El crecimiento en la electricidad renovable: ¿es prescindible o necesario?

Cristina Rois

Plataforma por un Nuevo Modelo Energético

Foto de Moritz Kindler en Unsplash

ALIANZA MÁS ALLÁ DEL CRECIMIENTO

Los términos crecimiento y decrecimiento se utilizan de forma genérica y sin matices, pero sin entrar en el detalle de qué conviene aumentar y que es necesario reducir, no van a ser conceptos útiles para armar un plan de salida del atolladero al que hemos llegado en este siglo.

El crecimiento, desde las últimas décadas del s. XX, es la salmodia del capitalismo. Puede decirse que el capitalismo se caracteriza por el impulso de la desigualdad y el acaparamiento de recursos. La frágil estabilidad social que se puede alcanzar así depende de que cierta parte de la riqueza acumulada se dirija a inversiones que requieran empleo, único medio por el que se hace partícipe directa a la población.

Así pues, más estabilidad implica más recursos: hay que «crecer».  Queda asociado el crecimiento al bienestar y, aunque sea falso desde hace muchas décadas, es una relación profundamente anclada en el imaginario social.  Por ello nuestros dirigentes políticos (con pocas excepciones) siguen invocando el crecimiento como propuesta de mejora para sus territorios. Y no necesitan esforzarse en ser creativos, puede bastar con aumentar las luces de navidad año tras año para atraer turistas, aunque luego la evaluación de la mejora que aporta tal medida sea incompleta o arbitraria, o no se haga.

El decrecimiento es el concepto de oposición y denuncia de esa senda de aumento sin fin de explotación de recursos y personas, que conlleva además degradación medioambiental muy severa. Pero si no se concreta el concepto genérico en propuestas sobre los conflictos existentes, no resulta un concepto útil. Por el contrario, puede ser un obstáculo. En términos genéricos, fácilmente se puede encontrar acuerdo en que hay que reducir el uso de recursos en los países ricos y además compartirlos (incluyendo el conocimiento tecnológico) con las naciones empobrecidas. También en la necesidad urgente de descarbonización del sistema energético, es decir, reducir, decrecer en el uso de carbón petróleo y gas, incluso hasta dejar bajo tierra lo que aún no se haya quemado.

La dificultad de acercarse a este objetivo y la magnitud de la tarea pendiente la ilustra el hecho de que, en 2023, la energía primaria[1] que mueve al mundo es en un 81% fósil y en un 14% renovable. Así que por mucho que se lograra reducir el consumo de energía, si no se modifica sustancialmente el balance fósil/renovable, el cambio climático no puede frenarse.  En cuestión de energía no basta con decrecer, también hay que cambiar de fuentes.

Siguiendo con la misma fuente estadística, el retrato de la energía primaria en España es de un 66% fósil y un 25% renovable.  El uso del carbón es residual, 2%, sin embargo los productos petrolíferos son cerca de la mitad de la energía total que utilizamos, un 45%, y modificar esta situación es mucho más difícil que renunciar al carbón, porque hay actividades que dependen casi completamente de esos combustibles sin que se disponga de alternativas que puedan ponerse en marcha a corto plazo. Es el caso del transporte por carretera, una actividad que ejerce gran influencia en la viabilidad otros sectores económicos, por ejemplo en los precios de nuestro sistema de aprovisionamiento alimentario.

El 70% de los productos petrolíferos consumidos en el país[2] se dedican al transporte por carretera. Por tanto es un sector determinante en la evolución de las emisiones de CO2en España. Siguiendo los ciclos económicos, se redujeron desde un máximo en 2007 hasta un 30% menos en 2020 (mínimo histórico durante la pandemia) pero, al reanudarse la actividad rápidamente aumentaron de nuevo, yen 2022 solo fueron un 16% inferiores a las de quince años antes. Está claro que esta actividad tiene que reducirse drásticamente, tanto en kilómetros recorridos como en volumen de mercancías y personas. Pero además, el transporte que se admita como necesario ha de convertirse a tecnologías de bajas emisiones para reducir sus emisiones acorde con las condiciones que marca el cambio climático.

