El dolor que amamos (Antonio Crespo Massieu)

L. Lucía

Antonio Crespo Massieu (1951), licenciado en Filosofía y Letras (UCM) y diplomado en Estudios Portugueses por la Universidad de Lisboa, es sobre todo poeta. Autor de varios libros, fue finalista del Premio Nacional de Poesía en 2012 y su obra poética forma parte de numerosas antologías. De él ha dicho el escritor Matías Escalera Cordero: “Desde hace tiempo, en realidad, desde que me topé con Elegía en Portbou, estoy convencido de que Antonio Crespo Massieu, permanecerá en la futura crítica de la poesía española del tránsito del siglo veinte al veintiuno como el poeta de la memoria y de las injustas ausencias que han provocado tanto la barbarie como el tiempo –a lo largo del temible siglo XX–, los dos más acérrimos enemigos del hombre y de la vida”.  

El dolor que amamos (Bartleby Ediciones, 2022) es su último y muy reciente libro. Con este motivo Espacio Público conversa hoy con él.

EP: El título del libro “El dolor que amamos” forma parte de una frase de Albert Camus que cita usted al comienzo del libro. Dolor y amor son dos constantes en todo el libro, ¿por qué?

A.C.M.: Dolor y amor, se entrelazan en nuestra existencia, pero, al menos para mí, lo significativo de la cita de Camus, autor querido que siempre me ha acompañado -deslumbramiento y apasionada lectura a mis 15 y 16 años- es que el amor hace perceptible “lo más real en este mundo: el dolor de las personas que amamos”. Acercarse al dolor, sentirlo como nuestro, amarlo incluso; con esta idea dialoga la cita de Rubén Darío que se incluye a continuación: “Vamos al reino de la muerte por el camino del amor”.

Dos temas confluyen en el libro: la pérdida del cabello en la mujer como consecuencia de tratamientos médicos y ese repetido ejercicio de humillación que ha sido y es rapar el pelo a las mujeres y que se ha practicado en todas las guerras y posguerras. Así, en la primera parte, “El acróbata de la noche” centrada en la enfermedad, el ángel mínimo, el ángel de las pequeñas cosas, recoge una a una cada hebra del pelo caído y que ya nunca volverá a crecer y recorre “salas de espera, quirófanos, ucis”, los espacios del dolor y el desconsuelo, pero también acompaña la esperanza de la sanación.

EP: Combray, Vinteuil, Swan… aparecen en varios de sus poemas; es inevitable no recordar a Marcel Proust. ¿Es una de sus referencias literarias?

Lo es, y además en este tiempo detenido de la pandemia y pospandemia volví a leer los siete tomos de En busca del tiempo perdido en la vieja edición de bolsillo de Alianza Editorial que tenía en casa. Pero en este libro son muchas las referencias literarias, a veces explícitas y otras menos evidentes; por citar algunas: Marguerite Duras, Claudio Rodríguez, Garcilaso, James Joyce, Guadalupe Grande, Coleridge… Pero, sí, Marcel Proust, el “olor, el sabor del tiempo”, “su claridad de niño herido”.

Antonio Crespo (fotografía de Carmen Ochoa)

EP: “El dolor de la pequeña rapada de Nevers” dice dos veces, ¿es un homenaje a Hiroshima mon amour, la película de Alain Resnais (1959), y a Marguerite Duras?

A.C.M.: Sí, tanto el poema inicial de esta parte como el que la cierra, dicen el dolor de “la pequeña rapada de Nevers”, memoria y homenaje a Marguerite Duras y Alain Resnais por esa película que iluminó mi adolescencia: “Hiroshima mon amour”. Lo que yo descubro, a mis 15 o 16 años, al ver la película de Alain Resnais, es algo tan esencial, y que sin duda estaba ya en mi interior, como que ninguna humillación, ningún acto de desprecio al ser humano puede ser justificado. En Hiroshima mon amour “la culpa” de la mujer que interpreta Emmanuelle Riva es haberse enamorado y haber amado por vez primera a un soldado alemán, tan joven como ella y, casi con seguridad, combatiendo en una guerra que no ha elegido y en un país al que no odia. La necesidad de la piedad, lo que se expresa así en el poema: “Ninguna humillación consentirás. / No olvides Hiroshima, mas tampoco Nevers./ Toda causa, por noble que sea, la envilece el desprecio./ No olvides nunca la piedad./ Solo por ella serás justificado”

EP: Pourquoy Font bruit es el título de uno de los poemas. En la última parte del libro, que usted dedica (cosa bastante inusual) a explicar las referencias y dedicatorias, dice que es para Juan Carlos Mestre por recibir “la visitación del pródigo y la música de las esferas”. Puede explicar un poco más este pequeño homenaje.

