Una familia formada por dos padres y dos niños viaja a Arizona. El matrimonio, inmerso en una profunda crisis, decide emprender lo que podría ser una huida hacia adelante, pero que más bien es el descenso en una realidad histórica y política con el que la autora quiere llegar a la médula de la ideología que desde su punto de vista funda Estados Unidos: racismo, disgregación, muerte, conquista y rechazo sistemático del migrante.
La novela, entonces, se lee al mismo tiempo superponiendo dos niveles que se entrelazan en la narración. Por un lado, el nivel moral. El padre lleva a la familia a iniciar este viaje con la idea de centrarse en la búsqueda de los antiguos apaches, que fueron desterrados de sus tierras y encerrados en reservas. La madre, a su vez, busca a los niños que provienen de centro América y que, después de atravesar junglas, montar en trenes bestiales y saltar muros, llegan a un desierto vasto que en ocasiones se los traga para perderse para siempre. Los objetivos de estos dos personajes, por lo tanto, buscan compartir con el lector un problema de índole política y moral que, de acuerdo con la autora, muestran la verdadera cara de Estados Unidos.
Por otro lado, nos encontramos con el drama familiar, el matrimonio que se deshace, los niños que viajan en el coche como metidos en una nave espacial o que escuchan, sin entender y entendiendo todo al mismo tiempo, las historias de apaches que les cuenta su padre o las noticias de niños desaparecidos o deportados en la radio.
Pero la novela, aunque gire sobre estos dos ejes, es mucho más. Están los paratextos: las cajas en las que cada miembro de la familia va archivando sus documentos y va formando así, como archivistas-viajeros su propio archivo personal, y en las que nos encontramos los libros, las fotos polaroid que el niño mayor toma o las grabaciones de sonido del padre. Hay también una historia paralela que la madre va leyendo a sus hijos y que después se trenza con la principal, insertando lo ficticio dentro de lo ficticio en lo real dentro de lo ficticio, mostrando quizás cual es el objetivo último de Luiselli: construir una literatura comprometida políticamente y que busca recrear sucesos de su propia vida (también ella, en 2014, viajó de Nueva York a Arizona con su familia, cuando una crisis sin precedentes de migrantes subía por América hasta llegar a la frontera de México con Estados Unidos), aunque no sería exacto describir la novela con la manida etiqueta de autoficción. Sí que hay, por el contrario, mucho trabajo de archivo, compromiso y toma de punto de vista sobre lo que es Estados Unidos y como trata a sus migrantes.
Desierto sonoro es una novela en ocasiones dura, en ocasiones tierna, estructurada de manera ordenada, con personajes que tienen objetivos claros y que empujan la narración en una dirección que todo lector puede seguir para así llegar a un final trepidante en el que los niños perdidos siguen su camino infinito por el desierto y los fantasmas de los apaches son ecos que rebotan en el corazón de América.