Diana Maffía: “A los partidos conservadores les encanta que sean mujeres las que anuncien el desprecio por cuestiones feministas”

Laura Gómez

Marcha en Buenos Aires para reclamar que la Justicia no deje impune el crimen de Lucía Pérez. /MARINA GUILLÉN (EFE)

La filósofa argentina Diana Maffía (Buenos Aires, 1953) hace tantas cosas y tiene tantos títulos y reconocimientos que resultaría imposible enumerarlos en esta entrevista. Quedémonos, de momento, con que es la Directora del Observatorio de Género de la Justicia de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y tiene en su haber ser Doctora honoris causa por la Universidad de Córdoba (Argentina). Una distinción académica que, aclara, es un reconocimiento a una historia feminista, en la que la vida íntima y la política se relacionan estrechamente y donde el trabajo académico y el activismo feminista son siempre colectivos. El último homenaje lo ha recibido a finales de noviembre, también en forma de Doctora honoris causa, esta vez, por la Universidad Jaume I. Visitó España para recibirlo, participar en una Conferencia en el Centro Superior de Investigaciones Científicas (CESIC) y en una Maestría de la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED).

Unió el pensamiento filosófico con el activismo feminista, en tiempos de estudio y dictadura, inspirada por algunas las filósofas feministas, Clara Kushnir, Celia Amorós y María Lugones, y desde entonces, la irrupción de los estudios de género en las universidades argentinas y la apertura de espacios de reconocimiento para las mujeres y las feministas en otras muchas instituciones, no podrían explicarse sin su trabajo. Ha sido, también, diputada y adjunta a la defensoría del pueblo de la Ciudad de Buenos Aires. Reconoce que no ha sido fácil ser feminista, pero ahora dice con humor que “cuando persistís mucho en el error, a eso se le llama trayectoria”.

Diana Maffía (wikipedia).

Hija de una pareja que vivió 70 años en común y casada desde hace 40 años con otro filósofo, dice que es convencional en la foto, pero no en la película. Crítica con las derivas identitarias que cancelan los discursos que no nacen de cuerpos que encarnan las interseccionalidades, repite en bucle las palabras puente, alianzas y diálogo. Preocupada afirma que “el empobrecimiento del lenguaje, dificulta que podamos establecer diálogos”.

Llega a la cita de zoom sin almorzar. Lleva todo el día acelerada y apagando incendios. Tiene prisa o hambre, o las dos cosas, y lo noto. Es directa y tajante. De mirada amable y generosa en sus disertaciones. Ahí pierde la noción del tiempo. Consigue reventar el guion que tenía preparado y lo agradezco.

¿Qué moviliza hoy a las feministas a diferencia de lo que movilizaba a las de las décadas anteriores?

En los 80 nuestras identidades personales eran identidades políticas. No se concebía una manera de estar en la academia o estar en la vida, en tu pareja, en tus elecciones personales, en tus amistades, que no estuviera atravesada por tus posiciones políticas. Tenía que ver con maneras de ver la sociedad, maneras de ver el mundo y una manera de establecer alianzas de acción en común. Eso se fue perdiendo en los 90. Los gobiernos neoliberales fueron produciendo un efecto de silenciamiento ideológico, reorientando la atención y el deseo hacia la competencia y el consumo, que es un movimiento continuo porque es insaciable. Durante ese periodo, casi una generación entera no participó en el feminismo. Se veía como una cosa de gente vieja, algo pasado de moda. La crisis del 2001 en Argentina y la violencia extrema de los femicidios y las mujeres secuestradas por las redes de trata y de explotación sexual, que interpela a chicas muy jóvenes, produjeron un hartazgo social que dio lugar primero a la marcha Ni una menos y después a los pañuelos verdes. Las calles se llenaron de chicas que venían de colegios secundarios, con su mochila y su pañuelo verde. Se sintieron interpeladas porque el riesgo lo corrían mujeres de su edad. La lucha contra la violencia hacia las mujeres se unió a la lucha por el aborto seguro y gratuito y, entonces, las feministas empezamos a ser vistas políticamente.

