Más allá del crecimiento, reflexiones y alternativas desde el ecofeminismo

Laura Reboul y Isabel Iparraguirre

Área Acción Climática y Transición Ecológica Justa - UGT / Alianza por la Solidaridad -ActionAid

Foto de lucas mendes en Unsplash

ALIANZA MÁS ALLÁ DEL CRECIMIENTO

Vivimos en una era de profundas contradicciones. Por un lado, la humanidad ha alcanzado niveles sin precedentes de desarrollo tecnológico y científico. Por otro, este avance ha llevado al planeta a un límite crítico, el Antropoceno, o más apropiadamente Capitaloceno, para subrayar que no todas las personas, ni todos los países son igualmente responsables de la degradación ambiental.

Este contexto de emergencia bioclimática, caracterizado por el cambio climático, la pérdida de biodiversidad y crisis social exige respuestas integrales y globales. Frente a esto, el ecofeminismo no es solo una herramienta de análisis, sino una propuesta transformadora que puede ayudarnos a replantear nuestra relación con la naturaleza y con nosotras mismas. Un sistema de valores esenciales para restaurar los ecosistemas y reparar el daño a las personas, desde la justicia social, la democracia, el diálogo y la participación ciudadana.

La relación entre mujeres y naturaleza no es casual, ni meramente cultural; es política.

Históricamente, la cultura occidental ha construido una jerarquía donde lo «natural» y lo “reproductivo”, incluidas las mujeres, han sido subordinadas a lo “cultural” y lo “productivo”, generando valor y estatus asociado a lo masculino. Este dualismo, que coloca a la cultura y lo productivo como algo superior a la naturaleza, ha servido para justificar la explotación de ambas. En el caso de las mujeres, se las ha relegado a los márgenes del espacio público bajo el argumento de su “conexión con lo natural”, y así poder encargarlas de las tareas del cuidado, invisibilizadas y no remuneradas. La naturaleza y las mujeres han sido reducidas a un recurso utilitario, explotado, sin considerar, siquiera, su capacidad regenerativa ni su valor intrínseco.

El ecofeminismo, al interseccionar las luchas feministas y ecologistas, denuncia que las causas de la crisis climática y de las desigualdades de género son las mismas: un sistema económico y político basado en la acumulación, la explotación y la dominación. Y las mujeres, especialmente aquellas en situaciones de vulnerabilidad, son quienes más sufren las consecuencias de este modelo.

A pesar de ello, son numerosos los ejemplos de luchas de las mujeres por la defensa del territorio, el agua, la tierra, los recursos y los derechos de sus comunidades frente a grandes proyectos extractivistas, sobre todo en regiones del Sur global.

Un mayor impacto sobre las mujeres

En el Sur global, los impactos climáticos se ceban con las mujeres, sus medios de vida y su seguridad alimentaria pues dependen de recursos muy vinculados contexto climático; y a pesar de que las mujeres representan casi la mitad de la fuerza laboral agrícola, y producen el 80% de los alimentos, solo poseen un quinto de la tierra a nivel mundial. Ellas y los niños tienen 14 veces más probabilidades de morir a causa de desastres naturales que los hombres, y, cuanto mayor es la desigualdad de género y económica, mayor es la brecha entre las posibilidades de supervivencia de hombres y mujeres. Ellas, representan el 80% de las personas desplazadas por desastres climáticos y durante este desplazamiento tienen muchas más probabilidades de ser víctimas de trata, explotación laboral o sexual. Las niñas son sacadas de la escuela antes que sus hermanos, ya sea para ahorrar las tasas escolares o para que puedan ayudar a la familia, lo que las coloca en una situación de desigualdad que afectará el resto de su vida.

En Europa, aunque los impactos del cambio climático no sean tan extremos como en el Sur Global, las mujeres también son las más afectadas. Un ejemplo evidente es la pobreza energética. Las mujeres, que suelen pasar más tiempo en el hogar y asumir su gestión, son quienes enfrentan más directamente las consecuencias de no poder calentar sus viviendas en invierno o enfriarlas en verano. De hecho, la pobreza energética afecta más a los hogares monomarentales o de mujeres mayores que viven solas, debido a la brecha salarial, en las pensiones y feminización de la pobreza. Además, son bombardeadas con mensajes que las responsabilizan individualmente de los problemas ambientales, promoviendo un sentimiento de culpa asociado al consumo, mientras se ignoran las estructuras de poder que perpetúan la crisis climática.

