Dado el contexto de la epidemia racista -con brutalidad policial, muertes en las fronteras, el auge de la extrema derecha…- es muy positivo que Espacio Público quiera tratar el problema. Pero lo primero que les dije cuando me pidieron un artículo era que debían recoger las visiones de personas migradas y racializadas.

Me han asegurado que así lo harán y, de hecho, han solicitado un artículo a un compañero negro del movimiento unitario contra el fascismo y el racismo; un compañero que, a pesar de haber nacido en Catalunya y de ser catalán en todos los sentidos, sabe por experiencia personal que la policía lo ve como “diferente”. Pero él ya explicará sus propias vivencias.

Yo aprovecharé esta oportunidad para hablar desde mis experiencias y mi visión. Quiero explicar por qué pienso que una persona corriente blanca debería luchar, de la manera más activa posible, contra el racismo.

Escribo en un momento en que una ola de protestas contra el racismo se extiende por todo el mundo, bajo el grito de Black Lives Matter; las vidas negras importan. Ciudades de todo EEUU han explotado de rabia tras el asesinato de George Floyd a manos de la policía de Minneapolis. En Gran Bretaña, donde yo crecí, hay protestas incluso en pequeños pueblos rurales, mientras que las ciudades han visto movilizaciones de miles, incluso decenas de miles, de personas. En el Estado español también se han visto protestas importantes, muchas de ellas convocadas por una nueva organización, la Comunidad Negra Africana y Afrodescendiente en España (CNAAE).

Este sábado, 20 de junio, habrá protestas en diferentes países con motivo del día internacional de la persona refugiada. En el Estado español las acciones exigen la regularización de todas las personas migradas y refugiadas.

Hace muchísimo tiempo que sobraban motivos para este levantamiento antirracista. Sin embargo, si queremos que estas luchas logren victorias reales, debemos aprender de las luchas vividas, tanto recientes como de siglos pasados.

Primero vinieron a por los judíos…

En su famoso poema escrito tras la segunda guerra mundial y el Holocausto, el Pastor Niemöller advirtió contra la idea de que la opresión dirigida a otro grupo no te afecta: “Primero vinieron a por los judíos, y yo no dije nada, porque no era judío. Luego vinieron a por los comunistas, y yo no dije nada, porque no era comunista… Después vinieron a por mí, y ya no quedaba nadie para defenderme”.

Este poema está en la cabecera de la web del movimiento unitario en Catalunya, Unitat Contra el Feixisme i el Racisme (UCFR), desde su creación en 2010. Subraya el argumento de que el antirracismo no es una cuestión de caridad, sino de solidaridad, frente a un problema que nos afecta, de diferentes maneras, a la gran mayoría de la población.

El caso de George Floyd tenía que ver con el racismo hacia un hombre negro, afrodescendiente, y los asesinatos por parte de la policía estadounidense afectan desproporcionadamente a los hombres negros. Según una web sobre la violencia policial, analizando los 1.098 asesinatos policiales en EEUU en 2019: “Los negros fueron el 24% de los asesinados a pesar de ser sólo el 13% de la población”. Es, por tanto, muy positivo el surgimiento del nuevo movimiento negro en el Estado español, la CNAAE, y que éste lidere las protestas aquí contra el asesinato de George Floyd.

Aparte de la negrofobia, dirigida contra las personas africanas o afrodescendientes, existen otras formas de racismo, que también hay que combatir. En el Estado español, existe el racismo contra la gente del Magreb, lo que algunas personas llaman “morofobia”, reutilizando el término despectivo tan extendido. Al llegar el coronavirus, se hizo más visible el racismo ya existente contra personas vistas como chinas. Una de las formas más arraigadas del racismo en el Estado español es el antigitanismo y no hay indicio alguno que éste se modere.

