Sobre arte, artistas y maestras de escuela
Pocas profesiones hay tan importantes como la de ser maestra, acompañar los primeros años de conocimiento, socialización y experiencia del mundo, cuando la curiosidad y el entusiasmo está intacto. Acompañar y preservar, como decía Hannah Arendt, lo nuevo que las generaciones nos traen.
Cuando Albert Camus recibió el premio nobel de literatura, se lo dedicó a su maestro, Monsieur Germain: “sus esfuerzos, su trabajo y el corazón generoso que usted puso en ello continúan siempre vivos en uno de sus pequeños escolares”.
Pocas profesiones hay tan poco valoradas como la del magisterio, que viene de magister, maestría.
Y pocos profesionales como los y las maestras son conscientes de ambas cosas. Conscientes de su importancia en la formación de las personas y conscientes también del poco valor que se da a su trabajo, un trabajo que marcará, para bien o para mal, la relación que cada uno, que cada una de nosotras, tendremos con el saber, con la autopercepción y con la capacidad creativa transformadora.
De su mirada, de su interés por hacernos descubrir las reglas y estructuras del universo, la forma y las funciones de la vida, el papel y nuestra responsabilidad en el mundo, dependerá, en muchos casos, nuestros pasos futuros, la elección de nuestros estudios, nuestra autoestima como investigadores o futuros profesionales.
Hace pocas semanas, dentro de mi propia profesión en la Facultad de Educación, visité algunos centros, en especial del ciclo de Educación Infantil y pasé varias mañanas viendo cómo se desarrollaba la clase en el aula. La maestra había recibido a los niños con tres años y los acompañaba durante otros tres, hasta que cumplían seis años. El doble de su vida, nada menos. Me comentaba cómo los conocía a la perfección uno a uno, una a una, desde que entraban casi bebés y cómo, en su rápido crecimiento, se forjaba su carácter, su empuje, o sus bloqueos y miedos.
Ella los conocía y trataba con ese cuidado y sabiduría que sólo tienen las personas más sensibles y a la vez más experimentadas, sabiendo unir contexto y evolución personal: su situación familiar, las dificultades o ventajas que su entorno ofrecía, pero a la vez, la alegría o tristeza, el optimismo o pesimismo que reinaba en sus casas y también, más allá de todo eso, lo singular y diferenciador de cada uno.
La Segunda República española sabía de la importancia de la formación de los y las ciudadanas desde su ciclo inicial e invirtió esfuerzos, dinero y programas por formar y dignificar esta profesión y llevó a esos profesionales a todos los rincones de la península. Una profesión donde, tras la guerra civil y las nuevas leyes que cercenaban derechos y expulsaban a las mujeres del trabajo una vez casadas, se refugiaron aquellas que deseaban tener un desarrollo profesional y a la vez, no renunciar a formar una familia. Por eso, quizá, es una profesión feminizada. Por eso, quizá, es escasamente valorada.
En esa aula durante esa mañana, vi cómo hablaban de números, pero también del cielo, de plantas, de pintar, de crear juntos. De todo a la vez, pensando el mundo e imaginándolo también, juntos. En esas aulas casi mágicas, donde se despliega el interés y la curiosidad de los niños y las niñas, de distintas procedencias, intereses y extracciones, se forja la nueva sociedad que puede cambiar la nuestra. Y en ellas, la maestra es la forjadora, la que acompaña y anima ese cambio.
Pero también, en esas aulas se ponen en marcha planes y ensayos en los que, la mayoría de las veces, las maestras no han sido ni informadas ni consultadas. La maestra me contaba de lo absurdo y contraproducente de algunas medidas, y lo bueno de otras. Ellas, las maestras, reciben -sin participar en ellos, repito- planes educativos, programas especiales, reformulaciones de enseñanzas con entusiasmo y a veces este se vuelve resignación o estupor.
Como catedrática de Educación artística y experta en cultura, observo curiosa cómo se traduce el documento de la UNESCO[1], y las directrices de Mondiacult sobre educación artística y cultura en las aulas de Educación Infantil y Primaria en nuestro país. Es un documento importante porque señala los beneficios de una buena educación artística y cultural en el desarrollo humano, en la cultura de paz y en la sostenibilidad.
