El sábado, 2 de octubre, a las 7 de la tarde, desde Punta Umbría, nos habían convocado a un encuentro poético dos amigos, el poeta y gestor cultural Uberto Stabile y la poeta Gema Estudillo en la sala de la editorial Huerga y Fierro de Madrid. Llevan entre ambos, desde hace cuatro años, una pequeña editorial con diferentes e interesantes proyectos: la revista Alameda 19, una colección de poesía Garum y unas plaquettes las hojas del baobab. Estas hojas, estos “pliegos de poesía”, comenzaron como una excusa para viajar desde el sur, para visitar a poetas amigos y pedirles su colaboración para una edición primorosa, un pliego, casi, de cordel. Cuando lleguen a cien obras, en ese momento, la colección se acabará. En Madrid se presentaban algunos de los doce pliegos correspondientes a este año: Jorge Riechmann, Alberto García-Teresa, Fernando Beltrán, Pilar González España y Jesús Munárriz.
Yo leo poesía. Una lectura íntima y necesaria, imprescindible. Depende del momento me decanto por uno u otro libro. Y me gusta leer en voz alta, para oír su música también, para que me envuelvan más las palabras. Escuchar poemas leídos por buenos actores, actrices, con esas voces tan educadas, con ese saber pronunciar todas y cada una de las palabras, también me llega. Pero escuchar a poetas leer sus propias obras es sorprendente. A veces es decepcionante y prefiero olvidar esa lectura y sumergirme yo sola en sus palabras. Pero otras veces, ay, otras veces, escuchar un poema con la voz de la persona que lo ha creado, surgiendo con su sentido y sus sentimientos, es un milagro.
Porque sucede, a veces, solamente a veces, que se tiene la sensación de vivir un momento irrepetible. Extraordinario e irrepetible. Eso vivimos las más de setenta personas que asistimos a este acto en Embajadores.
Jorge Riechmann abrió con la lectura de Qué capricho lo de aprender a bien morir. «Y quién te acompaña entre una y otra oscuridad”, una cita de Guadalupe Grande, de ella, de la que nos dejó “el dos de enero del año 21 que nunca hubiera tenido que ocurrir”, conforma sus primeras palabras. Y él nos recordó que “Perplejidad es palabra que oímos tantas veces de su boca” y que llegaba tantas veces “aleteando junto a desconcierto”. Él nos sentó a la mesa de Alenza ocho para esperar la tortilla de Paca en “ese refugio luminoso de inteligencia y piedad y belleza y alegría”. Y cuando nos recordó que “Los ya nunca golpean como hachazos” el silencio, la tristeza, el recogimiento inundó la sala.
Más adelante Fernando Beltrán leyó La jerarquía del ángel, se trata de un largo poema que compone todo el pliego. Comienza “A la naturaleza le da igual que mueras o no mueras”. Y como una letanía desgranó el manzano, la flor, el verde, la montaña. “El pulmón en su afán, la ola en su espuma, el perro en su diván de mirada tristísima”. Todo permanece en su sitio. Porque un ángel le dio la mano y nunca sabrá que ya no era su mano. Juan Ramón Jiménez escribe “Y yo me iré y se quedarán los pájaros cantando”. Y el concepto, la idea es la misma. Pero la lectura temblorosa, emocionada, a veces furiosa o tierna de Fernando hizo de aquel momento un tiempo fuera del tiempo, un sentir, de repente, el dolor de todos los heridos de estos largos meses que han estado en esa frontera terrible “cuando ya nada es tuyo, pero aún es contigo”. Y un inmenso agradecimiento por la valentía de vivirlo frente a todas las personas que allí estábamos apenas respirando.
Alberto leyó Descender la distancia, poemas llenos de amor a los animales, y Pilar La bella durmienteque mantuvieron ese clima. Y finalizó Jesús Munárriz con Yo a lo mío (que es lo vuestro) lleno de ironía y de humor que nos dejó respirar.
El acto lo cerró el editor Francisco Cumpián leyendo, acompañado por Antonio Bueno, su bellísima edición de Aullido de Allan Ginsberg. Con ella se despide de una ejemplar labor editorial de muchos años uniendo la sensibilidad del poeta, el trabajo del artesano y la mirada del artista.
Fue una tarde que nos ayudó a recolocarnos en el mundo, a salir de estos meses buscando a tientas la luz, a encontrarnos y agradecernos que seguimos aquí pero también a reconocer de dónde hemos salido. Como repetía Fernando “Todo tiene sentido cuando todo se pierde”. Escuchar poesía, escuchar poesía de la boca de sus autores, es imprescindible para que todo sea.