El racismo no tiene que ver únicamente con supuestas “razas” y presuntas diferencias biológicas. Tras la Segunda Guerra Mundial, varios intelectuales racistas y fascistas empezaron a presentar su odio como una cuestión de “diferencias culturales”. Durante las últimas décadas, quizá el racismo más virulento a escala mundial es la islamofobia. En este tiempo, millones de personas han muerto, o han sido encarceladas e incluso torturadas, en las “guerras contra el terror” impulsadas por todas las potencias -grandes y medianas- del mundo. Acabo esta lista -necesariamente incompleta- con el antisemitismo, también llamado judeofobia, que está resurgiendo con el auge de la extrema derecha, alimentado por teorías de conspiración que son respaldadas incluso por algunos sectores de la izquierda. Es terrible pensar que el racismo que provocó seis millones de muertos haya podido reactivarse, como si Auschwitz no hubiera existido… o como si no importase.

El racismo toma múltiples formas, y es muy importante ver que se refuerzan mutuamente; no se puede combatir una forma de racismo mientras se justifica otra.

Tras la terrible experiencia del Holocausto, muchas personas judías apoyan al Estado de Israel y justifican sus políticas racistas contra la población palestina, fomentando así la islamofobia. Algunas fuerzas políticas israelíes colaboran activamente con partidos fascistas europeos. Éstos crecen con la islamofobia pero también acaban fomentando el antisemitismo.

Por otro lado, está Louis Farrakhan, millonario y líder de Nación de Islam -una importante organización negra musulmana en EEUU- que hace declaraciones antisemitas. Tiene razón al denunciar que EEUU es un país racista, construido mediante la esclavitud, pero al promover el antisemitismo y culpar a “los judíos”, sólo fomenta más odio, y distrae del problema real. (Quizá por ser millonario, no le interesa señalar el problema de fondo…) En todo caso, las personas que se dejan influir por estas ideas de Farrakhan se equivocan. No está en el interés de ninguna persona racializada de a pie fomentar el racismo contra nadie.

Una persona corriente blanca no sufrirá racismo en su propia piel -no hay “racismo anti-blanco”- pero los efectos nefastos del racismo sobre la sociedad, y contra los intereses de la gente pobre trabajadora, sí la afectarán. El viejo refrán, “divide y vencerás”, se aplica de pleno. Cuando el 1% más rico que manda en esta sociedad ataca nuestras condiciones de vida, le interesa mucho que el 99% restante nos pongamos a culparnos mutuamente, que pensemos que la culpa de la falta de servicios sociales la tienen las personas migrantes, no las fuerzas políticas y sociales que realmente atacan a estos servicios. Por otro lado, la fuerza policial que agrede, o incluso mata, a una persona negra hoy, tendrá más impunidad para cargar contra un sindicalista, o manifestante contra el cambio climático, mañana.

Así que hay que insistir que si bien es lógico que las personas negras se sienten especialmente interpeladas por el asesinato en Mineápolis, también es lógico y positivo que cualquier persona trabajadora, de cualquier procedencia, sienta la necesidad de levantar la voz contra esta injusticia… de hecho, así entendemos la amplitud y las diversidad de las protestas de Black Lives Matter. Ahora podemos y debemos decir “vinieron a por George Floyd, y ¡no nos callamos!”

“Es una cuestión de educación”

Es frecuente oír comentarios diciendo que el racismo es producto de una educación mala, y que la solución sería una educación mejor.

Lo cierto es que, a pesar del buen trabajo de mucha gente de la comunidad educativa, el sistema escolar actual es racista. Difícilmente puede ser de otra manera, dado que refleja a una sociedad y a un Estado estructuralmente racistas. Así que el sistema educativo no es la fuente del racismo, pero tampoco puede ser el instrumento de cambio: es más bien uno entre muchos otros campos de batalla.

Sí hace falta educación contra el racismo, pero el cambio no empezará en las escuelas.

Los movimientos sociales y la izquierda debemos -como parte de nuestra actividad política- educarnos colectivamente sobre el racismo, y aprender de los movimientos contra el racismo a lo largo de estos últimos siglos. No olvidemos que quién no aprende de la historia está condenado a repetirla.