Y me pregunto esto porque parece que, en vez de poner como primera medida el refuerzo de la educación cultural y artística en la formación de maestros en las facultades de formación de profesorado, de donde egresan, se piensa en la escuela, pero sin las maestras. Es sabido que los planes de magisterio no ofrecen hoy en nuestro país una formación sólida en educación artística. Y no la ofrecen porque apenas existe formación en esos ámbitos. El Estado español y en concreto los Ministerios de Universidades y Educación, han prácticamente eliminado en las últimas décadas las artes visuales, dramáticas, de movimiento de la formación de la maestra de Educación Primaria. Y a pesar de negársele ese aprendizaje, muchas maestras en su formación permanente independiente lo han incorporado. Porque son buenas profesionales. A pesar de su educación. A pesar de los ministerios. Porque el arte es necesario.
Ahora escucho que se quiere introducir artistas en las escuelas, sin reformar ni reforzar la formación de las maestras en ese ámbito en el plan que se está diseñando y decidiendo ahora mismo en el Ministerio de Universidades. Y no puedo sentir mayor sorpresa. ¿Cree el Ministerio de Cultura, el Ministerio de Educación, el Ministerio de Universidades, que un artista sabe interactuar con niños y niñas de modo intuitivo, porque le corre por las venas? ¿Que ver a un artista esculpir, dibujar, pintar, hacer sus instalaciones, performances o su mural es suficiente para vincular a niños y niñas? ¿Cree el Ministerio de Cultura, o el Ministerio de Educación, o el Ministerio de Universidades que no hay que saber del desarrollo evolutivo de los niños y niñas, su nivel de desarrollo gráfico y perceptivo, la importancia del arte como clave de la educación globalizada, como eje triangular del saber, que no hay que saber de la educación en cultura visual?
La idea romántica del “artista en residencia”, aderezada probablemente con la dosis de halo romántico del XIX y desarrollada por la bohemia del XX dio tantos relatos anovelados, que sigue nutriendo esta percepción. ¿Por qué no ponen matemáticos en residencia y eliminan la formación en didáctica de las matemáticas de magisterio? ¿O botánicos, físicos, biólogos en residencia y eliminan esa formación también de la formación del profesorado? ¿Creen, de verdad, que el arte y la cultura no se enseña?
Para comprender esa ecuación sólo puedo pensar en tres causas: primera, el elitismo del arte (sólo los artistas pueden crear), unido a la idea romántica del artista; segundo, el desprecio a la capacidad de las maestras de aprender a fomentar la creación, el desprecio a su potencial sabiduría, y el desprecio a su ejercicio, su experiencia y su dignidad; y tercero, el desconocimiento de la importancia de la educación artística.
Si realmente queremos cumplir con las directrices de la UNESCO, démosles formación a aquellas que día a día, semana a semana, mes a mes, año tras año, conviven, conocen, sienten y saben cómo desarrollar las capacidades de su alumnado, con nombre y apellido, uniendo a veces las artes a la visión de una planta, al cuerpo humano, al conocimiento de sí mismos y otras viendo el arte como un área específica y compleja que pueden y deben desarrollar. Para organizar su experiencia emocional, para visibilizar sus deseos, conocer el mundo, vincularse, imaginar, aprender un lenguaje que les pertenece y al que tienen derecho.
Démosle la oportunidad de incluir el arte como un elemento que les ayude a percibir el mundo, a observar, a atender, a ser conscientes de ese mundo y su ser cambiante en relación con los otros. Enseñémosles a las maestras a ayudar a sus niños y niñas a defenderse de las imágenes de las pantallas. Démosles herramientas en su formación, enfoques diversos -como el abordaje triangular de Ana Mae Barbosa, el ojo ilustrado de Elliot Eisner, el arte como modo de conocimiento, de Jerome Bruner, el arte como experiencia, de Dewey, los mil lenguajes del arte, de Malaguzzi, y tantos otros modelos-.
Y, sí, claro que sí, por supuesto que sí, cuando esas maestras plenamente formadas entren en sus escuelas, entonces sí podrán recibir con los brazos abiertos a un o una artista -con halo romántico o no- y señalarle qué y qué no se puede o debe hacer con los niños y niñas creadoras, cómo hay que aprender con y de ellos y no imponerles sus diseños creadores para que los rellenen, por muy fabulosas que nos parezcan sus producciones finales en cualquier pared de la Escuela. Maestras que puedan coordinarse con museos y centros culturales para desarrollar de modo horizontal una programación consensuada. Como, en definitiva, sólo con maestras sólidamente formadas en educación artística, esa presencia puede convertirse en verdaderamente educativa, en verdaderamente creadora. Si, además, a ese artista lo seleccionan ellas, las maestras. Es decir, la escuela.
Notas:
[1] Consultar también: https://unesdoc.unesco.org/ark:/48223/pf0000381560