de “Seidedos” y su familia, que resistían a las fuerzas del orden, sino que fusilaron a sangre fría a 14 personas, de las cuáles la mayoría no participaron en los hechos. Azaña defiende, con noticias parciales, la actuación de las fuerzas del orden, pero una investigación posterior, y la labor de los cronistas, acabó provocando que se supiese la verdad sobre Casas Viejas.
La prensa reaccionaria se cebó con la figura del odiado Manuel Azaña, citándolo como responsable de la masacre y de haber pronunciado la frase: «Ahora vaya a sus hombres y dígales que rechacen los ataques y que nada de hacer prisioneros ni heridos. Tiros a la barriga. Tiros a la barriga y nada más». Teóricamente, esta frase había sido pronunciada como orden al capitán del Estado Mayor Bartolomé Barba, quién lo transmitió, supuestamente, al Capitán Rojas, que ejecutó con frialdad y crueldad. También fue duramente criticado Azaña por la prensa izquierdista. La persona que se había opuesto a la actuación de la fuerza pública contra las personas que estaban incendiando las Iglesias en Madrid en 1931 y había dicho: «todos los conventos de España no valen la vida de un republicano. Si sale la Guardia Civil, yo dimito».
Eso no importó. El buen nombre de Azaña fue arrastrado por el barro a través de la utilización de bulos, que apenas se logró borrar con el juicio posterior, dónde el Capitán Rojas fue condenado, y se encontró numerosas contradicciones del Capitán del Estado Mayor, Bartolomé Barba. Azaña pudo recuperar su prestigio tras la detención arbitraria por parte del gobierno radical-cedista, que intentó culparlo de la fracasada Revolución de 1934, y de la proclamación de la República Federal Catalana dentro de la República Federal Española, realizada por el presidente Companys, al estar éste en Barcelona. Su absolución y la lucha por la amnistía a los revolucionarios del 34 le permitió volver a la arena política. No todos han tenido tanta “suerte”.
Azaña no ha sido la única víctima de campañas para arrastrar su nombre por el barro. Es una táctica bien conocida, en vez de atacar a sus argumentos, o su actuación de gobierno, se les ataca personalmente, tratando de deslegitimar al político, o política, en cuestión. Una falacia ad hominem de manual.
Otro ejemplo fue el de Pablo Iglesias Possé, fundador del PSOE, que fue acusado por parte del diario “El Debate”, de adscripción católica, de haber traicionado sus ideales que solía defender “en sede parlamentaria”, porque según el diario Iglesias había acudido al Congreso envuelto en un caro y lujoso abrigo de pieles. El viejo patriarca del socialismo español era un hombre austero que solo poseía dos trajes, uno para el verano y otro para el invierno. Aquel ataque le supo tan mal que no volvió a usar el gabán, pasando frío muchos días antes de volver a ser acusado de tan terrible delito.
El propio PSOE es también víctima de dos bulos muy repetidos a lo largo de los últimos años, cómo son que había votado en contra del voto femenino, debido a la oposición a aprobar este derecho por la diputada socialista Victoria Kent, y que la Guerra Civil había comenzado en 1934 con la Revolución de Asturias. Cierto que Kent se opuso a la aprobación del voto femenino con argumentos discutibles, como lo fue que el partido de Clara Campoamor (PRR) votó en contra, ella votó a favor, y que los socialistas votaron en bloque a favor del voto femenino (salvo 26 de 110, que no votaron o se abstuvieron). Una búsqueda en los diarios del Congreso desmiente rápidamente el bulo.
En el caso de la fallida Revolución de Asturias de 1934 como inicio de la Guerra Civil, casi que se desmiente solo. Una revolución que duró dos semanas, con unos millares de combatientes, que acabó en un baño de sangre, no pudo ser el inicio de la Guerra Civil porque luego pasaron dos años hasta que los militares, que llevaban algunos de ellos conspirando con falangistas y tradicionalistas desde hacía tiempo, en acuerdo con Mussolini, iniciaron el levantamiento militar contra el gobierno salido legítimamente de las urnas.