Debemos educarnos sobre el racismo en sí, y la historia colonial. Si no aprendemos esto, no entenderemos por qué las y los manifestantes en Bristol, Gran Bretaña, tenían razón al derribar la estatua de un esclavista para tirarla al río, iniciando así una serie de acciones parecidas en EEUU; incluso en Cuba unos activistas han propuesto el derribo de una estatua dedicada a un personaje histórico racista. Sin esta autoeducación, no entenderemos por qué aquí deberíamos tirar abajo las estatuas de Colón (si llegan a tiempo para hacerlo de manera oficial, las podrán guardar, para quizá exponerlas en un museo sobre el racismo y el genocidio cometido en las Américas; si tardan mucho, como en Bristol, pues mala suerte).

La ola actual de luchas se origina en EEUU y ese país tiene un historial riquísimo de luchas contra el racismo, y de autoorganización de la gente negra. También en el Estado español deberíamos aprender de aquellas experiencias. Del movimiento por los derechos civiles liderado por Martin Luther King, Malcolm X y los Panteras Negras, sí, pero también de figuras como Frederick Douglass, el activista negro del s.XIX que luchó por la abolición de la esclavitud, del movimiento de Marcus Garvey a principios del s.XX, o del impresionante papel jugado por la izquierda marxista, con una fuerte presencia de gente negra, en una serie de luchas contra el racismo en los años 20 y 30…

En Gran Bretaña, más gente debería aprender acerca de figuras como William Cuffay, un trabajador británico negro que lideró el movimiento obrero masivo e insurreccional de mediados del s.XIX, los Cartistas. Él es sólo una figura más en una larga historia de estas luchas.

(Adelantando mi argumento abajo, una lección que se extrae claramente de estas experiencias es que la autoorganización de gente negra, donde se hace con éxito, conduce hacia luchas unitarias más fuertes, que unen a gente negra y gente blanca. Es ilustrativo que tanto Martin Luther King como Malcolm X, que empezaron por liderar movimientos principalmente negros contra el racismo, llegaron -poco antes de ser asesinados- a ver que hacía falta una lucha mucho más amplia y social contra el sistema en su conjunto. El 3 de abril de 1968, la noche antes de su asesinato, cuando estaba en Memphis, Tennessee para apoyar una huelga, King dio el discurso de “He estado en la cima de la montaña”. Aquí declaró: “Tenemos que permanecer juntos y mantener la unidad… El problema es la injusticia… 1.300 trabajadores municipales de limpieza están en huelga, y Memphis no es justo con ellos.” Malcolm X empezó a cambiar su visión radicalmente tras su visita a La Meca. Aquí van unos ejemplos de sus declaraciones en ese último año de su vida: “Hoy estamos viendo una lucha global de los oprimidos contra el opresor, los explotados contra los explotadores”; “Muéstrame un capitalista y te mostraré un chupasangre” y “No puedes tener capitalismo sin racismo”. No consta que llegase a ser socialista, pero dijo que si encuentras a alguien que “que no tiene racismo en su perspectiva, generalmente será socialista”.)

La educación social acerca de la historia del racismo y de la lucha contra él ha avanzado mucho en EEUU y Gran Bretaña durante las últimas décadas. Desde los movimientos sociales y políticos, ha llegado a las instituciones y el sistema educativo, y ahora cada año se celebra el Mes de la Historia Negra. Mi sensación es que en el Estado español queda muchísimo trabajo por hacer en la recuperación de la historia, tanto del racismo como de las luchas en su contra. (Debo confesar que no tengo ni idea de quiénes serían los equivalentes aquí de Frederick Douglass y William Cuffay, ni mucho menos quiénes serían las equivalentes femeninas, pero estoy seguro de que existieron y lucharon.)