Te he escuchado decir que el feminismo de hoy se caracteriza por estar muy politizado, por estar muy vinculado con la demanda social y de clase, pero que, también, es un feminismo menos reflexivo…

La marcha Ni una menos fue muy importante. Antes de esta marcha, los tres de cada mes, nos encontrábamos apenas 30 o 40 mujeres para denunciar los femicidios. Cuando ocurrieron los femicidios de chicas muy jóvenes, las comunicadoras más jóvenes comenzaron a activarse en la red y en tres semanas armaron una marcha que movilizó a ¡500.000 mujeres! Es cierto que las chicas jóvenes que llegan a esta primera marcha masiva dicen “aquí empezó todo”. Nosotras llegamos al feminismo a través de una reflexión intelectual, ellas llegan, sin embargo, de un modo más performativo. Un modo que pone el cuerpo en escena. Las formas de comunicar son maneras que establecen alianzas, pero no se sabe argumentar en qué consiste esa alianza. Ahí siento que hay casi una supresión del lenguaje. Creo que esto, generacionalmente, no sólo sucede en el feminismo, también pasa en otras manifestaciones. Ese empobrecimiento del lenguaje dificulta que podamos establecer diálogos y, entonces, lo que queda son posiciones a favor o en contra viscerales, muy emocionales. Impide la posibilidad de aproximar posiciones, desde la comprensión de la otra y tejer algún consenso que nos permita actuar en común. Precisamente ese diálogo entre diferentes es lo que nos ha dado el feminismo y deberíamos preservarlo. Evitar lo que nos está pasando recientemente. Las cancelaciones y el repliegue identitario. Llevo más de tres décadas trabajando a favor del reconocimiento, a favor de leyes y políticas feministas y recientemente muchas veces me han dicho “tú no puedes hablar porque esto a tí no te pasó porque eres una mujer cis, o blanca, o heterosexual”. Claro que serlo me da privilegios y me ha costado mucho reconocerlos frente a otras mujeres, pero fueron otras mujeres las que me enseñaron a hacerlo. Reconocer estos privilegios es lo que da la posibilidad de establecer alianzas. Permite no actuar a favor de tus privilegios, sino en favor de un movimiento más plural. Siento que esto es cada vez más difícil sin lenguaje, sin argumentar. No se trata de haberte leído los diez libros fundamentales del feminismo como les dicen a las jóvenes algunas de mis compañeras. Se trata de movilizar la voluntad de comprender, la voluntad de entender lo que la otra persona está tratando de decir. No movilizar la voluntad de derrotar, desplazar y cancelar a la otra.

La práctica sin teoría es ciega y la teoría sin práctica es estéril

Sí, pero lejos de esa idea iluminista de que son sujetos diferentes los que ponen pensamiento y los que ponen acción, yo aprendí a respetar la teoría producida desde fuera de las universidades, en las organizaciones populares y en las culturas diversas. No se puede dialogar con una mujer kurda y comprender muchas de sus acciones revolucionarias desde una posición de feminista socialdemócrata europea que piensa que su pensamiento es esencialista y binario. Durante mucho tiempo el feminismo estuvo dividido por eso. No es que las que estamos en la academia bajamos las ideas a la población, como si esta estuviera abajo y nosotras fuéramos señoras feudales. Hay una metafísica de la espacialidad que tiene que ver con el poder.

¿Las luchas partidistas por la representación institucional del feminismo entorpece la construcción de alianzas feministas transversales para forzar cambios desde las instituciones?

En Argentina, cuando empezamos a ser vistas políticamente, los varones de los partidos empezaron a preguntarse quién estaba convocando a las mujeres. No podían creerse que la marcha surgiera de una convocatoria espontánea y que nadie respondiera a ningún patronazgo o matronazgo particular. Por supuesto había mujeres de partidos políticos, pero no estaban allí convocadas por sus partidos. Esa visibilidad fue lo que hizo que los partidos empezaran a querer manejar los feminismos de diversas maneras. Al año siguiente de la primera marcha de Ni una menos, la comisión organizadora ya se había dividido. Era un año electoral. Ese movimiento que era transversal, fuertemente político, pero no partidario, se rompió y empezaron las fisuras. De hecho, los 8 de marzo, Día Internacional de las Mujeres, solemos tener dos marchas diferentes.

Has alertado también sobre el peligro de que las mujeres prioricen la pertenencia partidaria, frente a las alianzas interseccionales

Lo peor que veo de esas pertenencias partidarias es el silenciamiento de la crítica feminista, cuando se producen situaciones abusivas en relación a prácticas patriarcales. Cuando hay situaciones de acoso sexual por compañeros del propio partido, cuando se dice que va a haber paridad y después se va echando a las mujeres para quedarse con dos o tres. No se trata de que haya sólo paridad, se trata de cambiar la lógica de los lugares a los que accedemos. Esa perspectiva paritaria ha provocado una enorme frustración porque ha generado muchas figuras individuales que no representan a los colectivos de mujeres y feministas, sino que construyen alianzas con los varones con los que comparten intereses. Por otro lado, es difícil para el feminismo decir voy a hacer transversalidad pasando por los partidos, cuando los propios partidos rompen su compromiso con la representación porque sus liderazgos no practican aquello que enuncian. Otra dificultad es que el movimiento feminista trabaja en red. Tiene una manera de hacer política, de colaborar y construir alianzas muy distinta a los partidos políticos, generalmente piramidales. Las feministas tenemos que hacer alianzas transversales, incluso pasando de nuestras pertenencias partidarias. Cosa que en Argentina se está poniendo muy difícil y creo que en España, también.

