De narcos a estrellas
Paseando hace algunos meses por una calle muy concurrida de Barcelona, con tiendas de suvenires y objetos turísticos, vi en sus escaparates, y a alguna persona, llevando camisetas de Pablo Escobar como si de una estrella famosa se tratara.
Cuando vi el tráiler de la película Emilia Pérez, leí sobre su argumento y la visualicé, me retrotrajo al fenómeno de Pablo Escobar, personaje funesto de nuestra historia reciente, pero que en las series y películas, en vez de reconocer el daño terrible que hizo y que contribuyó a una cultura nefasta en muchos sectores de Colombia, aparece casi como un héroe, como recodaba Laura Restrepo , esa Colombia para la que conseguir dinero fácil es válido con cualquier método. Así a Pablo Escobar lo han convertido en un referente, en parte por ser representado por “celebridades del mundo del espectáculo y ha ganado la empatía de los espectadores, quienes terminan amando el personaje aun con sus villanía, gracias al gran trabajo realizado por estas estrellas del cine y la televisión”.
Detrás de estas producciones hay ganancias millonarias sobre todo para empresas norteamericanas y europeas, tomando como iconos estos aciagos personajes de una Latinoamérica continuamente despojada de sus bienes culturales y naturales por parte de multinacionales de este mismo Norte Global.
De los narcocorridos a la narco ópera
Algunos narcocorridos nos evocan las andanzas criminales de algunos líderes del narcotráfico mexicano. Canciones que rememoran acciones violentas, el poder, las armas, el dinero fácil, las drogas, la objetualización de las mujeres.
En general, es la exaltación de un mundo que mueve millones de dólares a través del crimen, causando impactos económicos, sociales y políticos y que convierte a estos sanguinarios en referentes positivos para la sociedad.
Es así como se blanquea el narcotráfico y se ignora el impacto que tiene en nuestros pueblos y países. Y esto es lo que también me lleva a hablar de la película Emilia Pérez, que, en mi opinión, además de ridiculizar e ignorar la cultura de un país como México, desprecia e ignora a las víctimas de crímenes atroces, fosas comunes y desapariciones, temas y situaciones que son muy sensibles, no solo en México, sino en gran parte de los territorios de Latinoamérica en los que operan tanto las mafias como grupos paramilitares, que muchas veces van de la mano de los militares, empresarios, corporaciones y políticos.
Mirada colonial y morbosa
Muchas películas se ambientan en territorios de Abya Yala, y generalmente no contratan artistas locales ni los rodajes se hacen necesariamente en este territorio. Emilia Pérez no se filmó en México y sus actrices principales son norteamericanas y europeas, lo que ha suscitado críticas y malestar en ámbitos mexicanos, comentarios que también se extienden a que las actrices, como Selena Gómez, ni siquiera hablan castellano. Y la aproximación a las diferencias gramaticales y de pronunciación mexicana se limitan a determinados modismos y no son naturales (pinche vulva…), sin olvidar la mirada de exotización hacia nuestros territorios y sobre un país al que quiere retratar pero al que no conoce, por lo que ignora los efectos de estos carteles criminales banalizándolos y ridiculizando el dolor. La tragedia como un producto comercial y morboso más, con mirada colonial.
Trasfondos perversos y banalización del crimen y la narcocultura
Creo que hay que desentrañar lo que hay de deshonesto en estas películas que obtienen premios y ganancias millonarias con trasfondos perversos.
Pienso que hay personas y poblaciones enteras, así como entornos afectados por el narcotráfico y su estela de crímenes, que se asocian con sectores del empresariado y con sicarios y políticos cuyo único dios es el dinero, que pueden ver esta realización con malestar, ya que no hay ninguna sensibilidad ni hacia las víctimas ni hacia la realidad que viven, ni incluso hacia vastos territorios donde se produce despojo y destrucción.
¿La redención radica en el cambio de género?
Hay un claro contraste entre los diálogos y letras de canciones sobre el tema de desapariciones forzadas y crímenes, y la magnitud de la glorificación del personaje jefe del cartel a partir de su operación de cambio de sexo (que para colmo del blanqueo se hace en Israel…), donde parece que la redención radica en haber pasado por este cambio.
Para este criminal han desaparecido las víctimas y para elle todo es impunidad. También la conversión me parece fantasiosa y con falta de credibilidad, no se puede entender que una persona pase de ser verdugo y jefe de una banda (donde se manejan el gatillo fácil, la tortura y las ejecuciones, con prácticas que no dejan ninguna duda sobre el carácter machista, inmoral, sin ninguna ética ni empatía hacia sus adversarios o quienes se atrevan a oponerse a sus pretensiones) a convertirse en una monja de la caridad a quien hay que honrar.
Aquí se utiliza el tema de la transexualidad como un gancho. Si vemos la realidad de las vidas y cuerpos trans, que son también objetualizados, esto no sucede con la vida de Emilia Pérez, que no tiene que enfrentarse a una realidad patriarcal cuyo cuerpo feminizado está sujeto a violencias, a rechazo de sectores sociales y laborales.
En algún pasaje se expresa que si cambias de cuerpo, también cambia la sociedad y de rebote cambia tu alma. Esta filosofía no tiene en consideración la realidad de las personas trans, que es muy variada, porque no todas tienen las mismas circunstancias y condiciones de vida. En esta película el cambio de género trae un mensaje con un trasfondo ambiguo, que nos lleva a preguntarnos ¿Si tengo cuerpo de mujer soy otra persona, sensible, amable y cuidadora de los demás? ¿Dejo de ser un criminal?