Debemos y podemos exigir que se elimine el racismo en el sistema educativo, y debemos respaldar al profesorado que ya trabaja en este sentido, pero necesitamos esa materia prima, las historias concretas para contar. Estas experiencias reales del pasado serán un instrumento más efectivo para descolonizar la educación que unas teorías académicas abstractas. Y, volviendo al inicio de esta sección, la educación antirracista sólo será una realidad gracias a victorias en la lucha política y social antirracista.

Unidad contra el fascismo

Finalmente, insisto de nuevo en la lucha unitaria. Si la lucha contra el racismo forma parte del interés objetivo de toda persona normal y corriente (es decir, excluyendo a la pequeña parte de la población que sí obtiene beneficios del sistema social actual), la lucha contra la extrema derecha lo es aún más, y de manera más directa.

El fascismo representa un peligro mortal, literalmente, para las personas racializadas, y también para las mujeres, las personas LGTBI, sindicalistas, gente de izquierdas (y para los fascistas es igual que seas reformista light, marxista revolucionaria o anarquista del black block; te odian por igual), y un largo etcétera. Todos estos grupos -es decir, el conjunto de la clase trabajadora- sufrió bajo el fascismo en la década de 1930; de volver al poder ahora, sería incluso peor… porque la crisis actual es incluso peor, no sólo económica, sino también climática, y de salud pública, con el virus.

He participado en muchas manifestaciones en mi vida, pero aún me acuerdo de la primera, en 1978. Fue en Birmingham, la segunda ciudad de Gran Bretaña, contra un acto del partido fascista, el Frente Nacional. Uno de los gritos destacados fue “Black and White, unite and fight: smash the National Front!”; “Negros y blancos, uníos y luchad: ¡destrozad el Frente Nacional!”. (En esa época, el término “negro” se utilizaba en los movimientos para referirse a personas no blancas en general.) La manifestación fue convocada por la Anti Nazi League, movimiento unitario de entonces contra la extrema derecha. Este movimiento tenía claro que no se podía luchar contra el fascismo sin luchar contra el racismo, y que no se podía combatir el racismo sin la participación activa de gente negra. Y no se trató sólo de alguna cara simbólica, un académico o un actor; no, las protestas más importantes contaron con la participación activa y combativa de mucha juventud negra, tanto afrocaribeña como asiática (la autoidentificación de este último grupo como “musulmanes” llegaría más tarde, en respuesta a la islamofobia). Pero también tenía muy clara la necesidad de la unidad; no era una lucha que sólo afectara a un sector, sino a (casi) todo el mundo; por tanto, hacía falta la lucha unitaria, lo que no excluía en absoluto el reconocer las situaciones diferentes y opresiones específicas sufridas por grupos concretos.

El éxito de esa estrategia lo confirma el hecho de que casi nadie ha oído hablar del Frente Nacional británico, que en los años 70 era mucho más fuerte que la copia que creó Le Pen en Francia. En Gran Bretaña ese partido fascista fue derrotado a principios de los años 80, y luchas unitarias posteriores han hundido a los sucesivos intentos de crear partidos racistas de extrema derecha. Esta larga lucha ha ayudado a crear una cultura antirracista en Gran Bretaña que es bastante fuerte y extendida. El racismo no ha desparecido, por supuesto, (para conseguir esto, haría falta un cambio social mucho más profundo) pero la fuerza y extensión de las protestas Black Lives Matter reflejan, entre otras cosas, estas décadas de trabajo unitario, ahora bajo el nombre de Stand Up To Racism.

En el Estado español, ante la amenaza de VOX (y la voxificación del PP), junto con el siempre presente racismo institucional, hace falta una lucha lo más amplia posible, que una a gente negra y blanca en un trabajo conjunto. Ni el “antifascismo radical” clásico -que a menudo ni se plantea combatir el racismo como tal- ni las ONGs caritativas -típicamente muy burocratizadas- han conseguido (y quizá ni han buscado) la participación activa de gente negra. La lucha unitaria, si se hace bien, ha demostrado la capacidad de implicar de manera activa a gente negra, a movimientos de mujeres, a grupos LGBTI, organizaciones vecinales, partidos y sindicatos… en un trabajo común, contra el racismo y los demás odios promovidos por la extrema derecha.