El feminismo ha formulado muchas veces que hay que estar en todas partes ¿qué riesgo tiene para las feministas fiarlo todo al Estado como herramienta central en la transformación del mundo?

No creo en absoluto que el Estado sea el único que tiene que transformar la sociedad. Muchos de los cambios que nos han permitido sobrevivir a crisis tremendas los hemos hecho las mujeres desde los movimientos sociales. Hay que pensar en una institucionalidad de lo común que permita formas de organización comunitarias, quizá más pequeñas, que hagan de puente con el Estado. Que facilite la interrelación entre articulaciones académicas, partidarias, sindicales, de movimientos sociales. Esto es lo que veo que no funciona porque el Estado funciona por delegación y las delegaciones tienen sus propios intereses.

Has dicho que los hombres se sacaron la carga de proveedores sin sacarse los privilegios y que andan perdidos en su rol…

Los hombres tienen que pensar en cómo cambiar el modo de organización social para que no sea un sistema de explotación y dominio sobre las mujeres. Pensar en ese mundo es difícil para las mujeres, pero aún es muchísimo más difícil para los hombres, porque todo el tiempo están ejerciendo sus privilegios. Los hombres tienen que pensar en una masculinidad como praxis que no reproduzca esas relaciones de opresión. También es verdad que se han apropiado de un lenguaje de aliados, como una especie de escudo protector y que se victimizan cuando no ven reconocido el enorme esfuerzo que creen estar haciendo. Las feministas no odiamos a los hombres, odiamos las expresiones violentas de machismo y tratamos de que no nos dañen a ninguna de nosotras. Mujeres y hombres tenemos que dialogar para repensar este sistema porque las mujeres no podemos hacerlo solas. Lo que ocurre es que los varones, en general, están muy lejos de tener conciencia de la subjetividad violenta y privilegiada que los construye como individuos.

La reacción antifeminista aumenta y podría estar teniendo capacidad para conectarse con los malestares de las mujeres, dándoles una respuesta que refuerce su papel reproductor y cuidador…

Aquí veo dos cosas. Por una parte, que hay un montón de diputadas con discursos conservadores que han podido acceder a las instituciones por los esfuerzos del feminismo. Sin embargo, obedecen al patriarcado porque este no sólo se impone a través de castigos, sino que también lo hace a través de premios. A los partidos conservadores les encanta que sean mujeres las que anuncian su desprecio por las cuestiones feministas. Y, por otra parte, el nuevo activismo feminista, que es más performativo, que usa consignas, eslóganes, que hacen del movimiento feminista un movimiento colorido, que tiene múltiples expresiones y yo adoro, sin embargo, hay muchas mujeres, más conservadoras, que sienten que ese nuevo feminismo no las representa. Quizá sienten que su deseo de un modelo de vida más doméstico, menos riesgoso es despreciado desde algunos sectores feministas y eso hace que se sientan más cercanas a discursos de la derecha religiosa que, obviamente, caricaturizan al feminismo como exhibicionista, contrario a los valores de la familia, etc. Quizá esos discursos reaccionarios están teniendo mucho éxito por desinteligencia de nosotras mismas. Como movimiento tenemos que buscar esos puentes de comprensión. Esos diálogos se dan con el lenguaje y, como decía antes, creo que en ese terreno del lenguaje estamos teniendo dificultades.

¿Crees que esa dificultad del lenguaje también explica algunas de las dificultades del diálogo entre una parte del movimiento feminista y del movimiento LGTBI?

Falta diálogo. En Argentina hemos trabajado mucho en común entre el movimiento feminista y el movimiento de la diversidad. Fruto de ese esfuerzo creativo, se entendió que los mandatos patriarcales sobre la sexualidad y sobre todo, sobre los derechos no reproductivos, alcanzaban a todas las mujeres, pero también a las diversidades. Que había leyes en común que lograr y se trabajó mucho. Es cierto que estamos impugnando el binarismo y que aún no hemos logrado tener datos de mujeres y hombres que nos permitan intervenir sobre la realidad para cambiarla. Al tiempo, nos manejamos con conceptos limitadísimos como personas gestantes o que una x defina el género no binario. Nadie está satisfecho con estos conceptos. Muchas mujeres y varones trans no quieren ser nombrados como “personas gestantes” y las personas binarias dicen “no somos una x”. La única forma de enfrentar este desafío es activar espacios amorosos y amables de diálogo que nos permitan ir resolviendo, en el estado y fuera del estado, especialmente fuera, porque es donde podemos manejar las tensiones de una forma productiva.

Nota: Se agradece el apoyo inestimable de Irene Bassanezi Tosi para la realización de la entrevista.