La situación es diferente en la generación de electricidad. Un vistazo a las emisiones de gases de efecto invernadero de este sector muestran que el máximo fue en 2005, y diecisiete años después se habían reducido en un 62%, conservando el nivel de generación. Es decir, mientras el consumo eléctrico casi no había cambiado.  El cambio se debió al despliegue de parques de eólica y solar fotovoltaica, que añadidas a la variable contribución de la hidráulica, hicieron que el 52% de la electricidad generada[3]en 2022 fuera de bajas emisiones (en 2024 ya el 57%), y sin importación de combustibles.

El crecimiento de la producción eléctrica renovable permite una vía de reducción de emisiones en otros sectores, incluso para el recalcitrante transporte por carretera.  Sin duda hay que cambiar el modo de transporte de mercancías al tren, limitar el uso de vehículo privado y desplazar su carga a transporte colectivo, preferentemente electrificado (sin descartar el uso de  biocombustibles o en el futuro el hidrógeno verde y sus derivados, aunque en extensión probablemente bastante limitada y con un impacto medioambiental mayor). Seguirá siendo necesaria la reducción del transporte de mercancías y también de personas, pero conjuntamente con un cambio a fuentes energéticas de menor impacto, y eso significa a electricidad generada con eólica, solar fotovoltaica, hidráulica, termosolar, etc. Es una vía aplicable también a la industria con combustión y a las necesidades energéticas de hogares, comercios, oficinas, escuelas, hospitales, etc.

La electricidad renovable es un logro muy importante en la disminución de los impactos de la energía, pero no está libre de conflictos ambientales y sociales. El rápido despliegue, en seis CCAA especialmente, de una tecnología que ocupa mucho más espacio que las centrales convencionales, que se vienen realizando bajo criterios de negocio neoliberal, sin planificación territorial, y con la supervisión de administraciones con escasez de personal y apretura de plazos para realizar los estudios de impacto ambiental, ha conducido a un continuo de conflictos con la población próxima a los parques.  El grado de conflicto está asociado en buena medida tanto al modo de aproximación de cada empresa al territorio como a la agilidad de la administración implicada en concretar cuántos proyectos de los muchos presentados pueden optar finalmente a las autorizaciones.  No todas las zonas con despliegue renovable han tenido estos problemas, pero en algunas comunidades autónomas, Galicia, por ejemplo, prácticamente se ha suspendido la instalación de eólica.

Aunque la transformación del sector eléctrico en las dos últimas décadas ha sido enorme,  todavía hay una buena parte de la electricidad cuya producción conlleva impactos severos.  Hay tecnologías de producción eléctrica que tienen que decrecer hasta su desaparición. La nuclear y buena parte del gas natural.

GAS: El 25% de la electricidad se genera con gas natural (2022), casi todo importado de Argelia, EEUU, Rusia y Nigeria. Parte de él se quema en cogeneración y otra parte en 30 centrales de gas en ciclo combinado distribuidas en doce comunidades autónomas. Las emisiones de estas centrales alcanzaron durante 2022 los 26,2 millones de t de CO2, a los que suman otros 6,6 los sistemas de cogeneración. La electricidad generada con gas es la causa del 11% de la producción total de gases de efecto invernadero en España.

NUCLEAR: El 20% de la electricidad (2022) se obtiene a partir del calentamiento de agua con la fisión del uranio en los siete reactores nucleares operando en Cataluña, Extremadura, Valencia y Castilla la Mancha.  No puede usarse directamente el que se saca de la mina, ha de someterse a complejos tratamientos para obtener el combustible adecuado, el «uranio enriquecido». Pero esos complejos y radiactivamente contaminantes tratamientos se realizan en pocos países, y desde hace años Rusia se ha convertido en el principal proveedor mundial (incluso a EEUU). La dependencia es tan alta que la UE no ha impuesto sanciones a este comercio que está contribuyendo al financiar la guerra de Putin.

Las nucleares españolas dependen de la importación de ese material de Rusia y su órbita. Con datos de 2023,la procedencia de los concentrados de uranio para su combustible procedía de Kazajistán (66%), de Uzbekistán (11%), de Namibia (9,7%), Rusia (6,3%), de Níger (3,4%), Canadá (3%) y Sudáfrica (0,9%).  Es decir, el 83% de la órbita rusa, 14% de África, y solo un 3% de un país occidental .La electricidad nuclear implica pues dependencia energética y, actualmente, subordinación a intereses de potencias agresivas.