Así que debemos dar la bienvenida al protagonismo actual de gente negra, africana y afrodescendiente en la lucha de Black Lives Matter. Pero ninguna persona antirracista blanca debe pensar “ahora lo puedo dejar, de la lucha contra el racismo se harán cargo ellos”. Primero, porqué aquí no hay “ellos” sino las diferentes partes de nosotros/as. Segundo, porque si queremos derrotar al racismo, y todo lo que lo implica, necesitamos a (casi) todo el mundo.

David Karvala es activista de Unitat Contra el Feixisme i el Racisme, militante de la red anticapitalista Marx21, y autor del libro El antifascismo del 99%.

A medida que el confinamiento va quedando atrás podemos analizar con más detalle qué ha ocurrido, porque todo ha sido muy nuevo. ¿Todo? Bueno todo no, porque, por ejemplo, la falta de reconocimiento a lo que aportan los inmigrantes a nuestras sociedades no se ha modificado.

Los inmigrantes han sido uno de los pilares en los que se ha sustentado nuestra sociedad para resistir el confinamiento (que ha sido confortable para las personas de rentas medias o altas) en buena parte porque los inmigrantes han sido fundamentales para mantener muchas de las estructuras básicas de producción, distribución y venta, trabajando además en los puntos más peligrosos de todas las cadenas.

Muchos inmigrantes se han jugado el tipo para cubrir las necesidades básicas de todos, lo que nos han permitido salir adelante en el confinamiento.

Los temporeros de la fruta,  por ejemplo, han seguido en las mismas extremas condiciones de siempre en un momento de hipocondría colectiva, durmiendo en las calles de Lleida, sin medidas higiénicas, desprotegidos contra el Covid-19 como ha señalado la plataforma Fruita amb Justicia Social. Solo se han habilitados pabellones para los temporeros enfermos de Covid-19

O los mataderos que han sido en numerosos países una auténtica ratonera para muchos inmigrantes: el vivir hacinados en las propias fábricas, trabajando a bajas temperaturas (lo que incrementa la peligrosidad del Covid 19) ha hecho estragos entre los trabajadores. Así, la Cadena Tyson, una de las principales procesadoras de carne en Estados Unidos, pasó en un solo mes de 1.600 empleados afectados a 7.000, según un análisis del Washington Post. Un reciente estudio de Food & Environment Reporting Network, organización sin ánimo de lucro, estimó que había por lo menos 17.000 contagiados.

O toda la cadena afectados en la plantas procesadoras de pollos del polígono industrial de Azambuja al norte del área metropolitana de Lisboa. O sin ir tan lejos en Huesca dos empresas cárnicas han llegado a tener a más del 25% de los trabajadores afectados.

Ya tenemos bastantes datos que nos confirman que el Covid-19 ha tenido un efecto mucho más letal en los grupos sociales con rentas bajas (como los inmigrantes). Es de destacar la afectación de la comunidad filipina en Londres o la de los afroamericanos en Estados Unidos. O la mucho mayor afectación en distritos como o Moratalaz en Madrid o Nou Barris en Barcelona, donde los datos de movilidad nos indican que era mucho más alta que en el resto de Madrid y Barcelona.

Los aplausos para el personal sanitario han sido muy merecidos, pero otra gente también se ha jugado la vida. Una vez más, como Ulises en la Odisea, los inmigrantes son los nadie.

Y no tardaremos en ver que pronto habrá quien encima les echará la culpa de la crisis.