Más aún, el trabajo de cuidados, fundamental para la sostenibilidad de la vida, ha sido históricamente invisibilizado y relegado a la esfera privada. Con el cambio climático, la carga de cuidados aumenta: las olas de calor, las inundaciones, sequías y otros fenómenos extremos implican nuevas responsabilidades y el cuidado de personas vulnerables, responsabilidades que recaen desproporcionadamente en las mujeres. Las expectativas de que las mujeres sean las que se encarguen de estas tareas, a menudo les impide tener otros trabajos, obtener más ingresos, con frecuencia las deja agotadas y sin tiempo para el ocio o el autocuidado. A esto se añade que la crisis climática y la deuda en los países del Sur Global conlleva el desmantelamiento o privatización de servicios públicos básicos. Cuando no hay servicios público o estos se reducen hay una nueva sobrecarga a las mujeres porque la tarea de cuidados mayoritariamente sigue feminizada. Este hecho es más relevante en las zonas rurales donde los servicios públicos para educación, salud y cuidado de menores y personas dependientes es menor y las tareas de cuidados recaen más claramente en las mujeres. Este aumento de tareas, no remunerado y poco reconocido, repercute en su acceso a recursos, a la tierra, a la financiación, a espacios de tomas de decisión o participación en el mercado laboral, limitando sus opciones de empleo y precarizando aún más sus condiciones laborales. Así, en sectores feminizados como la sanidad, la educación o la agricultura, las mujeres enfrentan una presión adicional, ya que están directamente afectados por los efectos del cambio climático. La crisis climática, por tanto, no solo es ambiental, sino también profundamente social, de género y laboral.

Soluciones al «Capitaloceno»:  Transición justa, feminista y decolonial

La economía no queda fuera del análisis y es esencial repensar nuestra economía desde una perspectiva ecofeminista también. El actual modelo, basado en el crecimiento ilimitado y el productivismo, no solo es insostenible, sino también excluyente. Necesitamos una economía que valore la vida por encima del capital y la acumulación de riqueza, que respete los límites planetarios y que integre los cuidados como un pilar central. Esto significa, entre muchas otras cosas, reducir nuestra dependencia de los combustibles fósiles,  doptar energías renovables gestionadas de forma democrática, comunitaria, justa, planificada y descentralizada.

Pero cuando hablamos de transición justa, no nos referimos únicamente a una transición energética. Una transición justa, feminista y decolonial tiene que ver con cuestionar el modelo y sistema económico actual, ese Capitaloceno centrado en la acumulación de riqueza. Se trata de repensar el quien, cómo y para qué se produce y consume, apostar por nuevos modelos y alternativas que aborden las desigualdades y no las incrementen, incorporar enfoques de justicia climática, buen vivir y economía regenerativa, transformar los sistemas alimentarios, energéticos y económicos, apostar por una redistribución de los cuidados, garantizar la participación de las comunidades afectadas en la toma de decisiones, en el diseño de alternativas y en el acceso a los recursos en igualdad de condiciones. En definitiva, una revolución hacia una transición que ponga a las mujeres, en toda su diversidad, en el centro, abordando el patriarcado y los impactos diferenciados del sistema actual en las mujeres, la defensa de los servicios públicos y de servicios que incorporen la perspectiva de género, la inclusión de organizaciones y movimientos de mujeres, especialmente de las comunidades del sur global.

La Transición Ecológica Justa desde la perspectiva ecofeminista implica también promover la transición a Sistemas Alimentarios Agroecológicos en los que la producción tiene en cuenta el cambio climático, los límites de la naturaleza y las mujeres agricultoras y ganaderas y los jóvenes tienen un papel más relevante que en el Sistema Alimentario industrializado y globalizado dominante tras la II Guerra Mundial. A su vez, implica el desarrollo de una distribución agroecológica y de un consumo responsable de alimentos ecológicos, de temporada, a precios justos, en circuito corto y lo más cercano posible que procura la sostenibilidad porque cuida la salud de las personas, de la naturaleza y las relaciones entre el campo y la ciudad estableciendo precios justos para productor@s y asequibles para consumidor@s. Por último, promueve una alimentación saludable que reduce la ingesta de proteína animal y aumenta el consumo de verduras, frutas, legumbres y frutos secos, una dieta que enfría el planeta y reduce las enfermedades alimentarias. A su vez, fomenta el reparto de las tareas de cuidados en la alimentación para que no recaigan solo en las mujeres y educa a niños, niñas y adolescentes en ese rol de participar en las tareas de alimentación.

En relación al ámbito laboral, el ecofeminismo y la perspectiva sindical comparten una visión profundamente alineada. Ambas abogan por una transición justa, feminista y decolonial que considere la intersección entre género, cambio climático, relaciones de poder y las dinámicas extractivistas y de explotación del sur global. Esta perspectiva es esencial para avanzar hacia la justicia social y garantizar que las personas trabajadoras no queden excluidas de este proceso transformador.

