El fin de una ilusión

Joaquín Rábago

Donald Trump, durante una rueda de prensa en la Casa Blanca, a 3 de marzo de 2025.REUTERS / Leah Millis

No cabe duda de que el discurso pronunciado por el vicepresidente de EEUU en Múnich, en el que leyó la cartilla a Europa, representó un dramático punto de inflexión en las relaciones transatlánticas.

El ex primer ministro francés de Asuntos Exteriores, Dominique Villepin, lo calificó certeramente del “fin de una ilusión” (1).

La ilusión de una Europa, añadía el diplomático, “protegida con el mínimo coste por una alianza transatlántica estable a la vez que fiable”.

Es una evolución que supo prever en su día el jefe del Estado francés Charles de Gaulle y que ahora con Donald Trump en la Casa Blanca vemos convertirse en realidad.

No se puede vivir eternamente, dice Villepin, de la ficción de que Estados Unidos va a defender “nuestra democracia y nuestros valores”.

“Democracia” y “valores” que, para sorpresa y visible enojo de los europeos, el vicepresidente J.D. Vance puso en tela de juicio en su radical discurso en la Conferencia de Seguridad de la capital bávara.

Vance se refería sobre todo a los atropellos a la libertad de expresión y a la anulación de elecciones con el pretexto de la supuesta “desinformación rusa” como ocurrió en Rumanía.

El político republicano parecía ver la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio si atendemos a lo que ocurre en EEUU con cuantos protestan contra el genocidio de Gaza y a los que Trump amenaza con la expulsión, o con los inmigrantes a los que trata de repatriar cuando no los encierra en Guantánamo.

Lo que para el jefe de la diplomacia francesa está en juego es “la identidad europea, nuestra visión de la democracia, el respeto hacia el otro”, algo que por cierto uno también echa últimamente de menos.

Lo sucedido desde la llegada de Trump a la Casa Blanca no es, sin embargo, nuevo. Tal vez lo sea para quienes se limitan a leer The New York Times o a ver la CNN, pero era algo que uno venía hace tiempo escuchando.

Hace años que algunos analistas de aquel país venían pronosticando la ruptura de la OTAN y no sólo por la llegada impetuosa del Donald sino por las claras divisiones existentes en su seno.

Divisiones que se reproducen en la Unión Europea, donde resulta cada vez más difícil conciliar las políticas de países como Polonia o los bálticos, claramente rusófobos, con las de otros como la Hungría de Viktor Orbán o la Eslovaquia de Robert Fico, que buscan por motivos económicos que Bruselas se niega a entender un acercamiento diplomático a Rusia.

Y no hay duda de que con Trump por segunda vez en la Casa Blanca, Estados Unidos tratará de aprovechar esas divisiones para negociar acuerdos comerciales con los europeos no como bloque sino de modo individual, lo que los volverá mucho más vulnerables.

Su táctica es la del “shock” y los anuncios permanentes para sembrar el caos en las relaciones internacionales con el nada disimulado intento de sacar siempre, como el gran negociador que cree ser, la mejor tajada. Brutalidad en el trato frente a la anterior hipocresía.

De ahí que haya decidido prescindir del tradicional soft power (poder blando)norteamericano: las llamadas agencias de desarrollo o de promoción de la democracia, que cumplían hasta ahora el papel que antes tenía la CIA.

Trump acusa a USAID o a la Fundación Nacional para la Democracia de corrupción y de despilfarro del dinero de los contribuyentes para promover en otros países la ideología “woke”, que él y su movimiento MAGA tanto detestan.

¿Cómo reaccionar ante el huracán Trump? La respuesta de los gobiernos europeos, que parecen de pronto pollos sin cabeza, es emanciparse cuanto antes de la tutela del “amigo americano”, aumentando el gasto en defensa aunque ello obligue a recortes en los programas sociales?

¿Acaso no entienden que, por mucho que los medios se dediquen a lo que Noam Chomsky llama “manufacturar el consenso” en torno a la defensa de Europa, las inevitables tensiones sociales van a alimentar precisamente el fuego populista?

Y hablando de los medios, ¿cómo es que uno no ha visto en ninguna parte el discurso que pronunció recientemente en el Parlamento europeo el economista Jeffrey Sachs? En el que criticó en términos muy duros la retirada unilateral de EEUU en 2002 del tratado ABM que limitaba los sistemas antibalísticos de ambos bloques.

Destruido aquel marco de control de los arsenales nucleares de las dos superpotencias, EEUU procedió en 2010 a instalar en Rumanía y Polonia, países ya incorporados a la OTAN, sus sistemas de misiles Aegis, que amenazaban directamente a Rusia.

Y tras abandonar también unilateralmente en  el tratado INF sobre misiles de alcance medio, el secretario de Estado Tony Blinken dijo que Washington se reservaba el derecho de instalar ese tipo de armamento en la ex soviética Ucrania o donde considerase conveniente.

Todo eso lo aceptaron sin rechistar los europeos, que se encuentran ahora con que, al no existir ya acuerdos que limiten ese tipo de armas, son los primeros amenazados en caso de estallido de las hostilidades por las tensiones en torno a Ucrania.

Rusia lleva tiempo abogando por una nueva arquitectura de seguridad europea que evite una carrera de armamentos como la que ya se anuncia, pero los europeos, que han abandonado totalmente la diplomacia, parecen ya sólo interesados en sustituir a EEUU en Ucrania.

Y en continuar así la escalada militar en ese país, al que, venciendo los escrúpulos de París y Berlín, EEUU invitó irresponsablemente a entrar en la OTAN para ahora, con la guerra perdida, traicionarle.

Como dijo un día el cínico Henry Kissinger: “Puede ser peligroso ser enemigo de EEUU, pero ser amigo es fatal”.

Notas:

[1] En declaraciones al semanario alemán Der Spiegel.