Se asigna a las nucleares «emisiones 0″ durante su operación, pero es evidente que las recargas de combustible que se hacen cada año y medio, sí conllevan emisiones. Todos los procesos para disponer de una pastilla de uranio requieren el uso de combustibles fósiles. También la construcción y clausura de la central (gruesos muros de cemento para protección de radiación) y el tratamiento de sus residuos radiactivos. Esas emisiones de gases de efecto invernadero se cifran en aproximadamente un 15% de las de una central de gas en ciclo combinado de la misma potencia.  Si se compara con tecnología renovable el resultado es mucho más contundente, son seis veces superiores a las de la eólica.

Otra ventaja que se le aplica sin justificación a la nuclear es que puede ser el respaldo de las intermitencias de generación de las renovables, pero cambiar la potencia de un reactor nuclear es mucho más lento y problemático que la de uno de gas por ejemplo, y su flexibilidad se limita a un cambio máximo del 30%.  No pueden servir de respaldo con la eficiencia adecuada, aunque sí pueden resultar un obstáculo a la entrada en red de la producción renovable, porque cuanto menos funcionen menos cobran, y aunque no gasten combustible no pueden prescindir de un constante mantenimiento, exigente y caro.

Pero en lo que la nuclear supera a todas las tecnologías es en la peligrosidad de sus residuos radiactivos y la dificultad y el alto coste de gestionarlos. Con la planificación vigente, las áreas de las nucleares, una vez desmantelada la instalación (mínimo diez años) albergarán cientos de contenedores con residuos de alta actividad hasta que se acometa su traslado, en 2073, hasta el futuro almacén definitivo. Los residuos menos radiactivos se transportan a la CA Andaluza, para su almacenamiento definitivo en la instalación de El Cabril, situada en un paraje natural de la sierra de Hornachuelos, Córdoba.  La tecnología nuclear es creadora de verdaderas «tierras de sacrificio».

Hay un plan de cierre nuclear que las empresas acordaron voluntariamente a instancia del gobierno en 2019:  en dos años comienza con el cierre de Almaraz I en 2027 y en 2035 las dos últimas, Vandellós II y Trillo.  Con esta premisa se han elaborado el PNIEC y el Plan de Residuos Radiactivos. Es la política energética en curso, que ahora está siendo desafiada por los propietarios de nucleares, con el apoyo del Partido Popular, para exigir una subvención del estado mediante una reducción de los impuestos y tasas de residuos radiactivos que les corresponden.  El decrecimiento de la energía nuclear es una necesidad prioritaria, tanto porque los daños y riesgos de la tecnología nuclear empeoran con los años de funcionamiento, como por el aumento de residuos radiactivos, que acrecienta un problema sin una solución segura.

Hasta aquí se ha tratado de energía eléctrica, pero esta sólo satisface aproximadamente la cuarta parte de la energía que se utiliza en España.  La energía no eléctrica que se utiliza es en un 72% de origen fósil. No es de extrañar pues, que debido a su dependencia del petróleo el sector con más peso en nuestras emisiones[4] sea el transporte (32,5 % en 2023), muy por encima de las actividades industriales (18,6 %), de la agricultura y ganadería (12,2 %), la electricidad gas (11,4 %), y los sectores residencial, comercial e institucional (8,5 %) por el uso de combustibles para las necesidades térmicas. La distribución por sectores de estas cifras está ligada no solo al volumen de la actividad, sino al tipo de fuente energética que mayoritariamente empleen. El consumo eléctrico se reparte entre edificios para comercio y servicios públicos, un 34% aproximadamente, otro tanto en los hogares y un 30% en la industria. En transporte el principal uso de la electricidad es en el ferrocarril pero sólo un 1,5% procede de la producción eléctrica.