*Artículo publicado en Diario Público: https://blogs.publico.es/joseba-achotegui/2020/06/01/por-la-regularizacion-ya-de-los-inmigrantes-que-se-han-jugado-el-tipo-por-todos-en-el-confinamiento/

Somos mujeres migrantes, racializadas, sus hijas, las que vinimos pequeñas, las que nacimos aquí. Las refugiadas. Las que estamos aquí con y sin papeles. Las trabajadoras de la fresa, las porteadoras de la frontera Ceuta Melilla, las trabajadoras del hogar y los cuidados, las estudiantes, las madres, las camareras y limpiadoras de bares, hoteles y restaurantes. Somos todas, incluidas las asesinadas por la violencia machista que ya no están aquí. Las internas que no pueden salir, las expulsadas en vuelos de deportación y las que dejaron su vida en el mar intentando llegar a esta falsa promesa llamada Europa, que es la Europa fortaleza. Somos las otras.

Este virus nos ha tomado desprevenidas, imaginamos que como al resto del mundo. El trabajo, consecuencia de la crisis sanitaria y socioeconómica, nos ha desbordado y superado, exactamente igual, presuponemos, que a la mayoría de gobiernos. Gobiernos que no supieron responder a tiempo y que no tomaron las medidas necesarias hasta que la situación se volvió insostenible. Una vez más cometimos el error de creernos inmortales e invencibles y ha tenido que venir un virus para recordarnos la fragilidad humana y la fragilidad del sistema que nos rodea. Una nueva crisis nos coloca, de nuevo, en el último escalón en la escala de prioridades de los gobiernos para paliar las consecuencias de la crisis.

La mortalidad del virus es mayor en las personas en situación de pobreza y precariedad. El nivel socioeconómico juega un papel determinante que marca la diferencia entre la vida y la muerte. A esto debemos añadir las condiciones de salud: las personas con menos recursos tienen una salud más frágil y sufren más enfermedades crónicas como la hipertensión, diabetes, colesterol, obesidad. Este patrón es global; lo vemos tanto en España como en Estados Unidos, Reino Unido, América Latina, etc. La mortalidad por coronavirus es más del doble en las áreas pobres donde se concentra la mayoría de población migrante y racializada.

Un ejemplo de ello son los Estados Unidos; a pesar de que la comunidad negra representa tan solo el 13% de la población, esta comunidad ha sufrido el 27% de las muertes totales de las zonas de las que se dispone de datos. En Kansas y Wisconsin, los residentes negros tienen siete veces más probabilidades de morir que los blancos y en Washington D.C, la tasa entre las personas negras es seis veces mayor.

En España a día de hoy no se cuenta con estadísticas segregadas por raza o género, pero en las estadísticas más recientes de Madrid se evidencia un mayor número de contagios en los barrios de clase obrera sobre los barrios de las clases privilegiadas. La zona sur de la Comunidad de Madrid, con Leganés a la cabeza, más afectada que la zona norte, según un análisis de la Universidad Politécnica de Madrid el investigador Pedro Gullón ha observado correlación entre mayor nivel de hacinamiento y menor precio de alquiler con las zonas de más contagios de la capital.

Dichas estadísticas nos están mostrando cómo la pandemia golpea más fuerte a los que menos recursos tienen, son las personas de los barrios más empobrecidos, el personal sanitario y las personas que realizan los trabajos esenciales durante la cuarentena, las que se encuentran más expuestas al contagio. 

Paradójicamente los que se han desvelado como trabajos esenciales, personal sanitario, limpieza, cuidadoras, cajeras, jornaleros, agricultores, esos que están sosteniendo y salvando vidas durante la pandemia, son precisamente los que se realizan en condiciones laborales precarias y con salarios indignos. En España, estos empleos son realizados en gran porcentaje por personas migrantes, mujeres en su mayoría, muchas en situación administrativa irregular, quienes a pesar de estar realizando trabajos esenciales, no son tomadas en cuenta y al gobierno parece que no le interesa legislar para que sus derechos y condiciones sean igual de esenciales.

Según el informe del Banco Mundial sobre la pobreza y el impacto distribucional del Covid-19; los gobiernos deberían mitigar los impactos negativos de esta crisis, sobre todo, entre la población más vulnerable. La urgencia empuja a buscar soluciones y los gobiernos deben dar respuesta. La vida debe ponerse en el centro.