Desde una perspectiva sindical, el ecofeminismo aporta una visión esencial para abordar estas desigualdades en el trabajo. La lucha por una transición justa, feminista y decolonial es clave para garantizar que las personas trabajadoras no sean abandonadas en este proceso. Es necesario repensar la división sexual del trabajo, revalorizar los cuidados y los sectores feminizados y formar a las mujeres para que accedan a empleos verdes en sectores tradicionalmente dominados por hombres, como las energías renovables, y garantizar condiciones dignas y equitativas en los nuevos empleos sostenibles. Además, es crucial integrar cláusulas de justicia climática en los convenios colectivos, que protejan a las personas trabajadoras frente a fenómenos extremos y políticas mal implementadas.

Frente a la crisis, el ecofeminismo ofrece soluciones concretas. Una de ellas es la revalorización y redistribución del trabajo de cuidados. No se trata de «ayudar» a las mujeres, sino de asumir colectivamente la responsabilidad de cuidar: cuidar de las personas, de las comunidades y de la Naturaleza. Esto implica diseñar políticas públicas que reconozcan este trabajo, como la implementación de servicios de cuidados accesibles y con perspectiva de género. En el ámbito urbano, el ecofeminismo propone un diseño de ciudades inclusivas con la sostenibilidad y el bienestar colectivo en el centro. Una «ciudad de los cuidados,» que piensa en los desplazamientos cotidianos asociados no solo al trabajo, sino también a las tareas de cuidado, como llevar a los niños al colegio o visitar a familiares dependientes. Aunque las mujeres recurren más al transporte público, y menos al coche privado, pero el acceso al transporte sostenible sigue siendo limitado. El diseño actual de las ciudades genera una sensación de inseguridad al compartir espacio con los vehículos. Un mayor uso de transportes sostenibles entre las mujeres pasa por rediseñar las infraestructuras urbanas, garantizando espacios seguros y accesibles, además de que muchas no han tenido la oportunidad de aprender a montar en bicicleta. Esto no solo contribuiría a reducir las emisiones de CO₂, sino también a mejorar la calidad de vida de las mujeres y avanzar hacia una ciudad más equitativa y sostenible.

Para que este proceso de transición energética tenga una mirada ecofeminista, debe estar muy presente la planificación territorial. Muchas zonas donde se están implantando parques renovables se conocen como «zonas de sacrificio», un término que ya refleja la prioridad de la instalación: proveer energía de forma productiva, muchas veces para el norte global, sin considerar a las comunidades locales ni respetar los ecosistemas y la biodiversidad. En muchos casos, estos proyectos no han contado con procesos reales de información y participación pública y se han situado en zonas de protección ambiental, dejando claro que su único objetivo es cubrir una necesidad energética sin tener en cuenta su impacto.

Lo mismo ocurre con las zonas designadas para las compensaciones de emisiones. Para compensar las emisiones del norte global, se están creando áreas de compensación en el Sur Global sin consultar a las comunidades locales sobre cómo afecta esto a su modo de vida. Además, estos proyectos están generando acaparamiento de tierra, agua y otros recursos y se está privatizando el acceso a estas áreas, lo que afecta principalmente a las mujeres, que dependen de estos ecosistemas y territorios para llevar a cabo las tareas de cuidado. Otra cuestión clave es cómo llevamos a cabo la transición energética. Si se van a utilizar las mismas dinámicas extractivistas, que generan vulneraciones de derechos en el sur global, conflictos, violencia y explotación claramente no estaremos apostando por una transición justa. Este proceso reproduce dinámicas de neocolonización, en las que, bajo la justificación de la sostenibilidad ambiental, se beneficia únicamente al norte global, a costa de la justicia social y ecológica del sur.

En Europa, donde la crisis climática a menudo se percibe como un problema distante, es fundamental adoptar una perspectiva ecofeminista que conecte las luchas globales con nuestras realidades locales. Porque, al final, no se trata solo de la crisis bioclimática, sino de construir un mundo más justo, donde todas las vidas, humanas y no humanas, sean valoradas y protegidas. El ecofeminismo nos recuerda que la justicia social y la justicia ambiental son inseparables y deben avanzar juntas para construir un futuro donde todas las personas sin distinción tengan acceso ecosistemas vivos, entornos saludables y libres de violencias y discriminaciones.

Es necesario politizar lo cotidiano y entender que las decisiones que tomamos en nuestra vida diaria están profundamente conectadas con las grandes estructuras de poder. El ecofeminismo no solo es un diagnóstico, sino también una propuesta para sanar las heridas de un sistema que ha puesto el beneficio económico por encima de la vida.