Carrillo es otra de las víctimas de los bulos para desacreditar su figura. Empezó con la responsabilidad que se le adjudicó a Santiago Carrillo, siendo el Consejero de Orden Público de la Junta de Defensa en 1936, por la masacre perpetrada en Paracuellos del Jarama, justo con la cercanía de las tropas franquistas de Madrid. La realidad es que fue ordenada y ejecutada por la NKVD, cenetistas exaltados, y hombres enviados por el Secretario de Organización del PCE, Fernández Checa, usando los aparatos de la DGS. Fernández Checa actuaba a las órdenes del partido, y de Moscú, no de la Junta de Defensa.
Las implicaciones de Carrillo están descartadas por las últimas investigaciones históricas, pero, la prensa de derechas, y los pseudohistoriadores revisionistas de derechas, han utilizado este hecho para atacar a Carrillo e igualar el “terror rojo” (desordenado, caótico, y que fue combatido por el gobierno republicano), y el “terror azul” (organizado, institucionalizado, metódico, y que continuó después de la guerra de manera sistemática). Las investigaciones determinan que el bulo comienza con el nombramiento de Carrillo como ministro del gobierno Giral en 1946, y fue aumentando con el nombramiento de Santiago Carrillo como Secretario General del PCE, y más todavía conforme se acercaban a la Transición español.
En otra ocasión, Carrillo fue atacado porque éste viajaba en un Mercedes. Ese vehículo fue usado en una ocasión, cuando su amigo Teodulfo Lagunero ayudó a pasar a Carrillo con su peluca puesta por la frontera en ese Mercedes, que era de su propiedad. ¡Cómo podía ser que un comunista viajase en un Mercedes! Por eso, mucho de los dirigentes de aquella época han vivido de manera muy austera, para que sus ideales no se viesen empañados con ataques fáciles a su manera de vestir, o de vivir.
En la actualidad, ésta máquina de enfangar el debate público, y de realizar ataques personales para deslegitimar a políticos de izquierdas, han llegado al paroxismo, gracias a el uso de las redes sociales, los memes, y otros artefactos discursivos. Un ejemplo de campañas de intoxicación fue la que trató de endosar, en plena crisis de desahucios, la compra de una casa a un desahuciado por parte de Valderas, vicepresidente de la Junta (IU), que en realidad había comprado hacía 15 años. O el lawfare que le realizaron a Torrijos (IU), teniente alcalde de Sevilla, cuando fue perseguido por la Jueza Alaya, siendo “imputado” por la prensa en declaraciones de la Jueza Alaya, sin que hubiese un documento real de imputación, justo antes de las elecciones, y otras barbaridades.
La campaña que se ha realizado contra Podemos (financiados, supuestamente, por Irán y por Venezuela), a Juan Carlos Monedero, o al propio Iglesias, han sido brutales y desmedidas. En el caso de Iglesias y Montero, las campañas de acoso, o de insultos, y de deshumanización (“coletas rata”- a Iglesias, “usted ha logrado ascender agarrada a la coleta del jefe”- a Montero), han sido la tónica, buscando destruir sus imágenes públicas. Quizá la más dura fue la del bulo de las residencias, dónde el gobierno de Ayuso trató de culpar a Iglesias, como Ministro de Derechos Sociales, de las muertes en las residencias de ancianos, cuando las órdenes de no trasladarles a los hospitales, salvo que tuviesen un seguro privado (siempre hay clases), las había dado la propia Ayuso. Los ataques personales han acabado calando en una parte de la población, además aderezados con algunos errores propios, pero, en cuanto a los casos de corrupción, no han logrado probar nada de nada, pero han acabado con algunas carreras políticas.
Con Yolanda Díaz han intentado que pareciese una “pija”, alejada de sus votantes, siendo nombrada por Federico Jiménez Losantos como la “fashionaria”, o ser noticia que se había hecho la pedicura, o lo supuestamente caras que son sus sandalias. Críticas a las políticas de la Ministra, las justas, cuando no se utilizan bulos o se retuercen las estadísticas para tratar de decir que la Reforma Laboral ha sido un engaño.
Esta política de destrucción del contrario desestabiliza la democracia. La derecha suele utilizar expresiones gruesas en el Congreso siguiendo la estrategia de la tensión, y tratando de no debatir el fondo de las políticas del gobierno actual, o de la izquierda, ya que hacer campaña a favor de las desigualdades no es muy popular. La pregunta que nos hacemos es; una vez desmentido el bulo. ¿Quién repara el daño?