Nosotras, las otras, somos parte de los márgenes y de las comunidades más empobrecidas, y de nuevo la carga está en nosotras. El virus no entiende de género, de raza, procedencia o estatus social, pero el sistema y las condiciones humanas para combatirlo, si.

La opción del confinamiento se descubrió no sólo como un privilegio de clases sino, también, de raza y de género. A pesar de esta realidad, las otras comenzamos a tejer redes de apoyo para dar respuesta a la urgencia humanitaria que no dejaba de agravarse día a día en nuestras comunidades. Esta manera de hacer frente a esta problemática se tradujo en dos vías: la primera vía era de ayuda directa, a través de las cajas de resistencia, las redes ciudadanas de apoyo mutuo y los bancos de alimentos. La segunda vía, era política. Así pues desde el 8M y los feminismos antirracistas nos sumamos a la campaña de Regularización Ya y comenzamos a reflexionar en colectivo sobre nuestra situación.

Constatamos que nada de esto es nuevo para nosotras como mujeres migrantes, racializadas, desde los márgenes, las otras. Que las crisis nos golpean con más fuerza es habitual, es parte de la realidad de este sistema patriarcal, machista, capitalista, extractivista, racista y colonial que opera impunemente en España y en la Unión Europea, cuando se trata de establecer políticas de extranjería y migratorias, negando su propio discurso de Derechos Humanos y dejando a mujeres, niñas y disidentes sexuales en situaciones de completa vulnerabilidad soportando múltiples violencias, las cuales se han agudizado durante el confinamiento.

Seguimos señalando pues la Ley de Extranjería como principal instrumento del racismo institucional que se materializa en la criminalización del derecho a migrar y buscar condiciones de vida digna de toda persona. Denunciamos la existencia de los CIES como cárceles para personas que no tienen documentación en regla, las cuáles han sido vaciados y cerrados actualmente como consecuencia del estado de alarma, siendo esto un pequeño respiro para la comunidad migrante, aunque desafortunadamente no es un cierre definitivo como lo venimos exigiendo durante años. Las posibilidades de migrar por vías legales y seguras, sigue siendo una utopía.

También señalamos el recrudecimiento de la explotación laboral de mujeres migrantes y racializadas, especialmente en los campos de cultivo, en los invernaderos, en el sector del empleo del hogar y los cuidados, en las residencias de mayores, todas ellas, industrias que enriquecen a unos pocos a costa de nuestro esfuerzo.

En el caso de las mujeres que trabajan en el hogar y los cuidados, sin derechos laborales básicos como el derecho al paro, derecho a un contrato con condiciones laborales dignas, con la aprobación de un subsidio por parte del ejecutivo que deja a muchas trabajadoras fuera de la cobertura, un subsidio de un mes, un subsidio insuficiente para poder afrontar la crisis económica que se nos viene encima. Las trabajadoras del hogar en régimen de internas se llevan la peor parte de esta crisis, muchas llevan toda la cuarentena encerradas en casa de sus empleadores, sobrecargadas, trabajando más por el mismo salario, algunas incluso sufriendo malos tratos, vejaciones y abusos sexuales, obligadas a mantener sus empleos por la incertidumbre de lo que pueda pasar, por superviviencia y por el peso de tener que proveer ingresos a su familia, hijos e hijas, ya que muchas son el único sustento de sus hogares actualmente. Expuestas al virus ya que no han dejado de trabajar durante el confinamiento, muchas se han contagiado, varias no han sobrevivido, víctimas del coronavirus y del sistema.

La pandemia ha puesto en evidencia la fragilidad del sistema de los cuidados, frecuentemente menospreciados, que recaen mayoritariamente sobre las espaldas de las mujeres, y en España en gran medida sobre las espaldas de las mujeres migrantes. Una crisis global de cuidados que ha revelado que tenemos una deuda histórica con las mujeres que han cuidado, un trabajo no reconocido ni valorado y nadie está cuidando de ellas. ¿Quién cuida a la cuidadoras? Desde luego el Estado Español y en general la sociedad, no lo está haciendo, pese a que este sistema capitalista depende de ellas para el sostenimiento de la vida.