A.C.M.: El origen más concreto de esta dedicatoria está en un poema suyo en el que la “Oración o discurso sobre la dignidad del hombre de Pico de la Mirandola está presente, en el poema mío que citas ocupa un lugar central, es, por tanto, una deuda. De una manera más lejana, y más profunda, está en mi admiración por su poesía y su ejemplar compromiso cívico. Pero en estas dedicatorias, que no es tan inusual situar al final del libro, está bien acompañado. Muchos son los poetas y los amigos que aquí figuran, algunos de ellos desaparecidos en estos últimos años, hermanos suyos, hermanas nuestras, en la república de la imaginación, en este territorio de la dignidad y la fidelidad a la palabra. En la poesía necesaria que, como nos dijo Guadalupe Grande es “la actividad más democrática, más desobediente y más necesaria” pues “es tener un pie en el pasado y otro en el futuro. Intentar otras posibilidades para circular a través de la vida y la historia”.

EP: La segunda parte del libro “Y quedan interrogados e imperfectos” comienza con esta cita de Milo de Angelis: A veces, al borde la noche, se queda uno en suspenso y no se muere […]. Las ausencias están presentes constantemente en un ejercicio de memoria histórica y personal. ¿Cree que es necesaria la memoria para que sigan viviendo quienes ya no están presentes?

A.C. M.: Sí, tal como señalas, en esta segunda parte los primeros poemas hablan de ausencias personales: la madre, el padre, el hermano y la amiga; y esta es Guadalupe Grande que nos dejó tan pronto, se diría que ayer mismo, y que aún nos acompaña, por otra parte, este es el único poema escrito durante la pandemia. Los poemas siguientes hablan de “los efímeros”, aquellas vidas apenas vividas que fueron arrebatadas por la historia. El escándalo de un país, el nuestro, que hizo y sigue haciendo del olvido una virtud cívica (el poema dedicado a María Martín y a toda y todos los que aún siguen en las cunetas y fosas comunes y esperan -¡hasta cuándo!- verdad, justicia y reparación); la memoria siempre viva de Federico García Lorca y de Lucia Modiano y Marie-Loise Antelme que no pudieron sobrevivir a Auschwitz. Y la herida que, para mi generación, la que nació a la militancia política en 1969, significó el asesinato de Enrique Ruano Casanova. Tarea del poeta es escuchar las voces de los ausentes, salvar del olvido, rescatar con la palabra; al menos así es como yo entiendo la poesía.   

EP: Y aunque es la última pregunta, nos vamos a referir al principio del libro, a la portada. Se trata de la pintura de Antonello da Messina “Cristo muerto sostenido por un ángel” (Museo del Prado) a la que se le ha dado un tratamiento especial que ha eliminado la presencia de Cristo y el ángel para dar protagonismo al paisaje. ¿Por qué?

A.C.M.: En el origen del libro está la visión de un cuadro de Antonello da Messina, “Cristo muerto sostenido por un ángel”, que se conserva en el Museo del Prado. En él, un ángel mínimo sostiene un cuerpo enorme, descoyuntado. Al contemplarlo me pregunté, y me sigo preguntando: ¿qué forma de amor o piedad sostiene el frágil equilibrio del mundo y acompaña el dolor de las personas que amamos? ¿Hay algo, alguien que equilibra la balanza de la historia, el dolor del mundo? ¿Un solícito cuidado, un irresistible y fraternal impulso de justicia o dignidad? Esta figura del amor es la que yo vi en el cuadro. Y este ángel, niño o niña, pequeño, invisible, es el que acompaña, a lo largo del poemario, el dolor de las personas que amamos. El poema pórtico que introduce el libro es casi una écfrasis de este cuadro y, desde esa descripción, formula las preguntas que, aún sin respuesta cierta, puedan sostener el dolor y acoger “el desamparo infinito de todas las ausencias”.

Respecto a la portada del libro, Cristina Morano, que se ha encargado de la maquetación, nos ofreció una reproducción del cuadro de Antonello da Messina; pero nos pareció que lo marcaba demasiado en un sentido religioso. De inmediato nos brindó esta belleza que es un detalle del cuadro, aquí está la “luminosa piedad iluminando la ciudad de los hombres”. Y tal vez sea esta, la luminosa piedad, el verdadero tema del libro.

El dolor que amamos será presentado en Madrid el 6 de marzo a las 19.00h. en el Café Comercial. Juan Carlos Mestre y Manuel Rico acompañarán al autor.