En definitiva, por mucha reducción de consumo que se hiciera, sea por mejoras de eficiencia o por cese de ciertas actividades económicas y sociales, nuestra capacidad de reducir emisiones será baja si la mayor parte de la energía que usamos es fósil y emisora de gases de efecto invernadero.  Para cambiar esta situación en la escala requerida se necesita cambiar a otro tipo de fuentes energéticas. Lo que tenemos disponible es la electricidad producida con renovables.  Aprovechar esta capacidad implica electrificar actividades, un empeño que debe extenderse a todas aquellas en que sea posible (industria, climatización de viviendas y edificios, …).

Bajo estas consideraciones, hay que replantearse el sentido que tienen las preguntas de ¿cuánta producción renovable es excesiva?, o bien ¿qué territorio puede declararse energéticamente autónomo cuando la energía fósil importada que se consume en todo el Estado es mucho mayor que la producción renovable?

Ciertamente, podemos cuestionarnos el que parte de esa electricidad renovable se consuma en actividades que consideremos prescindibles, o incluso dañinas.  Cuesta soportar que su menor coste favorezca que se haga negocio con su exportación o actividades económicas que no aporten mejoras al medio social donde se asienten. Además, la instalación de renovables también conlleva impactos, aunque mucho menores que los de las fósiles y nuclear, más visibles puesto que su despliegue requiere mayor uso de espacio (no así de agua).

Es evidente que las pautas que han venido marcando el sendero de la actividad económica desde mitad del s. xx no han cambiado para mejor en lo que llevamos de siglo. Se puede decir que han empeorado: menos regulación, menos planificación por los estados,… en resumen el neoliberalismo a sus anchas.  Pero es la situación desde la que hay que hacer la transición energética.  El cambio climático no es el único riesgo grave a escala planetaria, pero se sabe que es un factor de aceleración de los demás problemas: degradación del medio natural, disponibilidad de agua, desplazamiento de especies, afecciones a la salud humana de olas de calor y diseminación de nuevas enfermedades, aumento de la desigualdad, tanto por la edad como por la capacidad económica, y reducción de la soberanía alimentaria al empeorar el rendimiento de muchos cultivos.

Sin intención de hacer una lista completa, debe admitirse que la vida en nuestro planeta será más difícil en las próximas décadas, el grado en que vaya a empeorar depende del nivel que alcance la acumulación de emisiones, es decir, de cuan rápido y cuanto se reduzcan.  No podemos evitar ni revertir el cambio climático, solo frenarlo.  Los impactos afectarán a todo el planeta y su gravedad será progresiva con el volumen de emisiones acumuladas, pero además se prevén cambios súbitos de escala catastrófica, como la fusión de los hielos de Groenlandia y el consecuente aumento de varios metros en el nivel del mar. Evitarlo implica un gran esfuerzo de reducción de emisiones de CO2, la UE tiene el objetivo de ser climáticamente neutra para 2050: una economía con cero emisiones netas de gases de efecto invernadero.

El riesgo sigue creciendo con el tiempo porque no hemos conseguido, todavía, que las emisiones dejen de aumentar.  El problema principal es la dependencia del petróleo, el carbón y el gas, como ya se explicó, los combustibles fósiles proporcionan el 80% de la energía del mundo. No se puede frenar el cambio climático sin cambiar esto, por eso la Transición Ecológica depende de una Transición Energética urgente.

Notas:

[1]  2024 Energy Institute Statistical Review of World Energy,  https://www.energyinst.org/statistical-review/home

[2]BALANCE ENERGÉTICO DE ESPAÑA 1990-2023, https://www.idae.es/informacion-y-publicaciones/estudios-informes-y-estadisticas/estadisticas-y-balance-energetico

[3]Informes del sistema eléctrico español 2024, https://www.ree.es/es/sala-de-prensa/actualidad/nota-de-prensa/2025/03/la-produccion-renovable-crece-en-Espana-un-10-3-por-ciento-2024-alcanza-mayores-registros

[4]Inventario nacional de emisiones de gases de efecto invernadero: Informe resumen. Edición 1990 -2023 https://www.miteco.gob.es/content/dam/miteco/es/calidad-y-evaluacion-ambiental/temas/sistema-espanol-de-inventario-sei-/Documento_resumen_Inventario_GEI.pdf