En esta reflexión colectiva como mujeres migrantes reafirmamos una vez más que es necesario combatir este sistema en el que mujeres, niñas y disidentes sexuales se exponen a situaciones de alta vulnerabilidad frente al virus y a las múltiples violencias a las que nos enfrentamos debido a las barreras que impone la Ley de Extranjería, pero también las barreras de un sistema social que nos empuja a los trabajos con menos garantías y derechos, obligándonos a entrar en el circuito asistencialista y desempoderante de los servicios sociales que carece de un enfoque de derechos e intercultural con perspectiva antirracista en el Estado español.

Esto lo venimos denunciando hace tiempo, cuando señalamos realidades como la excesiva e injustificada retirada de custodia de sus hijas e hijos a mujeres migrantes por parte de los servicios sociales basándose en criterios de maternidad hegemónicos y parámetros eurocéntricos que niegan la agencia de sus madres y las estigmatizan como “malas madres” obviando el verdadero problema: que las mujeres migrantes tienen muy pocas posibilidades de conciliación laboral, menos aún en medio de un estado de alarma, donde el único espacio (centros escolares e institutos) del que dependían para el cuidado y educación de sus hijas e hijos, se encuentran cerrados y lo estarán durante mucho tiempo, dejando sobre todo a la madres solteras a su suerte, desprotegidas y sin posibilidad de conciliación alguna.

Las consecuencias de esta crisis abrirán una brecha mayor entre las clases privilegiadas y las clases trabajadoras ya empobrecidas tras la debacle de 2008 de la que nos nos habíamos recuperado del todo. Las comunidades migrantes, como siempre, nos encontramos en abajo, afuera, en la invisibilidad y exclusión social.

El coronavirus se irá algún día, pero la desigualdad sigue y se intensificará, esa es la verdadera epidemia.

Foto de Eliza Arrieta

La crisis sanitaria y socioeconómica no deja de agravarse y la situación nos empuja y repensar la manera en la que dentro del movimiento feminista antirracista debemos de actuar. Es necesario, resignificar, reflexionar, articular estrategias y tejidos comunitarios para reconstruir un mundo nuevo, porque este no da para más, este sistema nos ha demostrado en múltiples ocasiones que las vidas humanas son desechables y según nuestra procedencia, raza, sexo, etc, valen menos aun.

Las vidas del norte global sobre las del sur global, las vidas blancas sobre la vida de las personas racializadas, indígenas, negras, musulmanas, sobre la otredad. Tenemos el deber político y ético de romper con esa jerarquía colonial, romper este sistema patriarcal, neoliberal y racista, y poner de una vez por todas la vida en el centro, pero la vida de todas las personas, no solo de las que puedan pagarlo. Seguir el ejemplo y modelos de vida de las comunidades originarias, volver a los saberes comunitarios y abrazar nuestras raíces. La reacción de las comunidades, de autoabastecimiento y protección, el gran ejemplo de supervivencia y cuidados comunes deben ser guía y lucero para nuestras luchas también acá en este norte de privilegios. Tenemos la suerte de pertenecer a ambas orillas y tener esas otras referencias y ejemplos. En España también los tienen si dirigen la mirada a sus barrios populares y sus campos. 

Debemos entonces construir una nueva sociedad antirracista, feminista y sostenible, donde todas las personas tengamos igualdad de derechos y condiciones para afrontar la “nueva normalidad”. Todas podemos contribuir a ello, en nuestros centros de trabajo, en los barrios, en las calles, con las vecinas, en los mercados y las plazas, en nuestras casas.

Es responsabilidad de todas, y no es un mero gesto simbólico para calmar conciencias. Otro modelo es posible y fundamental para la construcción de sociedades más humanas, justas y equitativas, es una responsabilidad política urgente e ineludible.